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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 01/02/2017 15:15 |
Jineteros, chicos del malecón
Amor y crimen en La Habana -1-
Por Óscar David López — Conexión Cubana"¡Mexicano!", dijo con voz cantadita una mole de chocolate desde la acera de enfrente. "Están pasándolo terrible, asere", continuó hablando sobre el azote de la tormenta Manuel y el huracán Ingrid, y cruzó la calle hasta encontrarme. Era cubano y estaba mejor informado que yo. Había pasado el día entero en salas de espera de aeropuertos en donde el mal tiempo era una sospecha debido a que en mi vuelo el capitán nos informó que sobrevolaríamos el territorio mexicano y no atravesaríamos el Golfo, como se acostumbra. Aún era domingo, casi las once de la noche, y tenía menos de una hora de haberme instalado en la casa de alquiler de una familia cubana en la zona del Vedado, en La Habana. El hombre-mole de chocolate me acompañó hasta la entrada de un restaurante para extranjeros y desapareció. A cien metros, estaba el cruce de la Calle 23, la avenida Infanta y el Malecón, justo donde se asienta la roca que protege los jardines del Hotel Nacional. Ahí, en ese triángulo peatonal, tuvieron origen la mayoría de las historias de mi primer viaje a Cuba.
Después de una cena apresurada, caminé hasta el Malecón con una caja de pizza en la mano y una botella de agua. En mi imaginación creía que mimetizarme sería pan comido. Pero no. Los cubanos nacen con un radar de nacionalidades integrado. Basta que observen los movimientos de un extranjero para que digan la respuesta correcta. Eso no lo sabía cuando el primer jinetero se me acercó. En Cuba un jinetero es aquel que ejerce un contrato (ilegal o semi-legal, según las leyes del país) con un extranjero. Intercambio de carne cubana por dinero, amor u objetos. Para acabar rápido: eljineterismo es la dinámica de la gozadera entre un socialista y un capitalista. Yuma, así se les llama a los extranjeros.
El jinetero, o también pinguero cuando se trata de prácticas homosexuales, tiene un ojo tan agudo para detectar nacionalidades, tipos de transacción, formas de compra-venta o de placer de libre entrada económica, ¿cómo libre entrada económica? Pues lo que deje caer el extranjero. Es decir: todo, cualquier cosa, lo inimaginable. De esa forma, el amor puede ser por un rato, o para toda la vida si el visitante apoya económicamente la salida del enamorado. En México lo llamamos abiertamente prostitución masculina, supongo que porque acá hay menos "enamoramiento". Todo es más en frío: directo, sin sorpresa, sin misterios, y a precios altísimos si los comparamos con lo que un jinetero se ofrece en la isla.
Yosmany, el muchacho-mole de chocolate, me volvió a encontrar. En realidad era fácil ubicarme en medio de más 400 hombres en su mayoría homosexuales, a la media noche, reunidos en esa zona del Malecón. Yo era el único con una caja de pizza en la mano que como un niño goloso miraba la vitrina de una pastelería. Un niño gordo, evidentemente extranjero. Si encontráramos un cubano gordo sería porque recibe dinero extra: de afuera de Cuba, incluso del espacio exterior, pero no por su servicio al estado cubano. O más seguramente porque es un proxeneta. Definitivamente no se trataría de un jinetero, porque ellos se mantienen en forma saludable para gustar a los yumas. "Además la economía", según me contó Yosmany, quien se recibió de la facultad de agronomía, "es una burla para ustedes los extranjeros".
En la isla los sueldos varían entre 20 y 25 dólares mensuales. ¿Qué? Sí. Supongo que quien lee por primera vez sobre la disparidad entre las economías del socialismo y el capitalismo no lo creerá. Pero así es. En Cuba un jinetero podría ganar en una noche, o quizá en dos, lo mismo que gana un médico en todo un mes de trabajo. Por eso, Yosmany está "en la lucha". Es decir, "haciendo la calle". Enamorando, es decir, "acariciando turistas". Para él resulta más redituable vivir flojito de deberes y dedicarse a la caza de hombres. Cuba es el paraíso del turismo sexual, sobre todo del homosexual.
"¿Tú qué buscas?", me preguntó sin tapujos. Le dije que esa noche nada, pero que quizá luego me dejaría enamorar. Indagó sobre roles y posiciones sexuales y, muy importante, si me quedaba en hotel o en casa. Hay una diferencia enorme entre hospedarse en un hotel y hospedarse en una casa de familia cubana. En los hoteles no se permite la entrada de acompañantes cubanos. En la mayoría de las casas sí. Los propietarios anotan los datos del carnet de identidad y listo. Cuando llegué, la señora me comentó que era el único requisito si llevaba una visita: que tuviera carnet de identidad. Lo comprobaría a la mañana siguiente cuando pasó a buscarme uno de los escritores que me habían invitado a la isla. La señora le pidió su identificación, anotó el nombre y el número de célula, y enseguida se retiró. El gobierno ha permitido que las familias cubanas puedan acondicionar una recamara para que sea alquilada a extranjeros. El precio es menor al que uno pagaría en un hotel. Los cuartos deben contar con ciertos lujos como un baño privado, una entrada independiente y un aire acondicionado. Cuando me decía esto, la señora encendió el aparato de enfriamiento viéndome fijamente y añadió: "es ruso, una maravilla". Asimismo, tienen esta vigilancia con las visitas.
