El negociante británico Stephen Purvis tras las rejas en Villa Marista, sede de la Seguridad del Estado, bajo cargos de corrupción en marzo del 2012
Los riesgos de hacer negocios en Cuba: cárcel, despojo y expulsión
Mucho antes de que el presidente Barack Obama estableciese relaciones diplomáticas con Cuba y de que algunas compañías norteamericanas como Carnival Cruise Lines, Airbnb, Starwood Hotels y Jet Blue, comenzasen a hacer negocios en la isla, ya había empresas españolas, inglesas, canadienses, italianas, chinas y japonesas firmando contratos en La Habana. La mayoría de ellas, siempre que acatasen las reglas del gobierno cubano y tuviesen un poco de suerte, operaban sin tropiezos.
Sin embargo, otras no fueron tan afortunadas; la policía cerró sus oficinas, el gobierno confiscó sus bienes y algunos de sus directivos terminaron en la cárcel. Como le ocurrió al arquitecto inglés Stephen Purvis, que acaba de publicar un libro titulado Close But No Cigar: A True Story Of Prison Life In Castro's Cuba, en el que narra los horrores que vivió en una prisión cubana: “A partir de ahora usted no tiene nombre; es el prisionero número 27”.
Pero no siempre fue así. Antes de que lo detuviesen y fuera trasladado a Villa Marista en marzo del 2012, sede de la Seguridad del Estado, para ser interrogado, Purvis era el jefe de operaciones de Coral Capital Group, una firma inglesa que había trabajado en la renovación del famoso Hotel Saratoga y en la construcción de un lujoso campo de golf frente al mar en las afuera de La Habana, un millonario proyecto al que llamaban Bellomonte.
Purvis vivía con su esposa Sarah y sus cuatro hijos en un elegante barrio habanero y era una prominente figura en la comunidad de empresarios extranjeros. Sus intereses no solo eran económicos sino también artísticos: en su tiempo libre produjo el musical Havana Rakatan, que llegó a presentarse en la Opera de Sidney y el West End de Londres. Sí, todo le iba bien a Stephen Purvis y su familia: “Vivíamos un sueño” dice en su libro.
Pero, de repente, todo cambió: “Mi jefe fue detenido y acusado provisionalmente de revelar secretos de Estado y de corrupción”. Se refiere a Amado Fakhre, un inglés de origen libanés que era el Jefe Ejecutivo de Coral Capital Group. Ese mismo día, al saber la noticia, Purvis pudo haber escapado; pero no lo hizo: “Debí haber ido al aeropuerto y tomar el primer avión que saliera, pero no quise huir; yo no era un ladrón”. Grave error: unos meses más tarde lo detuvieron en su propia casa. El sueño había terminado; la pesadilla recién comenzaba.
Interrogatorios en Villa Marista
En su libro, Purvis describe, primero, su llegada a Villa Marista: “Estoy ahora en un salón en penumbras. Las paredes están cubiertas de unos paneles de madera oscura con algunos listones desprendidos. Hay unos desvencijados sofás forrados de vinilo carmelita y un banco de madera”. Después describe cómo le toman las huellas dactilares, lo fotografían, le sacan muestras de sangre para ser examinadas, lo desnudan y le ordenan vestirse con el uniforme de los prisioneros. Por último describe las dimensiones de la celda en la que es encerrado: “No mucho más de seis pies cuadrados”.
Después de ocho meses de interrogatorios (”¿A quién le pasabas información? ¿Qué información? No me mientas; esto es serio”) fue trasladado a La Condesa, una cárcel en las afueras de La Habana en la que purgan sus condenas los extranjeros: “Mis compañeros de cautiverio eran asesinos convictos, traficantes de drogas, pedófilos y violadores”, explica en el libro. También había otros cuatro empresarios extranjeros que, como él, estaban a la espera de que le celebrasen juicio.
