Estatua de Joaquín Albarrán en su pueblo natal Sagua la Grande, obra de
José Vilalta Saavedra escultor del José Martí en el Parque Central de La Habana
Por William Navarret | El Nuevo Herald Joaquín Albarrán había estudiado medicina en Madrid y con apenas 17 años se había doctorado en esta disciplina. Recién graduado, viajaba en tren a París cuando uno de los vagones se descarriló creándose una situación confusa y compleja ya que varios de los pasajeros se habían accidentado. Alguien entró en el vagón en que se hallaba y, dando voces, preguntó si había allí algún médico. Timorato e inseguro el joven no se atrevió a dar el paso. Le faltaba práctica y también confianza en sí mismo. Ese incidente determinó que, una vez en París, retomara toda la carrera de Medicina desde cero y se volviese a graduar exitosamente en la capital de Francia.
UNA INFANCIA CUBANA Nació en 1860 en una familia acomodada de Sagua la Grande, en Las Villas, en la época en que Cuba era todavía colonia española. Allí permaneció hasta 1872 cuando, con nueve años de edad, quedó huérfano. Sus padres, el gaditano Pedro Albarrán de la Calle y la criolla matancera Micaela Domínguez Lima, lo dejaron al cuidado de su padrino, un cirujano español que lo inscribió en el colegio de los jesuitas de La Habana.
Joaquín Albarrán fue enviado a Barcelona, a los 12 años de edad, y en la Ciudad Condal se diplomó de bachiller, en 1877. En esa época se involucró en la lucha por la independencia de la isla y recaudó fondos con ese fin mediante la logia masónica a la que pertenecía. Más tarde se doctoró en Medicina, con sólo 17 años, en Madrid antes de instalarse definitivamente en París, ciudad en la que desarrolló toda su carrera profesional desde 1879 y prácticamente el resto de su vida.
PRIMEROS PASOS UROLOGÍA Otra anécdota, esta vez de sus años de aprendizaje en París, habla de la estatura profesional de Albarrán. Estando de guardia en los servicios clínicos del hospital en donde hacía sus práctica se presenta el caso de un niño con difteria al que se le aplicó una traqueotomía. Resultó que el tubo utilizado para esta prueba se había obstruido y como única solución posible no dudó en aspirar con su propia boca el tubo. De este modo contrajo, poco después, una fuerte difteria y con ayuda de un espejo se realizó una autotraqueotomía, gracias a lo cual pudo también salvar su propia vida.
Convertido ya en histólogo bajo el manto protector del profesor Brissaud fue el eminente Louis Pasteur quien influyó en que se estableciera definitivamente en Francia, donde no tardó en convertirse en interno ayudante de eminentes galenos como el pediatra Jacques-Joseph Grancher, esposo de la ilustre cubana Rosa Abreu, y el cirujano Ulysse Trélat, pero sobre todo, en donde aprendió con Félix Guyon, inventor del citoscopio, los secretos de la urología, especialidad en la que no tardó en sobresalir.
En 1892 lo nombran profesor agregado del hospital Necker de París, del cual Guyon era el director de la clínica de enfermedades de las vías urinarias hasta que en 1906, al retirarse, el propio Albarrán lo sucede para convertirse en el profesor titular más joven de la Facultad de Medicina de la capital francesa. Pero antes de que esto ocurriera Albarrán ya había escrito obras que son consideradas todavía como referencias de la literatura médica y cuyos títulos en español serían El riñón de los urinarios (su tesis premiada de 1889), Los tumores de la vejiga (1892), Los tumores del riñón (1903) y Exploración de las funciones renales (1905), donde expuso su método innovador para el examen de las facultades renales en los pacientes. En total, unas 300 obras y artículos especializados en el tema. En la última década del siglo XIX trabajó en los hospitales parisinos más importantes, entre los que se hallaban el mencionado Necker, el Cochin, La Salpetrière y el Hôtel Dieu.
APORTES IMPRESCINDIBLES Entre sus grandes invenciones se halla la famosa uña de Albarrán, complemento de los citoscopios que permitirá el cateterismo individual de los uréteres mediante una sonda de su invención para recoger la orina de ambos lados. Así mismo ofreció al diagnóstico de la litiasis renal las técnicas de la radiología e introdujo la cirugía de la próstata en Francia. Por otra parte, demostró la incidencia de la bacteria piógena, llamada luego bacterium colli, en las infecciones urinarias.
Por sus muchos aportes lo recompensaron varias veces con los premios Godard, Barbier y en tres ocasiones el Tremblay de la Academia de Medicina, a la vez que llegó a presidir el Congreso de Urología de 1912, en París.
Determinadas pruebas relacionadas con los tratamientos preventivos de problemas renales llevan su nombre. La llamada ‘‘prueba o test de Albarrán’’, uno de ellos, se utiliza desde entonces para detectar el nivel de pérdida de tejido renal mediante el volumen y la concentración de la orina evacuada. A la resección de la pelvis en dilatación se le conoce también como ‘‘operación de Albarrán’’, y a la presencia de hemorragia uretral como indicio de un cáncer pélvico renal “el signo de Albarrán”. El organismo humano adoptó también su ilustre apellido al bautizar con su nombre a las glándulas submucosas de la próstata.
PRESENCIA EN CUBA Y FRANCIA Falleció con apenas 51 años, víctima de la tuberculosis, el 17 de enero de 1912, en su villa Les Goelands, en el poblado marítimo de Arcachon, cerca de Burdeos, en las landas francesas aunque fue enterrado en París. La enfermedad la contrajo accidentalmente mientras atendía la nefrectomía de un paciente del hospital Necker. Justo en ese año había recibido la noticia de que se hallaba entre los candidatos al Nobel de Medicina.
A Cuba fue dos veces: en 1885, cuando fue homenajeado en Sagua la Grande en el Casino Español de la villa y en 1890 tras ser declarado Hijo Predilecto de su ciudad natal. Allí, a un costado de la iglesia parroquial, se le erigió una estatua, obra de José Vilalta Saavedra (escultor del Martí del parque Central de La Habana), para rendir tributo al insigne científico. En 2012, un siglo después de su muerte, una ceremonia en presencia de uno de sus nietos franceses, tuvo lugar en la llamada ‘‘Villa del Undoso’’.
En La Habana el hospital clínico quirúrgico de la avenida de Puentes Grandes y la calle 26, con la vista hacia al “Bidet de Paulina’’ o fuente luminosa de la Ciudad Deportiva lleva su nombre.
Su amor por la tierra en que nació quedó demostrado al escribir en una revista de la época: "Si los azares de la vida me han hecho adoptar por Patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tenderán mis esfuerzos a hacerme digno de la Patria en que nací".
Esta sentida declaración aparece grabada en el pedestal de la estatua que en su homenaje se levanta en Sagua la Grande, su pueblo natal.
En París, el pabellón de urología del hospital Cochin, uno de los establecimientos médicos más prestigiosos de Francia, también fue bautizado con su nombre y su busto precede la fachada. Sin olvidar que en la sureña ciudad de Perpiñán la calle del Doctor Albarrán lo recuerda también.
Al doctor Albarrán le sucedieron cuatro hijos: Georgette (fallecida en Villefranche-sur-Mer) y Pierre, famoso campeón mundial de bridge, teórico de este juego y campeón de tennis en las Olimpiadas de 1920, ambos fruto de su matrimonio con Pauline Ferri; así como Raymond y Suzanne Albarrán Sanjurjo, de un segundo matrimonio con la cubana Carmen Sanjurjo Ramírez de Arellano.
William Navarret Escritor cubano residente en París