ROSA FORNÉS, LA MÁS GRANDE DE CUBA
Negocios ‘batistianos’ en la Cuba de Díaz-Canel
El vicepresidente atacó al sector privado, criticando un estilo decorativo que, según él, “es alegórico a la era de Batista”
Ana León y Augusto César San Martín | Cubanet
La circulación, en los medios alternativos de prensa, de un vídeo en el que aparece el vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel, mostrándose como un temible censor, ha provocado cierta agitación, toda vez que muchos cubanos lo dan por candidato seguro al poder, cuando Raúl Castro dé un paso al costado en 2018.
Hace un par de días se supo que la grabación filtrada es de hace seis meses; por tanto, toda controversia parece extemporánea. Sin embargo, el ostensible ataque del funcionario al sector privado, criticando un estilo decorativo que, según él, “es alegórico a la era del dictador Fulgencio Batista”, motivó al equipo de CubaNet a indagar sobre la tendencia -apreciable en varios negocios- de recrear ese ambiente bohemio de épocas pasadas, especialmente la década de 1950.
Varios restaurantes y bares habaneros han escogido el estilo vintage para ofrecer una imagen moderna y cosmopolita que atraiga al turismo. Muy de moda en la arena internacional, la decoración vintage consiste en retomar accesorios que poseen cierta edad y son revalorizados con el paso del tiempo, aunque no se cataloguen precisamente como antigüedades.
En el caso de Cuba, muchos de los objetos rescatados provienen de la era republicana, lo cual no necesariamente significa que “cualquier tiempo pasado fue mejor”; más bien se trata de una lógica remisión hacia el único referente de modernidad y progreso que han conocido los cubanos. Numerosos turistas vienen para ver esta Isla “detenida en el tiempo”, donde coexisten las construcciones coloniales y el rampante desarrollo arquitectónico impulsado en la primera mitad del siglo XX.
A pesar del socialismo, la gloria de la era republicana palpita en la permanente caravana de autos antiguos que inunda la ciudad; emite guiños sutiles a través de marquesinas obsoletas que identifican lugares otrora distinguidos; y transpira su esplendor vanguardista en la diversidad de estilos arquitectónicos que hicieron furor en el decenio de 1950. No hay que colarse en un bar para saber que Cuba estuvo, alguna vez, en la senda del progreso y La Habana fue una de las urbes más publicitadas de América Latina.
Lo interesante en la decoración de los bares es que propietarios y diseñadores se las han ingeniado para hacer funcionar un eclecticismo a pequeña escala que estéticamente resulta muy agradable. Junto a símbolos imperecederos como la Coca Cola, la Harley-Davidson y Marilyn Monroe, figuran utensilios de farmacia, pinturas, radios soviéticos VEF, recortes de las revistas Carteles y Bohemia, recuerdos de familia y tradiciones que han acuñado varios establecimientos, como colgar billetes o corbatas.
La pataleta de Díaz-Canel, aun sin haber tenido mayores consecuencias, no fue provocada por algún fundamento ideológico pro-yanqui vinculado a estas soluciones decorativas. El cuadro político se expresó así por pura ignorancia. A fin de cuentas, carece de sensibilidad para interesarse por las tendencias de la moda y comprender que el garbo que aún conserva la capital cubana se debe precisamente a los años de República Mediatizada.
Los rebeldes que bajaron de la Sierra Maestra encontraron una Habana espléndida. Su única preocupación, en lo adelante, sería destruirla, lo cual se hizo a conciencia. Los barbudo
escogieron hacer socialismo con sobredosis de propaganda y cero publicidad; de modo que no han creado, hasta este día, un solo ícono cuya contemplación produzca placer o remita a tiempos mejores.
Tal vez dentro de otros cincuenta años las pegatinas con la imagen de Fidel Castro, que tras su muerte han sido repartidas en tiendas, farmacias y escuelas, sean convertidas en portavasos y los turistas se pregunten, escépticos, si de verdad hubo socialismo en una islita del Caribe.
Hoy, la magia de La Habana descansa en su impronta de metrópolis exuberante, glamorosa e insomne, heredada de la etapa republicana. Ese es el espíritu que bares y restaurantes se han esforzado en rescatar a través del estilo vintage. Cualquier implicación político-ideológica que se pretenda adjudicar a esta iniciativa, es resultado de la paranoia y la falta de cultura de los dirigentes cubanos.