Con su bandera estadounidense,
Llorente empañó el “paradisíaco” Primero de Mayo que pretendía vender el régimen
Daniel Llorente, durante la visita de Barack Obama a la embajada de EUA en La Habana (foto del autor) “Los cubanos tienen miedo a decir la verdad”
Augusto César San Martín | La Habana | Cubanet “A los cubanos nos hace falta unidad, tomar las calles y exigir nuestros derechos”, me dijo en diciembre del pasado año Daniel Llorente Miranda, sobre las perspectivas de Cuba para el 2017.
A Llorente lo encuentro en casi todos los eventos públicos importantes que se desarrollan en la capital: desde una regata hasta la conga de Mariela Castro con su particular comunidad LGTBI. Siempre viste un pullover con la bandera cubana y lleva en su bolso una bandera estadounidense, lista para abrazarlo como una manta.
Hasta el momento de su acto de protesta en la Plaza de la Revolución durante el desfile del Primero de Mayo, su manifestación se limitaba a caminar abrazado por la bandera norteña. Esta vez, el manifestante hizo lo que consideró necesario: marchar en solitario para expresar lo que la mayoría de quienes desfilaron seguramente querían decir.
Lo logró, porque fue su deseo individual lo que demostró la iniciativa de sus actos, armónicos con su forma de pensar. Este desafío frente a los “dioses rojos” despierta sed de sangre, de ahí que la primera reacción oficial fuera la golpiza represiva. Seguirá el descrédito a Llorente, que a esta hora debe haber sido diagnosticado con desequilibrio mental sin medicación y catalogado como antisocial, por su nula participación en las actividades revolucionarias.
En uno de nuestros encuentros públicos me dijo, mientras lo entrevistaba:
“La libertad comienza en la mente y eso algo que tiene que cambiar en los cubanos, tienen miedo a decir la verdad. La verdad es que en Cuba hay un sistema donde el mayor beneficiado es el gobierno. El pueblo trabaja y se beneficia el Estado¨.
Puedo asegurar que este solitario opositor al gobierno es consecuente con su forma de pensar como ciudadano, sin afiliación a partidos o “pagado como mercenario”, como lo han acusado durante sus manifestaciones.
”Es mi derecho el ir a cualquier lugar en Cuba con la bandera de Estados Unidos (…) Esa es mi forma de expresar y no le hace daño a nadie”, me dijo durante una de las jornadas contra la homofobia desarrollada por el CENESEX.
No es el pueblo quien lo reprime En nuestros ocasionales encuentros en actos públicos, nunca escuche críticas del pueblo en contra de su peculiar protesta, como aseguran los medios oficiales e internacionales de prensa.
Fue un agente policial encubierto quien comenzó a llamarlo “vende patria” durante la entrada a La Habana del crucero Adonia, el 2 de mayo del 2016 (a pesar que el pueblo esperaba a otros cubanos que en su momento también fueron considerados “vende patria”).
Quienes se encontraban esperando en el muelle consideraron normal que alguien estuviera parado con una bandera estadounidense sobre sus hombros, vistiendo un pullover con la bandera cubana.
Pocos minutos después de que el agente policial exaltara los ánimos con ofensas, se sumaron sus colaboradores, apostados para vigilar el recibimiento del “enemigo”. Luego se acercó uno de los autos patrulleros para arrestar al “manifestante”.
Llorente ha pasado desapercibido entre el público de un evento, exhibiendo sus dos banderas. Sucede así cuando la vigilancia policial es débil y porque la mayoría de los cubanos no interpreta el mensaje que ofrece: somos nosotros los promotores del cambio, mensaje extraído del discurso del presidente Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana, durante su visita a Cuba
En su intento de cambiar las cosas desde la Isla, Llorente empañó la campaña de conformidad laboral que emitían los medios oficiales. Durante la jornada del Día de los Trabajadores, la televisión cubana, en cadena, transmitió una batería de imágenes de manifestantes japoneses, españoles, rusos… exigiendo mejoras laborales. “Algo que no sucede en Cuba”, repitieron una y mil veces los conductores de la televisión.
Este solitario manifestante necesitará una infinita solidaridad internacional y de los cubanos para no ser procesado penalmente. En Cuba, no sentir temor de llevar a la práctica el pensamiento, tiene consecuencia carcelarias, que ahora amenazan al manifestante pacífico.
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