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General: Jorge de Armas: Farah María, periodismo en el que creo
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 30/09/2017 19:31
Periodismo, Homosexualismo, Crónica
Este periodismo de nueva factura se enfrenta a los vicios en los que incurre el periodismo oficial cubano. Lejos de enfatizar en la crónica épica del presente, se adentra en la vivencia del sujeto y a través de ellas es que realiza su crítica social.
  
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                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             FARAH MARÍA                      
Farah María, periodismo en el que creo
           Jorge de Armas | Cuba Encuentro
Como a Farah le gustan los tipos malos, a nadie sorprenderá saber que sus dos maridos salieron de la prisión del Combinado del Este el mismo día.
 
Si alguien era respetada en el Barrio de Colón, ese barrio mestizo, con olor a rumba y aliento a alcohol, esa era Farah María. En Refugios, entre Industria y Genios, Farah vivía con un mulato de cara cortada, bugarrón “de toda la vida” y quien la tocara, o le gritara maricón, no salía con vida. Eso todos lo sabíamos.
 
La historia de la marginación homosexual siempre empieza con la ofensa. Lo que recuerdo de la Farah de mi barrio eran los gaznatones que le daba aquel mulato, y a ella, doblando por Industria rumbo a Prado, moviendo las caderas, mal pintada, mal querida.
 
Ahora recuerdo más, gracias a Jorge Carrasco y su maravilloso perfil “Historia de un paria” que ha resultado finalista del Premio Gabo 2017.
 
La homosexualidad en Cuba, así como la diversidad de género, se han convertido en tema de manipulación política y los estudios oficiales obvian la pluralidad de la sociedad y el tejido de relaciones barriales. Ya en épocas tempranas en la conformación de la nacionalidad cubana, el transformismo formó parte de la vida diaria, y hay evidencias gráficas de este en referencias a cabildos y carnavales. El fenómeno no fue ajeno a la vida de la ciudad a principios del siglo XX, e incluso, figuras como Manolo Meylán, reconocido como el primer travesti cubano, llegaron a figurar como bailarinas del, nada más y nada menos, cabaret Tropicana.
 
En mi barrio, Farah era uno de los tantos personajes aceptados. De ella se contaba que si alguien le gritaba en plena calle le prendía fuego como un pomo lleno de alcohol de bodega. También decían que una vez, cuando niño, se subió a la azotea y te tiró, porque su padre le pegaba, porque en su casa no podía vivir una puta maricona.
 
Todo eso se contaba hasta que Carrasco le dio voz e hizo lo que a veces el periodismo olvida: dejar a un lado los anhelos personajes y dejar que sea el mismo personaje quien le cuente su verdad en el mismo sitio en el que las cosas ocurrieron; las calles de La Habana.
 
Mi papá me daba tantos golpes por esas travesuras que un día me subí a la azotea del edificio y por poco me tiro. Vino la policía y vino todo el mundo, y yo gritando que me iba a tirar.
 
Este periodismo de nueva factura se enfrenta a los vicios en los que incurre el periodismo oficial cubano. Lejos de enfatizar en la crónica épica del presente, se adentra en la vivencia del sujeto y a través de ellas es que realiza su crítica social.
 
Este texto evidencia los conflictos reales de la diversidad de género apelando a un anecdotario revelador, lejos de tópicos reverenciados desde el poder, y, sobre todo, realizando su denuncia desde el hecho, no desde el panfleto.
 
Este perfil se inserta dentro de una nueva tendencia en la que jóvenes periodistas buscan en lo narrativo una forma de esquivar el anquilosado lenguaje de la prensa cubana. Por una parte, la descripción del fenómeno, que siempre es personal, y por otra, centrar el protagonismo en la vivencia y la forma de contarlo del entrevistado, aunque “entrevistado” es una palabra demasiado corta en la significancia de lo que describe.
 
Discrepo con Jorge, Farah no es, ni ha sido, un paria. Crecer siendo homosexual entre el barrio de Colón y San Leopoldo conduce a desarrollar un esquema de autodefensa que solo puede ser efectivo desde dos posiciones que ella supo usar como nadie: la ausencia o la guapería. Ella supo aislarse cuando los peligros fueron demasiados, y ser la más brava cuando sabía que iba a ganar. Nunca fue un paria, siempre ha sido una sobreviviente.
 
