A Prado y Neptuno, iba una chiquita que todos los hombres la tenían que mirar… Ya nadie la mira, Ya nadie suspira, Ya sus almohaditas, Nadie las quiere apreciar.
LA PODEROSA
Jorge de Arma
Yo conocí a La engañadora. Le pusieron Fortuna porque llegó cuando nadie la esperaba, y justo ese día su padre se ganó 1000 pesos en la Lotería Nacional.
En el solar de Obrapía 160, en la Habana Vieja, Fortuna creció sola, dando vueltas en el patio común, bailando la rumba de los mulatos borrachos, esperando a la tarde para que llegara Pimpín y le contara de su vida.
Pimpín se decía a sí mismo “rey de los maricones y redentor de los culos”. Tenía un lejano parentesco con Salas Cañizares, Brigadier de la Policía Nacional, y a veces llegaba el General al solar, entraba, repartía unos billetes de cinco pesos y reía con su pariente. Las malas lenguas decían que Pimpín cosía los uniformes perfectos del militar y planchaba los filos exquisitos de sus pantalones.
Pimpín vivía en la noche el paseo de La Habana. Vestido con un pantalón de hilo blanquísimo, apretado en el talle y metido entre sus nalgas, caminaba desde el solar hacia el Parque Central. En aquellos años, Lázaro, un bugarrón abusador, le cobraba a las locas un peso por dejarlas fletear en el Parque Central y, si no, con el puño cerrado destrozaba sus caras para después violarlos en el pasaje, frente al Instituto, sin que le importara que lo vieran las señoras de bien que reposaban la comida en sus mecedoras de caoba.
impín un día dijo que no, que no pagaba, ni a la entrada ni a la salida, y recibió el puñetazo en la cara, y a Lázaro en sus entrañas. Dos días después, recuperado, cogió el tolete y el revólver de Salas Cañizares y se fue al Parque Central. Le puso el revólver en la cabeza al negro Lázaro, lo obligó a ponerse en cuatro, le metió el tolete por el ano, sin importarle que lo vieran todas las locas de carroza, y así le disparó tres veces en cada ojo.
Cuando llegó la Policía nadie había visto nada, nadie dijo nada, nadie habló.
Esto pasó en La Habana, en los cuarenta, mientras Fortuna bailaba sin parar en el solar, y esperaba que Pimpín le contara de su mejor amigo, Manolito Mayland, modisto de Tropicana y el primer cubano que bailó en el cabaret, como mujer, como la más mujer de toda La Habana.
A Prado y Neptuno iba Fortuna. En sus quince años ya era mujer del todo, y al llegar a la puerta del salón de bailes todos se paraban y le hacían un pasillo. Entraba la niña como reina, y mientras la Orquesta América tocaba, ella se movía dejando a todos con la boca abierta.
Enrique Jorrín la vacilaba; cómo movía las caderas, cómo sonreía, cómo dejaba a los hombres. Una tarde, viéndola excitarlos a todos, empezó a escribir en una partitura usada: “a Prado y Neptuno, iba una chiquita, que todos los hombres la tenían que mirar…”.
Dale con la punta ´el palo, dale con el medio palo, dale con palo entero, dale con la parte ´el medio…
cantaban las locas en el cuarto de Pimpín, en el solar de Obrapía 160. Manolito bailaba, con un ceñido vestido de encajes, y Fortuna aprendía de un hombre cómo se movía una mujer. Pimpín decía “hay mujeres que son maricones, de tan mujeres que son, lo exageran todo”. Fortuna era así, una mujer exagerada.
Manolito disfrutaba de su fama. Fue modisto de Tropicana y una tarde Roderico Neyra, Rodney, desesperado por la ausencia de una bailarina, lo dejó subirse en la tarima vestido de luces, casi desnuda, y esa noche los hombres le pidieron a Martin Fox el nombre de la nueva diva.
Primero bailó en el Bataclán, luego con Collazo, junto a Bobby de Castro y René Duval. La Habana estaba llena de hombres vestidos de mujer, pero Manolito Mayland fue la única. A todos los demás les llamaban por su apodo, Rosa, la Faraona, Fátima. A ella, cuando caminaba por San Lázaro, todo el mundo le decía Manolito.