Al fin, casi dos años más tarde, le celebraron un juicio secreto. Fue encontrado culpable de “transacciones ilegales de moneda extranjera”, sentenciado a los 36 meses que ya había cumplido y puesto en libertad. Finalmente logró regresar a Londres y pudo reunirse con su familia.
El fin del ‘romance’ con el gobierno cubano
El caso de Stephen Purvis no es el único. Cy Tokmakjian, canadiense de origen libanés y presidente de una compañía automotriz que se dedicaba a importar vehículos y equipos de construcción, fue acusado de corrupción y sancionado a 15 años de prisión. Otro canadiense, Sarkis Yacoubian, fundador de Tri-Sar Caribbean, una empresa también dedicada a la importación de automóviles y que era representante exclusivo de Hyundai y Suzuki, también fue acusado de corrupción y de evasión de impuestos y condenado a nueve años de cárcel.
A partir de estos casos, numerosas publicaciones especializadas en economía, entre ellas Global Risk Insights, Harvard Business Review y The Economist, así como firmas consultoras y analistas políticos, comenzaron a advertir de los riesgos de invertir en Cuba. Por ejemplo, una compañía extranjera debe aceptar ser un “socio minoritario” y si no cumple lo que se espera de ellas, el gobierno puede arbitrariamente cancelar el acuerdo de cooperación, con el agravante de que no hay un sistema independiente de justicia ante el cual el inversionista pueda reclamar. La firma extranjera no puede contratar sus propios empleados y debe hacerlo a través del Ministerio del Trabajo. Los salarios se le pagan en dólares al gobierno, quien a su vez se los paga a los trabajadores en pesos cubanos no convertibles, los llamados CUP, que forman parte de su intrincado sistema monetario dual.
En un simposio organizado por la Fundación Konrad Adenauer y la Universidad de Florida celebrado en Berlín, uno de los participantes, el abogado cubano Pedro Fuentes Cid, hizo un análisis sobre la nueva ley de inversiones cubanas y recordó la suerte que habían corrido numerosos empresarios extranjeros, entre ellos los ya mencionados Purvis, Tokmakjiam y Yacoubian.
“El gobierno cubano, en su permanente búsqueda de subsidios para la quebrada economía de la isla, tuvo la idea de atraer inversionistas extranjeros creando una ley que les diera la ilusión de que sus inversiones estarían protegidas y que sus ganancias podrían ser exportables”, dijo Fuentes Cid a el Nuevo Herald.
“Los joint ventures comenzaron entonces a multiplicarse; pero fue solo por un tiempo”, agregó. “La corrupción aumentó en el sector gubernamental y los empresarios extranjeros debieron recurrir al soborno para que las cosas funcionasen; muchos de ellos fueron encarcelados o deportados y, como consecuencia, de las 400 compañías extranjeras que existían, 200 dejaron de operar en la isla”.
Muchos analistas pensaron que después del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos así como el levantamiento de algunas de las restricciones de viajes y la autorización a instituciones financieras para operar en la isla, la economía cubana mejoraría; pero no ha sido así. ]
“No mejorará a menos que adopten un sistema de libre mercado”, afirmó José Azel, investigador del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami. “La economía cubana por ser de planeamiento central es un desastre”.
Cuba lo sabe, pero no va a cambiar su sistema. Es por eso que, previendo el desplome económico de Venezuela, sigue buscando desesperadamente nuevos socios comerciales. Pero, ¿los ha encontrado?
“En Cuba solo están invirtiendo ahora grandes empresas; casi todas en el sector turístico”, dijo Azel. “Mientras los inversionistas extranjeros sean accionistas minoritarios y no puedan contratar libremente a sus obreros, en lo que yo he llamado un ‘sistema de esclavitud’, no aumentará el número de ellos en la isla”.
Al parecer, los riesgos de invertir en Cuba, con relaciones diplomáticas o sin ellas, seguirán siendo los mismos: cárcel, despojo y expulsión.