Los problemas, dudas y alegrías de
Marta, Paula y Gabriel, tres jóvenes transexuales
Así viven su día a día tres jóvenes transexuales en España
Por Julia Pérez - El Huffington Post Un coche rojo se acerca a la calle Murillo, en Huecas, Toledo. Se escucha el freno de mano y del interior del coche sale una mujer con dos niñas. Una de ellas es Marta. Tiene 14 años, el pelo largo y castaño, ojos felinos de color verde, lleva un bikini rosa fosforito y, a pesar de ese moreno que sugiere todo lo que le gusta la piscina, su cara está quemada. "Me he echado crema varias veces", se excusa Marta cuando su madre se da cuenta del nuevo color de su tez. Al entrar en casa, tira la toalla en una silla del jardín y corre hacia su cuarto para coger unas gomitas con las que hace pulseras y anillos multicolores. Una chica muy llamativa, con el pelo largo y rizado de color negro azabache, se pone al día con las redes sociales. Es Laura, su hermana mayor.
¿Acaso no puedo ser niña si tengo pene? Mientras tanto, Silvia, su madre, recoge la toalla mojada y la tiende. Marta vuelve al jardín con las gomas y le cuenta a su hermana que el chico con el que está saliendo le ha preguntado si es verdad que tiene pene. Ella odia tener que dar explicaciones sobre su identidad de género. Siempre ha sido niña y no entiende por qué el resto del mundo no lo ve así. "¿Acaso no puedo ser niña si tengo pene? Yo no quiero ser trans. A mí me gusta ser chica, pero odio haber nacido como soy ahora. No quiero ni hormonas ni nada. Quiero ser como todas", dice Marta, mientras coge una gomita naranja y la añade a la pulsera que está haciendo.
"Marta siempre se ha comportado como una niña y siempre ha dicho claro que quería ser una niña. Nunca ha tenido juguetes de chico; si quería ir a baile, le apuntábamos a baile, si quería la mochila de Rapunzel, le comprábamos la mochila de Rapunzel", explica Silvia. En un mueble de madera que tienen en el salón hay una caja llena de fotografías. Todas las fotos anteriores a la transición están ahí guardadas, ya que a Marta le genera mucho malestar ver imágenes de cuando vivía como chico. Abre la caja y saca una foto de hace nueve años. Sus dos hijas están sentadas en un sofá granate. Laura, con el pelo corto y flequillo, está abrazando a un cachorrito. A su lado, Marta, con cuatro años, está mirando fijamente a la cámara. Tiene una pegatina de Barbie pegada en la frente y una muñeca vestida de rosa en la mano. Silvia también guarda en esa caja la foto que todas las familias suelen tener colgada en el salón. La de Marta el día de su comunión. Pelo largo planchado, pantalones blancos, camisa rosa y sonrisa congelada. "Yo quería ir vestida de chica, pero no me dejaron. No me sentía cómoda con la ropa de chico, pero al final me aguanté porque quería los regalos", confiesa Marta mientras sonríe, traviesa.
Un día se puso a llorar y me dijo que no quería seguir viviendo así La comunión fue un punto de inflexión en su vida. A partir de ese momento, Marta comenzó a tener cefaleas tensionales casi a diario. "Un día se puso a llorar y me dijo que no quería seguir viviendo así. Me dijo que le había prometido que la iba a ayudar cuando fuese mayor y no lo había hecho". Esa promesa tuvo lugar hace siete años. Un día, paseando a su perrita con su madre, Marta le dijo a Silvia que quería ser una niña. "Fíjate lo que es la falta de información. Yo le dije que era algo que se trataba cuando se era mayor y que ya iríamos al médico". La última foto que Silvia saca de la caja es de las Navidades de 2010, cuando empezaron a tratar a Marta acorde con su identidad de género en casa. Esta vez sólo aparece ella. Su sonrisa llena la imagen y tiene el pelo largo recogido por una diadema. Es una niña como otra cualquiera. "Cuando vamos a los sitios yo nunca digo que es una niña transexual y nadie se da cuenta porque es una niña más". Silvia hace una pausa y continúa. "O, a lo mejor, es amor de madre", dice, riendo.
