El cómico que conquistó a Obama y a Fidel Castro
Luis Silva cautiva a los cubanos con la sátira social de su personaje Pánfilo
Hace un año, durante su visita a La Habana, Barack Obama estaba conversando con Raúl Castro y el presidente de Cuba y general de las Fuerzas Armadas Revolucionarias le dijo, según su asesor Ben Rhodes: “Ya vi que hiciste unos chistes con Pánfilo y sus vecinos. Ellos nos critican bastante, pero son cómicos”.
Político con dotes de actor, habituado a cultivar su carisma apareciendo en shows de su país, Obama y su equipo encontraron en el programa más popular de Cuba, Vivir del cuento, el escenario idóneo para romper el hielo en su visita a la isla. Antes de llegar se difundió un sketch en el que recibía en la Casa Blanca una llamada desde La Habana de su protagonista, el viejo Pánfilo, que lo invitaba a quedarse en su casa y a usar su cama doble –aconsejándole que Michelle durmiese “para la parte del colchón que está pegada a la cómoda” porque “la otra parte tiene un muellecito salido”–. Ya en La Habana grabaron otro pasaje en el que Pánfilo le enseña a jugar al dominó en una escena con un Obama algo rígido y el humorista sacando adelante un guión con puyas políticas.
–No es fácil –concluye el presidente.
–No es fácil, pero tampoco es difícil –acota su anfitrión.
El principio de no contradicción no rige Cuba, como sabe con certeza el intérprete de Pánfilo, Luis Silva (La Habana, 1978), licenciado en Ciencias de la Computación y exprofesor universitario de Lógica Matemática. “Yo, por ejemplo, estudié cinco años de cibernética sin una computadora en casa”, dijo en una entrevista en febrero durante una semana de actuaciones en Miami. Al borde del cambio de milenio Silva tomó la decisión de ser programador en un país que escribía a mano, e, ilógicamente, terminó siendo una estrella de la televisión. “El destino hace con uno lo que le da la gana, y me llevó, sin disgustarme, al humor profesional, que disfruto muchísimo”. Hoy el cómico más atinado de la Cuba socialista es un hombre cuya vocación real eran las Ciencias Exactas.
En Indagación del choteo, una conferencia dictada en 1928, año de la última visita de un presidente de Estados Unidos antes de Obama, el ensayista Jorge Mañach reflexionó sobre la cultura del humor en su país. “El cubano medio”, escribió, “posee una notoria vis cómica, como todos los pueblos de rápida actividad mental”, y resaltó su utilidad en una sociedad injusta que había pasado del control colonial a otro neocolonial. “Le ha servido de amortiguador para los choques de la adversidad; de muelle para resistir las presiones políticas demasiado gravosas y de escape para todo género de impaciencias. En otras palabras, ha sido entre nosotros un descongestionador eficacísimo”. Esa tradición de la burla y de la “desvaloración” de la autoridad, con raíces cruzadas en las psicologías española y africana, tuvo un antes y un después tras la Revolución de 1959, que impuso un respeto maximalista al sistema arrinconando el desahogo social al espacio privado –con niveles paranoicos de celo– y dando pie únicamente al humor blanco en el espacio público. Ya con la caída de la Unión Soviética, el hambre y la erosión de la autoridad del castrismo se entró en una fase de reapertura controlada de la espita de la crítica costumbrista. En un texto de 2012 titulado El choteo y su relación con la jodedera consciente, el escritor exiliado Rafael E. Saumell decía: “Hay una generación de humoristas posterior al llamado Periodo Especial a la cual se le ha dado la oportunidad de practicar un choteo incisivo. El comediante se puede reír de las privaciones de la vida cotidiana y tiene permiso para llamarlas por sus propios nombres, pero hay una excepción en esta licencia: la causa resulta intocable”.
