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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 15/06/2017 13:10 |
El teatro de Trump con Cuba
ANDRÉS OPPENHEIMER El presidente Trump tiene razón en que la apertura del gobierno de Obama hacia Cuba no produjo resultados en materia de derechos humanos o cambios democráticos, pero me temo que su plan de revertir parcialmente la actual política estadounidense hacia la isla solo ayudará a empeorar las cosas.
La revocación parcial de la apertura de Obama a Cuba, que Trump tiene planeado anunciar con bombos y platillos en Miami el viernes, incluirá la prohibición de que las empresas estadounidenses hagan negocios con compañías afiliadas al ejército cubano, y restricciones parciales al turismo estadounidense a la isla, segun funcionarios estadounidenses.
Trump no cerrará la embajada de Estados Unidos en La Habana, ni restablecerá la política por la cual los refugiados cubanos podían obtener asilo automático si tocaban suelo estadounidense, afirman.
Sin embargo, el coctel de medidas planeadas por Trump no le va a hacer un daño económico mayúsculo a la dictadura cubana, y le dará al régimen nueva munición para proclamarse una víctima de la “agresión yanqui”. Y también le dará al régimen cubano una excusa para posponer las más mínimas reformas democráticas más allá del anunciado retiro del presidente Raúl Castro, de 86 años, en febrero de 2018.
Desafortunadamente, ni la apertura de Obama a Cuba en 2014 ni la revocación parcial de esa política por Trump en 2017 han estado motivadas por el deseo de democratizar a Cuba. En ambos casos, fueron motivadas por cuestiones de política interna estadounidense.
En el caso de Obama, el ex presidente se estaba acercando al final de su mandato sin ninguna victoria importante en política exterior. A pesar de sus muchos logros en política interna, no había logrado la paz en Oriente Medio, y no pudo detener la invasión rusa de Crimea ni la guerra civil en Siria. Necesitaba una victoria en política exterior.
Las encuestas mostraban que la mayoría de los estadounidenses –incluso muchos exiliados cubanos en Miami– opinaban que el embargo estadounidense a Cuba era inútil. Al igual que Richard Nixon había abierto las relaciones con China, Obama lo haría con Cuba.
En el caso de Trump, casi todo lo que ha hecho demuestra que la democracia en Cuba, o en cualquier otro lugar, le importa un comino.
Trump ha roto la tradición de los presidentes republicanos y demócratas de defender los derechos humanos donde quiera que vayan. Ha elogiado a los autócratas de Rusia, Egipto y Turquía, y visitó Arabia Saudí sin pronunciar una palabra de crítica contra la opresión en ese país.
Trump trató de hacer negocios en Cuba en 1998, según un detallado artículo de Newsweekde 2016. El esfuerzo se llevó a cabo “con el conocimiento de Trump”, a través de una firma de consultoría estadounidense, dijo la revista.
En septiembre de 2015, cuando le preguntaron sobre la apertura de Obama a Cuba, Trump dijo a The Daily Caller: “Creo que está bien”, aunque “deberíamos haber hecho un acuerdo más fuerte”. En marzo de 2015, Trump dijo a CNN que consideraría abrir un hotel en Cuba.
Al igual que Obama hace unos años, Trump necesita un titular que demuestre que está haciendo algo en política exterior, después de su fiasco en el Oriente Medio. Durante su reciente viaje allí, no cumplió con su promesa de campaña de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén, y allanó el camino para un conflicto entre Arabia Saudita y Qatar poco después de su partida.
La principal razón por la que Trump está pretendiendo preocuparse por la democracia en Cuba es que se lo están exigiendo el senador cubanoamericano Marco Rubio, miembro clave del Comité de Inteligencia del Senado que está investigando la posible colusión de la campaña de Trump con Rusia, y congresista de Miami Mario Díaz-Balart, miembro clave del comité de asignaciones de la Cámara.
Mi opinión: Lo de Trump y Cuba es puro teatro político para consumo interno. Las medidas parciales de Trump no van a lograr lo que no pudieron lograr las sanciones estadounidenses a Cuba en las últimas cinco décadas. Peor aún, pueden ser contraproducentes, porque van a desviar la atención mundial de la agresión de la dictadura cubana hacia el pueblo cubano, y la van a volver a centrar en la tan cacareada “agresión yanqui” contra Cuba.
“OPPENHEIMER PRESENTA” No se pierdan el programa “Oppenheimer Presenta”, domingos, 9 p.m. en CNN en Español.
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EL INMINENTE PROBLEMA DE TRUMP EN CUBA
Por Chistopher Sabatini — The New York Times Muy pronto, tal vez este viernes, se espera que el presidente Donald Trump, junto con el senador Marco Rubio de Florida, anuncie una iniciativa que echará para atrás los esfuerzos que se hicieron durante la época de Obama para suavizar el embargo de 56 años que había tenido Estados Unidos sobre Cuba. ¿Qué tan lejos irá el presidente estadounidense?
De todos modos, algo más importante aún que el contenido real de los cambios ejecutivos será la reacción del congreso, los empresarios y otros grupos interesados de Estados Unidos ante la revocación que hará Trump de políticas que apoyan un 75 por ciento de los estadounidenses, según el Centro de Investigaciones Pew.