En el triángulo del Malecón, la 23 e Infanta, hay un hervidero de fiesta y jaleo sexual. A unas calles está el Cine Yara y la heladería Copelia, cruce donde también hay un ligue desinhibido y de comercio rápido. Días después lo comprobaría cuando otro cubano con radar integrado me insistía para llevarme a ver un homenaje al Buena Vista Social Club. Como me negué, metros adelante otro de los que estaban con él me alcanzaría para saber si buscaba otra cosa: "¿Cómo te gustan? ¿Una mulata? ¿Una rubia?" Como me reí, el tipo pensó que de ahí era el jaleo y quería como fuera venderme una amiguita. Me ofreció mujeres de cualquier edad, la quisiera, así dijo. Ante mi segura negativa, me sujetó el brazo para incitarme a cambiar el rumbo y decidiera acompañarlo. Ante mi rotundo no, me dijo: "Asere, vamos, aquí no hay violencia como en México; una muñequita de 15 años, te va enamorar". Me solté como pude y seguí caminando. Tardé días en comprender que había que hacerse de oídos sordos. Uno como extranjero sólo representa dinero. Y, cuando no está decidido a comprar, el juego se vuelve de una violencia verbal absurda.
Sin embargo, estoy en la primera noche, en medio de un grupo enorme de cubanos olorosos a pinga y sudor. Resuenan en mi cabeza los celulares usados como bocinas musicales (son muy pocos quienes tienen dinero para llamar o recibir llamadas, y son menos los cubanos que tienen un teléfono celular, aunque todos desean uno), hay pequeños grupos que tocan instrumentos y bailan, las frases como "lleva por tu chocolate con leche" dichas por mulatos o cubanos de raza negra a los peatones, hasta las miles de veces que gente nueva me descubre como mexicano. Los cubanos van enfundados en leggins o shorts, en camisas abiertas, todo en colores explosivos: rojos, amarillos, verdes y naranjas. Y junto a ellos, los yumas que aunque queramos mantenernos ocultos, saltamos brillantes irónicamente por nuestra opacidad. Y en medio, saltando sorpresivos, hay policías que van pidiendo el carnet de identidad a quien cruce a su paso. Yo tengo la idea de que en cualquier momento me lo pedirán y no sabré explicar que he dejado mi pasaporte en el hospedaje. Eso nunca ocurre. Todos saben que soy el típico extranjero idiota ya que ando por ahí como una estatua sosteniendo una caja de pizza. Que ni siquiera tiene una pizza completa, sino tres rebanadas. Un extranjero que guarda las migajas. Justo cuando me había despedido de Yosmany y me encaminaba de regreso, un chico me detiene para hacerme la pregunta clave: "¿qué hora tienes?"
Se llama Yulexis. Como Yosmany, este chico pertenece a lo que se denomina Generación Y. Gloria de lo real maravilloso que no comprendería hasta muchos días después, ya bien entrado en el viaje, luego de conocer a Yoanys, Yasnyel, Yosvany, y que incluso Yasiel me dijera que ellos tenían nombres "normales", pues había quien se llamaba Yusnaby. ¿Adivinan por qué? Por U.S. NAVY. "Seguramente su mamá creyó que así se llamaba uno de los barcos estadounidenses que anclaron en la isla", me dijo alguien refiriéndose a unas décadas atrás. Yulexis, como creo que se escribe, me platicó que no vivía en la zona, que se dejaba caer por ahí cuando tenía tiempo libre, que estudiaba, y luego de una larga lista de milagritos, llegó uno de los policías. Le pidió su carnet y de inmediato lo reportó por medio del radiolocalizador. Dijo: está hablando con un mexicano. Y, acto seguido, otro policía amablemente cuestionó mi nacionalidad. Sin más, le dijeron a Yulexis que lo trasladarían a una estación de la P.N.R. (Policía Nacional Revolucionaria). Escuché de inmediato que otros policías interceptaron a otro chico del malecón con otro mexicano. Supuse que querrían llevarme a mí también. No sabía ni qué estaba pasando ni por qué se llevaban al chico con quien ni siquiera llevaba hablando cinco minutos. Decidí moverme de la escena y, unos metros adelante, otro chico cubano me sonreía y, de repente, me soltaba burlón: "Ya ves lo que provocas".
Según este chico, llamado Jairo, bastante parecido al actor porno Pierre Fitch, me dijo que aquel tipo de levantamientos no ocurrían seguido. Que la zona donde estaba platicando con Yulexis era monitoreada por cámaras que guiaban a los policías. Los interrogatorios eran muchas veces encomendados por los vigilantes detrás de dichas cámaras. Entonces, que si habían dado con ese chico era porque tenía una denuncia como por robo, prostitución o por molestar a los extranjeros. Él estaba seguro que había sido por robo, ya que los policías no habían pedido su coima. Es decir: la mordida, en mexicano. Aunque la policía cubana es bastante transparente, el chico me dice que también viven de pellizcar las billeteras de los jineteros. De los que vienen de las provincias. Sobre todo de los orientales, de los de Santiago de Cuba, los que están avecindados en La Habana sin permiso oficial, ya sea por estudio o por trabajo estable. De esa forma, los policías ganan algo extra y casi imposible por medio de los jineteros quienes son los cubanos con más solvencia económica.
Jairo me dijo que salía a la lucha cada tres noches. Sin embargo, como era el barrio donde me quedaba, cada noche de mi estancia lo vi de pie, junto a la discoteca Las Vegas, muy cerca de mi alojamiento. A los jineteros no hace falta que uno les proponga, ellos hacen esa dinámica. "¿Te vas solito ya pa' casa?" Entonces viene el sondeo de las posibilidades. Qué rol eres. Dónde te hospedas. Etcétera. La economía cubana es una telaraña debido a la existencia de dos monedas de uso común. Ellos te hablan de pesos, pero se refieren a CUCs. Por ejemplo, durante mi viaje en septiembre de 2013, un CUC (la moneda para extranjeros) cuesta un poco más que un dólar estadounidense. Un CUC equivale a 25 pesos nacionales. ¿Se acuerdan que un médico gana al mes 22 CUCs? Es decir, aproximadamente 24 dólares estadounidenses. Al mes. Eso mismo, 22 CUCs puede costar una hora de internet en los hoteles. Y, ahora bien, "¿cuánto cuesta el amor de Jairo?", le pregunté.
