Escena de la película ‘Últimos días en La Habana’ Días en la última Habana ‘Nuestro proyecto de sociedad ha fracasado’
Ernesto Santana Zaldívar | La Habana | Cubanet La vida es una semana, dice el dicho. En la reciente película de Fernando Pérez, Últimos días en La Habana, una semana es la vida resumida de varios personajes, sobre todo la de dos viejos amigos: el taciturno Miguel, que sueña con escapar de Cuba, y el locuaz Diego, que, a punto de morir, sueña con más vida.
Como es habitual en este realizador, los personajes llevan la trama entre las arduas entrañas de un personaje mayor, una especie de gran madre nutriente, La Habana, que, con una dureza que por momentos parece mortal, sustenta los sueños y pesadillas y los dolores y goces de sus hijos, cuya historia parece narrarnos con dulce amargor.
Asombra que quien animó al experimentado director para acometer esta obra, Abel Rodríguez, no era guionista profesional. Fernando Pérez confiesa que, más que los personajes, lo convenció el espacio social en que se mueven, Centro Habana, “el más representativo de la sociedad cubana por ser el más popular”, donde se toma “la verdadera temperatura de la realidad cubana”. Además, “La Habana es mi lugar en el mundo, donde he vivido todos mis amores y desamores durante más de 70 años”.
Reencontramos amores y desamores, pesares y esperanzas, en un canto a la amistad —en este caso, homosexual— y al derecho de cada individuo a expresarse a su manera. Puede parecer un exceso el eterno regreso de estereotipos que amenazan de predecible a un relato que, no obstante, se salva por ese impulso quebrador de prejuicios y ese instinto de libertad que marcan el arte de Fernando Pérez.
Pocos consiguen, como él, expresarse con autenticidad lo mismo a través de una obra metafórica y simbólica que por medio de una pieza realista y desnuda de esteticismo como esta. Sin ser película mayor, no la cruzan los trillos del facilismo. A fin de cuentas, el artista hace suya una confidencia de Sigmund Freud: “He sido un hombre feliz: todo en la vida me ha sido difícil”.
Como en una historia así todo depende de la naturalidad y la autenticidad de los personajes, el desempeño de Jorge Martínez (Diego) y de Patricio Wood (Miguel) —y de los personajes en torno a ellos— resulta otro esmerado logro de quien ha demostrado su maestría para obtener de los actores la emoción exacta que él buscaba y que, en ocasiones, ellos mismos no se sabían capaces de expresar.
Esa naturalidad, la desnudez estética, la economía narrativa, la frescura del lenguaje, han dicho algunos críticos, pueden hacer creer que estamos ante otra producción alternativa de alguno de los nuevos directores. Es lógico, pues Fernando Pérez sigue siendo el más “joven” de los veteranos del audiovisual cubano y, por si eso fuera poco, el que mejor química hace con los noveles cineastas, como demostró, por ejemplo, cuando, en protesta por la censura oficialista sobre ese evento, renunció a la presidencia de la Muestra de Jóvenes Realizadores.
Todos aspiran a un cambio pero no ha cambiado nada
Si Últimos días… expone la precariedad en que vive hoy la mayoría de los cubanos no es por seguir manoseando el tópico. “Cuando te enfrentas a una miseria tan grande surge una relatividad de la ética”, declaró el director en una entrevista para la revista española El Cultural. Con su habitual sinceridad, se refirió a diversos temas de la Cuba actual, pero fue tajante su respuesta cuando el entrevistador comentó que “pese a la reputación de la sanidad cubana, lo terrible es que el enfermo de sida (el personaje Diego) en Europa no estaría moribundo”.
“Es una muestra más de cómo los presupuestos de la sociedad cubana no se han cumplido”, dijo el cineasta. “Nuestro proyecto de sociedad ha fracasado. Me gustaba que fueran homosexuales porque en parte eso acentúa más las contradicciones de la sociedad cubana. Se suponía que iba a ser un régimen igualitario y la discriminación a los gays demuestra que no lo ha sido”.
“No ha cambiado nada”, responde Fernando Pérez cuando el periodista le pregunta si la muerte de Fidel Castro ha cambiado algo: “Ahora mismo la situación es de incertidumbre, en que todos aspiran a un cambio pero no cambia nada. La situación económica ha tocado fondo y la transformación en los valores sociales y políticos es inaplazable”.
Pero nada de eso lo desanima de seguir explorando y arriesgándose como creador, sin mirar atrás: “Siempre estoy involucrado en encontrar la brújula que me guíe en el próximo proyecto. Ahora mismo estoy tratando de desentrañar la luz narrativa de Insumisa, una película que cuenta la historia de Enriqueta Faber, médica suiza que tuvo que tomar la personalidad de un hombre para poder ejercer como cirujana en Baracoa a principios del siglo XIX”.
Hace pocos años, Juan Antonio García Borrero —creador del blog Cine cubano, la pupila insomne—, ante la insistencia del director en “proteger a su cine de la política”, se mostró de acuerdo, aunque acotó que “si queremos llegar a ser honestos hasta la última sílaba, tendríamos que comenzar admitiendo que desde hace cincuenta años en Cuba la política (una única política) está en todo, y que es ella la que condiciona nuestras maneras de expresarnos en público. O de callarnos, que es también otra variante del habla local”.
García Borrero añadía también que “otras veces te he comentado que no me satisface del todo el mesianismo onírico que percibo en tus películas, ese concederle un valor casi absoluto al poder de las utopías (sean estas individuales o colectivas)”.
Estas objeciones no deben desecharse, pese a los méritos innegables del autor de Suite Habana. O gracias a ellos. Pero en el marco del cine cubano, la obra de 30 años de Fernando Pérez y sus opiniones fuera del set —dos caras en que muchos otros realizadores se contradicen— tienen una solidez que solo se consigue siendo consecuente y honesto.
Estas dos virtudes no abundan en nuestra cinematografía, ni en nuestra cultura en general, ni a lo largo del país, porque, siendo peligrosas para la supervivencia y para cualquier tipo de éxito, no son atributos que cualquiera carga en su maletín.
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