Se compró una casa en Prado y San Lázaro. Estaba cerca de todo. Caminaba Prado arriba hasta el Parque Central, disfrutaba del Malecón, de los hombres gritándole piropos. Ella, Manolito, se gustaba. En esa casa puso su taller de costura, fue el modisto más famoso de La Habana; Rosa Fornés, Esther Borja, ya después Annia Linares o Mirtha Medina.
Vestida con un encaje raro, coqueta, casi puta Manolito cuenta, le gusta que la escuchen. No me cuenta a mí, que soy solo un adolescente curioso del barrio. Habla en una esquina, con una jaba verde olivo colgándole del brazo.
“Rosita Fornés dejó de venir a mi casa porque Armando Bianchi se enamoró de mí. Ustedes no saben lo que era La Habana, no tienen ni idea”.
Manolito nunca fue feliz. Le fue mal en los amores, los hombres la adoraban pero ninguno la quería. Ella solo quiso a un hombre en su vida; Henry, un marine americano que en un restaurant del puerto le quiso dar con la mano. Ella alejó la mejilla y la mano terminó en una de sus nalgas, y el yanqui ya no supo pensar en otra cosa que en tenerla.
Henry le enviaba dinero y hasta le propuso matrimonio, “no sé qué pensé, le dije que sí. A mí nadie nunca me había tratado con amor”. Poco después ella recibió una visa, embarcó en el ferry, y él la espero de uniforme, blanco, cuadrado, en el puerto de Cayo Hueso, con una flor roja en la mano.
Cuando Manolito bajó, treinta marines le hicieron un corrillo, y ella caminó bajo sables plateados. Henry se arrodilló, le ofreció un anillo de brillantes y le pidió que se casara con él. “Dije sí una vez más, no sé qué pensé. A mí nadie nunca me había tratado con amor”.
Ya en Miami, Henry le presentó a sus padres. Durmieron en habitaciones separadas. “Era amor, del bueno. Ni siquiera nos habíamos tocado. Nos besamos en el puerto de La Habana, y cuando llegué a Cayo Hueso, dos besos, sólo eso”.
Su primer domingo en Miami salieron por la playa. Manolito se puso un vestido blanco plisado, la falda dejaba ver sus piernas hermosas, el vuelo de sus mangas unos hombros sensuales, limpios, tocables. Henry la miraba y Manolito lo besó. Se escondieron tras una caletas y le desabrochó el pantalón, clavándole al marine sus uñas mientras hacía que se retorciese con su boca.
Cuando terminó, Manolito siguió, y él pudo una vez más, y así cuatro, todas en su boca.
“No sabes cómo me gustaba ese americano. Se dejaba hacer, no pedía nada. Parecía un vulgar militar pero era lo más dulce de este mundo”.
El otro domingo fueron otra vez a la caleta. Esta vez Henry empezó tocándole las nalgas, y cuando puso su mano entre las piernas de Manolo, encontró lo único masculino en aquella mujer. Se fue, la dejó desnuda y excitado, en medio de la nada.
Cuando llegó sin saber cómo a la casa de su prometido, la estaba esperando en el portal, sentado en una mecedora muy parecida a las de La Habana, con una pistola entre las piernas. Manolito subió dos escalones y el marine disparó dos veces al pecho de su amada. Luego se voló la cabeza.
“Me salvé de milagro. Estuve en el hospital tres meses largos. Narcy, el fotógrafo de las estrellas me hizo un reportaje, ahí está. Manolito La Poderosa es tiroteado en Miami”.
Sin dinero, estuvo deambulando por Miami hasta 1959. Aprovechó la revolución y se repatrió. “Dije que me había disparado un militar americano por defender el 26, y enseguida me dieron un boleto de avión y regresé como patriota”.
“Esos años fueron duros. Para poder vestirme de mujer tenía que ponerme el uniforme de miliciana. Y marchaba con todas ellas, sudaba en la plaza, gritaba viva Fidel. Me creí este cuento, me gustaban esos hombres barbudos y sucios”.