Paula devora el segundo helado de la tarde. Luz, su madre, la mira con dulzura. "Quién me iba a decir a mí que algún día iba a pasar un día de chicas", comenta, sonriendo. Paula tenía 11 años cuando le dijo a su madre que había visto un vestido amarillo precioso en internet. Ingenuamente, Luz le preguntó si se lo quería poner para Carnaval o Halloween. "No. Para la fiesta de fin de curso", contestó Paula. Acto seguido, su madre buscó "niños trans" en Google. "No sabía qué me iba a encontrar ni qué significaba. Vimos que no éramos la única familia y que Paula no era la única niña".
¿Ahora hay más niños trans que antes? No, ahora son más visibles Isidro García Nieto, trabajador social y sexólogo del programa LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales) de la Comunidad de Madrid y gerente de la Fundación Daniela, opina que la cantidad de nueva información disponible y las nueva relaciones con la familia, donde la sexualidad ya no es un tabú y se puede hablar con mayor libertad, permite a estos niños expresar cómo se sienten. "¿Ahora hay más niños trans que antes? No, ahora son más visibles. Pregúntale a cualquier persona trans adulta desde cuándo sabe que es trans. Habrá personas que habrán tardado más o que habrán tardado menos en identificarlo, pero la mayoría lo saben desde siempre".
Según Isidro, el problema es que no podemos nombrar una realidad que desconocemos. Estos niños y niñas se sienten diferentes, pero necesitan información para poder crear esa identidad y así ponerle nombre. "Yo sabía lo que era, yo sabía lo que sentía, pero no sabía cómo se llamaba. Yo sabía que era una chica, pero no sabía que existía eso de poder cambiar de género", confiesa Paula. "En la educación que les hemos dado, lo que les hemos dicho a los niños es que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva. Lo que habría que decirles es que la mayoría de los niños tienen pene, pero hay niños con vulva, y que la mayoría de las niñas tienen vulva, pero hay niñas con pene", comenta Isidro.
Ella quería tener el pelo largo y nosotros se lo cortábamos Paula no para de tocar y acariciar su media melena castaña. Su madre recuerda con cierta pena cuando le cortaban el pelo. "Unas lloreras en casa... Claro, ella quería tener el pelo largo y nosotros se lo cortábamos. Lo que no sé es cómo nos habla todavía". La sonrisa de Luz denota cierta tristeza. "Es algo curioso porque sabíamos que le hacía daño, pero también sabíamos que si le dejábamos el pelo largo iba a ser muy femenina y eso nos daba un poco de vergüenza como padres. Es así de estúpido, pero hasta que no superas esos miedos al qué dirán no te das cuenta de que le estás haciendo daño". Confiesa que su vida ha dado un giro de 360º mientras dos lágrimas se escapan de sus ojos. "También soy humana y tengo derecho a equivocarme. Yo tuve un niño, o eso me dijeron. También nosotros [los padres] hemos tenido que hacer un proceso para asumir que no es un niño, que es una niña, independientemente de sus genitales".
Cuando Paula tenía dos años, sus padres la llevaron al pediatra porque sabían que su hija era diferente. Les dijeron que la orientación sexual no se desarrolla hasta los ocho años y que no se preocuparan hasta entonces. La orientación sexual tiene poco que ver con la identidad de género, la cual, según la literatura científica, se desarrolla entre los dos y los cuatro años.
Más tarde, cuando Paula comenzó a referirse a sí misma en femenino, a ponerse un pañuelo en la cabeza como si fuese una larga melena y a vestirse muy frecuentemente con las faldas y tacones de su madre, acudieron a un psicólogo que les dijo que la tenían que masculinizar. "Evidentemente, no volvimos. Y a partir de ahí dejamos de preguntar, porque todo lo que nos decían eran tonterías, hasta que ella lo manifestó expresamente con 11 años", cuenta Luz, claramente frustrada por estas experiencias. Ahora, con la ayuda de el doctor Julio Guerrero, endocrino pediatra del Hospital Universitario La Paz, y la doctora Arancha Ortiz, psiquiatra infantil del mismo centro, Paula ha podido empezar con los bloqueadores antes de desarrollar los caracteres secundarios y hacer así una transición más llevadera.
