La revolución televisiva de
Ellen DeGeneres: así acabó con el programa de testimonios
Por Borja Terán
Este martes, Ellen DeGeneres inaugura la temporada número 15 de su programa diario. Un programa que comenzó a grabarse, sin demasiada pompa, desde los estudios de la NBC en Los Ángeles en septiembre de 2003 pero que, poco a poco, ha terminado redefiniendo el tono de los magazines de la televisión norteamericana.
Tras décadas de liderazgo en audiencias de los lacrimógenos y condescendientes programas de testimonios, el aterrizaje de Ellen ha ido modernizando los programas “de día”, tradicionalmente considerados “femeninos”, para igualarlos a la primera liga de los reputados late night clásicos.
Ellen DeGeneres instaló en la programación un luminoso show con monólogo inicial y entrevistas de primer nivel, que nada tenía que envidiar a los programas nocturnos. Hasta Obama hizo escala durante su campaña electoral en The Ellen DeGeneres Show. Un formato que, además, ha roto con el tono sensacionalista de sus predecesores. Así DeGeneres logró acabar con el reinado de la gran dama de la televisión norteamericana, Oprah Winfrey, experta en moverse por las arenas movedizas del morboso espacio de testimonios en el que no faltaban los discursos de telepredicadora de la propia maestra de ceremonias.
Nada que ver con DeGeneres, que apostó por un show comprometido con su audiencia, con la sociedad y con la tolerancia, sin mirar a nadie por encima del hombro y que, sobre todo, siempre ha dado protagonismo a constructivas conversaciones sin escarbar en el sentimentalismo de usar y tirar. Impagable ha resultado la labor de Ellen en la lucha de la comunidad LGBTI o en la proliferación de campañas anti-bullyng.
También DeGeneres ha sido pionera a la hora de conectar la televisión con las redes sociales como forma de acercarse al espectador y establecer complicidad con él, siempre con humor y creatividad (no paran de hacer memes en los que Ellen es insertada en cualquier tipo de situación ridícula). Y en el show, las celebrities de Hollywood no son las únicas estrellas a las que entrevistar. Ellen siempre ha estado atenta a las celebridades anónimas que surgen en el universo viral, creando un nuevo star system del que se nutre su programa. El equipo del espacio es rápido de reflejos en llevar al plató a aquellas personas que destacan en Internet, sobre todo a los niños prodigio que surgen en la red. Si funcionan, sus apariciones se pueden estirar durante semanas, como ha sido el caso de la niña superdotada Brielle, experta en ciencia.
Y lo mejor es que todo en el programa está narrado desde una óptica positiva y natural, sin los púlpitos del viejo programa de testimonios. Aquí la presentadora está al mismo nivel del espectador, habla de tú a tú e incluso se atreve a hacer travesuras con su audiencia. De hecho, otra de las claves del éxito del formato es el de recuperar coloristas juegos de la televisión clásica de los setenta y ochenta en los que participan los espectadores que acuden como público. Estas pruebas son elementos dinamizadores del show y, al mismo tiempo, sirven como eficaz emplazamiento publicitario, ya que el premio viene de un patrocinador que no necesita cortar el programa con un antipático spot invasivo. Estos juegos, a veces casi dignos de programa infantil, hacen al público implicarse con el formato. La audiencia se siente parte del show, un show hábil creando historias capitulares y transversales, que se perpetúan en el tiempo, gracias a unos invitados, famosos y anónimos, con un carisma que DeGeneres sabe exprimir. Y ahí está la clave de fondo de su éxito tan duradero: el instinto del espectáculo que trata a la audiencia con la inteligencia que merece y con la certeza de que una sonrisa cómplice puede ser mucho más adictiva que una lágrima fácil.
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