La obra “I Walk Alone”, de Gottfried Helnwein (2003) ¿Qué significa ser humano en el siglo XXI?
Por Brad Evans | The New York TimesEn sus escritos de los últimos años de la década de los sesenta, la teórica Hannah Arendt utilizó el término “tiempos oscuros” para referirse a las repercusiones de la guerra y el sufrimiento humano.
A Arendt no solo le preocupaba detallar las condiciones totalitarias a las que había descendido la humanidad. También estaba muy consciente de la importancia de las personas que desafían con integridad los abusos de poder en todas sus formas opresoras. Enfrentar a la violencia, como ella lo entendió, supone un compromiso intelectual constante: todos somos vigilantes, guiados por las lecciones y advertencias de siglos de devastación innecesaria.
El año pasado sostuvimos una serie de discusiones con intelectuales prominentes y comprometidos, todos ellos preocupados por las distintas maneras en que se debería generar una crítica de la violencia acorde con nuestra época.
Tristemente, muchas de las ideas que discutimos se han hecho más apremiantes que nunca. En todo el mundo es posible ser testigos de cómo se han desatado los prejuicios, alimentados por el surgimiento de una política del odio y la división que respalda a los miedos cotidianos de quienes son seducidos por las nuevas formas del fascismo.
La misión de esta serie de artículos es explorar estos asuntos de forma oportuna y atemporal. La violencia es un fenómeno que exige una reflexión profunda que tome en cuenta la historia. Sin embargo, nos topamos con un problema: si combatir la violencia exige nuevas formas de pensamiento ético que solo pueden desarrollarse con el paso del tiempo, ¿qué significa esto en el presente, cuando la historia avanza en una dirección peligrosa?
Tal vez una primera aproximación es entender que cualquier crítica viable de la violencia no provendrá de un solo académico que pueda explicar sus causas y proponga soluciones ortodoxas. Una postura así lleva a la domesticación del pensamiento, a menudo al servicio politizado de unos cuantos elegidos. En su lugar, necesitamos tener conversaciones serias entre pensadores, activistas, artistas y otras personas que nos conduzcan a una nueva frontera de investigación abierta, donde la poesía se cuele en las exigencias a favor de la dignidad humana y las conversaciones transdisciplinarias no solo se enfoquen en revelar las crisis del pensamiento político contemporáneo sino que nos inviten a pensar en lo que podría significar ser humano en el siglo XXI.
Con esto en mente, es útil revisar los artículos de esta serie para identificar algunos de los temas comunes más importantes, la comprensión y las preocupaciones compartidas. Aunque de ninguna manera conforman un acercamiento exhaustivo, nos brindan un marco plausible para comenzar un mejor análisis del problema de la violencia e imaginar relaciones más pacíficas entre los habitantes del planeta. Es por ello que hemos listado 11 lecciones que vale la pena tomar en cuenta:
1. Toda violencia tiene una historia: Simon Critchley comenzó la serie con un poderoso llamado a reconocer nuestras historias de violencia y a reflexionar cómo podemos usar el pasado para comprender mejor el presente. Entender la naturaleza cíclica de la violencia es crucial si queremos obtener una comprensión tangible de sus manifestaciones contemporáneas e involucrarnos en el difícil proceso de romper el ciclo.
En este sentido, nunca debe pensarse en la violencia como algo abstracto. Es “una realidad vivida”, como escribe Critchley, con una “historia concreta” unida a esa tradición que llamamos la tragedia humana. De hecho, los humanos somos capaces de imaginar un mundo más allá del sufrimiento y el abandono cuando proyectamos, precisamente, una luz trágica sobre la historia. Es por esto que las artes son cruciales para desarrollar una respuesta civil a la violencia.
2. La violencia consiste en las violaciones de los cuerpos y la destrucción de vidas humanas: La violencia nunca debe estudiarse de manera objetiva ni desapasionada. Apunta a una política de lo visceral que es inseparable de nuestras preocupaciones éticas y políticas. Percibimos esto en el testimonio personal de George Yancy. En respuesta directa a un artículo suyo en el que habla sobre la raza, recibió una gran cantidad de amenazas violentas que revelaron cómo la política de la persecución racial está unida a la vida psíquica de la violencia.
