Se puede entender perfectamente a esas personas que han sido víctimas del monopolio de la información ejercido por el castrismo desde hace más de medio siglo. Se puede entender perfectamente, digo, a esas personas que, carentes de la noticia exacta de lo que ha sucedido en el mundo, pero, sobre todo, de lo ocurrido en la Isla en el lapso antes dicho, aún se manifiestan a favor del régimen o al menos asienten ante el hacer —y deshacer— de este.
Mas, aquellos que bien por sus viajes al extranjero o bien porque ya hoy en día tienen acceso de una u otra manera a un cúmulo de información donde constan los desmanes del castrismo, y aun así continúan manifestándose a favor de este, no es posible comprenderlos.
Ejemplo —y me cuento entre ellos—: cubanos que, ya fuera de su tierra por un lapso breve o largo, conocieron del asesinato en masa que sufrieron quienes huían en el remolcador “13 de Marzo”, o de los severos maltratos —físicos, psicológicos— de que fueron objeto tantos de los que decidieron abandonar el país durante la Crisis del Mariel, o de ciudadanos que en la actualidad son golpeados salvaje y públicamente por disentir de la ideología imperante o por vender una mercancía o servicio sin autorización estatal... Cubanos, decía, que, asombro mediante, han recibido estas novedades y, como indica lo lógico y lo justo, han discrepado o “desertado” definitivamente de sus simpatías por el castrismo, son muchos…
Porque resulta que si usted se entera de que en nombre del régimen con el cual simpatiza, fueron masacrados mujeres, hombres, niños, ancianos por medio de un barrida de agua a presión sobre la cubierta de una embarcación; o de que compatriotas suyos han sido vilipendiados, torturados al hacerlos arrodillarse ante la imagen de un gobernante o al destinarles golpes, cortadas en las partes más delicadas del cuerpo, por el único pecado de querer abandonar su país haciendo uso de un derecho que debe tener todo ser humano; o ya usted está enterado de que semana tras semanas valientes mujeres que salen a protestar llevando como única arma un gladiolo en alto, son golpeadas salvajemente, arrastradas por las calles, encarceladas por las fuerzas del orden... Si usted ya hoy está impuesto de todo esto —y de lo tanto semejante que faltaría citar—, y continúa declarándose públicamente en favor del régimen que lo lleva a cabo... usted es un canalla.
¿O habrá otra definición?
Y digo “públicamente” con toda intención. Es decir, me refiero a esas personas que allá en la Isla tienen acceso a la opinión colectiva, pero —y esto es muy importante— de ningún modo están obligadas por las circunstancias a manifestarse de una u otra manera. O aún más: absolutamente nadie las obliga a que se manifiesten sobre quehaceres políticos, bien en sus alocuciones, bien en sus escritos.
Es más: podrían, con toda invulnerabilidad, decidirse por el honroso camino del silencio. Pero no…, van y aplauden las consignas huecas que aún son semillero en la isla de Cuba, van y se postran ante un dirigente político o administrativo con mucho menos cacumen que el postrado y que no está haciendo otra cosa que repetir la cinta para continuar viviendo del “pueblo honrado y trabajador”.
Uno quisiera hallar otras definiciones, por ejemplo: “idiota”, “retrasado”, o en el mejor de los casos “candoroso” por memoria genética.
Pero qué va, imposible...
¿Serán personas que, en contra del colectivismo que propaga el propio comunismo, lamen la lengua del poder para mantener privilegitos de segunda categoría?