Los bloqueadores son unos fármacos que suelen recetarse a niños con pubertad precoz, ya que su función es frenar el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, como la barba, el pecho o la menstruación, suprimiendo la producción de estrógenos o de testosterona, hasta que el menor pueda decidir si quiere un tratamiento hormonal más definitivo. Según la WPATH (World Professional Association For Transgender Health), los bloqueadores podrían recetarse a partir de los 12 años, siempre y cuando el niño haya alcanzado el estadio puberal denominado Tanner 2. Para determinarlo, en el caso de las mujeres, se observa el tamaño del botón mamario, en el caso de los hombres, el tamaño testicular.
En Madrid, pocos profesionales de la sanidad pública están dispuestos a tratar a menores transexuales. Dos de ellos son el doctor Guerrero y el doctor Diego López, endocrino pediatra del Hospital Clínico San Carlos. Antes de la publicación de la Ley 2/2016 de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y No Discriminación de la Comunidad de Madrid, recetar bloqueadores a niños trans estaba en un vacío legal; no había nada explícito recogido ni en contra, ni a favor.
Lo que más miedo me daba es que me saliera la nuez En cambio, numerosos protocolos internacionales recomiendan el uso de bloqueadores ya que sus posibles efectos a largo plazo, los cuales no están demostrados, son mínimos comparados con la ansiedad y el malestar que genera a estos niños el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Y no sólo eso. Según la WPATH, interferir con la implementación de los bloqueadores podría contribuir a que el menor tenga una apariencia que, en algunos casos, podría provocar abusos y estigmatización.
Paula confiesa que prefiere sufrir los pinchazos a que le salga la nuez. "Es lo que más miedo me daba, porque es como tener un palo ahí clavado". En España no existe un marco estatal único que regule la atención sanitaria de las personas trans. Sin embargo, a lo largo del Estado hay diferentes unidades multidisciplinares, integradas dentro de la cartera de servicios de la sanidad pública, especializadas en la atención de estas personas. El doctor Antonio Becerra es el responsable de la Unidad de Identidad de Género (UIG) del Hospital Universitario Ramón y Cajal, en la Comunidad de Madrid, operativa desde el 2007. Asegura que en la UIG no se ha hecho ningún bloqueo hormonal "porque la ley no lo permite, ni lo ha hecho nadie dentro del sistema sanitario público. Bloquear a menores, a día de hoy, es un delito".
Al conocer chicos trans y sus experiencias en Chueca supe darle nombre a lo que me pasaba No obstante, el único artículo del Código Penal que hace referencia directa a los transexuales es el artículo 156, que recoge como delito las esterilizaciones y operaciones de cambio de sexo a menores de edad. En ningún momento se mencionan los bloqueadores o las hormonas.
Gabriel salió del armario como lesbiana antes de poder identificar lo que realmente sentía. "Yo sabía que me pasaba algo y lo asocié con la orientación. Al conocer chicos trans y sus experiencias en Chueca supe darle nombre, porque yo no sabía lo que era la transexualidad", cuenta este chico trans de 18 años.
Estuvo seis meses teniendo una doble vida: fuera de casa se le conocía como Gabriel, pero dentro seguía siendo Elisa. Una mañana, estaba en su cuarto vendándose los pechos frente al espejo. Apretó bien la faja y se abrochó el velcro para asegurarse de que todo se quedaba en su sitio. De pronto, la puerta se abrió y apareció su madre, Mariely. "¿Qué haces?", le preguntó. "Mamá, el sexo que se me asignó al nacer no se corresponde con el que yo me identifico", contestó su hijo. Mariely no entendió nada. Simplemente pensó que Gabriel, por aquel entonces Elisa, se avergonzaba de tener mucho pecho y estaba intentando ocultarlo. "Yo tenía mis problemas familiares, económicos, de pareja... y no le presté atención", confiesa. Pero su hijo no se dio por vencido y empezó a mandarle información, día sí, día también, sobre la transexualidad. Mariely es una de esas madres que sufrió la pérdida de su hija.