La violencia tiene que ver con las condiciones no intelectuales en las que la persecución del “otro” pueden normalizarse y volverse parte del tejido cotidiano de la existencia. En este sentido, las palabras pueden herir literalmente a una persona.
3. Para que la violencia prevalezca, es necesario suprimir el recuerdo de la persecución histórica: Esta visión de la ignorancia, como explica Henry Giroux, apunta a la violencia del olvido organizado. Estamos viendo cómo sucede esto actualmente. Las exigencias de regresar a una “grandeza” representan lo que Walter Benjamin habría identificado en su ensayo “Para una crítica de la violencia” como una descarada convocatoria a la violencia mítica, nacida del deseo de crear una falsa unidad entre la gente, lo cual en realidad provoca la más peligrosa de las divisiones.
En este contexto, la educación, como argumenta Giroux, es precisamente donde comienzan las estrategias para oponerse al terror. La educación siempre es una forma de intervención política, que en el mejor de los casos produce individuos con una mente crítica y el valor de expresarse ante los poderosos, así como para solidarizarse con los oprimidos del mundo, porque recuerdan la violencia que los opresores preferirían olvidar.
4. La violencia incluye la destrucción de las costumbres, los espacios y los ritmos que constituyen la vida cotidiana: Citando de nuevo a Arendt, se trata de crear una condición de “falta del mundo”. Como sugirió Zygmunt Bauman, la terrible situación de los refugiados que huyen de una devastación inimaginable, a menudo de la destrucción de todo aquello a lo que desearían regresar, es evidencia de eso.
Es cierto que las circunstancias de los refugiados revelan los límites de la compasión de otras sociedades hacia los extraños. Sin embargo, el momento actual muestra de manera clara la forma en que las poblaciones vulnerables son enfrentadas por oportunistas políticos a los trabajadores más pobres de sus lugares de destino, de manera que una condición política verdaderamente nociva se instala ahí donde el lenguaje de la seguridad, tanto física como económica, se presenta como un juego en el que lo que unos ganan es directamente proporcional a lo que otros pierden, por lo que despierta inquietudes éticas y humanitarias. Así, lo que se desperdicia es la oportunidad de establecer relaciones recíprocas y cooperativas basadas en la vulnerabilidad mutua.
5. La excesiva politización de la violencia puede presentar algunas de sus formas como algo racional y tolerable: Como sugirió Gayatri Chakravorty Spivak, ninguna de esas situaciones está separada de las políticas de identidad. De hecho, la violencia puede consistir en procesos degradantes dirigidos a invalidar la seguridad y los derechos que merecen ciertas vidas y estilos de vida.
También, con frecuencia, se da el caso de que la violencia suceda dentro de marcos legales, que en lugar de proteger los derechos las autoridades permitan la legalización de todas las formas de agresión en nombre del orden. Esto exige un mejor entendimiento de lo que llamamos justicia, en especial cuando intentamos proteger el frágil organismo que es la democracia.
6. La violencia no es ejercida simplemente por unos monstruos irracionales: Tristemente, la mayor parte de la violencia no es una excepción ni una desviación. Arendt ya señaló que la gente que obedece órdenes sin pensar y de manera banal a menudo también ejerce la violencia. Como argumentó Simona Forti en esta serie de discusiones, la violencia moderna no puede explicarse sencillamente en términos de la negación de la vida o un impulso de muerte subconsciente y freudiano.
Una y otra vez, ha demostrado estar integrada a las declaraciones conceptuales de las civilizaciones sobre la verdad, basándose en el poder discursivo de la idea del progreso de la humanidad, apelando a la seguridad y el orden e incluso perpetrándose en nombre de la libertad y la justicia. A menudo esa violencia desdibuja las distinciones claras entre lo que está bien y lo que está mal. De hecho, la tendencia a justificar o condenar la violencia basándose en términos absolutos como el bien o el mal enmascara relaciones más complejas y evita las difíciles pero necesarias preguntas sobre nuestras vergonzosas concesiones.
