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General: El carnaval habanero, un antes y un ahora
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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 30/08/2017 17:29
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                                                                                                                                                                                                               Carnaval de La Habana
El carnaval habanero, un antes y un ahora
             Dimas Castellanos | La Habana | Diario de Cuba
Las primeras manifestaciones del carnaval en Cuba ocurrieron a finales del siglo XVI, con la introducción de las conmemoraciones católicas y los africanos de diferentes etnias, traídos como esclavos.
 
Durante casi todo el período colonial, las festividades de negros y blancos, incluyendo el carnaval, se realizaban por separado; al menos hasta 1850, más de tres cuartas partes de los negros vivían en plantaciones. Estos solo empezaron a poblar las ciudades tras la Guerra de los Diez Años.
 
Los carnavales fueron suspendidos en 1895, por la Guerra de Independencia, y restablecidos en el siglo XX, al comenzar la República. En el resurgimiento, los negros arrastraron a cubanos de todos los colores a arrollar alegremente detrás de la percusión. El carnaval constituyó un ingrediente de la nacionalidad y la nación cubana, pues coadyuvó a la integración y a perfilar modos y costumbres que pasaron a ser parte de la cubanía.
 
Durante los primeros años de la República, los negros fueron autorizados aejecutar su música y danzas junto a las comparsas de blancos, aunque debido al racismo de la época, las manifestaciones de origen africano como las comparsas y la conga eran relegadas.
 
Entre 1916 y 1937 la supresión de las comparsas fue casi total. Cuando se reautorizaron, las comparsas más famosas eran El Alacrán, de la barriada del Cerro; Los Marqueses de Atarés; Las Boyeras, de los Sitios; Los Dandys, de Belén; Las Jardineras, de Jesús María; Los Moros Azules, de Guanabacoa; y Los Guaracheros de Regla, entre otros. El carnaval devino la mayor fiesta popular de La Habana.
 
Por su belleza y calidad, los carnavales habaneros se consideraron entre los primeros del mundo, junto a los de Río de Janeiro, Nueva Orleans, Venecia y Niza, entre otros. El Proyecto Identidad los declaró, junto al cañonazo de las nueve y el lanzamiento del cubo de agua el 31 de diciembre, entre las tradiciones habaneras.
 
Oropeles durante la República
La festividad la dirigía la Comisión del Carnaval de La Habana, subordinada al Ayuntamiento. Con la participación activa de los barrios y los aportes de comerciantes e industriales, no generaba gastos, sino ingresos para la alcaldía.
 
La Comisión convocaba a los artistas para hacer carteles. Se realizaban bailes de disfraces en los clubes, y los cabarets hacían anuncios alegóricos. Por las calles desfilaban automóviles descapotados, motocicletas y camiones abiertos, que se intercalaban con los elementos tradicionales y las acrobacias de la unidad de ceremonias de la policía motorizada.
 
El recorrido de las comparsas y carrozas comenzaba en el Malecón, desde la calle Paseo hasta el Paseo del Prado, y de ahí hasta el Capitolio. Giraban en la Fuente de la India y regresaban por la misma vía.
 
En los palcos y graderías se vendían comidas ligeras como bocaditos, rositas de maíz, helados y refrescos. La comida y la cerveza no eran la principal motivación para asistir al carnaval.
 
De pobre a Reina
Una de las figuras más importantes del evento era la Reina del Carnaval, elegida fundamentalmente por su belleza, pero también por su cultura general y sus modales. Estaba acompañada de seis Damas, elegidas por los mismos atributos.
 
Además de las donaciones a la Comisión del Carnaval, la elegida recibía obsequios de las empresas industriales y comerciales. Orbay & Cerrato, la mayor fábrica de muebles de Cuba, podía regalar un lujoso juego de muebles; la agencia Frigidaire, un refrigerador; y las agencias automovilísticas, un automóvil.
 
La primera Reina del Carnaval habanero (1908), Ramona García —una joven trabajadora de la fábrica de cigarros Susini—, recibió más de 25.000 pesos en regalos, además de una casa en la calle Concepción, en La Víbora.
 
Durante la República, todas las Reinas y la Damas fueron mujeres de procedencia humilde, pero blancas.
 
