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General: COLOMBIA: LAS PROSTITUTAS CON PENE
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 16/05/2017 20:26
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Las prostitutas con pene
             Por Ian Schnaida — Con La Oreja Roja
—¿Cuánto cobras? –Fue lo primero que escuchó ella cuando contestó la llamada.
  
—Papi, yo…
  
—Mentiras, no me digas precios –Interrumpió el hombre antes de poder escuchar la respuesta– yo sé cuánto vale alguien como tú. A las 08:00 p.m. te recojo en el Parque de El Poblado.
  
Colgó la llamada y a los dos minutos el mismo número aparecía en la pantalla.
  
—¿Cuál es tu carro favorito?
  
—¿Cómo así? –Preguntó extrañada.
 
—Es que yo te quiero recoger en un carro que a ti te guste.
 
—A mí me gusta el MiniCooper, me parece bonito.
 
En efecto el hombre llegó en el vehículo mencionado. Ella se separó unos cuantos cabellos que le tapaban el rostro y dejó ver unos labios carnosos y finamente contrastados con sus ojos miel recubiertos de abundantes pestañas naturales, única herencia de su madre.
 
—Eres más bella que en las fotos. –Le dijo el hombre mientras ella se subía al vehículo.
 
—Tan querido. –Le respondió con coquetería.
 
Él empezó a sobarle la pierna con una mano y con la otra piloteaba el volante mientras ella calculaba con base a su ropa cuánto podía cobrarle por su compañía, quería cerrar la noche con una buena cifra antes de irse de rumba con una amiga que la estaba visitando y a la cual, sin saberlo, tardaría más en ver de lo que planeaba.
 
Tenía 15 años la primera vez que Cristian Ocampo se aplicó maquillaje, 16 cuando empezó a dejarse crecer el cabello y 17 el día que decidió que sólo usaría ropa de mujer. Aún su cuerpo de hombre no se había terminado de formar y era el momento perfecto para empezar a tomar hormonas femeninas que más tarde terminarían por ensanchar su cadera, reducirle el vello facial y descolgarle un poco los senos que 6 meses más tarde llenaría con unas prótesis que se costeó ella misma en tan sólo 4 semanas de ahorro.
 
En una cultura tan machista como la caleña cualquier símbolo de feminidad era motivo para una dañada de extensiones más paliza dada con los mismos tacones que llevaban puestos, o un ataque a distancia con pistolas de paintball que disparaban balines a las “habichuelitas” –Forma despectiva que usaban para referirse a los jovencitos homosexuales que por esa época vestían con la ropa muy ceñida al cuerpo–; sin embargo, Bárbara Mantilla, nombre que adoptó desde entonces, contaba con su padre, quien la apoyaba a pesar de los comentarios temerosos de su madre sobre lo que se escuchaba por ese tiempo del transexualismo.
 
Sin terminar su bachillerato, se planteó un futuro que pocos caminos le ofrecía, pues en Colombia, casi por regla general, si uno es transgénero tiene dos opciones: estilista o puta, y Bárbara no quería una peluquería. Empezó a publicarse a través de páginas web donde colgaba fotografías insinuadoras y coquetas pero sin revelar su rostro y a través de las cuales podía ganar hasta 3 millones al mes, por lo cual pensó que en otra ciudad, donde no tuviera que guardar apariencias ni recato, podría irle mejor. Contra todo pronóstico de amigos y deseo de la familia se trasladó a Medellín y en tan sólo ocho días se ganó 5 millones de pesos.
 
En Cali guardaba sus apariencias, pero en la tierra de la bandeja paisa no había necesidad, pues no era “la hija de” sino la hembra con pene que se paraba con sus senos de copa 34 a seducir a quienes buscaran un poco de Amor, o de Amor Rincón, como se hizo conocer en las calles y en páginas web.
 
En unos pocos años había pasado de ser el niño insípido que no se identificaba con el sexo masculino a ser una mujer de rostro hermoso y cabello envidiable que podía borrar con sus curvas a cualquier fémina que se le parara al lado, y si bien acostarse con hombres por dinero no era algo que le fascinara, tampoco encontraba muchas alternativas laborales que le llamaran la atención, pues le cerraban la puerta cuando veían la cédula de varón y la comparaban con su apariencia.
 