En palabras de Gabriel, "Es como si ahora tuvieran a un extraño en casa. Aunque tengas la misma personalidad, ellos lo viven como si fueras una persona que no conocen de nada". Ahora su madre se ha dado cuenta de que tiene más seguridad en sí mismo, está más centrado y ha mejorado en muchos ámbitos, incluso en los estudios. Ante todo, Mariely dice que tener un hijo trans es lo mejor que le ha pasado en la vida, pero no trata de esconder todo por lo que ha pasado; sigue yendo al psicólogo y tomando antidepresivos, las "pastillas para no llorar".
La regla supone un recordatorio mensual de que no eres un hombre Un día, haciendo la compra, Mariely coincidió con Carla Antonelli, diputada trans del PSOE. Habían cruzado algunas palabras en otras ocasiones. Ese día, Gabriel había acompañado a su madre al supermercado. "¿Este es tu hijo?", le preguntó Carla a Mariely. "No, esta es mi hija", contestó ella. La madre de Gabriel se fue a comprar la fruta mientras él esperaba en la cola de la carnicería, hablando con la diputada. Cuando volvió, Carla le dijo: "Tú tienes un hijo. No debes tener miedo". Esa conversación hizo que, en alguna parte de su cerebro, sonara un clic. Gabriel empezó a ir a la UIG, pero al ver que solo le ofrecían apoyo psicológico una vez cada tres meses decidió irse y acudir a la consulta privada de un endocrino pediatra.
Comenzó el tratamiento con tres meses de bloqueadores, a pesar de que con sus 17 años ya estaba totalmente desarrollado. Para él era importante no menstruar, lo que, en palabras de Isidro, es muy doloroso porque "supone un recordatorio mensual de que no eres un hombre, según lo que les han enseñado". Ahora lleva ya un año hormonándose y nota los cambios en su cuerpo. "Tengo la voz más grave y me veo más peludo. Empezó en las piernas y creo que ahora va a empezar a salir por la cara y el pecho", cuenta Gabriel, mientras observa el progreso por debajo de la camiseta.
El pene de silicona sirve para hacer paquete, hacer pis y tener sexo Los protocolos internacionales no avalan comenzar con el tratamiento de hormonación cruzada antes de los 16 años, mayoría de edad médica en España. Esto se debe a que tiene efectos parcialmente irreversibles, como por ejemplo el aumento de tamaño de las mamas, y otros irreversibles, como el cambio en la voz en el caso de un hombre trans. Entre ellos, lo que genera más controversia es la posibilidad de quedarse infértil. "Al bloquear la pubertad, la gónada está inactiva y durante la terapia hormonal cruzada la inhibes", explica el doctor Guerrero.
Además de esos pelos incipientes, debajo de esa camiseta también están las cicatrices la mastectomía que le realizaron hace cinco meses. "Me molestaba mucho no poder ir a la piscina con mis amigos porque no me dejaban entrar con neopreno", cuenta. En cambio, no está seguro de querer operarse los genitales. "A no ser que avancen las operaciones no me lo planteo". Hasta que decida si quiere someterse a alguna de estas cirugías irreversibles, se conforma con el pene de silicona que le regalaron sus padres por su cumpleaños. "Llevaba dos años pidiéndolo. Sirve para hacer paquete, para hacer pis y para tener sexo", cuenta Gabriel.
Cuando me preguntan qué hemos hecho, siempre digo que quererla como es Hasta enero de este año, ni esta ley, ni ninguna otra, regulaba los derechos de los menores trans en los colegios de Castilla-La Mancha, pero en el centro donde estudia Marta aceptaron su identidad y expresión de género desde el primer día. Mario Ruiz, el orientador, cuenta que suele recibir llamadas de otros colegios que se encuentran en la misma situación y necesitan consejo. "Cuando me preguntan qué hemos hecho, siempre digo que quererla como es, porque al final eso es lo que se va a quedar".
Justo antes de hacer la transición, Marta estaba ansiosa y muy poco centrada en los estudios, "pero las medidas que hemos tomado para normalizarlo, como cambiar su nombre en las listas o dejarle ir al baño de las chicas, han hecho que se mitigue ese malestar", explica Mario. Realizar estos pequeños cambios significa, en muchos casos, reducir al máximo el acoso escolar que, según la asociación COGAM (Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de la Comunidad de Madrid), sufre el 90% de este colectivo.
