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General: EL HOMBRE QUE MATÓ A OSCAR WILDE
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 16/09/2017 19:46
Un escándalo sexual que involucraba al primer ministro británico pudo ser decisivo en los juicios contra Oscar Wilde.
 
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                                                                                                                                                                Oscar Wilde y "Bosie"
El hombre que mató a Oscar Wilde
               Por Diego Parrado - Vanity Fair
Oscar Wilde era tan artista que mataba por un epigrama y prefería condenarse a salvarse si con eso su vida acababa convertida en un poema. Por eso, incluso algo tan aburrido como las actas de un juicio y la verborrea de los abogados, acabaron inspirando en su caso un entretenido espectáculo de Broadway. Que en un momento de la obra sus personajes, la reina Victoria incluida, se pongan a bailar Vogue, es la clase de peaje que los genios del siglo XIX tienen que pagar para sobrevivir en el nuestro. No sé si la gente sigue leyendo a Oscar Wilde, pero desde luego ha tenido mucho éxito como icono homosexual.

Gross Indecency, la obra de Moisés Kauffman estrenada el pasado miércoles en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid, cuenta la historia de los dos procesos judiciales que en 1895 tuvo que afrontar Oscar Wilde por ofender a la moral victoriana y seducir a Lord Alfred Douglas, Bosie.

El caso es muy famoso: el marqués de Queensberry se había enterado del romance que Wilde mantenía con su hijo y empezó a acosar al escritor, con el que juró acabar para siempre. En una ocasión, se presentó en el teatro en el que iba a estrenarse La importancia de llamarse Ernesto con un ramo de zanahorias y nabos (un“phallic bouquet”, lo llamó alguien) para arrojárselo cuando saliera al escenario a recibir los aplausos del público. También solía amenazarle con pegarle un tiro o matarle a puñetazos, cosa que seguramente el marqués podría haber hecho: además de por arruinar la vida de Oscar Wilde, Queensberry ha pasado a la Historia por formular las reglas del boxeomoderno.

Finalmente, después de que el marqués le acusara públicamente de “alardear de sodomita”, Wilde se querelló contra Queensberry por difamación, pero el proceso se torció y fue él quien acabó condenado a dos años de trabajos forzados. El castigo, para un hombre acostumbrado a las cenas en el Café Royal y a los veranos en Brighton, equivalía a la pena de muerte. Días después, el famoso autor de El retrato de Dorian Gray, adorado en enero por el público del West End, daba con sus huesos en la cárcel de Reading. Moriría solo cinco años más tarde, arruinado y apartado de sus dos hijos.

Oscar Wilde no fue la única víctima de Queensberry. De hecho, durante su juicio, muchos sospecharon que si se puso tanto empeño en condenarle fue por el temor a que el marqués hiciera pública la homosexualidad de otro gran personaje de la época: ni más ni menos que Lord Rosebury, el primer ministro del Reino Unido y supuesto amante del vizconde Drumlanring, primogénito de Queensberry y hermano mayor de Bosie. La pareja se ha librado de bailar Vogue, pero muchos creen que jugó un papel fundamental en la tragedia de Oscar Wilde.

Según cuenta Neil McKenna en La vida secreta de Oscar Wilde, Rosebery y Drumlanring se conocieron en 1892, poco después de que Oscar y Bosieiniciaran su tormentosa relación. Por entonces Rosebery era el ministro de asuntos exteriores, y el abuelo materno de Drumlanring le presentó a su nieto con la esperanza de que impulsara su carrera política. El problema es que sobre Rosebery corría el rumor de que era homosexual, y cuando ofreció al bello Drumlanring una silla en la Cámara de los Lores, empezó a murmurarse que los dos mantenían un affaire. “El ascenso de Drumlanring se debe no tanto a su perspicacia política como a su habilidad para alojar en su recto el largo y grueso órgano de Rosebery”, se encargo de que circulara por Londres el hijo de un rival político del ministro.