Justo a la salida de ese periodo de carencias extremas, Luis Silva empezó como hobby, siendo aún adolescente, a participar en espectáculos de humor. En 2001, mientras cursaba cuarto de Computación, presentó en un festival un monólogo titulado El pan en los tiempos del cólera, protagonizado por Pánfilo, un anciano obsesionado con el pan y temeroso de que se eliminase la libreta de abastecimiento. En 2007, siendo profesor universitario, pasó a interpretarlo en un programa de televisión. Un año más tarde, el presentador principal se marchó a Estados Unidos. “Pensé que el personaje de Pánfilo se quedaba sin trabajo y en el olvido. Pero enseguida, en el 2008, me llaman a hacer Vivir del cuento”, explicó. Ese año Raúl Castro asume el poder y se inicia un segundo estadio reformista y de asunción autárquica de errores, ni mucho menos de aceptación de la oposición, que corre paralelo a la promoción y al éxito del show. “[Al principio] tenía un horario de transmisión muy malo, los domingos a las cinco de la tarde. A esa hora muy pocos lo veían. Pero ya en el 2009, la Televisión Cubana lo pasa a horario estelar: lunes a las ocho y media de la noche. A partir de ahí comenzó a popularizarse. Sobre todo porque empezamos a tocar temas de la realidad cubana: el transporte urbano, los salarios, la vivienda, etcétera. Todo desde un lente humorístico, crítico pero constructivo. Pocos espacios de la Televisión Cubana tocan por las claras la realidad del cubano. Y esto fue lo que hizo catapultar a Vivir del cuento”. Desde hace años es el programa más visto de Cuba, con un índice de audiencia que ronda el 80% y que hasta su fallecimiento incluía a Fidel Castro. “Me dijeron que llegó a decir que se enteraba más de las cosas de Cuba por nosotros que por el noticiero”, comentó Silva.
“Es la sátira política más incisiva que muchos cubanos hemos visto en nuestras vidas”, afirma Javier Ortiz, periodista de la Televisión Cubana. “Pánfilo habla de Cuba, los otros de cualquier cosa”, dice Abraham Jiménez, de la revista El Estornudo. “Mi sensación con Pánfilo es un poco encontrada”, reflexiona la periodista Marianela González; “es la voz que los cubanos de a pie no tienen en los medios estatales, pero es también, un poco, una válvula de escape de esa presión social que bulle en las calles y que cada día encuentra menos espacios para ser liberada. Y eso conviene al consenso social y político”. La narradora Leidi Fernández de Juan ha escrito: “Ni agresivo ni vulgar, Pánfilo es un ejemplo legítimo del buen gusto estético y de la irrenunciable utilidad del humor como divertimento que trasciende y cala hondo”. “Para suerte de todos, el personaje goza de perfecta salud y de toda la libertad expresiva que cabe esperarse”. En Vivir del cuento, la crítica es el arte de lo posible, un ejercicio de cálculo prudencial. En una entrevista que se puede leer en la propia web de la Televisión Cubana, su guionista Jaime Fort explicó: “Sería absurdo pasarte del límite porque sabes que no va a ser aceptado y pierdes el tiempo y el trabajo. Así que te concentras en lo que puedes decir y tratas de llevarlo lo más lejos posible. Mientras más te atrevas, más sutil tienes que ser. En cuanto a la censura, no puedo explicar cómo es el mecanismo por el cual funciona, pues no lo conozco. Eso sí, he escuchado que los programas son revisados por alguien de arriba antes de salir al aire y que algunas veces han llamado al director para que recorte alguna frase y en otras ocasiones no se ha permitido transmitir programas completos”. Ellos son cómicos, pero critican bastante.
En un capítulo organizan una fiesta para celebrar el 50 cumpleaños de la libreta. En otro, Chequera, el mejor amigo de Pánfilo, se encuentra una paloma blanca de la Sociedad Panamericana de Colombofilia y se hace un guiso con ella. En otro episodio cae en el patio de Pánfilo un meteorito y Chequera lo vende en trozos. En otro leen en la prensa que Cuba ha empezado a exportar carbón de marabú, un arbusto invasivo, a Estados Unidos y Chequera construye en el patio un horno artesanal para quemar marabú. En otro el presidente del consejo de vecinos, Facundo, llega a casa del jubilado con un detector de mentiras. En la televisión aparece un funcionario de la empresa de recogida de basura y al contar que están “haciendo un trabajo exhaustivo” y que se ha “sobrecumplido el plan” el aparato no deja de emitir agudos pitidos. Ahogado de la risa, Pánfilo despide el capítulo: “¡Ay, compañeros, nos vemos la próxima semana!”. “Digo, ¡a lo mejor el próximo lunes no hay programa!”. La trama también tiene algún elemento de humor negro. Uno de los personajes, Ruperto, se pasó 28 años en coma porque en los años ochenta, cuando las subvenciones de Moscú mantenían un relativo nivel de vida en Cuba, recibió un pelotazo en la cabeza viendo un partido de béisbol y no se despertó hasta pasado el Periodo Especial. “Pánfilo siente envidia porque ese fue un lujo que él no se pudo dar”, bromeó Silva.
