¿José Martí? Ese nombre me suena… Llama la atención la actitud jocosa, insolente y parricida de los jóvenes cubanos al hablar de la obra martiana
Ana León y Augusto César San Martín | La Habana |Cubanet
Nada abunda en Cuba como los bustos con la imagen de José Martí. Prácticamente en cada entidad estatal aparece el Apóstol en su pedestal encalado, como una obligada presencia que ha terminado por ser ignorada. Durante los matutinos los estudiantes no miran el busto omnipresente; sus miradas lo evaden con la misma fría indiferencia con que cantan el himno y ven izarse la bandera.
Sin embargo, hoy 28 de enero, los medios estatales de comunicación gritarán al mundo que Cuba es más martiana que nunca. Los principales parques de La Habana se llenarán de pioneros para la tradicional “Parada Martiana”, en una rutina de flores, pancartas, canturías, declamaciones y reafirmaciones de compromisos que no conducen a la Cuba anhelada por Martí.
Hoy seleccionarán a algún joven locuaz e instruido para decir ante las cámaras una perorata sobre el legado martiano, y lo presentarán como prototipo de la juventud cubana. Pero en las calles de La Habana un equipo de CubaNet entrevistó a ciudadanos de diferente edad, extracción social y nivel cultural. Una abrumadora mayoría no lee a José Martí y confunde su ideario con el mero hecho de tener educación formal.
Ni uno solo de los entrevistados habló de la utilidad de la virtud, del amor a la patria y el sueño martiano de una democracia inclusiva. No se conoce otra obra de José Martí además de “La Edad de Oro”, aunque su mención no significa que sea, en efecto, leída e interpretada. Si así fuera, este país tendría bastante; pero los cubanos tampoco leen el libro que el Apóstol dedicó a los niños de América, contentivo de valores imprescindibles para evitar una educación torcida y una mente débil.
La actitud jocosa, insolente y parricida de los adolescentes al hablar de la obra martiana, sería soportable si no fuera espoleada por una ignorancia cavernaria. Los jóvenes aportaron disparates al por mayor, tanto el que dejó la escuela a una edad temprana, como la joven universitaria que alegó, indolente, que de Martí se conoce “La Edad de Oro y más ná”.
¿Se le olvidaron tan pronto el ensayo Nuestra América, el discurso Los Pinos Nuevos, o la honrosa Vindicación de Cuba, lecturas necesarias para superar el examen de ingreso a la Universidad? Si los leyó alguna vez, con atención, no los olvidaría jamás. Pero el pensamiento del Apóstol interesa tan poco a los jóvenes, que apenas reciben calificación y carrera universitaria sueltan “el paquete martiano” y se olvidan de él para siempre.
Nadie está obligado a leer a Martí; pero es lacerante la hipocresía con que cada 28 de enero el gobierno y los medios de comunicación se hacen eco de “esta sociedad martiana que estamos construyendo”, o afirman que “el Apóstol está más vivo que nunca en cada joven cubano”. Detrás de las arengas pactadas se ocultan los rostros contrariados de hombres y mujeres que al no poder mencionar dos obras escritas por José Martí, adquirieron conciencia de su ignorancia en un tema que creían dominado. Es la consecuencia de asumir que el conocimiento y el discurso de unos pocos es el de todo un pueblo. Sin embargo, cuando se buscan las respuestas directamente en el pueblo, solo hay silencio, desconocimiento, apatía.
Muchas cosas cambiaría Martí si estuviese vivo, dicen los entrevistados. Pero solo dos hablaron de la libertad de expresión y la modificación del pensamiento de los cubanos. La mayoría no quiso especificar y no faltó quien limitara el hipotético cambio al aumento de los salarios.
Difícilmente el cubano ajetreado por la supervivencia en una sociedad donde la corrupción se ha vuelto estacionaria, entenderá que el “cambio martiano” está más orientado a la virtud que al bolsillo, a la nación más que al sujeto, sin negar los derechos plenos de cada individuo. Aunque todo cubano con decoro quisiera creer que la juventud en sus esencias profundas sigue siendo martiana, a juzgar por las respuestas obtenidas tal virtud no existe.
Las esencias y los ideales también se contaminan. No hay modo de construir una sociedad martiana si sus ciudadanos no leen la obra del Apóstol. Cuba se ha deslizado en un error que alertó Martí en su ensayo Nuestra América: “el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.”
Ana León y Augusto César San Martín, La Habana 28 de enero del 2017