Tampoco es que se quejara, aún tenía semanas en las que hacía hasta 4 millones de pesos y con eso podía vivir cómoda y tranquila donde quisiera, y si bien para trabajar prefería la zona de El Poblado, donde le llegaban los mejores clientes y donde la recogió el extraño en el MiniCooper, eran más los días que la reservaban por completo para uso y disfrute uno de sus clientes regulares.
 
A pesar de estar impresionada porque la habían recogido en el carro que ella había dicho, el hecho en sí le causaba más miedo que satisfacción, pues nadie tiene que impresionar a quien le está pagando por gustarle.
 
Acordaron un millón de pesos desde el momento en que se montó al auto hasta las 02:00 de la madrugada y ya tenía en su billetera un adelanto de 400 mil pesos, lo que cobraba normalmente por un rato.
 
—Quiero coca. –Le dijo él en tono mandón.
 
—Yo sé dónde hay. Vamos que allá venden la mejor. – Le respondió con el mejor ánimo de complacer a su cliente y de traerlo a su harem personal de hombres que pagaban casi semanalmente por ella y de los cuales obtenía las mejores ganancias, ya que prefería repetir sólo con los más generosos o con aquellos que realmente le atraían, características que, por otro lado, casi nunca coincidían.
 
Se dirigían al sur y llegando al barrio Sandiego él mencionó que por ahí cerca trabajaba una amiga suya que le encantaría saludar. Bárbara empezó a tragar entero porque en ese sector se paran sólo las mejores transexuales de Medellín y ella no es que fuera la más querida entre sus colegas. Según ella porque foránea y bella no eran una buena combinación para la competencia. 
 
—¿Vos recogés cualquier travesti de la calle? – Le preguntó con intención de hacerle cambiar de rumbo.
 
—No, cómo se te ocurre, yo soy un caballero. Yo no recojo travestis en la calle. –Y acto seguido gritó enérgico: ¡Paloma!
 
Una de sus colegas, alta y rubia se acercó al vehículo y lo saludó con confianza.
 
—Montate pa’ que pasemos bien bueno.
 
—Un momento –Dijo Bárbara- ese no es el trato que acordamos y no me siento cómoda con la situación. Si ella se va a montar dejemos así, yo me llevo la plata que ya me diste y todos tan felices.
 
—Tranquila, princesa –le dijo- yo no le voy a hacer nada que no le guste.
 
Ante la mirada de inconformidad de Bárbara, el hombre volvió a arrancar el vehículo sin incluir esa segunda invitada hasta que llegaron al expendio de droga. Compró 3 gramos en 3 bolsitas plásticas por 15 mil pesos, armó 2 líneas con el contenido de una de ellas y las esnifó sin más. 
 
Bárbara no le hacía el feo a las drogas, pero prefería no consumirlas mientras trabajaba porque ya en varias ocasiones había amanecido sin memoria y sin dinero en cualquier hotel por haber perdido la conciencia con los clientes menos inescrupulosos, así que se negó ante el usual ofrecimiento por precaución y esperó paciente.
 
Avanzaron 3 bloques hasta una calle oscura y él volvió a tocarla, parecía que había llegado la hora de trabajar. Como de costumbre, Bárbara empezó a pretender que él le encantaba, como tenía que hacer con todos los clientes para que no notaran su desinterés ante una barriga grande y peluda, un rostro viejo o un pene desagradable, ya que si bien ninguno de estos le gustaban, también llegaban a pedir sus servicios.
 
La calle estaba poco iluminada y había que acercarse mucho al vehículo para poder observar qué sucedía al interior; pero tampoco había mucho para ver. El hombre, pese al morbo con que la tocaba, no parecía muy excitado.
 
—Pero no te estreses. – Le dijo Bárbara al notar que él no lograba la erección y su humor iba poniéndose desagradable a pasos agigantados.
 
—Desnúdese. –Ordenó él.
 
Sumisa, terminó de subir el vestido hasta quitárselo, desabrochó su sostén y luego bajó sus tangas por las cuales ya se asomaba un miembro viril impropio de su apariencia femenina.
 
Él trató de abarcar todo su cuerpo con manos y labios; pero tras dedicarle unos minutos a recorrer su figura, seguía sin reaccionar, así que se subió el cierre y arrancó el vehículo nuevamente mientras maldecía y arrugaba el ceño.
 