Que ni los ingleses recuerden ya el nombre de Archibald Primrose se debe a lo breve de su mandato: el conde de Rosebery fue nombrado primer ministro en 1894 y anunció su dimisión a su gabinete solo un año después; precisamente, la mañana siguiente al día en el que el marqués de Queensberry acusó a Wilde de “alardear de sodomita”.

La coincidencia dio pie a todo tipo de elucubraciones. ¿Le dejó Queensberry un mensaje parecido al primer ministro en Downing Street? Eso explicaría, dicen los defensores de esta teoría, la precipitada salida de Rosebery del gobierno de su majestad. También que la salud del político empezara a deteriorarse a partir de ese día, dominado por los nervios. “No puedo olvidar 1895”, diría años más tarde.

El marqués se puso hecho un basilisco al enterarse de lo de su hijo con Rosebery. “Queensberry debió de sentir una profunda vergüenza al pensar que dos de sus hijos eran sodomizados por dos hombres mayores y poderosos”, escribe McKenna. “Tener un hijo sodomita podía ser visto como una desgracia, pero tener dos parecía hereditario”. Para colmo, la joven ysegunda esposa de Queensberry había demandado la nulidad de su matrimonio solo unos días después de la boda, alegando “frigidez e impotencia” por parte del marqués. El trofeo de masculinidad que ganó en el cuadrilátero se le escurría entre los dedos, y para intentar recuperarlo se propuso destruir a los amantes de sus hijos.

Según La vida secreta de Oscar Wilde, Queensberry inició una incansable persecución contra el primer ministro. Le enviaba telegramas amenazándolecon una paliza, le insultaba cada vez que tenía oportunidad ("jew nancy boy", le llamó en una carta) y empezó a merodear por su jardín para sorprenderle con su hijo y poder incriminarle. Tratando de reunir pruebas de su homosexualidad (en el caso de Wilde, una sábana con restos de vaselina), parece ser que destapó la de otros miembros del gobierno liberal de Rosebery. Si eso jugó o no en su favor en el juicio contra el escritor es algo sobre lo que los distintos biógrafos de Oscar Wilde no se ponen de acuerdo. La literatura trastocó la vida de Wilde en una tragedia griega, y de la misma manera que su personaje ha terminado convertido en un mártir, uno que baila Vogue, el tiempo ha ido cargando a su némesis con una perversidad que tal vez no fuese tan exagerada ni retorcida.

Tampoco sabemos si Drumlanring se suicidó por culpa de su padre: en octubre de 1894, el hermoso vizconde apareció muerto en el campo, con untiro en el pecho de su propia pistola. "Era un santo", diría Bosie de su hermano. Meses después, empezaría el martirio de Oscar Wilde.

     DIEGO PARRADO
 
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 Artículo tomado de Vanity Fair


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 18/09/2017 12:11
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EL CASO DE OSCAR WILDE
          José María Marco
Oscar Wilde se ha ido convirtiendo, con el paso de los años y las modas, en un héroe y un mártir. Mártir y héroe de la libertad que se atrevió a levantarse contra los convencionalismos de su época y afirmó su homosexualidad para proclamar su verdad auténtica.
  
La cosa sorprendería al propio Wilde, como demuestra la biografía de Joseph Pearce que acaba de publicar la nueva editorial madrileña Ciudadela Libros. Es verdad que Wilde fue un rebelde, como lo fueron unos cuantos –muy pocos– victorianos tardíos, entre los que está Audrey Beardsley, el ilustrador de la Salomé, al que Wilde arruinó la vida. Pero la rebeldía, para Wilde, no consistía en reivindicar una identidad nueva, al modo de los radicales gays de nuestros días, ni en apostar por la desaparición de la moral cristiana, a lo Nietzsche o a lo Bloomsbury, estos últimos más de andar por casa.
 