-Pues 20 CUCs y si quieres me quedo toda la noche. Tengo carnet. Se lo queda la dueña de la casa hasta que me vaya.
Como me quedé callado. Las conversiones de monedas no las tenía tan claras en ese momento. Yulexis agregó:
-Pero si usamos condón son 10 CUCs.
No niego que cuando escuché eso estuve a punto de soltar la caja de pizza perdiendo el estilo para el resto del viaje. ¿Cómo que sin condón? Jairo prefiere tener relaciones sexuales sin protección porque el precio es mayor. La inyección de dinero es del doble. Los teóricos marxistas sostienen que el precio justo de un bien debe incluir el reembolso del costo amortizado de regenerarlo. Es decir, lo que se paga por una pizza equivale al valor de los ingredientes, el esfuerzo y algo de ganancia. ¿Y en el caso del cuerpo? ¿Cuánto tiempo podría ejercer de jinetero Jairo sin que venga el accidente, la malicia o la enfermedad? El cuerpo no es renovable. En Cuba es casi imposible conseguir condones. Por eso, lo primero que me dijo una amiga fue "llévate un cargamento". En Cuba lo que ciertos jineteros ofrecen es ellos mismos. Seguramente para muchos turistas esta idea del bareback, el sexo sin protección entre desconocidos, genera total excitación. ¿Para qué negarlo? Lo es. Sobre todo con gente verdaderamente bella como los cubanos. Sin embargo, creo que al regreso del intercambio dinero-sexo no se hace justicia del todo. Ni para los jineteros ni para los turistas. Pero esa es una decisión personalísima. Ni todos los jineteros acceden al sexo sin condón, ni todos los turistas buscan esta práctica.
Seguí conversando con Jairo. "¿Por qué eres jinetero?" A lo que respondió que era algo temporal, ¿por qué? No porque lo fuera a dejar en unos días, sino porque el cuerpo envejece y entonces los turistas no se interesan en "los trapos de la cocina". "¿Y qué sucederá?, ¿quieres seguir en Cuba?" Dijo que le gustaba vivir en la isla. Que le gustaba el sistema. Sobre todo ahora que desde hacía algunos años, gracias al apoyo de Mariela Castro, sobrina de Fidel, ha luchado por las libertades sexuales. Hay que recordar que en el periodo del inicio de la Revolución Cubana hasta la década de los noventa era un delito ser homosexual o practicar el amor con los extranjeros. Iban directo a la cárcel. Ahora que todo es más "incluyente", como lo maneja el estado, las prácticas han cambiado y están en constante transformación. Vertiginosamente. Aunque también es engañoso, hay que recordar el suceso del Yulexis, se lo llevaron porque la prostitución es penada, y no hay escapatoria. Obedecen la ley. No queda de otra. Hasta que se topen con un policía explotador que a cambio de dinero, lo protegerá. El amor y el crimen siguen siendo algo muy similar en Cuba.
Al poco rato, Jairo habló más con el corazón, y dijo que "en realidad siempre se espera que venga alguien y se enamore de uno, y que nos saque de aquí". Esa idea: la de una adopción amorosa de parte de los extranjeros que llevan a sus amantes cubanos la escuché una y otra vez. Yumas con dinero para adoptar amantes. Muchos de los jineteros con los que hablé, incluso con los que compartí alguna noche, acarician la idea del extranjero salvador. Luego, con los días, conocí a dos turistas, un italiano y un canadiense, ambos estaban tramitando las salidas de sus amantes. Sobre esto irá la segunda parte de esta entrega sobre Cuba.
Óscar David López
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COMPRARSE UN MARIDO
Por Óscar David López — Conexión CubanaEscuché sobre las míticas fiestas gays en casas de cubanos desde la prehistoria de mi homosexualidad, si es que eso existe. Tenía un maestro, una loca vieja que decía escribir y que cada año se iba a La Habana -según ella- a comprar libros. "Me he codeado con los grandes pájaros caribeños", decía mientras yo imaginaba a unas urracas tremendas, musculosas, tecleando furiosas cuentos y poemas sobre una máquina de escribir sin unas cuantas teclas. Un pájaro es joto en cubano: maricón, queer, loca. Y seguramente ella también se refería a la acepción mexicana de pájaro: pito, verga, pilinga. Dijo: "Cuando vayas, antes de irte con un pelado, busca quien te lleve a una fiesta de diez dólares, ahí verás lo real maravilloso". Evidentemente era un maestro de literatura. Así que desde que planeaba este viaje ya estaba siendo teledirigido por aquella voz de ultratumba. Pensaba en eso que dicen de la primera vez de los cubanos: bajo el agua. Como todos viven rodeados de personas, en cuartos y camas comunales, la primera alternativa de privacidad es el mar.
Durante mi estancia la búsqueda de esas fiestas devino otras cosas: el pasillo de un edificio y el festejo de un compromiso. Cuba está cambiando aceleradamente, lo dice el visitante asiduo. Los cubanos "somos consumidores potenciales de cualquier cosa", me dijo Jairo inteligentemente. Reí de forma sonora porque creí un chiste cualquiera esa frase digna de análisis. Y él insistió: "Créeme, asere, lo somos, ya que nunca hemos consumido nada". Jairo es uno de los tantos chicos que "está en la lucha", dicho casi a modo revolucionario. Apenas hace tres años, me cuenta, hay construcción de edificios o el surgimiento de un restaurante particular o una discoteca cuyo dueño es un cubano prestanombres. La apertura del turismo también ha impulsado el cambio en el trámite de visas. "Ahora cualquier cubano puede salir", dice observándome detenidamente mi reacción. Porque antes era sumamente complicado: "Ahora sólo con dinero, tienes dinero, sales, compras tu pasaporte o te lo compran y dale".