Solo tras el triunfo de la Revolución fue posible la presencia de alguna mulata entre las Damas (para entonces llamadas Luceros). En 1964, una llegó a ser Estrella (Reina) del carnaval. Su nombre era Mabel Sánchez y en realidad su piel era tan clara que entre las fuentes consultadas existe controversia sobre si era mulata o no, algunos la describen como trigueña. Su elección generó malestar y críticas, porque era una mujer divorciada con hijos. En el momento era novia del Ministro de Construcción, Levy Farah y posteriormente se casó con él.
 
Titila, se apaga…
Tras el triunfo de la Revolución en 1959, el Carnaval fue subordinado a la política, lo que lo desnaturalizó como festividad representativa de la cultura nacional. Se desmontó toda la institucionalidad existente, incluyendo la sociedad civil, las tradiciones, fechas históricas como el 20 de mayo y el concepto de ciudadano.
 
La organización fue asumida por el Estado con el objetivo de erradicar "los falsos conceptos" carnavalescos heredados del capitalismo y estimular la interacción de blancos y negros. La medida era innecesaria pues el largo proceso de integración y mestizaje había comenzado durante la Colonia. En los carnavales, las manifestaciones de origen africano habían recuperado su presencia a partir de 1937, como se señaló antes. Esto tuvo que ver con artículos sobre la discriminación racial, publicados en la prensa durante la República.
 
Después de 1959, en los certámenes de belleza se exigía la integración revolucionaria. Este requisito luego se trasladó a otras esferas; ejemplo, la frase: "La Universidad para los revolucionarios". Según Rebeca Monzó —electa Lucero en el año 1963—, se habían cambiado las terminologías de Reina por Estrella, y Dama por Lucero, por considerarse las anteriores expresiones de la pequeña burguesía. Ya no bastaba con ser bonita, tener cultura y poseer buenos modales, la elegida tenía que ser una persona "integrada".
 
Rebeca Monzó cuenta también que en 1963, durante la preselección de la Estrella y las Luceros, el jurado decidió sustituir a una de las preseleccionadas por una mulata, para que no todas fueran mujeres blancas, como durante la República. Esto fue visto como una imposición y casi provocó un escándalo. La joven mulata se llamaba Elda López y posteriormente estudió Medicina.
 
Hasta 1965, la Estrella y las Damas eran escoltadas por la Unidad de Ceremonias de la policía motorizada con las Harley-Davidson. Después de esa fecha esas motos fueron desactivadas.
 
A mediados de los años 70 tuvo lugar el último concurso para elegir la Estrella entre las jóvenes seleccionadas en las empresas estatales. Según el periodista independiente Camilo Ernesto Olivera Peidro, en esa oportunidad le tocó a Consuelito Vidal anunciar el veredicto del jurado, frente a un auditorio adverso. Las cámaras de la televisión nacional captaron el creciente descontento del público. Desde entonces no se ha vuelto a elegir a la Reina del Carnaval de La Habana.
 
Zafra sí, carnavales no… vuelve el circo
En 1969, la fecha de los carnavales se trasladó, temporalmente, desde los meses febrero-marzo, como era tradición, a julio. Pero no hubo carnaval. Todos los recursos del país fueron destinados a la Zafra de los Diez Millones.
 
En mayo de 1970, ya el fracaso de la zafra era un hecho. Las autoridades decidieron sacudir el abatimiento con unos carnavales sin comparsas, celebrados en julio. Se designaron recursos suficientes para su organización, y se vendió comida abundante y cerveza, por cubos. Ambas, comida y cerveza, habían brillado por su ausencia desde la Ofensiva Revolucionaria de 1968, cuando se eliminaron los últimos vestigios de propiedad privada. Fue la manifestación insular de pan, vino y circo de la antigua Roma, donde se distribuían alimentos gratuitos como mecanismo de control social.
 
En 1976 la división político-administrativa cambió los límites de los municipios sin considerar criterios históricos, culturales ni espaciales. En lugar de los barrios se crearon las circunscripciones, ajenas a las tradiciones festivas de la población.
 
El carnaval habanero nunca volvió a celebrarse en la tradicional fecha de febrero-marzo. Se trasladó a julio para hacerlo coincidir con la conmemoración de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Posteriormente se ha movido al mes de agosto.
 