Marta empieza el instituto este año. Silvia está algo nerviosa. "Todos sabemos cómo es el instituto... La gente que la conoce no me preocupa, el problema es la gente que sepa que es trans, pero que no la conozca". Marta, sin embargo, no comparte su preocupación y confiesa que tiene ganas de empezar para conocer a más chicos.
Gabriel anda con paso acelerado con su nuevo traje y su corbata morada por los pasillos del I.E.S. San Isidro. Se para a saludar a cada persona con la que se cruza. Es 20 de junio, día de la graduación de 4º de la E.S.O. y el salón de actos está abarrotado. Su madre y su abuela se sientan en tercera fila para no perderse un detalle de la ceremonia. En el vestíbulo cuelga, desde el techo hasta el suelo, una bandera de unos 20 metros de largo con los colores del orgullo LGTBI.
Este instituto es conocido por sus programas de igualdad y mediación. Cuando el colegio al que acudía Gabriel antes de hacer la transición le invitó a irse, comenzó a asistir a este centro. Nunca le pusieron problemas para usar los baños de chicos ni para cambiar el nombre en las listas. Marisa Villalba, orientadora del I.E.S. San Isidro, dice que "consideramos estos detalles sencillos y lo más normal del mundo". También recuerda cuando a Gabriel le dieron el carnet del instituto con su nombre. "Fue una emoción, una alegría y un reconocimiento a su nombre... La verdad es que, sólo por eso, estar pendiente merece la pena". Él fue el primer chico trans que se matriculó en este centro; ahora ya son cinco.
Uno de los funcionarios de la comisaría llama a la siguiente persona en la lista de espera. "Paula F. I.". Paula se levanta de la silla de plástico como un muelle y se sienta frente al funcionario y junto a su madre, que lleva la pila de documentos habitual bajo el brazo. Nerviosa, mira a Luz y coge el boli para firmar. Es la primera vez que un documento oficial tiene su nueva firma, la cual lleva practicando unos días. Tras unos minutos, recibe su nuevo documento de identidad. A primera vista, todo parece correcto: en la foto sale sonriente, con su largo pelo suelto, y en la sección de "nombre" pone Paula. Sin embargo, algo llama la atención de la niña. "¿M?", pregunta. Luz la mira unos segundos antes de responder: "Sí, cariño, M de mujer".
Actualmente en España, para poder cambiar el sexo en el D.N.I., según la Ley 3/2007, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas, hay que cumplir cuatro requisitos: ser español y mayor de edad, ser diagnosticado con disforia de género y llevar dos años en tratamiento médico. Las asociaciones de transexuales aseguran que más de treinta menores han logrado que se les reconozca el cambio de nombre, pero depende del juez que revise la solicitud.
La primera petición de Gabriel, por ejemplo, fue denegada. Mariely y él fueron al registro civil a cambiar su nombre por uso habitual hace algo más de un año. Acudieron con dos testigos y llevaron cientos de páginas que demostraban que llevaba usando ese nombre varios meses. Todo parecía favorable, pero el juez denegó la petición. "Gabriel no es un nombre neutro; me dijeron tendría que ponerme Gabi", cuenta. Se negó y decidió esperar hasta cumplir los 18 para poder elegir el nombre que él quisiese y solicitar el cambio de sexo.
El mismo día de su cumpleaños fue al registro y consiguió cambiar su nombre por Gabriel Ezequiel. No solo eso. Ahora, en el apartado de "sexo" aparece una M, pero esta vez no es de "mujer". Gabriel mete cuidadosamente el D.N.I. en su cartera negra y se la guarda en el bolsillo; se está preparando para salir de casa. Comprueba que lleva todo, se quita el pelo de la cara y se hace una coleta pequeña. "Te queda mejor suelto", comenta Mariely. Su hijo lo prefiere recogido, dice que es más cómodo. Se despide de ella y de su perrita y sale por la puerta. Hoy ha quedado con una chica que le gusta.
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