El pontificado de Francisco para algunos LGBT ha significado un cambio de la Iglesia frente a ellos, y para otros, no tanto. Así lo cree un miembro de esa comunidad.
Francisco y el arcoíris
"Francisco y la Iglesia católica, representada por él, continúa concibiendo la homosexualidad como una depravación grave"
Por Giuseppe Caputo
Basta una mirada rápida a los resultados que arroja Google con respecto a la posición que tiene el papa Francisco frente a la homosexualidad para darse cuenta de que, más que una información concreta y clara, prima la interpretación de sus declaraciones por parte de la prensa internacional. Los titulares aluden en su mayoría a una rueda de prensa que concedió en junio de 2016 y, vistos en conjunto, confunden: “Francisco pide perdón a los gays”, “El papa dijo que la Iglesia Católica debería disculparse con los gays”, “El papa dice que los cristianos y la Iglesia deberían buscar el perdón de los homosexuales”… La manera como distintos medios desarrollan la noticia haciendo uso del condicional resalta la ambigüedad de sus palabras: “Aparentemente el papa podría estar diciendo que la Iglesia debe disculparse…”.
Entonces, ¿pidió perdón o no? Las citas que conforman estos titulares —a veces reinterpretadas y reescritas enteramente, a veces transcritas con exactitud pero sacadas fuera de contexto— no parecen dar cuenta de un hecho sino de un deseo: que la Iglesia católica —institución que durante años ha condenado la homosexualidad; que incluso llegó a reclamar la hoguera para los homosexuales; que ha justificado la discriminación de los gays en los contratos de trabajo, en los alquileres de vivienda, en la contratación de profesores y entrenadores deportivos y, por supuesto, en la adopción de niños; que ha llegado a oponerse a la despenalización de la homosexualidad; y que ha pedido que no se dé ningún reconocimiento institucional al matrimonio igualitario— deje de condenar la homosexualidad y se responsabilice de la violencia física y moral que los homosexuales han sufrido a lo largo de los años por cuenta de sus dogmas y creencias.
Las palabras exactas de Francisco en esa rueda de prensa fueron las siguientes: “Creo que la Iglesia no sólo debe pedir disculpas a una persona homosexual que ofendió, sino que hay que pedir perdón a los pobres, a las mujeres que han sido explotadas, a los niños obligados a trabajar, pedir perdón por haber bendecido tantas armas”. Fue su respuesta cuando un periodista le preguntó si estaba de acuerdo con el cardenal alemán Reinhard Marx, para quien la Iglesia debe disculparse con los gays por haberlos marginado.
Antes, en el 2013, había pronunciado su ya célebre “¿Quién soy yo para juzgar?” en otro encuentro con medios. Aquí la cita en contexto: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la Iglesia católica explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estar personas por eso. Hay que integrarlas a la sociedad”. Al respecto, en su libro El nombre de Dios es Misericordia (2016), agregó: “(En esa ocasión) estaba parafraseando de memoria el Catecismo de la Iglesia católica, en donde se afirma que estas personas deben ser tratadas con delicadeza y no deben ser marginadas. Me alegra que hablemos sobre las personas homosexuales porque antes que nada viene la persona individual en su totalidad y dignidad. Y la gente no debe ser definida sólo por sus tendencias sexuales: no olvidemos que Dios ama a todas sus criaturas y que estamos destinados a recibir su amor infinito. Prefiero que los homosexuales acudan a la confesión, que estén cerca del Señor y que recemos todos juntos. Se les puede pedir que recen, mostrarles buena voluntad, mostrarles el camino y acompañarlos en el mismo”.
Por estas declaraciones, por esta aparente suavización del discurso proveniente de la Iglesia frente a la homosexualidad, Francisco ha sido llamado el “papa clemente” (y un lector curioso podría preguntarse enseguida: ¿clemente por qué? ¿Por qué los gays deben ser mirados con compasión?). No sólo la prensa, también celebridades gays como Elton John han aplaudido y agradecido su discurso. Sin embargo, también son muchas las críticas que el papa ha recibido por su ambivalencia: por parte de creyentes que opinan que Francisco ha hecho comentarios ambiguos sobre moralidad sexual como por parte de activistas gays y aliados (creyentes, escépticos y no creyentes), que consideran que el cambio de discurso no ha sido tal.
