Y vuelta a las banderas estadounidenses
Fernando Dámaso | La Habana | Diario de CubaEl estercolero oficialista cubano está revuelto, censurando a quienes tienen la osadía de demostrar públicamente su respeto a la bandera norteamericana sin, por ello, manifestar irrespeto por la cubana. Los acusan de vendepatrias y anexionistas, aplicando la gastada fórmula de "o blanco o negro" sin otras opciones, donde demuestran su dogmatismo e intolerancia genéticos.
Le quieren dar, para entretener y desviar la atención de los ciudadanos de cuestiones más importantes, una connotación de la cual carece. ¿Por qué no censuran a quienes enarbolan y utilizan la bandera venezolana, o cualquier otra, en sus prendas de vestir? Parece que el problema es con EEUU, más allá de su bandera.
Es una realidad incuestionable que una gran parte de los cubanos, principalmente las nuevas generaciones, porten o no públicamente la bandera de las barras y las estrellas o algún elemento de ella, simpatizan con el modelo vecino. Durante muchos años su música, literatura, cine, teatro, artes plásticas, ciencia, arquitectura, deportes, modas y mucho más, ha ejercido una atracción importante sobre los cubanos. Constituye una influencia natural, debido a la proximidad geográfica y a la historia compartida.
En el siglo XIX, EEUU representó el ideal de sociedad al que aspiraban los patriotas cubanos, independientemente de sus defectos y contradicciones. Esto también se prolongó durante la primera mitad del siglo XX. Cambió, artificialmente, durante la segunda mitad, tras la imposición del socialismo por decreto. Habría que preguntarse por qué ahora, en pleno siglo XXI, aparece entre los cubanos de la Isla este reencuentro con EEUU y con sus símbolos patrios?
Pudieran existir diferentes explicaciones. Yo me decanto por esta: A los cubanos, durante 58 años, el Gobierno les ha estado repitiendo, hasta el aburrimiento, que la República fue un fracaso. Esta mentira ha sido apoyada por muchos intelectuales oficialistas, a pesar de que todos saben que la etapa republicana fue la más fructífera y próspera del país, independientemente de sus defectos, donde se construyó todo lo que hoy existe y posee algún valor, y permitió que Cuba, como nación, ocupara uno de los primeros lugares en desarrollo de todo tipo en Iberoamérica y el lugar vigésimo octavo entre todos los países del mundo.
El actual Gobierno ha demostrado, en más años que los que duró la República, su fracaso, siendo incapaz de mantener lo que existía y de crear algo realmente importante. A este Gobierno le corresponde también la responsabilidad por todas las desgracias de los cubanos, así como por el deterioro galopante del país en todos los órdenes, y por su permanente crisis económica, política y social.
Estas situaciones, sumadas a la progresiva pérdida de los aliados ideológicos y garantes económicos del Gobierno, han llevado a muchos cubanos, a perder la poca esperanza que aún mantenían en la capacidad de este para resolver la terrible situación existente, y a poner la vista en el vecino del Norte, como una posibilidad real de lograr una salida.
No es nada nuevo: sucedió en momentos difíciles, durante la Guerra de los Diez Años, con algunas personalidades importantes participantes en la misma, incluyendo, entre otros, a Carlos Manuel de Céspedes y a Máximo Gómez. Se repitió en la Guerra de Independencia y también durante la República. Entonces ¿qué tiene de extraño que suceda ahora, durante la crisis más profunda y prolongada en toda la historia de Cuba?
Si, según las autoridades cubanas, la República fue un fracaso y, de acuerdo a la mayoría de los ciudadanos, este Gobierno y su socialismo constituyen un fracaso aún mayor, ¿qué les queda a los cubanos?
En definitiva, las autoridades, aunque lo nieguen, se mueven hacia un capitalismo salvaje, persiguiendo frenéticamente los dólares estadounidenses, mientras rechazan su bandera. Al menos, los ciudadanos que no se ocultan para expresar sus simpatías por el modelo vecino son mucho más honestos. Ya va siendo hora de ir dejando atrás los dogmas obsoletos, el patrioterismo estéril, la demagogia y la pérdida de tiempo, y asumir valientemente nuestra realidad y acabar de emprender el camino de su solución.
Usar prendas de vestir o artículos utilitarios con elementos de la bandera estadounidense, o inclusive enarbolar la bandera misma, no significa ser anexionista, sino expresar el deseo de cambio ante el fracaso nacional y la carencia de esperanzas reales. De todas maneras, es la bandera históricamente más cercana a la nuestra, y con la que más relación hemos tenido, al extremo de que una parte importante de nuestra población reside en ese país y otra aspira a hacerlo. Estos cubanoamericanos, como es natural, respetan por igual ambas banderas.
Quienes, utilizando las banderas, tratan de dividir a los dos pueblos, son seres sumisos, que sirven al amo que les paga, aunque lleve 58 años oprimiéndolos, y sea el máximo responsable de todas sus desgracias.
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