Vacas gordas socialistas y ecos descoloridos
En los años 80, los carnavales lograron cierto brillo gracias a las subvenciones soviéticas. La Isla rebozaba en abundancia de alimentos y la moneda nacional tenía un valor. Pero en 1991 se suspendieron otra vez, debido a la crisis económica y a la escasez generada por la caída del campo socialista. Los que se celebraron luego, quedaron limitados al espacio del Malecón comprendido entre las calles Infanta y San Lázaro.
 
Entre 1992 y 1995 se realizaron representaciones ligadas a eventos políticos, como el aniversario de los Comités de Defensa de Revolución.
 
En 1996, para atraer más turistas, el Gobierno autorizó una modesta celebración de Carnaval precediendo a la Cuaresma. En consonancia con el "Periodo Especial" que atravesaba el país, las carrozas exhibían pobreza y el diseño de desfiles, falta de imaginación. La iniciativa popular brillaba por su ausencia.
 
Durante el siglo XXI, hasta el 2015, el único cambio significativo fue la suspensión de los carnavales en 2006. El 2 de agosto, dos días después de que el entonces presidente Fidel Castro cediera el cargo provisionalmente por problemas de salud a su hermano Raúl Castro, la Comisión Organizadora de los Carnavales de La Habana pospuso los festejos —que nunca se celebraron— sin explicar las razones.
 
Las reformas económicas iniciadas en 2008 no tuvieron ningún efecto en la recuperación de la tradición carnavalesca, que continuó su descenso sostenido.
 
Fidel y los carnavales
 En los carnavales realizados entre el 7 y el 16 de agosto de 2016, desfilaron 12 carrozas en el espacio comprendido entre La Piragua y la calle Marina, acompañadas por 18 comparsas con elencos invitados de varias provincias del país, como las Parrandas de Remedios o de Bejucal. La celebración se relacionó con los festejos por el 90 cumpleaños del expresidente Fidel Castro. Los asistentes, por lo general, no fueron a disfrutar de los desfiles y comparsas, sino de las ofertas de comida y cerveza a granel, vendidas en kioskos.
 
La centralización estatal generó burocratización y debilitó la capacidad creativa y participativa de los barrios y de sus organizadores. La dependencia del presupuesto estatal desestimuló la participación de los jóvenes. Aquellos desfiles, que tradicionalmente recorrían el Malecón desde su intersección con la calle Paseo hasta el Paseo del Prado, y por ahí subían hasta el Capitolio, para realizar el mismo recorrido de regreso, quedaron reducidos a tramos cortos en el Malecón. Ahora, con un mayor despliegue policial para controlar el resultado del consumo de bebidas alcohólicas.
 
El carnaval habanero es una de las múltiples demostraciones de la crisis en que está sumida la sociedad cubana. El esplendor del carnaval habanero se ubica en el listado de la cultura material y espiritual desaparecida por la subordinación a la política y la ideología.


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 30/08/2017 17:59
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EL CARNAVAL DE LOS VIEJOS JÓVENES
                 Carlos Ávila Villama
En la guagua ya empezaba el carnaval. El chofer saludaba a los otros choferes, sus contrincantes, y por una vez en la vida renunciaba a los desafíos. Nada de giros bruscos o acelerones. Un grupo de cinco o seis personas al fondo, auxiliados por un pequeño equipo de música, bailaban mientras duraban los semáforos rojos, y cantaban canciones que yo no reconocía. Llevaban despreocupadamente la misma ropa fresca de andar en la casa, como si de repente todo fuera una prolongación de los sitios conocidos, La Habana convertida en una fiesta familiar, sin formalidades ni espacios vedados. Ya no era la ciudad de bares y turistas, ni la de gente que va a conectarse a internet, La Habana era realmente pública. Salir a la calle por el deseo de salir, de encontrar gente, una tradición pueblerina rescatada ahora por el alma de las ciudades más grandes.