Wilde se había propuesto algo a la vez más personal y entretenido, tal vez incluso más difícil: elevar a categoría estética, como sin pretensiones, una sátira amable de los tópicos y convencionalismos en los que se asentaba la respetabilidad de la Inglaterra victoriana, salvando a un tiempo los fundamentos morales de una sociedad ultrasofisticada de la que él, en su "infinita urbanidad" –así lo describió Henry James–, era como la obra maestra.
 
En este aspecto, algunas partes de su obra literaria siguen siendo extraordinarias. El teatro, sobre todo, en el que perdura el rastro del conversador genial, temerario, además de curioso y buena persona. En sus maravillosos cuentos pasa algo parecido. Tanto o más que la invención literaria importa la actitud de un padre convencido de que puede hacer creer a sus hijos pequeños, los dos que tuvo con Constance Mary Lloyd, que existe un mundo donde la belleza es lo mismo que el bien y la verdad. En el fondo, es el mismo mensaje de sus comedias, de las que el espectador sale reconfortado porque después de haber rozado el desastre moral los buenos acaban triunfando siempre y los malos son justamente castigados.
 
Luego están las obras en las que Wilde se esfuerza no por reforzar los principios morales haciendo como que se burla de ellos, sino por expresarlos y darles vida. En este apartado están El retrato de Dorian Gray y el De profundis, así como La balada de la cárcel de Reading, escritas estas dos con ocasión del encarcelamiento del autor por conducta escandalosa. En ellas se expresa lo contrario de lo que Wilde fingía presumir en público. En El retrato de Dorian Gray, su profunda veta moralista. En las otras dos, la búsqueda –y el fracaso– de una experiencia regida por la moral tradicional, en última instancia católica.
 
En este sentido, el puñado de rebeldes estetas al que perteneció Wilde fue considerablemente más conservador que sus mayores, los victorianos propiamente dichos. Muchos de estos, como George Eliot, los Ruskin, los Carlyle o los Mill, concluyeron que no podían fundar la moral en la religión e hicieron de la moral la religión misma. En cambio, Wilde y sus amigos no supieron vivir sin la religión. El biógrafo Joseph Pearce insiste en este punto, con razón.
 
Esta circunstancia añade teatralidad a la vida de Wilde y sus amigos, pero les resta algo de interés. Resultan bastante previsibles. O salen santos o acaban condenados, y para ellos no hay más que hoguera, martirio y tremendismo. Al final, todo culmina en el infierno o en el seminario. La vida de Wilde habría sido infinitamente más sugestiva si de verdad hubiera intentando resistirse a la regresión primitiva hacia la promiscuidad sexual, más o menos disfrazada de esteticismo, en la que se embarcó con tanta facilidad.
 
Para quienes se empeñan en hacer de Wilde un héroe gay, cabe recordar que poco tiene que ver ese retorno a la degradación bestial con la condición homosexual, que comporta, en más de un sentido, las mismas exigencias morales que la heterosexualidad. Wilde, además, en vez de intentar salvar su matrimonio y ganarse el respeto de sus hijos, pretendió alcanzar la salvación después de tratar a su mujer como a un animal y destruir meticulosa y sistemáticamente, siguiendo la línea más fácil y sin estar dispuesto a pagar el precio, su propia familia.
 
Si algo destaca de Wilde, en este momento tan triste de su vida, es su inconsistencia. Cuando denunció por calumnias al padre del imbécil de su amante, creyó que le salvaría la hipocresía victoriana. Las convenciones de las que se había burlado tan finamente le iban a evitar ahora que se descubriera la verdad. Se equivocó. La moral victoriana no era simple hipocresía, y una vez desafiadas las convenciones Wilde quedó a la intemperie, convertido en un espectáculo patético, carne de la prensa sensacionalista e incapaz de volver a escribir. El órdago que lanzó era tal que, de haber ganado el pleito, habría demostrado que la sociedad inglesa era pura corrupción, lo contrario de lo que había expresado con una emoción tan contagiosa en sus obras más hermosas. Hasta ahí había llegado la descomposición.
 