“Metieron a todos mis amigos en la UMAP. Yo me salvé, fui de las que saqué a Armando Hart aquella vez de una fiesta. Yo le sabía eso, lo sacaron vestido de mujer, y yo fui quien lo ayudó. Después me quitaron el atelier, en el 67, y ya no creí nunca más. Me ofrecieron trabajar en un taller de costura de la calle Zanja, dije que no, y me puse a coser para la calle. De eso viví”.
Manolito pasaba el tiempo cosiendo en bata de casa, esperando a sus clientas, esperando también algo de amor. Cuando abrieron las primeras salas de travestis en La Habana, ella hizo todos los vestidos, y enseñaba con orgullo los carteles que anunciaban a “La Poderosa en Tropicana”.
“¿Sabes por qué me decían La poderosa?”.
Tremenda discusión entre un ratón y una rana, pero tremenda discusión entre un ratón y una rana, porque la rana quería que el ratón la matara…
La rumba no paraba en el solar, Fortuna bailaba y Pimpín la miraba, más bien la cuidaba. Pimpín era un mulato lindo. Nunca estuvo con una mujer, pero era chulo del barrio de Pajaritos. Las putas y los maricones siempre le pagaron porque los protegiese, al pariente de Salitas todos le tenían miedo.
Pimpín controlaba desde Infanta y Belascoaín hasta Carlos III, esa era su zona. En Pajaritos mandaba él. Fortuna decía que “Pimpín heredó ese poder de un comunista que murió en México, otro chulo”. Fortuna sabía mucho, y de mucha gente.
“Los maricones en Pajaritos y las putas en Colón, en tu barrio, al doblar de tu casa” Fortuna sabe demasiadas cosas. Pimpín fue un hombre bueno. Conocía a mucha gente, y ya viejo lo metieron a cortar caña.
La noche de las tres P, aquella redada contra putas, proxenetas y pájaros, Pimpín durmió con Virgilio Piñera en un calabozo de la prisión del Príncipe. A Virgilio lo soltaron al otro día, pero él estuvo una semana. Y así, hasta el 65 que lo meten en la UMAP, a él que era un viejo, pariente lejano de Salas Cañizares.
Fortuna canturrea en su casa de la calle Hospital, en la cocina, que es desde donde se ve el Malecón: “estaba gordita, muy bien formadita, era graciosita…” Baila en el lugar, sin perderse la vista del mar, y baila de verdad, sabe que provoca, igual que cuando despechó al inventor del chachachá.
MANOLITO MAYLAND EN SU CASA
“Nunca me acosté con Jorrín, ni con Lay. Los tenía bobitos, pero era un juego. En mi vida tuve dos hombres, los padres de mis hijos. Jodí mucho, pero siempre le fui fiel a ellos y a mis amigos maricones, que son los que me cuidan, que son los de verdad. Los machos siempre quieren otra cosa, solo piensan en ellos.”
“Manolito era el modisto de todas ellas, siempre cosiéndole a los pájaros, y a sus mamás. A Rosita, a Mirtha, a Farah”
“Cuando se cayó la casa de Manolito Mayland en Prado, y se acabaron las Peñas de Yoya, se lo llevaron a un albergue de San Lázaro y Belascoaín. Me lo traje para acá, porque ahí se iba a morir de tristeza. Después su sobrina lo recogió, y sé que murió porque lo siento, nadie me lo ha dicho, pero ya no está”.
En 1970, Pimpín murió de una ataque de hipo en un cañaveral de Camagüey. Le dejó el cuarto del solar a Fortuna y un montón de fotos en una lata de galletas. Cuando vio a tanta gente conocida, comandantes, ministros, artistas, las quemó casi todas.
Solo sobrevivieron estas fotos de las viejas locas de La Habana, de Manolito Mayland, La Poderosa, y nada más.
PIMPÍN
CARNAVALES ... LA HABANA DE LOS 50, ESTABA LLENA DE HOMBRES VESTIDOS DE MUJER ....
(Todas las fotos pertenecen al archivo de Luis Quintanal)