"No intentes comprender la realidad cubana", me advirtió uno de los escritores que conocí durante mi viaje. Jairo quedó de llevarme a una fiesta de diez dólares al siguiente día. Esa noche tenía planes con un extranjero. En mi búsqueda por esas fiestas me subí a dos taxis. Según las historias de mi vieja loca maestra, los taxistas eran los que dominaban y mantenían viva esa escena. Ambos taxistas negaron conocer lugares así. Sinceramente yo esperaba que repentinamente ocurriera la aparición de una fiesta travesti dentro del taxi. Incluso llegué a fantasear con un rapto en el que terminara pagando la fiesta entera por días y días. Era evidente que los turistas armaban la fiesta. Pagándola. Se juntaban todas las tocas y hacían su show. Los jineteros bailaban. Porque los cubanos no tienen para armar la fiesta, pero tienen la fiesta en los pies, manos, boca. No sólo sexual, sino que traen el Caribe integrado. Antes de irse Jairo me contó que las fiestas de diez dólares se fueron extinguiendo con la invasión de locales. Básicamente de centros nocturnos y restaurantes. ¿Quiénes estaban ahí? Los turistas. Y los enamorados cubanos. Claro, también los había no jineteros. Cubanos que contaban con diversas entradas de dinero extra y que podían permitirse esos lujos de vez en cuando: artesanos, con parientes en el extranjero, o con un cuarto de alquiler en casa, por ejemplo. Por eso no daba con las mentadas fiestas. O también era que mi presencia los ponía alerta. El cubano vive protegiendo ciertas informaciones. Cada uno tiene su asunto que proteger y lo hace fielmente.
En plena zona gay era muy fácil encontrar el amor pasajero o el amor que prometiera estar conmigo toda la vida. ¿Por qué? Por la única razón: yo era un extranjero, un yuma. Incluso uno pobre es una alcancía ante los ojos del cubano que sabe cazar y pescar. Pero también es un tubo de escape, un túnel para cruzar el Caribe hasta una vivienda en Canadá, Italia o México. Así como hay cubanos que enamoran para irse de la isla, hay cubanos que pagan para salir casados. Días después del acordado, Jairo apareció y me dijo que tenía la historia ideal para mí. El festejo era porque el largo trámite de matrimonio entre un ciudadano cubano y un extranjero había por fin llegado a su fin. Después de un año de licencias, cartas, documentos de residencia y posesiones de la parte extranjera habían sido admitidas.
La celebración fue en La Habana Vieja. En uno de esos edificios a punto de caerse no sólo por viejo y húmedo, sino por la matraca y el baile de cuanta persona se trepa. Yo aporté dos botellas de ron Havana Club. El pequeño departamento se comunicaba con los vecinos por las ventanas interiores. La sensación de estar por primera vez en una reunión cubana era plena. Me recordó tantas cantinas apretujadas y en las cuales siempre termino en las ciudades que visito.
La fiesta era enorme. No por la opulencia o porque hubieran echado la casa por la ventana, sino porque la felicidad en Cuba es una maraca: hay que comunicarle a todos que se está feliz. La mamá del chico me sacó a bailar salsa. Yoel, el chico comprometido, me enseñó unos pasitos. Luego de dos, cuatro, seis rones con refresco Tu Kola, la marca nacional, se me ocurrió preguntar por el futuro esposo del que sólo había escuchado que era peruano. El Peruano. Así lo llamaban. Era como un ente: estaba y no estaba. En realidad no estaba. El Peruano estaba en Perú y nunca había visto a Yoel. ¿Por qué? Porque era un marido comprado. Me enteré que hay cubanos que compran maridos. Hay intermediarios que viajan, que comparten información, que asesoran a quien tenga dinero para pagarse un marido, al que después abandonarán. Supongo que es un caso entre mil. Algo que me parecía completamente de locos: ¿Cómo hace un cubano para pagarse un marido? Es decir, ¿cómo hacen para conseguir tanto dinero para pagar visa, vuelos, el marido, si los salarios oficiales son de 20-25 dólares? ¿Comprarse un marido? Depende de dónde lo quieras. ¿México? Unos cinco mil dólares. ¿De Costa Rica? Barato. ¿Peruano? Baratísimo. Antes se hacía a través de intermediarios, ahora existe el internet. Y aunque sea carísimo. Si es verdad que los cubanos tienen el deseo de ser consumidores, en este acto lo vemos materializado. Curiosamente su primer artículo de consumo es la "libertad" vía el matrimonio.
"Nunca", "nada": sonaban en mi cabeza las palabras de Jairo para describir la situación cubana respecto al consumo. A mi regreso en México un amigo me contó de su relación con un cubano. Me dijo que el isleño iba al supermercado a comprar champú y se quedaba de pie, frente a las hileras de envases de todos los colores y sabores y marcas que nunca había visto y que creía que era imposible elegir una sin probarla. Esta misma escena me la han contado varios cubanos cuando me cuentan su visita a México. Los mercados, los supermercados, los grandes almacenes. Y sí, les digo: "La ciudad de México sigue siendo esencialmente un lugar de venta como en la época prehispánica". Otra anécdota respecto al consumo me ocurrió con la señora que me alquiló un cuarto en su casa durante mi viaje a Cuba. Cuando hicimos el acuerdo vía correo electrónico, de repente me preguntó si todavía vendían un champú para cabello liso y no graso, marca Herbals Essences. Mis amigos dijeron: "Se enteró que no eres escritor, sino peluquera". Fui a buscarlos y se los llevé de regalo. Allá la cuestión del consumo es una novedad. No hay anuncios de marcas privadas. Pero los cubanos se enteran de todo. No importa que el gobierno castrista los castre. Siempre hay vías. El hiperconsumo es como esas filtraciones de humedad de las casas: acaba por apoderarse del mundo interior de todas las personas.