La biografía de Joseph Pearce deja bien claro que a Wilde siempre le interesó el catolicismo. En bastantes momentos se obsesionó con reconciliarse con la Iglesia Católica, y llegó a convertirse en su lecho de muerte. El Señor, en su misericordia infinita, lo habrá perdonado, pero el propio Wilde debía de saber que cuando se convirtió ya nada se le exigía. Hasta ahí, el abrumador sentido de culpabilidad que llegó a sentir no le impidió seguir hurgando en la ruina en que se había convertido, ruina de la que Pearce nos ahorra los detalles más sórdidos, aunque no el recuento de las consecuencias. Ni siquiera le retuvo su auténtica vocación, que fue el amor a su obra, su responsabilidad de artista, la ambición de hacer del Arte un culto tan noble como la religión.
 
La editorial Ciudadela Libros se estrena con este excelente trabajo breve y enjundioso, ameno, bien escrito y sin prejuicios. Joseph Pearce utiliza hábilmente la obra del autor, sin forzarla, como material para describir el personaje. Invita a leer o releer a Wilde, y dibuja un retrato desmitificador pero respetuoso y matizado del artista, personaje tan refinado como hombre flojo y desgraciado.
 
Dos recomendaciones finales para completar esta biografía: el estudio de Gertrude Himmelfarb sobre Matrimonio y moral en la época victoriana (Debate, 1991), que discute con rigor los tópicos y las tonterías que conforman el trasfondo del mito de Wilde, y La musa trágica, una novela en la que Henry James satirizó con ironía y humanidad, tal vez incluso con una punta de envidia en algún momento, a un Oscar Wilde deslumbrante bajo los rasgos de Gabriel Nash, escritor que no escribe.
 
 Cuba Eterna - Gabitos - Verano 2017

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 22/09/2017 15:50
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OSCAR WILDE, EL ACTO FINAL
                         Por David Torres
La gran tragedia de Oscar Wilde –lo advirtió él mismo– es que puso todo su genio en su vida y sólo su talento en sus obras. La frase tiene ese punto de exageración marca de la casa puesto que Un marido ideal, La decadencia de la mentira, El retrato de Dorian Gray y la Balada de la cárcel de Reading son, cada una en su estilo, perfectas obras maestras. Con todo, siempre que alguien descubre la felicidad y la maravilla de leer a Wilde, no dejará de sorprenderle su intervención en ese turbulento proceso judicial que acarreó su desgracia y su ruina. La trayectoria vital de Wilde, del éxito al escarnio, de la fama al oprobio y a la cárcel, es como la de un pájaro rutilante de brillantes colores cazado en pleno vuelo. Para muchos lectores novatos el esplendor de su biografía oculta el brillo de sus libros.
 
Es fácil adscribir a Wilde al epígrafe de víctima e incluso al de mártir, un mártir no sólo de la libertad sexual sino de la verdad y la belleza en el sentido más platónico del término. Esa lectura es correcta, sin duda, pero insuficiente. Disfraza el hecho de que fue el propio Wilde quien puso en marcha la maquinaria legal que acabaría aplastándolo. La historia es muy sencilla: Wilde recibió una nota del padre de su amante, lord Alfred Douglas, un necio insulto que declaraba torpemente “A Oscar Wilde, que presume de sodomita”. Hubiese sido muy fácil para el dramaturgo romper la nota en dos pedazos y soltar una alegre carcajada. Hubiese sido mejor todavía responder al marqués de Queensberry con uno de sus malévolos epigramas. Al contrario de lo que se piensa, Wilde era un hombre alto y corpulento que no tuvo el menor problema en echar de su casa a dos matones que el marqués (el inventor de las reglas del boxeo moderno) había enviado para intimidarlo. Sin embargo, demandó a Douglas por difamación, lo cual fue como empezar una batalla pública contra la hipocresía y la inmoralidad de la alta sociedad victoriana, una batalla que Wilde tenía perdida de antemano. La pelea se saldó con una sentencia de dos años en la prisión de Reading, la máxima que podía imponer la ley británica, como aseguró el juez con un golpe de mazo antes de preguntar al escritor si tenía algo que decir contra la sentencia que acababa de dictar. “Sí” contestó Wilde, esteta hasta el fin e incapaz de guardarse una réplica entre dientes. “Que está mal escrita”.
 
