La realidad es que el entendimiento externo de la
dinámica emocional-sexual del mundo homosexual sigue en sus mínimos.
La insoportable levedad del gay
Por qué los heterosexuales siguen sin entender a
los homosexuales (aunque se supone que hemos alcanzado la normalización).
Y, por fin, se empieza a hablar del tema. A escribir y a publicar. Se representan obras en Broadway como 'Significant other', donde el protagonista gay se queda sin amigas al llegar a la treintena, su abuela le dice "cuando enviuden volverán a ti", pero acaba saliendo por la noche con el único homosexual de su empresa. Un artículo sobre la soledad homosexual escrito por Michael Hoobes en el Huffington Post se hizo viral y fue también muy crítico con la propia comunidad. Y el psicólogo Gabriel J. Martín acaba de publicar el libro 'El ciclo del amor marica' (Editorial Roca), un ingenioso manual para navegar por el mundo de las emociones homosexuales. Pero, claro, la gente se pregunta: ¿Es necesario? ¿Es victimismo? ¿No estábamos caminando hacia la normalización?
Rebobinemos. Los homosexuales nacidos de los 80 en adelante tuvimos la suerte de llegar, como quien dice, a mesa puesta con el tema de la aceptación y los derechos. Durante nuestra juventud, nuestros amigos heterosexuales se unían a los planes en bares gays. Llegaron Boris Izaguirre, Pedro Zerolo y el Grindr. Y se acabó el (a veces añorado) oscurantismo.
Pero tras una juventud (que afectó a varias generaciones) marcada por el espejismo de la comunión, ahora que nos vamos haciendo (emocionalmente) mayores, llega el momento de la divergencia. Cuando la vida se va poniendo seria, parece que nosotros no lo somos. ¿Por qué?
Chocamos, por un lado, con la incomprensión del heteropatriarcado hacia la reinvención de los modelos emocionales y la estigmatización de la promiscuidad. Esas moderneces de la pareja abierta, de la trireja, de los modelos permeables… mejor no nos cuentes. La insoportable levedad del gay. Por otro, emergen unos cuantos obstáculos internos en la comunidad que habían quedado eclipsados por el hedonismo.
Por partes. A pesar de los esfuerzos de los amigos de siempre, es todavía difícil encontrar empatía en la otra acera cuando se plantean crisis emocionales después de una excursión a una sauna en pareja, o cuesta explicar sin justificarse qué falló en tu pareja abierta que se acabó por algo que nada tenía que ver con la infidelidad.
La realidad es que el entendimiento externo de la dinámica emocional-sexual del mundo homosexual sigue en sus mínimos. Y, por poner un ejemplo, todavía no se puede hablar de gonorreas como si fueran hongos de piscina.
Los nuevos modelos ponen en alerta a los viejos, y frases como "quien juega con fuego se quema" se leen en la mirada del otro, si no se oyen de su boca. Y así, tras la desarmarización sexual e identitaria que a muchos nos trasladó la sensación de que ya no necesitábamos al colectivo para nada y éramos la generación de la normalización, vino el revés cuando intentamos ser felices en el amor y nos dimos cuenta de que el círculo de personas a las que acudir ante una crisis emocional del nuevo modelo se reduce, prácticamente, a aquellos que también lo están practicando.
Así que, más allá de la razón principal apuntada para justificar la soledad homosexual a los 40 años (los heteros se casan y tienen hijos), quizás el repliegue hacia el gueto amistoso-emocional viene dado por un modelo de vida que todavía incomoda a la mayoría, como queda patente que el atentado de Orlando creara tantas resistencias a ser considerado un ataque a la comunidad gay, o el hecho de que el PreP, el tratamiento preventivo para el VIH, siga encallado en la sanidad pública.
Es por eso que, como el feminismo de la diferencia, el colectivo gay tiene que enarbolar (y está enarbolando) con fuerza la defensa de su propio modelo social y emocional. Necesita, como dirían los sociólogos, un marco o un paradigma, porque que la sombra de la marginalidad emocional se hace alargada.
Tras años de trabajo psicológico específico para homosexuales, Gabriel J. Martín explica, en declaraciones a GQ, que existe la necesidad de encontrar "unos referentes, alguien que hable en tu idioma de lo que ocurre en tu cultura y en tu mundo, que dé soluciones que sean para ti. En un manual heterosexual no se habla de estos temas". Y punto.
Pero hasta ahí los balones fuera. Los balones dentro también nos recuerdan que, aun en tiempos de tolerancia, salir del armario sigue siendo un proceso que pasa por una fase necesariamente inhibitoria y las consecuencias se arrastran más de lo que nos gustaría pensar.
"Somos gente que durante mucho tiempo tuvo miedo a contar cosas suyas,que tuvo miedo a que los demás se inmiscuyeran en su vida por miedo a descubrir su homosexualidad. Como mecanismo de defensa hemos desarrollado un escudo protector que impedía que los demás entrarán en nuestra vida más íntima, y eso crea una barrera para conectar íntimamente con los demás", explica Gabriel J. Martín, quien tituló su libro anterior “Quiérete mucho, maricón”, apuntando también la necesidad de aceptación natural de las diferencias dentro de la propia comunidad.
Y es que, antes de llegar al público general, quizás esta corriente teórica tenga que hacer una primera parada en la comunidad gay, pues los modelos de relación que desafían a la heteronormativa todavía desestabilizan, por la incertidumbre que generan, a los propios homosexuales, que no escapan al machismo, a los celos, al instinto posesivo ni a la homofobia interiorizada. Temas muy graves dentro de nuestra cacareada levedad.
Escrito y publicado por Mateo Sancho en GQ