Francisco bendice a Nicolás Maduro en una visita del venezolano a la Santa Sede en 2013
Papa Francisco, ¡dé un paso atrás en Venezuela!
Por Andrés Oppenheimer
Muchos de nosotros hemos alabado al Papa Francisco por su humildad y su tolerancia por las víctimas de la discriminación que el Vaticano había ignorado durante mucho tiempo, pero es hora de decirle alto y claro: ¡salga de Venezuela!
El esfuerzo de mediación del Vaticano en Venezuela ha sido un desastre. Ha legitimado al gobernante autoritario de ese país, Nicolás Maduro, lanzándole un salvavidas cuando millones de manifestantes exigían su renuncia en las calles en octubre de 2016. Y le ha permitido a Maduro ganar tiempo, fortalecerse y reprimir aún más a la oposición.
Varias entrevistas con líderes políticos venezolanos y el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, me convencieron de que la mediación del Vaticano –junto con la falta de una declaracion oficial de la coalición opositora dandola por terminada– se han convertido en los mayores obstáculos para restablecer la democracia en Venezuela.
La mediación del Vaticano junto a la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) –una institución que no ha hecho más que defender a demagogos populistas– ha mirado hacia el otro lado mientras Maduro se ha rehusado a liberar a Leopoldo López y otros prominentes presos políticos, y ha aumentado el número total de presos políticos de 83 el año pasado a 108 hoy, según cifras del Foro Penal Venezolano.
Además, el régimen de Maduro ha invalidado el derecho constitucional del pueblo venezolano a convocar un referendo revocatorio y ha recortado inconstitucionalmente los poderes más importantes de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora.
Entre otras cosas, el régimen le ha quitado al Congreso el poder de hacerle un juicio político al presidente, y de nombrar a los miembros del Consejo Nacional Electoral. Casi el 80 por ciento de los venezolanos se oponen a Maduro, según una reciente encuesta de Datanálisis.
Como resultado de todo esto, Venezuela se encuentra en una parálisis catastrófica. Hay un caos político y económico –se prevé que la inflación superará el 1.000 por ciento este año, un récord mundial–, escasez de alimentos, y la mayor tasa de homicidios de Sudamérica.
Lo lógico sería que Estados Unidos y los países latinoamericanos hagan implementar la Carta Democrática de la OEA, que permite sanciones diplomáticas colectivas contra países que violan el Estado de derecho.
Pero en una entrevista esta semana, el Secretario General de la OEA, Almagro, me dijo que tiene las manos atadas mientras siga la mediación del Vaticano y UNASUR.
“Mientras el Vaticano esté ahí, definitivamente nosotros no tomaremos ninguna acción de impulsar la Carta Democrática”, me dijo Almagro. “Si nos dicen que ese diálogo terminó y hay una comunicación formal de la oposición y del Vaticano al respecto, entonces recomenzaremos los trabajos que deban ser realizados para sumar esfuerzos a la hora de tomar medidas”.
Agregó que la parálisis en Venezuela es resultado “de la presencia del Vaticano y de una actitud de espera por parte de la oposición venezolana”.
Mi opinión: Para que Venezuela salga de su espiral descendente deben ocurrir tres cosas.
Primero, la oposición y el Vaticano deben anunciar oficialmente que la actual mediación ha terminado. Deberían definir a Venezuela como una dictadura porque Maduro ha violado el Estado de derecho, especialmente desde que le quitó poderes básicos a la Asamblea Nacional después de que la oposición ganara las elecciones legislativas del 2015.
En segundo lugar, la Asamblea Nacional debe solicitar oficialmente a la OEA que active su Carta Democrática. Para lograr imponer sanciones diplomáticas al régimen de Maduro, la OEA necesitará los votos de la mayoría de los países de la región.
Tercero, el Presidente Trump debe dejar de insultar a México, y por extensión a toda América Latina. De lo contrario, Maduro se presentará como la víctima de una supuesta agresión estadounidense, y muchos países no querrán votar contra el régimen venezolano por temor a ser vistos como aliados de un presidente estadounidense que maltrata a la región.
A menos que se tomen estos pasos, Venezuela continuará en su espiral descendente. Es hora de poner fin a este drama. Y el Papa Francisco debería dar el primer paso dejando de ser un obstáculo para la presión colectiva para la restauración de la democracia en Venezuela.
Andrés Oppenheimer