Su cuenta de Facebook tiene 170.000 seguidores, muchos de ellos cubanos de la diáspora que le dejan comentarios como “Vivo en São Paulo, los veía en Cuba cada lunes y ahora los veo por Youtube”, “¿Cuándo vienen a Paraguay?”, “Vivo en Miami y hasta a mi hijo de seis años que nació aquí le encanta”, o “Yo estoy de misión médica en el Congo. Un beso y que dios te siga llenando de bendiciones”. El nombre de la cuenta es Luis Silva Pánfilo, pero en ella se expresa el intérprete, más que el personaje. El pasado 14 de marzo escribió un largo post en el que se quejaba de “los absurdos de nuestra bella isla” contando unas anécdotas. Su esposa había vividos dos episodios en tiendas del Estado. En una le habían pedido que saliera porque llevaba una cartera susceptible de ser empleada para robar algún producto. “Mami, hace falta que no te me demores aquí dentro”, le dijo una dependienta; y en otra le prohibieron tomar una fotografía de una mesita para la sala que se estaba planteando comprar. “Mami, aquí no se puede tirar fotos”, le indicaron. La otra anécdota era una experiencia propia en un mercado al que había ido a comprar jamón, pan y mayonesa. “En la caja donde se paga el jamón, no se puede pagar ni la bolsa de pan ni la mayonesa. En la caja donde paga la bolsa de pan no se puede pagar el jamón. Y donde se paga la mayonesa, no puedes pagar ni el pan ni el jamón”. Silva, cabreado, terminaba su texto: “Amigos míos, aquí no hay nada de ficción, ni fantasía. La pura realidad. Estas tres historias, ¿serán culpa del injusto y cruel bloqueo? Pues sí es así, entonces, abajo el bloqueo. Perdón, abajo los dos bloqueos”. El mismo día había mostrado su amargura por el papel de Cuba en una competición de béisbol. “Nuestros narradores dicen que este equipo es el más discreto que hemos llevado a un clásico. Qué bonito eufemismo”. Para Silva, la pelota no es un chiste. Fanático de Industriales, el equipo de la capital cubana, en el garaje de su casa tiene un escupebolas automático y batea a solas contra una malla.
El mes anterior había viajado a Miami con otros compañeros de reparto para dar una serie de actuaciones. Desde su aparición con Obama, creció el interés por verlo al otro lado del estrecho de Florida y Silva acude con frecuencia a trabajar en Estados Unidos. El sueldo estatal de la mayor estrella de la televisión cubana es de unos 150 dólares al mes. Aunque es siete veces más que la media de un empleado público, es una cantidad que no basta en La Habana para vivir con algún bienestar con un hijo adolescente y una niña pequeña.
