Alicia Alonso
La caída de un imperio danzario
En el centenario de Alberto Alonso, el Ballet Nacional se desmorona
Por Alberto Lima | La Habana | Cubanet Los tres Alonso que fundaron lo que el mundo danzario llama “escuela cubana de ballet” nacieron condenados a la longevidad. En este mayo hubiera cumplido 100 años Alberto, fallecido en 2007, a los 90. Cuando su hermano Fernando lo siguió, en 2013, no le faltaba mucho para completar el siglo de vida. Alicia, que fuera esposa de este último, y de quien ella recibió el apellido, cumplió ya 96 y sigue con su proa apuntando al centenario.
Pero la compañía que crearon ellos tres, el Ballet Nacional de Cuba (BNC), que en 2018 habrá de cumplir “solamente” 70 años, no está envejeciendo nada bien porque, en primer lugar, vive de recordar las glorias de su pasado, y su presente, como se hace cada vez más obvio, es un declive incesante que, para colmo, no hay quien parezca poder revertir o, al menos, detener.
En estos momentos, el BNC está efectuando la gira más importante de su programa, por España, aunque incluye presentaciones en otros países cercanos. A pesar de que se trata de una de las compañías de ballet más importantes del mundo, a sus bailarines se les sigue pagando desde hace años un promedio de 30 euros diarios de dieta, y no un porciento de la recaudación de taquilla.
Trabajen mal o bien se les paga eso, que en realidad es muy poco dinero, sobre todo comparado con hace unos años, cuando esa dieta representaba algo más de poder adquisitivo. Ello obliga a que los bailarines, y los otros trabajadores que van en la gira, deban arreglárselas como puedan para ahorrar lo más posible.
Así, ya resulta normal que, en los pasillos del hotel, se sienta el olor de la comida que preparan en sus cuartos los bailarines, aunque, por supuesto, ello esté rigurosamente prohibido. Para ahorrar dinero, llevan desde Cuba algunos víveres y los cocinan, casi todos al mismo tiempo, provocando a veces apagones en la instalación hotelera. Los demás huéspedes se quejan de los movimientos en los pasillos y de las ruidosas conversaciones por la noche.
Y no solo es que ya nada de eso asombre, sino que los empleados se acostumbran a ver a miembros de la célebre compañía cubana entrando al hotel con cajas de cartón que han recogido de la basura, además de muebles, equipos electrodomésticos y otras maravillas que se hayan encontrado entre los desechos, y con los que cargan también, sin poder resistir la tentación.
En esta última gira, la situación es peor porque hay muchos jóvenes miembros que solo participan en un evento de tal nivel por falta de mejores sustitutos, debido a la cantidad de bailarines que se han marchado del país o han pasado a trabajar en compañías como la de Carlos Acosta. El comportamiento de estos novatos deja mucho que desear, además de que son técnicamente deficientes, pues, sin el menor rigor selectivo, se está permitiendo que entren demasiados nuevos integrantes procedentes de la Escuela Nacional de Ballet.
Para colmo, incluso cuando algunos se ausentan demasiado o son incumplidores, resulta difícil para los maestros y especialistas excluirlos porque no son estos ya los que deciden ese y otros aspectos vitales de la compañía, sino personas como, por ejemplo, Pedro Simón, esposo de Alicia Alonso y director del Museo de la Danza, o Ahmed Piñeiro, un conocido crítico que trabaja también en el Museo.
Un consejo de dirección del BNC, actualmente, no es más que un grupo de gente que intenta explicarle a la prima ballerina cuestiones tan elevadas como el ahorro energético de la institución, antes de que ella se quede dormida y haya que esperar a que despierte para repetirle los porcentajes. No es una reunión para hablar de asuntos técnicos o artísticos, sino que, de hecho, la Directora General ya no dirige nada. Entre los directivos, cada cual maneja el nombre de ella o su supuesta autorización de acuerdo con los intereses particulares de cada uno.
Naturalmente, el robo es cada vez más descarado, no importa si relacionado con el almacén o con la cocina. Y eso parece no importarle un comino a Enrique Escalona, el administrador, ni al incombustible comandante Redento Morejón, director ejecutivo del BNC. Para que se tenga una idea, hay quien se ha encontrado en la calle con alguien que le ha dicho: “¡Mira el chorizo que me he comprado en el Ballet!”.
De los Alonso, Alberto y Fernando deben removerse en su más allá, después de una vida larga y fértil levantando una obra que creyeron perdurable. ¿Y Alicia? Bueno, el 10 de junio debe partir hacia España para mejorar la taquilla y ponerle un mascarón de proa a un buque que hace aguas, aunque ella siga flotando en su brumosa autocomplacencia.
Ahora se cumplen los 100 años de Alberto Alonso y pronto se celebrarán, de cuerpo presente o ausente, qué más da, los 100 de Alicia, y todos esos números lo único que indican, subrayado con la tinta más fosforescente del mundo, es la decadencia y caída del más grande imperio que ha tenido la danza cubana.