En prisión, sometido a un régimen de trabajos forzados y a una dieta humillante que le provocaba diarreas continuas, Wilde conoció una especie de redención a través del dolor. Lo reveló en lo que tal vez sean sus dos textos más altos, la Balada de la cárcel de Reading y la Epistola in carcere et vinculis: de profundis. Dedicada a su bello, bobo e insustancial amante, Bosie,De profundis es probablemente la carta más bella de la literatura. En ella, el aparentemente frívolo e ingenioso autor de comedias y frases inolvidables recurre a una ética de raíz cristiana, una purificación a través del sufrimiento en la que revela su alma generosa, desnuda y sangrante. Hay momentos en la larga epístola en que Wilde, en nombre de la verdad –la verdad de “ese amor que no osa revelar su nombre”– parece haberse entregado voluntariamente al martirio. Esa dicotomía entre el dolor y el placer, entre cristianismo y paganismo, no suena tan disparatada cuando uno repasa algunos de sus textos cenitales. Pienso principalmente en dos cuentos infantiles, dos relatos engañosamente ingenuos y que no pueden leerse sin llorar.
 
En uno de ellos, El príncipe feliz, una golondrina que debe huir de la ciudad ante la llegada del invierno, decide atender la petición de la estatua de un príncipe que, como Buda, no había visto nunca la miseria en que vivían sus súbditos. La golondrina va arrancando tiras de oro de la estatua para llevarlas en su pico a los más desgraciados y pobres. Muere de frío a los pies de la estatua despellejada, que los próceres deciden quemar, porque ya no luce con la belleza de antaño. Pero el corazón de la estatua, un pedazo de plomo, permanece inalterable al fuego y los fundidores lo arrojan a un montón de basura donde yace también el pájaro muerto.
 
El segundo es, claro está, El gigante egoísta, en el que un ogro malhumorado, al prohibir a los niños jugar en su jardín, ahuyenta también a la primavera, al sol y a las aves. Al descubrir que los niños traen de nuevo las flores a su jardín, no sólo les permite jugar sino que juega también con ellos, y se encariña del más pequeño, el primero que se atrevió a darle un beso. Pero ese niño ya no regresa más y los años pasan y el gigante está triste en medio de su alegría porque le gustaría ver otra vez a su pequeño amigo. Les pregunta a los otros niños dónde está pero ellos no lo saben. Entonces, ya anciano, una mañana ve al niño y se enfurece al ver que sus manos y sus pies están traspasados por heridas de clavos. “Estas son las heridas del Amor” le dice el niño, y en un giro alegórico e inolvidable revela la verdad: “Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás tu en el jardín mío, que es el Paraíso”.
 
La belleza y la muerte, el amor y la piedad aparecen engastados en estas dos joyas imperecederas del idioma inglés. El cadáver del gigante amanece revestido de flores blancas y, cuando Dios pide a sus ángeles las dos cosas más bellas de la ciudad, ellos le llevan la golondrina muerta y el corazón de plomo del príncipe. Expurgar el simbolismo religioso presente en ambos relatos sería una impertinencia. Tal vez no lo sería tanto recordar que, al término de su vida, cuando deambulaba gordo y desdichado por los senderos de su exilio, Wilde le confesó a André Gide: “Yo sólo quise conocer el otro lado del jardín”.

