La santificación comunista de Castro
“Yo le recé a Fidel para que el ciclón no se llevara mi casa”
Ernesto Pérez Chang | La Habana | Cubanet
“Yo le recé a Fidel Castro. Le pedí que el ciclón no se llevara mi casa”, la confesión es de un pobre y viejo campesino de Ciego de Ávila y la escuché en un reportaje trasmitido recientemente por la Televisión Cubana.
El audiovisual se regodeaba en la experiencia mística de este anciano durante el paso del más reciente huracán y se unía a esa extraña serie de testimonios sobre la naturaleza prodigiosa de Fidel Castro, una maniobra de glorificación de moda en los medios de prensa oficialista que, tengamos en cuenta, no es otra cosa que la parte más importante del sistema de propaganda ideológica del Partido Comunista de Cuba.
Una mujer afirma que Irma no hubiera causado tantos estragos de haber estado vivo Fidel Castro. Lo dice con toda seguridad y la reportera asiente entusiasmada tal vez sin reparar en la crítica solapada al desempeño de Raúl Castro.
Veámoslo desde este otro punto de vista: la muerte de aquel supone, para la señora, un estado de orfandad que atraviesa el país.
Mientras, otros como el anciano de Ciego de Ávila, dicen haberse postrado frente a la imagen en situaciones difíciles. Los periodistas se muestran fascinados ante las cámaras y los presentadores en los espacios informativos no ocultan su disposición a compartir la nueva fe sin cuestionamientos, quizás sin imaginar que su acto de adoración, más que un gesto de “lealtad revolucionaria”, se pudiera traducir en una falta de confianza en quienes detentan el poder.
¿Qué está sucediendo? Ninguno hasta el momento se ha atrevido a decir que se trata de una locura manipulada con toda intención.
O la ausencia física del líder comunista ha desatado tales ideas en un gobierno incapaz de generar otra figura de semejante liderazgo, mucho menos en medio de una crisis económica que pudiera desembocar en un sisma político que dé al traste si no con el sistema en su totalidad, al menos con los planes de desarrollo, o existe en todo este aparente “culto a la personalidad” un mensaje subliminar de críticas negativas a las gestiones de Raúl Castro.
Pudiera ser que las dos facciones más importantes dentro del gobierno, aquella que apuesta por la flexibilización progresiva y la otra apegada a la intransigencia ideológica, estén echando mano a una de las estrategias políticas más antiguas no solo en los sistemas totalitarios.
En esto de la “santificación” de Fidel Castro, los principales ideólogos del gobierno están jugando con cartas demasiado peligrosas.
Por un lado, la ortodoxia comunista ‒que incluso ve como positivas las retracciones en la política hacia Cuba de la actual administración estadounidense, al permitirle retomar la idea del enemigo acechante‒, se arriesga a establecer un patrón de comparación sobrehumano con el cual generarán descontento popular a largo plazo.
Por el otro, quienes apuestan por cambios económicos y políticos que coloquen a Cuba en igualdad de condiciones con el resto de las naciones, se exponen a generar resistencia a las transformaciones entre aquellos que han comenzado a idealizar eso que llaman el “legado de Fidel Castro”, que en esencia no es más que incrementar el repliegue, el aislamiento, la ausencia de información y la proscripción de todo cuanto contribuya al desarrollo pleno del individuo y, por ende, de la nación.
La oleada de artículos y reportajes sobre el carácter “divino” de Fidel Castro contrasta con aquella otra fiebre de propaganda que lo ha acompañado tras su deceso y que llenó las ciudades cubanas con frases de “Yo soy Fidel”, incluso estampadas a la entrada de baños públicos o en lugares relacionados con la prostitución o la venta de alcohol y drogas, lo cual hace pensar que no todo ha sido fruto de una irónica casualidad.
¿A dónde irá a parar todo esto? ¿A una paradoja? ¿Seremos una “teocracia comunista”?
Sin embargo, no es difícil adivinar que el hartazgo solo conduce al desdén y, muy pronto, al olvido. Tal vez algunos hayan estado pensando en una “sobredosis ideológica”, algo así como un antídoto fabricado con el propio veneno, como único modo de librar a Cuba de su peor fantasma, pero lo más probable es que la verdad sea algo tan simple como que la vieja guardia comunista, desconfiada y temerosa, no haya encontrado otro milagro de salvación que continuar sacándole lascas al caudillo difunto.