La religión debe levantar la cabeza de los hombres.
Yo no creo, como Lenín, que la religión sea el opio de los pueblos.
La religión debe ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de su extraordinaria dignidad.
Si no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados a Dios, si no existiese religión el hombre sería un poco de polvo derramado en el abismo de la eternidad.
Pero Dios existe y por Él somos dignos, y por Él somos iguales, y ante Él nadie tiene privilegios sobre nadie.
¡Todos somos iguales!
Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, pueda predicarse la resignación frente a la injusticia, y porqué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad.
La religión no debe ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía. La religión está en el alma de los pueblos porque los pueblos viven cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la inmensidad.
Nadie puede impedir que los pueblos tengan fe.
Si la perdiesen, toda la humanidad estaría perdida para siempre. Yo me rebelo contra las “religiones” que hacen agachar la frente de los hombres y el alma de los pueblos.
Eso no puede ser religión.
La religión debe levantar la cabeza de los hombres.
Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un humilde descamisado frente a un emperador: “¡Yo soy lo mismo que usted, hijo de Dios!”
La religión volverá a tener su pretigio entre los pueblos si sus predicadores la enseñan así: como la fuerza de rebeldía y de igualdad, no como instrumento de opresión.
Predicar la resignación es predicar la esclavitud.
Es necesario, en cambio, predicar la libertad y la justicia.
Eva Perón
(Extraído de la obra de Eva Perón, Mi Mensaje -escrito entre marzo y junio de 1952-, Introducción de Fermín Chávez, Buenos Aires: Ediciones del Mundo, 1987, páginas 57-58.