Donald, el travieso
Desde hace un par de meses, las personas atentas se preocupan en silencio ante la idea de que la administración de Trump nos lleve a una crisis de política exterior, tal vez, incluso, a una guerra.
Parte de esta preocupación es un reflejo de la adicción de Donald Trump a la grandilocuencia y la fanfarronería, que queda bien en el sitio web de noticias Breitbart o en Fox News pero no con los gobiernos extranjeros. Sin embargo, también refleja una mirada fría de los incentivos a los que se enfrentaría la nueva administración: mientras los electores de la clase trabajadora comenzaron a darse cuenta de que las promesas del candidato Trump de empleos y cuidados de salud no eran ciertas, las distracciones externas eran cada vez más atractivas.
El punto de ignición pareció ser China, objeto de mucha de la bravuconería trumpista, donde las disputas por islas en el mar del sur de China podrían fácilmente convertirse en incidentes armados.
No obstante, parece que la guerra con China tendrá que esperar. Primero viene Australia. Y México. E Irán. Y la Unión Europea (pero nunca Rusia).
Aunque pareció haber un elemento de cálculo descarado en algunas de las crisis desatadas por esta administración, ahora se ven cada vez menos como una estrategia política y más como un síndrome psicológico.
La confrontación australiana es la que más prensa ha atraído, probablemente porque es tan extrañamente innecesaria. Se podría decir que Australia es, después de todo, el amigo más fiel de Estados Unidos en todo el mundo, un país que ha luchado una y otra vez a nuestro lado. Claro que hemos tenido algunos desencuentros, como sucede con todas las naciones, pero nada que pudiera perturbar la fortaleza de nuestra alianza, en especial porque Australia es uno de los países en los que necesitamos confiar si hay una confrontación con China.
Pero estamos en la era de Trump: en una llamada con Malcolm Turnbull, el primer ministro de Australia, el presidente estadounidense se jactó de su victoria electoral y se quejó de un acuerdo existente para aceptar a algunos refugiados que Australia ha estado albergando, acusando a Turnbull de enviarnos a “los próximos terroristas de Boston”. Acto seguido, puso fin a la conversación después de tan solo 25 minutos.
Bueno, por lo menos Trump no amenazó con invadir Australia. En su conversación con el presidente Enrique Peña Nieto de México, fue justo lo que hizo. Según The Associated Press, le dijo al líder democráticamente electo de nuestro país vecino: “Tienes a muchos bad hombres por allá. No están haciendo lo suficiente para detenerlos. Creo que tu ejército tiene miedo; el nuestro no, así que podría enviar a los míos allá para que se hagan cargo de eso”.
Las fuentes de la Casa Blanca ahora alegan que esta amenaza —recordemos que, de hecho, Estados Unidos ya invadió a México en el pasado, y que los mexicanos no lo han olvidado— fue una broma frívola. Si creen eso, tengo un “México pagará por el muro fronterizo” que podrían usar también.
Los arrebatos con México y Australia han desviado la atención de una guerra de palabras más convencional con Irán, que hizo una prueba con un misil el domingo. Definitivamente, esa fue una provocación. Sin embargo, la advertencia de la Casa Blanca de que “estaba poniendo sobre aviso a Irán” causa una duda: ¿aviso de qué? Dada la forma en la que la administración ha estado alejando a nuestros aliados, no va a haber sanciones más rigurosas. ¿Estamos listos para una guerra?
Además hubo un peculiar contraste entre la respuesta a Irán y la respuesta a otra provocación más seria: la escalada de Rusia de su guerra indirecta en Ucrania. El senador John McCain urgió al presidente a ayudar a Ucrania. Sin embargo, extrañamente, la Casa Blanca no dijo absolutamente nada sobre las acciones de Rusia. Esto se está volviendo un tanto obvio, ¿o no?
Ah, y algo más: Peter Navarro, director del nuevo Consejo Nacional de Comercio de Trump, acusó a Alemania de explotar a Estados Unidos con una moneda infravalorada. Hay un debate económico interesante aquí, pero los funcionarios gubernamentales no debieran hacer ese tipo de acusaciones salvo que estén preparados para librar una guerra comercial. ¿Lo están?
Lo dudo. De hecho, esta administración no parece preparada en ningún frente. Las llamadas beligerantes de Trump, en especial, no parecen formar parte de una estrategia económica o incluso política, los conspiradores astutos no pierden tiempo presumiendo sus victorias electorales ni quejándose del número de asistentes a su posesión.
No, lo que estamos escuchando suena a un hombre que no está a la altura ni tiene el control, que ni siquiera puede simular que está en dominio de sus inseguridades. Sus primeras dos semanas en el cargo han sido un tremendo caos y las cosas siguen empeorando cada vez más, tal vez porque responde a cada debacle con un intento desesperado de cambiar el tema, lo que solo lleva a otra nueva debacle.
Ni Estados Unidos ni el mundo pueden seguir así por más tiempo. Piénsenlo: si tuvieran un empleado que se comporta de esta forma, de inmediato lo quitarían de cualquier puesto de responsabilidad y le sugerirían enfáticamente que buscara terapia. Y resulta que este tipo es comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo.
Gracias, Comey.