Hay año militar sin principio ni fin
Maykel González Vivero | Santa Clara | Diario de Cuba Hay año militar. Como hay año fiscal, año lectivo, año lunar chino. Esos tiempos nunca empiezan ni terminan según el dictado natural. El año militar de los ejércitos Central y Oriental, llamado también "Año de preparación para la defensa", comenzó el 1 de febrero, con sendos desfiles, en las ciudades de Santa Clara y Holguín.
Por tradicional que sea, el año militar siempre se inaugura en Cuba con bravuconería. En Santa Clara el general Lowery del Pozo "recordó" ―no se trata, por supuesto, de una novedad― que "Cuba jamás podrá ser conquistada". Otro general, Roberto Reyes La O, dijo en Holguín que "el mando oriental permanecerá al tanto del complejo panorama mundial". Un primer teniente del Ejército Central, Carlos Manuel Díaz, habló de Fidel Castro, "padre de la nación cubana", y manifestó hacerlo en nombre de los jóvenes. El discurso castrense, no importa quién lo profiera ni dónde, es ampuloso, aburrido, fanfarrón. Se parece todavía a las máscaras bélicas de los antiguos pueblos. Contiene un disfraz, una mueca infantil para impresionar al enemigo.
En Cuba hubo verdadera pasión marcial solo después la revolución de 1959. Antes el ejército era un modus vivendi, a menudo impopular. Todavía antes, cuando España encarnaba la afición por los galones en el imaginario colectivo, la mayoría de los improvisados soldados se restituyó a la civilidad. A los rebeldes de Fidel Castro, la república de "generales y doctores" acabó resultándoles más homogénea sin los doctores. Desde el principio, ahí donde las barbas eran épicas, apareció el gusto por el caudillo y el campamento, el apego de la bota y el entorchado, la costumbre del verdeolivo. A Cuba parecen faltarle civiles a primera vista, hasta que se entiende por fin que le sobran militares.
En un proceso que no careció de empresas bélicas, el Gobierno asumió que solo podía confiarse a los generales, comandantes de viejo cuño, promisorios coroneles. Para sazonar, dos civiles o tres, impuestos en sus guayaberas, tan estrictas como un uniforme.
Entre los ciudadanos, la profesión militar adquirió la garantía del bienestar. Es el único sector aún premiado con reservaciones turísticas, el último que conserva sus rentas en especie: pollo, jabón, un par de zapatos. En coherencia, el ejército conserva la lealtad neta, la relación reproductiva con el poder, a un nivel irrebatible ―"las órdenes se cumplen primero y se discuten después"― que ya había perdido bajo Batista. El circuito se completa con las empresas militares y los oficiales empresarios. Hay año militar sin principio ni fin.
Mientras los ejércitos citados principiaban la etapa, el Instituto Técnico Militar José Martí conmemoraba el mismo miércoles su medio siglo, en acto presidido por el general López Miera, viceministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. "Esta institución fue la primera universidad fundada por la Revolución", dijo. Quizás lo señaló con orgullo profesional, como quien ha asistido al esplendor de su oficio. El país posee, ya se sabe, una bonita cifra de escuelas militares. Donde si el cadete no acaba consagrándose, al menos se educa a alguien obediente. Esta formación aspira a la destreza y al acatamiento.
Existe en Cuba el mito del ejército como laboratorio de machos, espacio ideal para la formación del carácter. Se habla de eso entre la gente común con simplicidad y prejuicios de género. Empeñado en sostener el mito, el Servicio Militar sigue excluyendo en Cuba a los homosexuales visibles. Para los "discretos", los únicos que la ingeniería social cubana fingió no ver, se reserva una versión ―por tropical, ridícula― del "don’t ask, don’t tell" abolido en Estados Unidos.
Del presupuesto militar se sabe poco. El PIB de Cuba, en una dimensión incalculable, se debe a la pasión castrense. Esa ecuación está por plantearse. Las estadísticas confesadas andan incompletas. Pese al orgullo por ejército, estos guarismos no gozan de la misma difusión que poseen los gastos en educación y salud. A la tropa, por otra parte, le gusta el secreto por razones afectivas. Porque patentiza la existencia del enemigo, y encubre la corrupción. Porque divierte la confidencia.
Y en este campo minado, el futuro político de la nación, el rol de los empresarios militares hace temblar a los cubanólogos. Hay precedentes. Pasa que un consejo de generales, a la larga, se comporta como una juerga de sargentos.
Durante el pasado año militar, algunos captaron una advertencia para Donald Trump en la súbita convocatoria del Bastión 2016. Los hechos de aquel ejercicio acaban de premiarse en Holguín y Santa Clara con la medalla "Por el servicio ejemplar". Atribuirle tal despliegue al advenimiento del presidente estadounidense solo se explica en razón de la bravuconería, ese comportamiento que caracteriza también al ejército comandado por Trump. Aquí, en el Caribe, se desgañita el enano. Allá lo ignora el gigantón. Y la estampa nos devuelve a la cara pelea de David y Goliat, que tanto entretenía a Fidel Castro y a Richard Nixon. Por eso algunos lamentan que la elección devuelva a La Habana el enemigo, esa categoría de la supervivencia. Si los analistas dieron en el blanco ―nunca mejor empleada la metáfora bélica―, ya Donald ameniza a las huestes de la isla vecina.
Hay año fiscal, año lectivo, año lunar chino. Y hay año militar. Ignora la naturaleza, empieza cualquier día. Cada recluta que veo ―yo, de paso; él, de pase―, me dice: "ojalá acabe el año pronto".
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