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 23/09/2017 14:44
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Oscar Wilde, retrato de un genio
 Escritor, poeta, dramaturgo irlandés  y un ícono gay 
El escritor británico Oscar White nació un 16 de octubre de 1854 en   Dublín, Irlanda, Reino Unido. Hijo del cirujano William Wills-Wilde y de la escritora Joana Elgee, Oscar Wilde tuvo una infancia tranquila y sin sobresaltos. Estudió en la Portora Royal School de Euniskillen, en el Trinity College de Dublín y, posteriormente, en el Magdalen College de Oxford, centro en el que permaneció entre 1874 y 1878 y en el cual recibió el Premio Newdigate de poesía, que gozaba de gran prestigio en la época.
  
Oscar Wilde combinó sus estudios universitarios con viajes (en 1877 visitó Italia y Grecia), al tiempo que publicaba en varios periódicos y revistas sus primeros poemas, que fueron reunidos en 1881 en Poemas. Al año siguiente emprendió un viaje a Estados Unidos, donde ofreció una serie de conferencias sobre su teoría acerca de la filosofía estética, que defendía la idea del «arte por el arte» y en la cual sentaba las bases de lo que posteriormente dio en llamarse dandismo.
 
A su vuelta, Oscar Wilde hizo lo propio en universidades y centros culturales británicos, donde fue excepcionalmente bien recibido. También lo fue en Francia, país que visitó en 1883 y en el cual entabló amistad con Verlaine y otros escritores de la época.
 
En 1884 contrajo matrimonio con Constance Lloyd, que le dio dos hijos, quienes rechazaron el apellido paterno tras los acontecimientos de 1895. Entre 1887 y 1889 editó una revista femenina, Woman's World, y en 1888 publicó un libro de cuentos,El príncipe feliz, cuya buena acogida motivó la publicación, en 1891, de varias de sus obras, entre ellas El crimen de lord Arthur Saville.
 
El éxito de Wilde se basaba en el ingenio punzante y epigramático que derrochaba en sus obras, dedicadas casi siempre a fustigar las hipocresías de sus contemporáneos. Así mismo, se reeditó en libro una novela publicada anteriormente en forma de fascículos, El retrato de Dorian Gray, la única novela de Wilde, cuya autoría le reportó feroces críticas desde sectores puritanos y conservadores debido a su tergiversación del tema de Fausto.
 
No disminuyó, sin embargo, su popularidad como dramaturgo, que se acrecentó con obras como Salomé (1891), escrita en francés, o La importancia de llamarse Ernesto (1895), obras de diálogos vivos y cargados de ironía. Su éxito, sin embargo, se vio truncado en 1895 cuando el marqués de Queenberry inició una campaña de difamación en periódicos y revistas acusándolo de homosexual. Wilde, por su parte, intentó defenderse con un proceso difamatorio contra Queenberry, aunque sin éxito, pues las pruebas presentadas por este último daban evidencia de hechos que podían ser juzgados a la luz de la Criminal Amendement Act.
 
Decadencia y leyenda
El 27 de mayo de 1895  en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del más sonado proceso judicial del siglo. En 1891, Wilde conoce a Lord Alfred «Bosie» Douglas, el tercer hijo del Marqués de Queensberry, y pronto inician un romance que les convierte en inseparables.
 
Cuatro años después, el escritor demandó al padre de «Bosie» por difamación ya que le había acusado de homosexualidad. Wilde retiró el caso, pero fue arrestado y declarado culpable de indecencia grave y condenado a dos años de prisión y trabajos forzados, la sentencia supuso la pérdida de todo aquello que había conseguido durante sus años de gloria.
 
Alejado de su familia, pues Constanza huyó a Suiza con su hijos tras el escándalo, Wilde sigue escribiendo durante su encierro. De esta época surge «De Profundis», una larga carta dirigida a su amante en la que rememora su relación y se reafirma en sus actos. Tras su liberación escribe «Balada de la cárcel de Reading», poema sobre la relación entre el amor y las convenciones sociales, entre la vida y la muerte, todo bajo la agonía de su encierro.
 