Pienso en los homosexuales que hacen turismo sexual en Cuba. Van por jóvenes que venden su hipermasculinidad, esa idea del macho caribeño, el cual es posible tenerlo en la cama. ¿Esto quiere decir que los homosexuales que vivimos en el capitalismo, independientemente de nuestro rol sexual, vivimos afeminados por la cultura pop, la cultura de masas y la globalización en tecnología y gustos varios? A veces veo a mi alrededor en un antro y esa pregunta sería una afirmación. Luego veo los latinos que se venden en Estados Unidos y venden eso mismo que los cubanos: el macho. Una idea, un disfraz, porque quizá son del rol sexual pasivo. Respecto a la compra de maridos uno podría decir que es un contrasentido que un sujeto que reunió dinero vía la prostitución o los regalos por compañía erótica, amistosa o sexual, termina pagando por un marido. Por un lado: a él le pagaron o lo ayudaron económicamente por su belleza. Por el otro: alguno de ellos (son muy pocos, incluso hay mujeres, etcétera) regresa ese dinero por un favor para su libertad. Digo libertad porque al final buscan salir de la isla. "¿Qué representa para ti una isla?", pregunté. "El estancamiento", me dijo el recién comprometido.
Luego de varios días exclusivos para la actividad literaria decidí probar el amor habanero. En Cuba el tiempo pasa más lento, pero uno se ve envuelto en situaciones que quince minutos antes no sospechaba. Hay giros inesperados. Si alguna noche había pensado levantarme a un jinetero, por lo regular terminaba entrevistando chicos mientras los hacía creer que me tendrían como cliente. O quizá yo me engañaba diciéndome que sólo era una entrevista y evaluaba si ese cubano era el indicado. La mayoría de los jineteros o chicos del malecón, dedicados a la compañía, son blancos. Aunque se venda la idea del macho cubano como el mulato o el negro, sobresale la población de tez blanca. Me ligué a uno luego de platicar por un rato. Tampoco sabía de una fiesta cercana. Aunque ahora que lo pienso, las fiestas las hace el dinero de extranjero, el que pone el dinero para el alcohol y el show de travestis, y poca cosa más; quizá hasta por menos dinero que para una hora de internet, podría conseguir una fiesta inolvidable.
Me interesaba el ritual del jinetero abiertamente jinetero. No del que te enamora y se quiere casar. Creo que el prostituto vende una idea de pasión efímera, aventurera, quizá incapaz de ser suplantada con drogas o alcohol para los extranjeros. Era un tipo blanco, de mi estatura, y delgado pero muy fibroso. Sus músculos se veían debajo de la ropa como si fueran de piedra lisa y clara. Me sugirió que yo caminara adelante, unos cuantos metros, que así la policía que estaba en una esquina no nos molestaría. Obedecí. Había dejado mis cosas de valor en una pequeña caja fuerte en el departamento. Me sentía seguro por mis precauciones, aunque como me daría cuenta después (ya que me sufriría un asalto una noche después, y de lo cual hablaré en una tercera entrega), en Cuba la realidad y la irrealidad se mezclan y te dan una bofetada. Nada tiene sentido. Al tratar de explicar la situación hago que pierda su belleza, locura y vitalidad. Cuando llegamos al edificio, subimos por las escaleras, y me dijo que no tenía el carnet de identidad. En ese momento dudé si en realidad quería abrir al puerta a un sujeto al que no podría presentar con la dueña de la casa, esto para que ella anotara sus datos como lo tienen establecido los renteros cubanos.
Nos quedamos un rato en la escalera. Me dijo que podríamos ir a un parque frente a un centro médico muy cercano. "En verdad me gustas, chico", dijo. Ese parque estaba oscuro e incluso podría pescar a otro más para que formáramos un trío. Estuve a punto de decir que sí, pero como ya estaba enrolado en la entrevista y francamente Yoel me parecía alguien con una vida interesantísima me reusé. Yoel había salido varias veces de Cuba. Con 30 años aquello era un récord. La primera vez fue a Londres, con uno de sus clientes, pero la cosa no funcionó y terminó regresando: con un montón de ropa para que su mamá y hermana montaran un negocio. La segunda vez fue con un canadiense, estaba enamorado pero el tipo era alcohólico. Yoel me contó el trauma etílico que vivió con su padre. La tercera vez era una serie: según él, estaba casado, en ese mismo momento, con un colombiano, pero la onda no funcionaba ya en el diario. El colombiano fue novio suyo por un año. Viajó varias veces a visitarlo antes de comenzar el proceso de casamiento. "Aún puedo salir de Cuba, tengo la visa vigente", dijo. ¿Y por qué no irse? ¿Si ha probado lo que hay afuera y le gusta, por qué no irse? Él respondió: "¿Pero salir pa' qué, a dónde? Con esos chicos no funcionó. ¿Para estar solo allá afuera?" Después de un rato, remató: "Aquí tengo a mi familia, no necesito irme".
