¿Cuándo reivindicará Cuba a los homosexuales? El Gobierno sigue sin pedir perdón a toda una comunidad cuyos derechos fueron y son pisoteados
Jorge Ángel Pérez | Desde La Habana | Cubanet
Heinz Scmitz, un alemán de 73 años, se enteró hace unos días de que estaba por recibir una indemnización de tres mil euros, y que con ello el gobierno intentaría resarcir los daños que le causaron tras encarcelarlo, durante seis meses, cuando le fue probado que mantenía relaciones sexuales con otro hombre. Heinz dice estar muy nervioso y a la vez feliz, y supone que el desagravio está siendo muy bien recibido por la comunidad homosexual alemana.
Este hombre cumplió una condena que lo privó de libertad, durante seis meses, en un correccional para menores: entonces no había cumplido los 18 años. Los encargados de castigar a los homosexuales en ese país se apoyaron en la Ley 175 del Código Penal, ese que también fue usado por los nazis para condenar la “pederastia”, tras endurecer un código que estuvo vigente desde la creación del imperio alemán en 1871. Ahora, los perjudicados recibirán, además de los tres mil euros, otros 1 500 por cada año vivido en prisión.
Sin dudas esta es una gran noticia para los miles de gays que sufrieron condenas en ese país, y en todo el mundo. ¿Quién lo hubiera pensado en el siglo XIX? En ese siglo en el que aparecieron aquellos escritos de Heinrich Solí, Károly María Kertbeny y Heinrich Ulrichs, que pretendieron legitimar los derechos de esa comunidad. ¿Qué diría hoy Magnus Hirschfeld, creador de un importante movimiento homosexual en el Berlín de 1897, si se enterara?
Sin dudas serían muchos de aquellos los que habrían asaltado ahora las calles de todo el país, para celebrar, para recordar a los muertos que no consiguieron legitimar su sexualidad, y que jamás recibieron alguna indemnización, pero también serían muchos los que a esta hora estarían rabiando, gritando improperios; y entre estos últimos se podría mencionar a los fundadores del Comunismo Científico.
Confieso que me gustaría hacer un ejercicio de imaginación, cerrar los ojos y suponer la perreta de Marx, y hasta la de Engels, cuando descubrieran el entusiasmo reivindicatorio de esos varones alemanes que se deleitan con el cuerpo de sus semejantes. Puedo suponer la rabia, los horrores que dirían esos dos comunistas alemanes a quienes no les parecía nada bien que un hombre le diera la espalda, y el “hollito de atrás” a alguien con idéntica anatomía.
Y quien lo dude que recuerde, o sencillamente que se entere, de la picazón que les provocara a Marx y Engels el libro de Ulrich que abogaba por la eliminación de las leyes contra los homosexuales. Y quien no lo crea que hurgue en una carta fechada en 1869, y en la que Karl escribe a su amigo Federico para que le devuelva el libro que le había prestado Strohn, otro comunista germano, y en la que dice que el tal Strohn estaba a punto de regresar a Bradford, y que quería que le devolviera el “Urnings”, “o como quiera que se llame el libro del pederasta”.
Así fue que escribió Karl Marx a Federico Engels, así llamó a este Ulrich, de quien se dice que fue el primero en hacer una gran salida del armario en el mundo moderno. Creo que hoy nadie se atrevería a negar el tono homofóbico de la susodicha cartita de Carlos a Federico. Ellos, los perpetradores del comunismo, ya conocían ese término que sirvió para hacer definiciones, porque fue allí, en Alemania, donde primero se usó la palabra homosexual, y fue Berlín la ciudad rosa que abrió las puertas a los “pervertidos”. Berlín era una ciudad en la que, como observaría Strendberg, los hombres bailaban con los hombres “de forma melancólica y tremendamente seria”. Esa ciudad, esas costumbres, fueron rechazadas por los nazis con Hitler al frente, y lo mismo sucedió en Rusia, después de que los bolcheviques atacaran el Palacio de invierno, y así sucedería en Praga, en Sofía, y en la católica y comunista Polonia.
Ese mismo odio fue aceptado y reproducido por aquellos gobiernos que “creían” defender al proletario, y esos trabajadores no podían gozar de esa manera impúdica y pervertida. Esos gobiernos reprodujeron la homofobia anterior, y fueron todavía más duros, y esa herencia llegó al caribe, a Cuba, en 1959, donde en fecha muy temprana, aquella “revolución” creó campos de concentración para recluir a los “desviados”, de manera idéntica a como lo hiciera antes Mussolini en algunas islas del sur italiano. Y no dudo que el Gobierno cubano creyera, como Benito, que ese era un “vicio importado”, que esos viciosos llegaban desde otras geografías.