El viernes 10 de febrero se presentó en un restaurante cubano recién inaugurado. La entrada costaba 60 dólares. “No lo estoy cobrando caro”, dijo el propietario, Michel, un tipo joven con cara de pícaro, engalanado con un saco blanco con estampado de flores, con una camisa negra abierta y un colgante dorado al cuello. Cobraba con una tablet tras una mesilla de recepción adornada con una escultura de un gallo de pelea. Hasta que el espectáculo empezó, los espectadores comieron. Generosas bandejas de comida cubana iban siendo consumidas con cerveza y licor entre el retumbante reguetón que salía a todo volumen del equipo de sonido del restaurante. El fallecido maestro del son Compay Segundo asistía a la kermés desde dos retratos decorativos. Al fin fueron pasando los personajes, Facundo, Ruperto, Pánfilo y Chequera. Pánfilo hizo un chiste sobre la eliminación de la política de acogida en Estados Unidos a los emigrantes cubanos indocumentados. Dijo que un vecino le había preguntado dónde estaba Florida y él le respondió que de frente todo recto desde el Malecón. “Pero ahora no cojas pallá porque esa autopista la cerró el mulatico [Obama]”. Bromeó con la perplejidad que le causó que en un supermercado de Miami se vendieran los panes abiertos para facilitarle al comprador la elaboración de sus bocadillos. “Saben que la gente compra panes para meterle algo dentro. Ahora es que me doy cuenta de por qué allá los panes los venden cerrados”. Contó que al papa Francisco en Cuba lo trasladaban en un Peugeot cuyo precio de venta al público en la isla es de 262.000 dólares y dijo que el león, logotipo de los coches de la marca francesa, se iba tapando la cara con las patas de la vergüenza que le daba. También hizo un chiste sobre Internet. “Dicen en el noticiero que lo van a poner en casa de todos los cubanos, pa todo el mundo, a partir de 2020. Imagínate que yo tengo ya 78 años. Si estamos en 2017 y el Internet viene en 2020, yo espero que en cementerio pongan wifi. Yo ya dije: “El día que me muera que me entierren con el laptop por si acaso". Y ya me veo metido en Facebook: yo chateando con Chica Sexy Fallecida:
–Mami, ¿de dónde tú eres?
–Yo soy de aquí del Panteón de los Gallegos".
El día 14 actuó en una sala de espectáculos. En la fila de entrada, la cubana Adilén González, de 28 años y llegada a Estados Unidos hace cuatro, rememoraba los inicios de Pánfilo.
–Oh my god, eso fue algo que realmente gustó.
Aquella noche de San Valentín, Miami sacó sus mejores prendas y parte de la concurrencia seguía la moda inspirada por cantantes reguetoneros como Chacal, Osmany García, Gente de Zona o Jacob Forever. Cortes de pelo con delineaciones de complicada arquitectura, joyería gruesa y chulería Tony Montana entre ellos. Ellas: muy ceñidas con estampados felinos, implantes, melenas lisas. [Una manera de imaginarlo sería intentar concebir lo opuesto a Leonard Cohen haciendo yoga con una túnica negra]. Ya en la sala, con Silva sobre el escenario caracterizado con el sombrero y la ropa humilde del viejo Pánfilo, la audiencia vapeaba con deleite en pipas de agua, circulaban bandejas repletas de botellas Black Label y en las mesas de primera fila se apreciaba a algún espectador con las gafas de sol puestas, como Jack Nicholson en un partido de los Lakers en los tiempos de Magic Johnson, James Worthy y Kareem Abdul-Jabbar. Mientras el cómico desplegaba sus bromas sobre los avatares cotidianos de los cubanos, varias cabezas se giraron para mirar a una camarera que pasaba con una botella de champán que echaba chispas por la boca.
Al terminar, Silva se metió en un camerino. Se sentó en el sofá. Otro cómico había subido al escenario y se oían carcajadas. “Ahora se están riendo”, dijo, ya sin la barba y el bigote postizos. Al humorista más famoso de Cuba lo había frustrado la audiencia. “Demasiada cadena de oro”. Habituado en Miami a “un público bueno, de familias y cosas así”, se sentía como si hubiera estado “picheando [tirando, en jerga beisbolera] palabras al vacío”. Le preguntaron qué quería beber. No respondió. Cuando se lo volvieron a preguntar, se percató. “Un agua, un agua”. “Me han cogido estresao”, se excusó. Por el cuarto iba pasando un cubano tras otro para darle la enhorabuena. “Pánfilo, felicidades mi hermano”, le decían. Pero el amante de la pelota solo se animó cuando entró por sorpresa Yulieski Gurriel, un beisbolista que saltó a los titulares en febrero de 2016 cuando se fugó por la noche en Santo Domingo del hotel de concentración de la selección cubana para emigrar a Estados Unidos y fichar por un equipo de la Major League Baseball. Silva se levantó del sofá, se le acercó imitando los pasitos vacilantes de Pánfilo y ofreciéndole su libreta de abastecimiento, le dijo con pitorreo: “Mira, yo no he cogido el arroz de este mes, pa que cojas algo”. Gurriel sonrió entre aplausos. En julio de 2016 había rubricado con los Astros de Houston un contrato de cinco temporadas por 47,5 millones de dólares.