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General: Donde los derechos LGTB no son ni tan siquiera una idea que defender
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanodelmundo  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2017 17:04
campamento-del-sahara.jpg (1000×668)
Donde los derechos LGTB no son ni tan siquiera una idea que defender
            Por Cristian Delgado
Hace más de un año de mi viaje, y desde entonces he sido incapaz de establecer un relato coherente y ordenado de lo que sentí, viví y conocí en el desierto argelino. En primer lugar me gustaría poner en antecedentes a los lectores de este artículo. Desde hace años, participamos en el programa “Vacaciones en Paz”, como ya he relatado en alguna ocasión. A través del mismo, y con la ayuda de las administraciones, miles de niños pueden acudir en la época estival a España, y disfrutar junto a las familias de acogida.

Además, los dos meses de estancia en nuestro país sirven para hacer a los pequeños un chequeo médico completo y permitirles disfrutar de una alimentación variada y equilibrada, con la que no cuentan en su lugar de residencia. Mi pareja y yo fuimos los primeros “gais” en La Rioja que participamos en el programa, y la verdad que, hasta la fecha, ha sido una experiencia enormemente gratificante.

Hace ya algunos meses, y en vista de nuestra implicación con el menor, decidí ser yo el que conociera la realidad del niño y su familia, sobre el terreno. De paso, viviría “una aventura” que no se me va a olvidar en la vida. También aproveché para recabar datos y visitar lugares que me permiten, a día de hoy, relataros mi experiencia.

Antes de partir, nos informamos a través de otras familias de acogida y de la Asociación de Amigos de la RASD de La Rioja para saber de antemano: cómo son los campamentos, las condiciones en las que viven, consejos, qué llevar y como comportarse, entre otras miles de preguntas. Muchos aspectos eran de antemano conocidos, ya que Sidimohamed (nuestro pequeño) nos cuenta como es aquello, cuando está aquí, y también, desde allí, en los continuos contactos que mantenemos con él. Mi compañero decidió que no estaba preparado para ir, así que yo sería “la avanzadilla”.

Mi condición sexual era un hándicap, cuando nunca lo ha sido, por lo que no dudé en informarme sobre esta cuestión, la situación allí, y sobre todo, saber que podía o no decir y hacer, una vez en los campamentos. Los pequeños saben, cuando llegan allí tras pasar por España, lo que deben y no contar a sus seres queridos. Sidimohamed entiende que su “familia” española está formada por dos chicos, algo que él, no había visto en la vida, pero a lo que no le costó acostumbrarse. Como ya os conté en anteriores reportajes, la adaptación suya y nuestra, ante la nueva realidad LGTB no nos supuso grandes problemas.

Pese a que le habíamos preguntado si su familia lo sabía, e incluso le habíamos animado a no decirlo si eso le iba a suponer problemas a la hora de venir, el niño siempre manifestó que todo estaba bien. Pero ¿qué significaba eso? No me quedaría mucho para comprobarlo.

Pese a viajar solo, estuve acompañado en todo momento por familias que, como yo, se desplazaban para visitar a “sus menores”, y por tanto, pasar unos días en los campamentos de refugiados. Mi relato se va a centrar en el factor humano, y no en la situación socio – política de los saharauis. En este sentido solo me cabe decir que España, y los distintos gobiernos, son culpables de un problema que nosotros provocamos hace más de 40 años, y al que no hemos sabido dar respuesta, por lo que hemos condenado al abandono y al olvido a miles de personas.

Durante el trayecto, en el que tuvimos que hacer escala en Argel, conocí a muchas personas que habían viajado en varias ocasiones hasta el Sáhara. Sus consejos me sirvieron para sobrellevar una semana “muy dura” en la que viví “una realidad paralela”, de esas que estamos acostumbrados a ver por la televisión.

Tras varios retrasos y más de doce horas desde que partimos de Madrid, pudimos llegar a nuestro destino, que no hasta nuestras “familias de acogida”. Y es que para ello aún tendríamos que pasar por un control de varias horas, ser escoltados hasta el exterior del aeropuerto militar, llegar hasta un centro desde donde fuimos distribuidos por campamentos… ¡Menuda Odisea!

El choque cultural es brutal. Para que os hagáis una idea, la mayor parte de los refugiados saharauis no disponen de ninguna de las comodidades de las que disfrutamos en España. Y no me refiero a televisión, calefacción o cuestiones de las que disfrutamos en pleno siglo XXI. La luz, el agua corriente, un váter, un sofá o una cama son prácticamente inimaginables.

Si hay algo que llama la atención es el contraste de temperaturas, más que agradables durante el día, y muy frías a la noche. La religión es musulmana, aunque si bien es cierto que pese a ser la confesión instaurada oficialmente en“su país”, no son muy practicantes.

Una de las características de las familias saharauis es su hospitalidad. Pese a no tener nada, procuran agasajarte con toda clase de regalos, con las mejores raciones de comida y, sobre todo, en hacerte sentir lo más cómodo posible. De puertas para dentro se podría decir que el trato era “de lo más normal” tras pasar el primer día, aunque en la calle todo cambiaba.

En este punto cabe destacar que la situación de la mujer es totalmente injusta. Y es que, por ejemplo, a mi llegada, la madre del Sidimohamed me negó la mano, al estar presente un vecino varón en ese instante. Si bien es cierto que en casa, una vez fuera de las miradas ajenas, le dijo a su pequeño que me tradujera, para pedirme disculpas y explicarme que el contacto físico no está bien visto.

