¿Y si Trump, que ha declarado que sus puntos de vista sobre Cuba son muy
similares a los del senador Rubio, comenzara agresivamente a inmiscuirse en la soberanía cubana?
TRUMP RUBIO, gracias al tinte LOREAL PARIS, el otro por obra de su padre MARIO RUBIO
¿Dos rubias esperanzas para Cuba?
La pregunta fundamental es quién tiene el oído de Trump en el tema de Cuba. El senador Marco Rubio hace todo lo posible por mostrar que es él y a lo peor es verdad. La semana pasada en un conversatorio del Cuba Study Group en Miami, fuentes al parecer bien informadas revelaron que Trump había delegado el tema al vicepresidente Pence, y el vicepresidente a su vez, lo delegó al senador Rubio. Si es así, Trump continuaría la costumbre de entregar la política cubana al “exilio histórico” de Miami y a sus representantes en el a veces terrible firmamento político del imperio americano.
El Nuevo Herald publicó que Trump había declarado que sus puntos de vista sobre Cuba eran muy similares a los de Rubio y hasta cenaron juntos, todo muy apropiado, presidente y senador, con sus respectivas esposas. Yo no sé cómo pudieron mirarse las caras las esposas; los políticos, ya se sabe, se dicen un día que el otro la tiene chiquita y luego se la pasan a lo grande. Y está claro, a quien más le conviene la familiaridad es a Rubio. Hay que admirar a este hombre; en apenas dieciséis años ha pasado de una tímida representación estatal en Tallahassee a senador de la república, candidato presidencial, amigo de Pence y ahora vecino del oído de Trump para recomendarle lo que hay que hacer con la Perla del Caribe.
¿Y qué pensará Rubio que hay que hacer con la Perla? Revocar toda la política de Obama, volver jubiloso a la confrontación, nombrar a un clon de James Cason para sustituir al “embajador” DeLaurentis, quitar los vuelos, quitar los cruceros, quitar los tabaquitos y el ron, quitar las remesas; que llueva de nuevo oro sobre Miami para quienes han medrado en el negocio de la libertad de Cuba y quizá elevar a Rosa María Payá a la escala de Lady Godiva. Rosa, que pide refugio político en USA huyendo de la “persecución de los esbirros del régimen”, pero vuela a La Habana a cada rato; María, que usa el digno nombre de su padre —despreciado en su tiempo por toda la clase política con la que ella colabora ahora— para montar un premio cuyo tono más notorio es el escándalo. Payá Sardiñas estaba por el levantamiento del embargo, la evolución pacífica y hasta la legitimidad de la constitución cubana, aunque solo fuera como herramienta de sus ideas para el cambio político. Pero por todo eso en Miami le dijeron agente de Fidel. Y ahora su hija es menos su heredera política que la disolvente de sus ideales.
En fin, la doctrina de la olla de presión —para que estalle— es la vieja nueva política que bullirá en la mente del senador Rubio para susurrársela a Trump, para cuando estalle, si estalla, los Estados Unidos fueran, de una u otra forma, los que arreglen el potaje. Algo entendible para los políticos, que como Rubio, deben su lealtad no a la nación cubana, sino a la americana. Y lo mismo para todos los otros cubanos que en su concepción de libertad para la Isla no les molestaría que Cuba volviera a ser un protectorado de Estados Unidos.
Pero si algo de la doctrina Obama debiera ser precioso —para Cuba y para todo cubano de cualquier signo político que fuera— es que al menos en la palabra, proclamó que el futuro de la Isla es un asunto a decidir exclusivamente entre cubanos.
El arduo tema de la soberanía nacional. ¿Pero y si de nuevo este presidente americano, a cuyo oído brinca Rubio, comenzara agresivamente a inmiscuirse en ella? Qué debería preferirse, ¿la defensa de dicha soberanía —aunque se piense que el gobierno del Partido Comunista actualmente la detenta— o la Pax Americana —con la vergüenza nacional que implicaría?
La palabra la tienen los cubanos —de una y otra orilla— y tal vez de eso dependa que alguna vez puedan decidir, todos, cómo y cuán bueno sería el futuro de su patria.