Bárbara empezó a vestirse apresuradamente y ya hacía cálculos de cuánto faltaba cobrarle al hombre, al fin y al cabo, ella cobraba por su tiempo, lo que hicieran con ella en esos minutos ya era asunto del cliente. Él aceleró el vehículo todo lo que pudo y sus ojos, llenos de sangre, ni siquiera volteaban a mirarla.
 
Metros más adelante, el MiniCooper se estrelló en una curva que el conductor no supo medir, dejándolos a ambos inconscientes y heridos a pocos metros del vehículo. Bárbara se despertó minutos después algo confusa, preguntando qué había pasado mientras un paramédico le administraba suero y otro le limpiaba las heridas que tenía en sus piernas, brazos y rostro.
 
—¿Quién estaba con mi marido? –Gritaba una mujer con desespero mientras veía las heridas de su esposo, hasta que uno de los policías le señaló la ambulancia.
 
—¿Cuánto se te debe? –Le dijo a Bárbara sin mirarla.
 
—No entiendo, señora. –Dijo ella, pensando que en ese momento lo menos que quería eran problemas con esposas, y el dinero no le hacía falta.
 
—Sí, por lo que fuera que estuviera haciendo con mi marido, sinvergüenza.
 
Bárbara, herida pero tratando de evitar un escándalo mayor, se paró de la camilla y cojeando se fue a tomar un taxi. Los paramédicos trataron de impedírselo pero tampoco insistieron mucho ante su negativa. Ella no los necesitaba, tantas veces la dejaron sin atención por tratarse de un transgénero, que ya se había acostumbrado a hacerse sus propias curaciones.
 
Antes de llegar a su apartamento, ubicado a pocos minutos del Parque Lleras, se bajó del taxi en una farmacia de guardia y compró algunos implementos que le hacían falta a su botiquín; pero antes de que se lograra subir nuevamente al vehículo, la tomaron por el cabello con tanta fuerza que terminó tirada en el piso. Era la esposa del cliente, alcanzó a reconocerla mientras esta le pagaba la carrera al taxista para que se marchara, ya que habría podido defenderla.
 
En una situación normal, Bárbara la habría enfrentado, pero tras el accidente se encontraba bastante lastimada y con pocas energías para defenderse, así que no puso mucho resistencia cuando la mujer se le fue encima con una piedra a golpearla mientras la maldecía. Sintió varios golpes en el rostro hasta que perdió la conciencia. 
 
Era más de media noche y al tratarse de un mundano martes las calles ya estaban desoladas, así que la mujer tuvo todo el tiempo para desahogar su ira contra Bárbara que casi se convierte en una más de las 600 personas LGTBI asesinadas entre 2011 y 2015.
 
De ese encuentro le quedaron 3 huesos rotos, múltiples heridas alrededor del cuerpo y 2 cicatrices: una en rostro y otra de la prótesis de seno explotada que por poco le cuesta la vida. Estuvo hospitalizada 45 días y tuvieron que pasar 12 meses para que pudiera volver a ponerse busto, esta vez dos tallas más grande para así compensar la espera. En el tratamiento médico y el proceso de recuperación se gastó hasta el último viso de sus ahorros, así que apenas pudo volvió a colgar sus fotografías y rescató la línea telefónica que usaba para los clientes.
 
Tras un par de días notó que algo había cambiado en ella, encontraba repulsivo casi cualquier hombre y evitaba contestar las llamadas que pretendían sus servicios, especialmente las de aquel cliente que insistía en buscarla aún con lo sucedido. Con poco dinero y muchas preguntas se fue a vivir al centro de la ciudad a un apartamento compartido; pero tras un par de semanas de cuestionamientos que no llevaron a ninguna parte y necesidades que no podía satisfacer sin dinero, se puso los tacones y se fue a la calle a encontrarse con el destino que tenía tan aprendido y del cual está convencida es lo único que puede hacer en este país, donde las ‘mujeres con pene’. como algunas de ellas se definen, sólo pueden ganarse la vida cortando cabello o ejerciendo la prostitución. Una problemática sobre la cual hay progresos, pero a la que le falta mucho camino para llegar a feliz término.
 
ACERCA EL AUTOR:
Ian Schnaida
Periodista, docente, director de Con La Oreja Roja 
 
 
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En memoria a la española transexual, Cristina Ortis, fue más conocida como La Veneno
 


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