Cuba: así no
La apertura de un centro comercial de lujo en La Habana es noticia en medio de la recesión
DIEGO GARCÍA-SAYAN - EL PAÍS La apertura de un mall de lujo no es ya noticia en ningún país latinoamericano, con una excepción: Cuba. Tema de comentario tanto por los locales como por la prensa internacional, la inauguración del mall Manzana de Gómez en La Habana hace unos días despertó curiosidad no sólo en habitantes de la capital sino en turistas del extranjero.
Empleadas que ganan apenas el equivalente de 12 dólares al mes vendiendo cremas rejuvenecedoras a 160 dólares la onza o cámaras de fotos a más de 7.000 dólares, significa para algunos optimistas algo alentador pues atraería más turistas; para otros locales apuntaría a socavar el sueño de una sociedad igualitaria en la que algunos de esos productos cuestan más que los ingresos de toda una vida de un empleado del Estado.
Esto ocurre en medio de la recesión más grave en Cuba desde el dramático Período Especial que siguió al colapso de la Unión Soviética a inicios de los noventa. Sin una gravedad tan seria como la de esos años, la crisis política en Venezuela ya le ha significado a Cuba una disminución drástica en los envíos de petróleo y en pagos por servicios de personal médico cubano en Venezuela. Ese mall u otros parecidos significan, en ese contexto, muy poco dentro de un marco de un déficit fiscal de más del 10%.
La recesión actual se suma a una economía ya despatarrada. El crecimiento de la inversión estaba ya trabado por una maraña de reglas e intereses que no tienen que ver con la crisis venezolana. Con precisión The Economist ha hablado del doble embargo que hoy afecta a Cuba.
Uno es el ya conocido: la política de Estados Unidos, relajada un tanto en los últimos meses del Gobierno de Obama. El otro son las políticas paralizantes de una convocatoria realmente ambiciosa a la inversión nacional y extranjera, que han acabado por generar una economía de escasez permanente, una estructura de ingresos caótica e impredecible y una plaga de corruptelas. Por ejemplo, para importar mobiliario y equipo para una inversión, el particular no lo puede hacer transparentemente (monopolio del Estado) por lo que los ingeniosos la hacen pasar como “repatriación” de efectos personales.
Pese al aumento acelerado del ingreso de turistas extranjeros en los últimos dos años, llama poderosamente la atención el muy limitado impacto que eso viene teniendo en la inversión. Esta podría ser inmensa y no lo es. El sector hotelero, por ejemplo, se encuentra cuasi monopolizado por la empresa estatal Gaviota —de propiedad del ejército— que da un servicio muy caro y a la vez deficiente. Con esa empresa tiene que asociarse cualquier inversionista extranjero. Pero tiene que estar dispuesto no sólo a ese forzoso matrimonio, sino a asuntos más disfuncionales como el que sólo sea a través de ella que, por ejemplo, la gerencia del hotel contrate al personal que trabaje en el hotel.
Mientras un firme pragmatismo no abra caminos distintos serán escasos los caminos de salida a una situación en la que cualquier funcionario altamente calificado del Estado gana en un mes lo que un guía turístico o taxista gana en medio día. Hay modelos de apertura económica (Vietnam, China, etc.) que han funcionado. Como lo ha explicado la institución Brookings, con mejores políticas de promoción de la inversión, para el 2030 el turismo podría estar generando más de 10.000 millones de dólares, el doble de lo que suman todas las exportaciones de la isla. Eso va más allá de episódicas aperturas de malls de lujo.
Se está, pues, ante grandes dilemas que en apariencia parecerían ser ideológicos. En realidad se trata de un conjunto de intereses de grupo y de instituciones que perderían mucho poder de flexibilizarse ante la inversión, tanto extranjera nacional. Acabar con este “embargo” interno —cubierto de ideología y de retórica igualitaria— no es fácil. Si, como parece, hay un grupo relevante en el Estado que no está dispuesto a perder poder, cambiar esto requiere decisiones impostergables para que la isla encuentre un rumbo de crecimiento sostenido y
de merecido bienestar.
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