Todo el mundo sabe que los carnavales en La Habana están a siglos de distancia de los Rio, y puede que ni siquiera superen a los de Santiago de Cuba, pero aunque suene contradictorio, eso los acerca más al sentido primitivo del carnaval, que el progreso ha convertido en un agradable espectáculo con millones de dólares de presupuesto, un club nocturno sobre ruedas (cuyo mérito soy incapaz de cuestionar). Nuestros carnavales son una imitación casi improvisada de esos espectáculos, unas carrozas pequeñuelas, tractores de carga con bailarines encima y unas cuantas luces parpadeantes. Sin embargo el desfile es nada más una parte, el resto es el murmullo de fondo, los puestos de venta, los márgenes llenos de gente que se siente extrañamente liberada y feliz. Esa sensación festiva de pueblo pequeño, tan cercana al medioevo, y solo recuperada en apariencia por otras ciudades modernas, me parece en extremo significativa.

No quiero decir que los carnavales necesitan ser pueblerinos, solo trato de señalar un hecho curioso, que conduce a aquel que más me impresionó: va poca gente de menos de treinta años. Casi siempre niños, o jóvenes que acompañan a los padres. La causa no es solo el envejecimiento poblacional (que es indiscutible), hay otros factores que actúan en silencio.

En las noches, los jóvenes suelen contar con un poder adquisitivo promedio que con frecuencia rebasa el de los viejos. Para empezar, hace años, cuando se planeó el paso de miles de trabajadores del sector estatal para el privado, no se contó con la posibilidad de que la mayoría las empresas recién fundadas prefirieran manos jóvenes. Es decir, que el sector privado no recibió a los trabajadores de cuarenta años de una empresa estatal con números rojos, sino a los jóvenes recién graduados, con mejor disposición física para el sector de los servicios (que es donde se ubican casi todas las empresas privadas). En la práctica, muchos de estos jóvenes hoy ganan más dinero que sus padres, y han comenzado a entrar en un mundo que antes les resultaba ajeno.

El mundo de bares y restaurantes, de conciertos caros y de ropa de marca, es casi desconocido para el habanero promedio de cuarenta años. Sus hijos, incluso aunque no siempre pueden acceder a él, lo conocen bien y lo desean. Gran parte de las remesas se gasta en los pequeños lujos de una generación nacida en los 90, que no se reconoce ya en los carnavales a los que van sus padres.

Los carnavales de otras capitales del mundo han sabido atraer ese nuevo público, pero los nuestros no: en ese sentido quedan obsoletos. Salir a la calle pueblerinamente no es suficiente para los jóvenes habaneros, no les interesa hacer colas para tomar cerveza o comer en cajas de cartón, su ciudad es la ciudad moderna, global, o al menos la versión de La Habana que más se parece a ella. Incluso en los sectores de más bajo poder adquisitivo ya ha quedado establecida una jerarquía en la que ir a los carnavales es lo que uno hace cuando no tiene dinero para ir a otra parte.

Lejos de toda esta compleja transformación social, los viejos van a los carnavales y se divierten como nunca. Son ellos los que bailan y beben y amanecen en la calle, los que observan deslumbrados los muslos tambaleantes de las bailarinas, los maquillajes exagerados y las ropas llenas de brillos. Curioso que en espectáculos de cabarets y carnavales los hombres solo sean un adorno anónimo del baile de la mujer, la verdadera protagonista en el sueño tropical. Formas y signos exagerados, una versión idealizada de la noche cubana, siempre femenina, cuerpos perfectos e incansables que contagian de felicidad a las gradas y las hacen sentir vivas y jóvenes y pertenecientes a un mismo sueño extravagante.

Por una vez al año los viejos sienten que es su momento, que todo gira en torno a ellos, no importa si hay carnavales mejores o si sus problemas seguirán a la mañana siguiente, nadie puede arrebatarles esa felicidad. No tienen que actuar y verse maduros enfrente de sus hijos: están por su cuenta entre iguales, y la ciudad les pertenece. Hacen chistes y se comportan como muchachos. Los huecos en las dentaduras remedan la sonrisa de un niño que empieza a perder sus dientes de leche. Sus achaques no les estorban esta noche. Al final todos tienen las mismas arrugas. Están fuera del tiempo y no se van a ir hasta que pase la última carroza por el incendio de perlas del malecón.
  
 
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Fuente: OnCuba


 
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