7. La violencia nos lleva directamente a las relaciones éticas: Podemos ver esto hoy en día, como sugirió Cary Wolfe, en las maniobras intelectuales hacia el posthumanismo y el otorgamiento de derechos tanto a los humanos como a otros animales. Aquí la clave consiste en identificar y trastocar formas de jerarquías éticas que permiten que se ejerza la violencia sobre un determinado animal, humano u otro, conforme se naturaliza mediante la autentificación de marcos de designación biológica.
Así, una crítica viable de la violencia se pregunta cuáles formas de vida pueden eliminarse según la ideología dominante y cuáles deben protegerse dentro de este orden de las cosas. Combatir eso requiere abordar las taxonomías biológicas y raciales que permiten asesinar sin cometer un crimen. Este es un asunto de conciencia, como cualquier otro.
8. La violencia se origina en las mentes de las personas, en especial de los hombres: El problema seguirá siendo poco comprendido si solo se explica en términos de cómo y a quién se mata, la escala de su poder destructivo o cualquier otra medida cuantitativa. Como argumentó Richard Bernstein, aunque no debemos perder de vista el hecho de que la violencia tiene que ver con la violación de las vidas humanas, también puede incluir el ataque a la dignidad de las personas, a sus sistemas de creencias y a las condiciones intelectuales de un orden social creíble.
En consiguiente, comprender la vida intelectual de la violencia es crucial si queremos desarrollar las herramientas intelectuales necesarias para romper las cadenas de la violencia. De hecho, si las formas nihilistas de la violencia son obra de una mente reaccionaria, parte de lo que se requiere es vencer la pasividad de pensamiento.
9. A pesar de la naturaleza trágica de la condición humana, hay una resistencia a la violencia: El problema, sin embargo, es transmitir el poder de esa resistencia o la barbarie de la violencia a la que se opone, de manera que motive acciones en lugar de aprobar el statu quo. Como explicó Nicholas Mirzoeff, la saturación mediática es tal que incluso las formas más intolerables de violencia apenas tienen impacto en la conciencia pública. Además, son presentadas de tal forma que justifican la violencia del Estado en contra de las minorías oprimidas o glorifican el sufrimiento individual por encima del masivo.
Es importante comprender el poder de la imagen y la mediación estética del sufrimiento. No es suficiente solo llamar la atención sobre la violencia. Lo que se requiere es un entendimiento mucho más asertivo de la resistencia que sea capaz de producir una imagen creativa de pensamiento para aquellos que continúan aniquilando a la gente de manera cotidiana.
10. Con ese fin, como explicó Bracha Ettinger, hay mucho que ganar al reconocer el humanismo de las artes: El arte es el espacio ético donde nos encontramos con el dolor de los otros y realmente reflexionamos sobre su importancia para una comunidad humana. El arte es una respuesta directa e imaginativa a los traumas del sufrimiento; niega una imagen del mundo que se nos presenta como un destino catastrófico.
Así, el arte se ubica del lado de la vida, al resistir directamente los rituales de la muerte y la destrucción. De hecho, mientras enfrentamos espectáculos cada vez más devastadores de la violencia todos los días, es con el arte como en verdad nos adentramos a esos preciados y frágiles vínculos éticos que resaltan la importancia del amor, la compasión y el compañerismo.
No hay duda de que la humanidad está enfrentando una peligrosa disyuntiva. Estamos forzados a preguntarnos si tenemos la fortaleza ética para salvarnos de nuestra propia y genuina extinción.
Ahora más que nunca necesitamos encontrar razones para creer en este mundo, puesto que es el único que tenemos. Así que, al ver hacia el futuro, reconozcamos a quienes se niegan a aceptar el sofocante peso de la historia, a los escritores que nos hacen llorar, a los artistas que ofrecen resistencia al lado gris de la vida, a los poetas que se atreven a escribir sobre un amor que no puede expresarse con palabras, a los músicos que sacuden nuestras almas y a los niños que nunca se rinden ante los límites del presente.
Brad Evans, estudioso de la violencia política en la Universidad de Bristol, en Inglaterra, es el fundador y director del proyecto Histories of Violence (@histofviolence), dedicado a la crítica del problema de la violencia en el siglo XXI. Es autor de "Disposable Futures: The Seduction of Violence in the Age of Spectacle", con Henry A. Giroux, y de "Resilient Life: The Art of Living Dangerously", con Julian Reid.
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