La historia de esta mujer es simplemente un ejemplo de muchas. Shrifa, con poca más edad que yo (y tengo 33) ha tenido una vida llena de desasosiegos aunque en su mirada se reflejaba, pese a todo, la esperanza de un futuro mejor. La casaron bien joven, y con su primer marido tuvo cinco hijos. Bueno, cuatro, ya que cuando estaba encinta del último, precisamente el niño que viene en verano, su esposo la abandonó para formar otra familia.

Es ella la que se hizo cargo de su prole, hasta que su ex, le concedió permiso para volver a casarse. ¿Cómo? Os preguntaréis. Muy sencillo. Su ley dice que si el esposo abandona a la mujer, ésta, solamente podrá contraer segundas nupcias si el que se ha ido con otra lo autoriza. Pese a todo, y tras otra hija más de este segundo casamiento, el nuevo matrimonio también se rompió.

Otra norma, no sé si escrita o no, es que los hijos, cuando se casan, tienen que construir “su vivienda” al lado de la de su madre. Comprobamos aquí una primera señal de discriminación, ya que las mujeres embarazadas siempre preferirán un varón al que tendrán cerca, frente a una niña, que cuando sea adulta se casará y marchará con el marido.

Shrifa vio como una hija fallecía, otras dos se marchaban con sus esposos y cómo su hermana enferma no podía hacerse cargo de dos sobrinas que se trasladaron a vivir con ella.En definitiva, que en casa (una chabola de pequeñas dimensiones) vivíamos alrededor de diez personas.

Pese a que las mujeres son el motor de la sociedad saharaui, la discriminación es patente en cualquier aspecto de su día a día. Esta circunstancia contrasta con los puestos y cargos que ostentan, ya que la educación “es cuestión del sexo femenino” y en su mayor parte son las que se encargan de la gestión de gran parte de los colegios, asociaciones o talleres de formación.

Una vez allí quise conocer más sobre los campamentos, y mi condición de periodista, y la ayuda de Carol y Mulai me facilitaron mucho las cosas. Pude visitar (siempre bajo supervisión militar) algún ministerio, asociaciones de víctimas del conflicto con Marruecos, talleres de empleo y formación, hospitales, colegios y centros ocupacionales y de discapacitados.

Fueron muchas las familias que visité y que no dudaron en servirme un plato de comida, antes de charlar. Recuerdo especialmente la solicitud de auxilio de un padre que nos pedía ayuda para sacar a su hijo de allí y traerlo a España.

Este angelito nació con una discapacidad. Las condiciones del desierto hicieron que nunca fuese tratado por lo que su deterioro fue agravándose. En una visita a los campamentos, la Asociación de Amigos de la RASD de Navarra logró traerlo a un piso tutelado a nuestro país, durante un tiempo. Los médicos le diagnosticaron epilepsia y comenzó su tratamiento. El pequeño empezó a andar, a hablar y a ganar habilidades que hasta entonces no había conocido. Pese a todo, tuvo que regresar, con las medicinas bajo el brazo, eso sí, gracias al esfuerzo altruista de muchas personas. Una vez allí, y sin la atención necesaria, este niño había empeorado y su padre temía por su vida. Fue sin duda uno de los momentos más duros que me obligaron a salir de la jaima para soltar las lágrimas, y es que allí que un varón llore está muy mal visto.
Los relatos de los doctores en los hospitales recreaban situaciones inimaginables en España como muertes infantiles por falta de tratamiento a una diarrea, o infraestructuras que se caían cuando arreciaban las lluvias, al no soportar los temporales. Pero dentro de este caos, también existen pequeños milagros.

Fue precisamente en algunos de elllos, cuando tuve un pequeño contacto con la realidad LGTB. En una visita a los bubisher, las bibliotecas o bibliobuses de los campamentos, conocí al responsable de uno de los centros. Tras explicarnos el trabajo que se realizaba para fomentar la cultura, en una sociedad donde el indice de analfabetismo, sobre todo adulto, es muy alto, pude charlar con él a solas. El joven se mostró interesado por España y sobre todo en conocer cómo vemos desde aquí el conflicto saharaui. Me dijo que le gustaría casarse con quien él quisiera, pero que allí no podía ser. Su mirada fue más allá que su perfecto dominio del idioma, y es que como digo allí “hay cosas que no existen”.

Precisamente la rama cultural fue la que me facilitó el conocer a otros jóvenes inquietos, que por ejemplo, estudiaban en una Escuela de Cine. ¡Increíble! En medio de la nada, y bajo la promoción del CEAS y el amparo de distintos organismos españoles, hombres y mujeres se formaban en este tipo de enseñanzas.

Dentro de “mi familia de acogida” pude comprobar que sí que tenían conocimiento de que yo vivía con otro chico, y a menudo preguntaban por él. Pese a todo, no me quedó del todo claro si alcanzan a comprender la relación, en este caso de dos hombres, tal y como puede ser la de una pareja tradicional, que son las únicas que existen allí. Aún así, mi pequeño me dijo que no había ningún problema con respecto a esto, si bien fue un tema que tampoco se abordó en profundidad.

Poco a poco, y a lo largo de la semana, tras muchas horas de convivencia, juegos, tés, tatuajes y charlas comencé a comprobar que su entendimiento hacia mi cultura y el mío hacia la suya eran ya patentes. Finalmente y en el momento de la despedida, frente a todo el mundo, Shrifa me dio un abrazo. Fue entonces cuando comprendí que las barreras se habían roto.
 


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