Cuando se enteró de que estaba en Cuba por actividades literarias, presentar uno de mis libros y una revista mexicana, Yoel me recitó la primera parte de "La isla en peso" de Virgilio Piñera. Hay una teoría, muy efectista para mí gusto, sobre por qué los cubanos siguen en Cuba: porque allá no podrán tener nada, pero cuentan con su familia, con la posibilidad de tener una familia, aunque sea rodeados de agua. Justo como el poema de Piñera. Quedamos en vernos otro día. Que nos encontraríamos en el malecón. Así, bien pinche poético. Incluso risible para mí. Pero así era. La realidad cubana se confunde con la irrealidad. ¿Cuándo un prostituto te va a recitar un poema en México? Acá se saben la lírica popular: Juan Gabriel y Gloria Trevi. Quizá habría que reivindicar a la labor de las geishas: el arte de hacer sentir amado al otro. "Toda cubanidad es un travestismo", parafraseando a Giuseppe Campuzano que lo dijo esto sobre la peruanidad. Total, el ente latinoamericano: todas las capas imperceptibles para los visitantes, para los yumas, para los extranjeros de taxis caros y hoteles de cinco estrellas. Fotografías aquí y allá, nada de profundidad.
Como la realidad y la irrealidad se mezclan, también el crimen y el amor. Hay montones de historias de señoras o de homosexuales que fueron a comprarse un habanero y sólo recibieron el humo. Hay una tendencia del cubano a desaparecer. Eso dicen los abandonados. Historias de cubanos o cubanas que se fueron del lecho matrimonial apenas al pisar la entrada de la casa. Huyeron. Nadie los vio. Nadie los encuentra. ¿A dónde se mandan esas demandas de divorcio? Ahora desde este lado del Pacífico veo su realidad con tantos matices que se me escapan. Así como se me escapaban las ideas al tratar de explicar la austeridad económica de latitudes mexicanas. Era una tarea casi imposible. Un extranjero siempre resulta teniendo "algo" que un cubano no. Y entonces resuena en mi cabeza la imagen de una isla dibujada en un poema de Virgilio Piñera, escrito en 1943:
La isla en peso La maldita circunstancia del agua por todas partes? me obliga a sentarme en la mesa del café.?
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer? hubiera podido dormir a pierna suelta.?
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar? doce personas morían en un cuarto por compresión.?
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua? en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,? me acostumbro al hedor del puerto,? me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,? noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.?
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,? en otro tiempo yo vivía adánicamente.?
¿Qué trajo la metamorfosis?
Virgilio Piñera - 1943
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Ron, cocaína, cubos de hielo, amor y crimen en La Habana
Por Óscar David López — Conexión CubanaUna noche en el malecón conocí a una pareja de cubanos. Se me acercaron amistosamente como todos los que me encontraba en esa zona de ligue. Lo curioso era que estos no eran dos hombres, sino una pareja conformada por hombre y mujer, según ellos, casados pero sin hijos. Ambos de cincuenta y tantos años. Se turnaban para empujar una carriola de bebé en la que transportaban algunas vendimias: maní, palomitas, golosinas y vasos de plástico. Tenían los antojos para el monchis, menos lo que me había propuesto conseguir esa noche: sexo, cocaína y hielo para enfriar mi ron con Tu Kola, sabroso nombre del refresco nacional. No sospeché que mi deseo por cubos de hielo me traería el blackout menos sexy y más cabrón en años, y que además sufriría el robo más amable de mi historia con el crimen, en La Habana Vieja. No sé qué fue primero, pero tengo una serie de flechazos que ayudan a recrear mi apagón cerebral de aquella noche.
"¿Quieres un novio, velda?", me preguntó la mujer. Le dije que esperaba a un amigo. Mentí mientras no dejaba de sacudir mi bebida como si ese movimiento la enfriara. Esa vez estaba en el malecón porque quería sexo, pero tampoco necesitaba una celestina o una proxeneta. Recordaba las palabras de una amiga: "Prueba con dos o tres chicos a la vez, porque en Cuba del comunismo sólo queda el sexo, el sexo en comunidad, el sexo social".
"¿Qué estás tomando? ¿Es ron?", seguía cuestionando mientras el esposo me miraba esquivar sus preguntas. Una de las mayores habilidades del cubano de a pie es la entrevista. Preguntan todo sobre lo que no quieres ser cuestionado. Le dije que necesitaba hielo. "Eso sería un verdadero negocio", contestó el hombre. Los locales que vendían botellas de ron no ofrecían vasos ni hielo. Yo había comprado una botella luego de un recital de poesía pensando que mis amigos escritores se quedarían a departir pero de repente me encontraba solo, con la mitad de la botella. ¿El calor de La Habana? Claro que amerita que te tomes el ron con hielo. Como mexicano norteño sólo puedo recordar la infinidad de veces que mis amigos o yo nos hemos puesto como punks de salón en alguna cantina porque el mesero nos ha servido cerveza al tiempo, es decir, caliente. Monterrey tiene un clima semihúmedo o húmedo, debido a que es un valle, y está rodeado de montañas. Monterrey es una olla de vapor. En eso, es muy parecido al clima de La Habana, de la costa, de la playa, donde es natural que el clima sea húmedo. Necesitaba hielo antes de ponerme a plan buscón.
Además de ligue y hacer la lucha, en el malecón es un punto de reunión etílica. Beber en las calles habaneras no está prohibido. Para un extranjero esto es una tentación... siempre queremos estar bebiendo. Para los cubanos también. Sin embargo, el precario sueldo es la forma en que el gobierno evita que todos los cubanos sean alcohólicos de tiempo completo. Los amigos escritores cubanos que veía en eventos me habían enseñado a guardar ciertas cosas que a lo largo del día podían caer en mis manos: vasos o servilletas. Aunque parezca tremendista, si en el cóctel después de un evento literario ofrecían ron o té, ese vaso de plástico valdría oro o, al menos, evitaría una fatigosa caminata en su busca para servir las copas. Contrario a la costumbre mexicana de pasarse la botella para tomar del pico, los cubanos me resultaron bastante pulcros y acostumbrados a mezclar el ron. Pensé que sólo era el segmento con el que salía a divertirme pero comprobé que no, porque había gente como esa pareja vendiendo vasos desechables.