Del mismo modo, la respuesta del gobierno cubano también es clave. Durante el último medio siglo, el régimen gerontocrático de Cuba ha sobrevivido porque el embargo no solo ha aislado al pueblo cubano de su vecino más próximo —y de sus más de 300 millones de habitantes, incluidos casi dos millones de compatriotas cubanos—, sino que también ha brindado una excusa conveniente para el fracaso económico del régimen.
A pesar de lo que argumentan los defensores del embargo, la dureza de este nunca se ha relacionado con mejoras en cuestiones de derechos humanos. Las medidas más severas en la historia moderna de Cuba tuvieron efecto en abril de 2003, cuando el gobierno cubano detuvo a 75 activistas de derechos humanos y periodistas independientes para sentenciarlos a un promedio de 20 años de cárcel. Esto sucedió en el punto más alto del embargo, durante la administración de George W. Bush, cuando incluso los cubanoestadounidenses tenían restricciones en cuanto al número de visitas a sus familias en la isla o al envío de dinero (la mayoría de los presos políticos fueron liberados entre 2010 y 2011 gracias a un trato que negoció el Vaticano).
Estados Unidos carecía de algo que ahora tiene: influencia. Desde que el 17 de diciembre de 2014 el presidente Barak Obama anunció la primera de una serie de reformas drásticas para normalizar las relaciones, Estados Unidos y Cuba han colaborado en la lucha contra el tráfico de narcóticos y el lavado de dinero, cooperaron para mejorar la seguridad en puertos y aeropuertos, y lograron concretar las visitas de funcionarios como el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la trata de personas.
Los cambios también han ayudado a generar trabajos e ingresos para la economía estadounidense. Desde que el presidente Obama suavizó las restricciones para viajar, el turismo ha prosperado. El año pasado, un estimado de cuatro millones de visitantes fueron a la isla, entre ellos más de 600.000 desde Estados Unidos: un aumento de 34 por ciento en comparación con 2015. Estos viajes han ayudado a impulsar la industria hotelera en los dos lados de los estrechos de Florida. Delta, American, JetBlue y otras aerolíneas vuelan a diario al menos a seis ciudades cubanas y los cruceros Carnival transportan ciudadanos estadounidenses al puerto de La Habana. Airbnb también tiene una lista de cientos de casas privadas donde se pueden alojar los estadounidenses de mente abierta e interactuar con los lugareños. La semana pasada, la empresa dijo que sus conexiones habían ayudado a poner 40 millones de dólares en los bolsillos de los cubanos dueños de hostales.
En total, el grupo Engage Cuba calcula (en un informe del cual fui parte) que restringir los derechos de los ciudadanos estadounidenses para viajar e invertir en Cuba le costaría 6,6 mil millones de dólares a la economía de Estados Unidos y afectaría 12.295 empleos estadounidenses.
El gobierno de Castro obtiene beneficios monetarios gracias al aumento del flujo turístico a la isla, pero se ha resistido a la apertura que viene de la mano de este. Ya no encarcela a la misma cantidad de prisioneros políticos como lo solía hacer. Su nueva táctica consiste en detener temporalmente a los activistas. Sin embargo, la presa se ha roto.
Cuando estuve en Cuba el año pasado, y en comparación con la situación que se vivía cuatro años antes, me fue imposible no notar la diferencia en la disposición de las personas para manifestar sus opiniones, la creciente prosperidad de una clase de empresarios independientes y —como también lo informó el Comité para la Protección de los Periodistas— el auge de nuevos espacios en línea para el periodismo independiente y de investigación. Es por ello que los defensores internacionales de derechos humanos apoyan la moderación del embargo.
Antes de ir a Miami, el presidente Trump necesitará sopesar con cuidado sus opciones. No fue elegido por una pequeña parte de la población cubanoestadounidense de Florida, y sus acciones permitirán que el gobierno de La Habana utilice la retirada como una excusa para quedarse atascado en la Guerra Fría.
Sí, el embargo sigue siendo una ley, y Trump puede eliminar los cambios de la era de Obama con solo una firma. No obstante, el Congreso no está indefenso ante esta situación. El mes pasado, un grupo bipartidista de 55 senadores firmó una ley para acabar con las restricciones de los viajes desde Estados Unidos a Cuba.
Si Trump revierte drásticamente las iniciativas de Obama, las universidades que han disfrutado de la libertad de intercambio académico, los negocios y sus trabajadores, y los millones de ciudadanos que han viajado a la isla y se han relacionado con las comunidades cubanas, deberán alzar la voz. Les corresponde exigir que las políticas actuales sirvan a los intereses de Estados Unidos a largo plazo y promuevan los valores de apertura y confianza en la libertad y el cambio, lo cual finalmente también sirve a los derechos humanos.
El gobierno cubano tendrá que evitar una reacción excesiva ante la retórica exaltada y las denuncias que acompañarán los cambios. Pero es improbable que pueda resistirse. Si la historia sirve de parámetro, el gobierno de Cuba responderá sacando provecho del antagonismo reciente —como lo hizo en 2003— y restringirá los espacios de independencia e información que han echado raíces los últimos cuatro años. Después de todo, ¿qué autócrata puede resistirse a hacerse la víctima y culpar a los extranjeros de los fracasos políticos y económicos?
Christopher Sabatini es profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales y Públicas de la Universidad de Columbia y director de Global Americans.
Nueva York, 15 de junio del 2017
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