Quizá fue por eso Allen Ginsberg, el poeta norteamericano de la “beat generation”, fuera obligado a poner pies en polvorosa, quizá esa fue la razón por la que lo obligaron a abordar un avión que lo llevó hasta Praga. El poeta era un mal ejemplo para el “hombre nuevo” cubano. Así iban las cosas, y por eso decidieron concentrar a esa “bochornosa especie” en las UMAP. Allí esos “hombrecitos de mentira” fueron obligados a hacer trabajos forzados que debían corregir sus lánguidas maneras. Camagüey y sus Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) serían lo mismo que aquellas desoladas islas italianas que recibieron a muchachos sacados de sus casas en Venecia o Roma para apartarlos del vicio y el pecado.
Camagüey, y las UMAP fueron un proyecto idéntico a aquel que acogiera a cientos de homosexuales en la isla de Lampedusa y en la de Fabignana o en esa que tiene Ustica por nombre, y que se yergue sobre el mar Tirreno. Ninguna diferencia hubo entre los procedimientos de Mussolini y los del gobierno “revolucionario” cubano. Solo que en Italia las cosas ya no son iguales, y esos muchachos “débiles y buenos para nada” han conseguido un montón de reivindicaciones, mientras los cubanos esperan todavía por las disculpas que debieron recibir hace ya mucho.
En Cuba es imprudente pensar en indemnizaciones. Solo suponerlo parecería una broma de mal gusto. Aquí ni siquiera se proyecta una disculpa. En Cuba persisten las redadas que obligan a muchos gays a dormir toda una noche en una estación de policía. En Cuba, ahora mismo, ese “pecado nefando” es usado, comúnmente, para el chantaje. En esta isla cuando el homosexual es disidente, es, muchas veces, presa más que fácil. Alguna vez supe de uno a quien la Seguridad del Estado consiguió filmarlo en ese instante en el que recibía “ofrenda de varón” y, ni cortos ni perezosos, le mostraron sus armas.
A aquel hombre le exigieron que abandonara la disidencia o su mujer lo vería mientras era “ensartado” por otro hombre, y hasta sus hijos iban a enterarse de sus perversiones. Y se cuenta que procedimientos idénticos eran escogidos si detectaban que algún jefazo tenía aquel “fallito”. Ellos esperaban el momento justo, y si algún día su fidelidad se resentía, ahí mismo sacaban las pruebas. Así procedieron cada vez, y nunca se inmutaron cuando algún joven no soportaba tanta vejación y se decidía entonces por el suicidio.
¿Matrimonio entre homosexuales? No, eso no, porque como dice Mariela Castro, ya eso existe en otras partes y a los cubanos no les gustan las imitaciones. ¿Reivindicar, pedir perdón? ¿Y eso pa’ qué? Eso no va con nosotros. Ese procedimiento es más cercano a la reina de Inglaterra, y nosotros estamos bien lejos de las monarquías, nosotros somos socialistas y pa’lante y pa’lante, y al que no le guste… que aguante y que aguante. Allá Isabel si se decidió por un edicto que exoneraba a Turing, aquel que fue padre de la computación, de todos los cargos en su contra, incluso aquel que lo condenó por homosexual.
En Cuba, al parecer no hace falta pedir disculpas, porque suponen que este es, únicamente, un país de machos y para machos. Este país no tiene que hacer imitaciones. Pedir perdón es cosa de YouTube, que decidió excusarse porque antes estuvieron escondiendo videos con contenido LGBTI. “Aquí no se pide perdón”. En Cuba se dice: “No me da la gana que se vea Santa y Andrés”. Así de simple. Este gobierno no cree que tenga que dar razones a “blandengues y homosexuales”. Y hasta puedo imaginarlos asegurando que eso está bien para Alemania, porque a fin de cuentas fue un alemán quien inventó la palabra homosexual, fue Berlín quien los acogía con los brazos abiertos, y como si fuera poco tuvieron a un Guillermo II de “dudosas preferencias sexuales”. No creo que en este país el gobierno esté dispuesto a ofrecer disculpa alguna, quizá porque crean que un ejército formado por machos barbudos, decidió hace ya mucho quienes le servían, y quienes no.
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