“No es el mismo trato, te dicen que no puedes pasar
Eres un cubano y no tienes prioridad, no importa si tienes el dinero o no”
(Fotos del autor)
“La Habana no es para ti”
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana | Cubanet
Es la hora de almuerzo y Ángel, trabajador de un banco de La Habana Vieja, sube por la calle Compostela, contrario al Malecón, para comprar algo de comida barata.
“Ya no quedan sitios para nosotros los cubanos”, me comenta quien sabe que ya van siendo cada vez menos los lugares del llamado “Casco Histórico” donde alguien, que viva exclusivamente de un salario estatal, pueda saciar el apetito.
Las mesas de los bares y restaurantes de La Habana siempre están ocupadas por extranjeros. Raras veces uno puede ver clientes nacionales y estos generalmente están como compañía de un visitante foráneo o sus historias personales no tipifican como las de un cubano de a pie.
“Es un tipo de apartheid”, es lo que me comenta una pareja de dominicanos que han sentido esa barrera entre cubanos y extranjeros, cada día más alta y en peligro de llegar a ser infranqueable. Mucho más para ellos que son negros y cuyo acento al hablar es muy similar al de los “palestinos”, esos cubanos del Oriente cubano que necesitan de un permiso oficial para permanecer en La Habana.
“Hablamos raro y para colmo (somos) negros. Nos ha pasado que hemos querido entrar a un bar y nos han dicho que no hay capacidad o que no podemos pasar en shorts (pantalones cortos) pero ahí mismo, por delante de nosotros han dejado entrar a un grupo de extranjeros en shorts. Pero si enseñamos el pasaporte, es ábrete sésamo”, me comenta uno de ellos.
Una experiencia similar es la de Luis, un artista cubano al que también han rechazado varias veces: “No es el mismo trato, te dicen que no puedes pasar. Eres un cubano y no tienes prioridad, no importa si tienes el dinero o no. Simplemente no proyectas una buena imagen. Si los extranjeros ríen y hablan alto, no importa, son extranjeros; el cubano es el que tiene que ajustar el nivel si no el dueño se reserva el derecho de admisión o se acercan y te dicen que debes hablar más bajito”, comenta Luis.
Más allá de las “áreas reservadas” para turistas extranjeros también uno percibe que en La Habana “está sucediendo algo raro”, como dice Vanessa, una joven de la capital.
“Parece que (los cubanos) somos una plaga, la restauración no nos incluye. Fíjate en el Capitolio y en los edificios de por aquí. El Gran Teatro quedó divino pero detrás hay un montón de edificios cayéndose”, se lamenta esta joven que vive en una de las cuarterías que dan al Parque de la Fraternidad.
Su temor es que de sus viviendas solo se conserven las fachadas para luego transformarlas en lujosos hoteles. Es lo que ha pasado en las principales vías que dan al Paseo del Prado o en las zonas que rodean la flamante sede de la Asamblea Nacional.
“Dicen que van a restaurar todo, pero cuándo será eso. ¿Cuándo se derrumben? Con todo lo que se ha gastado en el Capitolio y en el Gran Teatro se hubiera podido reconstruir cien edificios”, dice Carmen, una vecina de Vanessa.
Desde las futuras oficinas de nuestros diputados ninguno de ellos observará un paisaje que no sea ese tan parecido al de una tarjeta postal. Es más o menos el que se quiso mostrar a Obama, durante su visita, pero solo hubo tiempo para mal sembrar unas cuantas palmas que ahora han perdido el penacho, tal vez como símbolo de la felicidad en casa del pobre.
“Aquí no nos dejan detenernos”, me advierte el chofer de un almendrón (auto de alquiler) cuando le pido bajarme. Ya no se puede recoger ni dejar pasaje en las cercanías del Capitolio.
Es un espacio en “proceso de esterilización” desde mucho antes de las vacaciones de Beyoncé y Madonna en el Saratoga, un hotel que funciona como un brillante engastado en una diadema de plomo. En una acera, los extranjeros ricos; en la otra, pasando la calle Monte, tan pobre y maloliente, la cruda realidad de los que viven y piensan “en moneda nacional”.
Existe hoy el temor entre los habitantes de La Habana a que, poco a poco, sean desplazados de los lugares donde han hecho su vida.
Lejos de expresar contento, el auge constructivo que aparentan las brigadas de obreros hindúes y cubanos trabajando las 24 horas del día, genera numerosas dudas sobre cuál será el futuro de un tipo de sistema económico que pareciera diseñado para generar la felicidad del ajeno, a costa del eterno sacrificio del ciudadano cubano que no tiene como meta la prosperidad personal, base del orgullo nacional y del bienestar colectivo.
“Somos y seremos siempre tarugos (utileros) en esta obra de teatro llamada socialismo”, estas palabras, tan metafóricas, no salieron de la boca de un intelectual sino de un constructor al que le pregunté si, una vez terminado, pensaba disfrutar de una habitación en el hotel que construye al comienzo del Paseo del Prado.
También me dio la idea de este reportaje cuando me dijo, señalando con ironía un letrero dibujado en el muro del Malecón: “La Habana no es para ti ni para mí”.