Las numerosas presiones y peticiones de clemencia efectuadas desde sectores progresistas y desde varios de los más importantes círculos literarios europeos no fueron escuchadas y el escritor se vio obligado a cumplir por entero la pena,  salió de la prisión arruinado material y espiritualmente..
 
Recobrada la libertad  sufre un absoluto ostracismo social y decide cambiar de nombre y apellido (adoptó los de Sebastian Melmoth) y emigró a París, donde permaneció hasta su muerte en noviembre del año 1900.. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, sus quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora al catolicismo.
 
A partir de ahí, Wilde se dedica a vagar por Europa sin poder recuperar la creatividad que le había encumbrado pocos años antes. Solo y enfermo de meningitis, Oscar Wilde fallece el 30 de noviembre de 1900 en París, donde descansan sus restos en una tumba que se ha convertido en lugar de peregrinación mundial.
 
El Hotel d'Alsace, donde murió Oscar Wilde en el 13, rue de Beaux Arts en París, ha sido reemplazado por L'Hotel, un hotel en que puede uno alojarse en la habitación de Wilde, la número 16.
 
El eterno y  brillante escritor murió en Francia el 30 de noviembre de 1900.
Sólo póstumamente sus obras volvieron a representarse y a editarse. En 1906, Richard Strauss puso música a su drama Salomé, y con el paso de los años se tradujo a varias lenguas la práctica totalidad de su producción literaria.
 
El mito de la eterna juventud
La obra sin duda más recordada de Wilde sería «El retrato de Dorian Gray», la única novela que publicó el autor y que sería objeto de críticas voraces por el implícito erotismo entre hombres, que no sentó nada bien a la sociedad de la época. No obstante, este libro ha llegado con buena salud a nuestros días y ha sido objeto demúltiples adaptaciones cinematográficas, que han querido explorar el mito de la juventud eterna.
 
Tras el éxito cosechado en el género de los cuentos y de la novela, Wilde exploró el campo del teatro con «El abanico de Lady Windermere». Tan bueno fue el recibimiento de ésta que siguió escribiendo obras tan reseñables en su carrera como «Una mujer sin importancia», «Un marido ideal» o «La importancia de llamarse Ernesto», que le establecieron como un digno autor de teatro.
 
En 1950, cincuenta años después de morir Oscar White, las cenizas de su amigo Robert Baldwin Ross fueron añadidas a su tumba, en el cementerio del Père-Lachaise. Este crítico de arte aseguraba haber sido el primer amante masculino del escritor.
 
Después de la muerte,el 30 de noviembre de 1900. 
Su primer hijo, Cyril, falleció en la Primera guerra mundial, en mayo de 1915, como miembro de las filas británicas que lucharon en Francia. El segundo, Vyvyan, sobrevivió a la guerra y se convirtió en escritor y traductor, publicando sus memorias en 1954. El hijo de Vyvyan, Merlin Holland, ha editado y publicado muchos trabajos sobre su abuelo.
 
El día que Oscar Wilde fue a la cárcel por ser homosexual
Por  Daniel León - El autor de El Retrato de Dorian Gray, entregó su corazón al hijo de un aristócrata que no aceptaba su homosexualidad al punto de llevarlo a la cárcel.
Los tiempos han cambiado, o al menos están cambiando, pero en la época victoriana muchas cosas eran combustible para estallar escándalos y condenar a cualquiera que osara salirse de las ‘normas establecidas’ por la moral de la época, no importando si eras un escritor de renombre como Oscar Wilde. Y ni qué decir del tabú de la homosexualidad.
 