Tanto la cocaína como la mariguana están penadas por las leyes cubanas con años de prisión. Incluso para los extranjeros. Quizá ustedes pueden decir que en México y en el mundo pasa lo mismo. Sin embargo, la posesión de drogas o enervantes hace algunos años podía costarte la vida en Cuba, ya que tratan al consumidor como un enfermo, como un enajenado. Le pregunté a uno de mis amigos escritores que oficialmente se dedica al derecho penal si era difícil conseguir drogas, y eso fue lo que contestó: "mejor que ni consigas". Así, con esa frase, yo seguía deambulando por las calles habaneras. Lo había considerado una exageración. Yo pasé la guerra contra el narco en México, sé bien que siempre es posible conseguir algo de droga. Quizá no lo que uno quiere pero siempre es posible. Una noche escuché a unos chicos de algunos quince años en un teléfono público preguntando por "mariguana criolla", la más económica. Según otro amigo escritor, la única droga de la que había oído que se consumiera con frecuencia era la mariguana. Lo escuchó cuando era estudiante. Hacía años. No podía ayudarme. Yo me negué porque lo mío no es la hierba. Él se negó porque no quería estar metido en ese asunto. Hubo cierto descontento porque yo hiciera esa búsqueda.
Tiempo antes, un amigo mexicano me había contado que en su primer viaje a Cuba había comprado cocaína en el Barrio Chino, en La Habana Vieja. Un taxista los había llevado ahí a conectar en uno de los edificios. El mismo taxista que una noche antes los había llevado a una fiesta cubana, de esas que ya no existen o que comprobé que escaseaban debido a que ahora la fiesta gay ocurre en discotecas y en los nuevos lugares de tipo cantina para extranjeros y sus acompañantes. Mi amigo decía que ellos habían confiado en el taxista por la aventura de la noche anterior. Fueron al Barrio Chino, subieron unas escaleras, subieron más escaleras, se puso oscuro, se puso más oscuro y de repente tuvieron de frente unas filas de dientes blanquiamarillentos, casi fosforescentes, que les preguntaban: "¿Qué quieren, asere?" Eran unos mulatos en la oscuridad de un edificio del Barrio Chino. Les dieron a probar una puntita. Confiaron en ellos y les soltaron lo que les hubiera costado acostarse con medio malecón. Es decir, como 150 dólares. Según mi amigo, aquello estaba bien para ser lo único que conseguirían: él fue quien recibió el tarjetazo de cocaína. Cuando volvieron al hotel y se sacó de los huevos, donde cinematográficamente, había ocultado la coca se dieron cuenta que aquello no alcanzaba para las tres aspiradoras. Pero como bien se dice en todo el mundo: "No hay peor coca que la que no hay".
Con esos referentes yo deambulaba por las calles de ligue del Vedado, en La Habana. Por un lado, la prohibición y el miedo a las drogas; y por el otro, la posibilidad de conectar. Ambos lados hacen posible el mundo de los consumidores: la metáfora de una noche de drogas. La felicidad. En Cuba lo difícil no es conseguir algún tipo de droga, ni venderla, sino saber con quién ir, cómo llegar, que no te confundan con un policía encubierto ni quien busque caiga en manos de la justicia. Cuando yo me acerqué, por ejemplo, a uno de la calle me dijo que nadie confiaría en mí si decía que soy "escritor", ya que los poetas son igual o peor que los periodistas. Mientras los periodistas se llevan la historia, los poetas en su exaltación por vivir la experiencia podrían involucrarlos en cuestiones de salud pública o, sin querer, ponerlos en bandeja de plata a los policías. Lo más común era entonces la hierba. Porque incluso podía ser cosechada en casa, en una maceta particular, sin mucha ciencia. Como las drogas químicas. De las que yo buscaba.
No sé cómo llegaron los cubos de hielo a mi bebida. Lo que recuerdo es mi boca mordiéndolo. Como si estuviera en Alaska y lo que sobrara fuera placas de hielo. Ese es un flash: el sonido de mis muelas al masticar. Luego todo negro. Y el siguiente flash se relaciona con mi mano moviendo un arbusto. Estaba caminando en medio de un parque del que me habían dicho días atrás que es punto de reunión nocturna para los homosexuales cubanos. No para los chicos que andan en la lucha a ver si agarran un extranjero. Era un punto para el ligue más bajo, según me dijeron cuando llegué a México. Ese parque sirve de zona de tolerancia unas noches, y de zona de chantaje otras. Los policías por lo regular llegan a pedir el carnet a los hombres que se encuentran ahí. Si ven a un turista pueden actuar de manera indistinta. También funciona el soborno. Justo en el flashback de mi cabeza están dos tipos teniendo sexo fuertemente en la tierra, o en el pasto, no lo sé, pero sé que están metidos en los arbustos mientras yo recorro una rama para observar la escena. Hay más tipos que observan alrededor. Reconozco el aroma a sexo, como el de un hotel de paso o motel de la frontera: un olor a leche podrida. No sé cómo llegué ahí pero de repente se va la señal de mi memoria.