Una mirada más atenta a lo que ha dicho Francisco deja más decepciones que satisfacción. El tan mencionado Catecismo consigna lo siguiente: “Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”. Y también: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, con respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta… Están llamadas a la castidad… Pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Sí, está dibujando un corazón con los deditos, pero
no está dedicado al colectivo mariquituso, precisamente.
Francisco, entonces —y la Iglesia católica, representada por él—, continúa concibiendo la homosexualidad como una depravación grave y como un acto contranatura inadmisible. “Se les puede mostrar el camino”, ha dicho, declaración que los titulares optimistas dejan por fuera. Es decir, persiste el discurso de la homosexualidad como abominación y desviación que debe ser corregida. En ese sentido, la Iglesia, a través del papa, sigue presentando la heterosexualidad como la única experiencia sexual legítima y pensable, idea profundamente homofóbica.
El siglo XX, tal y como recuerda Louis-George Tin en el Diccionario Akal de la Homofobia, ha sido quizás el periodo más violentamente homofóbico de la historia: “Deportación a los campos de concentración bajo el régimen nazi, gulags en la Unión Soviética, chantajes y persecuciones en Estados Unidos en la época de MacCarthy… Las condiciones de vida en el mundo actual son muy difíciles. La homosexualidad está ampliamente discriminada. En muchos estados, los actos homosexuales están castigados por la ley: en algunos países la condena puede ser superior a nueve años, en otros la ley prevé cadena perpetua y en al menos cinco naciones puede ser aplicada la pena de muerte. Incluso en otros países donde la homosexualidad no está contemplada en el Código Penal se multiplican las persecuciones. En estas condiciones no se puede pensar que la ‘tolerancia’ gana terreno. Por el contrario, en la mayoría de estos países, la homofobia es hoy más violenta que antes. La tendencia no es, por tanto, de mejoría general ni mucho menos”. Está claro, pues, que los logros y la visibilidad obtenidos por el activismo gay ha traído también la visibilización de la homofobia: lo corrido del siglo XXI ya ha dado bastantes muestras de ello.
Así las cosas, en una próxima rueda de prensa habría preguntarle a Francisco por qué, si dice que la Iglesia debe pedir perdón “a un homosexual que ofendió”, no lo hace entonces. ¿Por qué no se pasa de la intención al hecho? Y de paso, ¿por qué la Iglesia no pide perdón, como él mismo dice, a los pobres, a las mujeres y a los niños? Preguntarle, también, por qué, cuando habla del perdón, limita el acto a “un homosexual que ofendió” y no lo extiende a todos los homosexuales que viven y han vivido: perdón por la destrucción que la homofobia de la Iglesia católica ha provocado durante siglos. Estamos hablando de hogueras, de discriminación, de apoyo a la penalización de la homosexualidad —y aquí hay que considerar, como escribe Tin, toda la violencia homófoba física, moral y simbólica que la penalización permite infligir cotidianamente en los países donde esa condena existe—. Preguntarle por qué dice que no es quién para juzgar a los gays si es el representante de una institución que sí ha juzgado y sigue juzgando y condenando la decisión de vivir la homosexualidad tranquilamente.
Preguntarle qué entiende por sociedad cuando dice que hay que ayudar a los gays a integrarse a ella. ¿No es evidente que la integración ha estado ocurriendo, no por la Iglesia sino a pesar de la Iglesia? Preguntarle por qué la Iglesia —y entendiendo siempre que la religión católica es una religión de libro y que sus creencias y dogmas salen de lo que está escrito en la Biblia— insiste en crear su discurso a partir del Viejo Testamento y de las Cartas de San Pablo si los Evangelios no mencionan nada sobre la homosexualidad.
Y considerando que en el Catecismo persiste el discurso de la homosexualidad como abominación y desviación, preguntarle si la homosexualidad es eso para él. Preguntarle qué quiere decir exactamente cuando habla de “mostrarles el camino” a los homosexuales. ¿De qué camino habla? ¿Ese camino es la heterosexualidad impuesta o, en últimas, la castidad como vía para no vivir la homosexualidad? Y si es el caso, preguntarle a Francisco, quizás para terminar, si se responsabiliza de la violencia homófoba que la insistencia en ese único camino sigue provocando.
ACERCA EL AUTOR:
Giuseppe Caputo, escritor colombiano, nacio 1982 en Barranquilla. Autor de Un mundo huérfano (2016).