Wilde, poeta, dramaturgo, novelista, crítico literario y ensayista irlandés, uno de los escritores más brillantes de la época victoriana y de la literatura universal, autor de grandes obras como El Retrato de Dorian Gray, Salomé, La importancia de llamarse Ernesto, El Fantasma de Canterville, entre otras; era conocido en el bajo mundo londinense por su preferencia por los muchachos jóvenes, y por gastar grandes sumas de dinero dándoles regalos costosos a sus amantes masculinos, que por lo general, eran púberes prostitutos. Y no es que durante el día se cuidara más, sino que era más selectivo y discreto y trataba en algo de cuidar las formas y apariencias, ya que estaba casado y tenía dos hijos.
 
Todo comienza en 1891 cuando le presentaron a un estudiante de Oxford llamado Alfred Douglas alias ‘Bosie’, del cual se enamoró profundamente. Las biografías dicen que fue amor mutuo y a primera vista, pero claro, mantenido en el más absoluto secreto por ambos, tanto es así, que Oscar Wilde se dio el lujo de llevar a su casa a ‘Bosie’ y presentárselo a su esposa, para evitar las sospechas obviamente. Alfred Douglas o ‘ Bosie’ era hijo del Marqués de Queensberry, un hombre ateo poco acostumbrado a que le llevaran la contraria, aficionado y promotor de peleas, y por si fuera poco, a él le debemos la creación de las reglas modernas del boxeo.
 
El Marqués de Queensberry enseguida empezó a sospechar del nuevo amigo de su hijo y de la naturaleza de aquella relación, hasta que perdió la paciencia y se enfrentó con su hijo delante de Wilde. Les advirtió que no permitiría una relación entre ambos ni que el escritor, por más afamado que sea, “descarrile a su hijo por la homosexualidad”. Su advertencia no surtió efecto, así que el Marqués tomó cartas en el asunto y mandó a investigar a Wilde.
 
El Marqués, un día se plantó en Albemarle Club, un antro londinense que frecuentaba Wilde y le dejó una nota al portero en una de sus tarjetas personales: “A Oscar Wilde, que alardea de sodomita”. El portero del club, que la había leído antes, aseguró a Wilde que nadie más la había visto. La cosa podía haberse quedado ahí, pero Wilde decidió querellarse contra el Marqués por injuriarlo como sodomita. Este error de Wilde acabó con su vida privada y su carrera, siendo el inicio de su ocaso.
 
Tras un breve proceso, el jurado declaró al Marqués no culpable ya que consideraron que Wilde sí había alardeado sobre su orientación sexual. Esta absolución estuvo seguida de la detención de Wilde sin derecho a fianza y del embargo de sus bienes. El 26 de abril de 1895, se inició el primer juicio contra Wilde por pervertir a la juventud y contra Alfred Taylor (proxeneta londinense), por proporcionarle jovencitos. El 27 de mayo de 1895 fue condenado a dos años de trabajos forzados. Durante su permanencia en prisión se estrena en París Salomé (1896) y sus acreedores venden todos sus bienes dejándolo en la absoluta miseria.
 
Se dice que Oscar Wilde tuvo una actitud entre apática y ofendida durante todo el proceso, que no lo ayudó en nada. Su preocupación era defender a su amante, que, por cierto no estuvo a la altura, ya que parecía que salía con Wilde solo para fastidiar a su padre y que además, por temor a la persecución, huyó a París dejándolo sólo.
 
Tras su encarcelamiento, su esposa cambió de nombre y el de sus hijos, y se los llevó a Holanda para desvincularse del escándalo. Lo obligó también a renunciar a sus derechos como padre y más tarde, después de haber sido liberado, se negó a seguirle apoyándolo económicamente si es que lo veían con hombres o en compañía de su amante.
 
Oscar Wilde murió en Francia tres años después, sumido en la indigencia y bajo el nombre de Sebastian Melmoth. Un triste final para un genio, quien siempre se le consideraba como ‘el alma de la fiesta’.
 
Fuente Internet


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