Sé que era ese parque, conocido como La Potajera, porque en mi siguiente flashback estoy caminando por una calle hacia un edificio desconocido pero que luego sabría que es el Hospital Calixto García. La Potajera es una lomita, frondosa de árboles de todos tamaños, crecida a lo selvático. Luego negros. No recuerdo qué pasa cuando entro en ese edificio. Mi siguiente flashback es cuando abro una puerta y la gente que está sentada en una banca plástica, alguna señora con niño en brazos, y otros más echados sobre el piso, todos y sin excepción, con suficiente alegría cubana gritan: "¡El mexicano!" Sucede que vuelvo a cerrar la puerta de la impresión y me encuentro con un médico. Un médico que me regaña fuertemente pero al que afortunadamente no escucho ni recuerdo su voz. Decido salir y los cubanos de la sala de espera vuelven a gritar al unísono: "¡Viva el mexicano!" No entiendo por qué la alegría. Sólo recuerdo la velocidad con que salgo del hospital y me encuentro con una serie de taxis. Lo que en México hubiera sido normal, tomar un taxi e irme a mi casa, en cualquier nivel de borrachera, en Cuba no sé qué ocurrió. Vuelvo a negros. Despierto en mi cama, en la casa donde alquilaba una habitación, busco mis pertenencias sin fortuna. En mi pantalón está mi pasaporte y veo mis botas con las suelas partidas a la mitad. Increíble: nunca hubiera imaginado. Veo mi ropa y, en su mayoría, está cubierta de lodo endurecido. No tenía resaca, sino una cruda gigantesca. Como una boca devorándome desde adentro.
Las pertenencias que no tengo estaban en un bolso: un iPad, un iPod y un teléfono Smartphone que un amigo había mandado como regalo para alguien de Cuba. Además de eso, se suman mis libretas de apuntes y de viaje. Todo perdido. Hago un recuento rápido de la información extraviada: videos de entrevistas a travestis en una fiesta de compromiso, fotos de la Habana, fotos de los chicos del malecón con los que hablé, decenas de notas, nombres y apuntes de asuntos imprescindibles. Detengo ese cuchillito cebollero para preguntarme qué ocurrió la noche anterior. Trato de unir los flashbacks pero no sé cómo fui del malecón a La Potajera, al hospital Calixto García ni cómo de repente veo tres enormes mulatos rodearme para pedir que amablemente les entregue mi mochila. Veo esas mismas dentaduras blancoamarillentas de las que hablaba mi amigo cuando compró coca. Yo no compré coca, lo hubiera recordado todo. No tendría esos terribles flashbacks. Luego pienso en el hielo. En la pareja de señores cubanos que me preguntaban si tenía una botella de ron en mi mochila. Pero nada coincide: el robo que me hicieron los mulatos ocurrió en otra zona, en otra hora de la noche, incluso la memoria física me dice que ya voy hecho un lodazal y con las botas rotas.
Mi recuento es un fracaso. Lamenté la pérdida del teléfono celular que no era mío pero que usaría hasta que me fuera. No sabía cómo iba a explicarle al cubano que me habían robado lo que era suyo. Estoy en shock y muy encabronado. Afortunadamente tenía otro par de botas, podía salir a la calle y pensarlo, reconstruir la noche. ¿Y la ilusión del cubano por su teléfono celular? La había hecho pedazos. Ciertos seres podemos vivir al límite porque hemos aprendido a darlo todo por una experiencia estética. Particularmente nada me enferma más que la falta de enfermedad, del padecimiento, de la aventura. Pero ese cubano que se quedó sin el objeto de deseo me hace evaluar mi propia locura. Yo no sé si los hielos que me dieron tenían truco. No sé si después de varios días de ron, por fin el ron me había golpeado. O como han leído: noqueado.
Sin embargo, los flashbacks: unos mulatos enormes asaltándome de una manera dócil, con belleza, incluso con gracia, porque no recuerdo violencia a pesar del acto de violación que es el robo mismo. Recuerdo violencia, aunque en silencio, de parte del médico cubano. Recuerdo los árboles entre los que se escondían los hombres para tener sexo o, diciéndolo en cubano, para singar. Todo eso se mezclaba pero se quedaba en un banco de arena. No lo comprendía. Venía un ventarrón y me quedaba en ceros. No recordaba con claridad. De nada me servía darle demasiadas vueltas. Me invitaron a que fuera poner una denuncia, pero lo consideré iluso, ya que soy mexicano, sé que esas cosas no funcionan en nuestro mundo latinoamericano. Un escritor me dijo que en el bajo mundo cubano se podía contactar con las redes del crimen. Podíamos pedir que nos vendieran las cosas. En cierta forma, las cuestiones tecnológicas no les servirían de mucho, ya que son aparatos que requieren WiFi, y eso sólo en los grandes hoteles y a un precio muy alto. Nos dimos la vuelta a varios de esas salas de internet para extranjeros, no vi mis pertenencias por ahí. Además, era muy pronto, tendrían que romper los códigos de seguridad, borrarlos por completo, les iba a costar una fortuna. Desbloquear un teléfono como aquel costaría 30 CUC, algo así como 26 dólares norteamericanos.
Estoy seguro de en Cuba el crimen y el amor son cosas que se confunden. Los criminales me trataron con un respeto físico. No tengo certeza de que no llevaran ningún arma, pero no recuerdo mi sentido de peligro despierto. En Monterrey por mucho menos te dan dos trancazos, te montan en un taxi y se engolosinan con tu sufrimiento. En Cuba no ocurre eso con el criminal de ocasión, al menos el nivel de violencia en esos casos es muy pequeño. Aunque no por eso un robo deja de ser un acto violento, no me malinterpreten. Luego, tenemos a los homosexuales, ya sean los que venden su cuerpo y sus caricias o los que buscan sexo sin compromiso, ni moral ni económico, en zonas de ligue clandestinas, son considerados muchas veces como personas peligrosas, como enfermos o inadaptados. Aunque las leyes estén cambiando con la ayuda de Mariela Castro, la aceptación de las sexualidades alternativas, no hegemónicas, va muy lento. Esos dos casos me sirven para explicar que la realidad cubana, como me dijeron, es imposible de transferir sin que se viva de frente. El amor y el crimen en La Habana no son como parecen, ambas siempre tendrán un velo de irrealidad y de extrañamiento para los ojos del turista. Amor y crimen en La Habana se confunden, incluso para los cubanos.
THE END
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