Yo era la reina de la prisión. Estuve en un pabellón donde había alrededor de trescientos homosexuales. Aquello me encantó. Hacía lo que me daba la gana. Me vestía de mujer con vestidos hechos de sábanas, pelucas de tiras de saco. Con pasta de dientes me maquillaba los párpados y los labios me los pintaba con pintura roja.
 
Cuba no se merece el periodismo de Granma. En esta profesión la Isla disfruta de una tradición demasiado rica para que los últimos sesenta años la empañen con notas sobre el sobrecumpliento de la cosecha de plátano microjet. Leer este texto reconcilia y abre puertas, y estos reconocimientos sitúan al nuevo periodismo cubano en una ventana en la cual otros fenómenos sociales tienen cabida.
 
La excelente cobertura sobre el huracán Irma que ha desplegado un medio independiente como Periodismo de Barrio es una muestra de que un periodismo distinto es posible en una isla asediada por prohibiciones y censuras durante demasiado tiempo.
 
Los premios tienen como efecto el reconocimiento y la vitrina. Hoy hay más que leer, y más que saber gracias a textos como este. Desde el individuo que es Raúl Pulido Peñalver, primero Lulú, ya para siempre Farah María, es posible comprender más sobre la homosexualidad y el transformismo en Cuba que desde toda la propaganda tendenciosa e interesada del CENESEX y su presidenta.
 
Estamos más cerca de un buen periodismo gracias a este perfil de Jorge Carrasco que no solo merece el reconocimiento de ser finalista del Premio Gabo, merece ser leído, merece ser divulgado.
 
Este texto no utiliza a Farah, no la pone como cabecilla de un movimiento, ni siquiera enfatiza en su dolor. Este es un texto limpio, sin opiniones, donde los hechos son protagonistas. Leerlo es caminar con ella, por las calles de mi barrio, intentando pensar que una Cuba que no existe, aún es posible.
 
 
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                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 (Ilustración Ricardo Weibezahn - El Estornudo)                         
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 01/10/2017 21:16
A Prado y Neptuno, iba una chiquita que todos los hombres la tenían que mirar… Ya nadie la mira, Ya nadie suspira, Ya sus almohaditas, Nadie las quiere apreciar.
  
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LA PODEROSA
            Jorge de Arma
Yo conocí a La engañadora. Le pusieron Fortuna porque llegó cuando nadie la esperaba, y justo ese día su padre se ganó 1000 pesos en la Lotería Nacional.
 
En el solar de Obrapía 160, en la Habana Vieja, Fortuna creció sola, dando vueltas en el patio común, bailando la rumba de los mulatos borrachos, esperando a la tarde para que llegara Pimpín y le contara de su vida.
 
Pimpín se decía a sí mismo “rey de los maricones y redentor de los culos”. Tenía un lejano parentesco con Salas Cañizares, Brigadier de la Policía Nacional, y a veces llegaba el General al solar, entraba, repartía unos billetes de cinco pesos y reía con su pariente. Las malas lenguas decían que Pimpín cosía los uniformes perfectos del militar y planchaba los filos exquisitos de sus pantalones.
 
Pimpín vivía en la noche el paseo de La Habana. Vestido con un pantalón de hilo blanquísimo, apretado en el talle y metido entre sus nalgas, caminaba desde el solar hacia el Parque Central. En aquellos años, Lázaro, un bugarrón abusador, le cobraba a las locas un peso por dejarlas fletear en el Parque Central y, si no, con el puño cerrado destrozaba sus caras para después violarlos en el pasaje, frente al Instituto, sin que le importara que lo vieran las señoras de bien que reposaban la comida en sus mecedoras de caoba.
 
impín un día dijo que no, que no pagaba, ni a la entrada ni a la salida, y recibió el puñetazo en la cara, y a Lázaro en sus entrañas. Dos días después, recuperado, cogió el tolete y el revólver de Salas Cañizares y se fue al Parque Central. Le puso el revólver en la cabeza al negro Lázaro, lo obligó a ponerse en cuatro, le metió el tolete por el ano, sin importarle que lo vieran todas las locas de carroza, y así le disparó tres veces en cada ojo.
 
Cuando llegó la Policía nadie había visto nada, nadie dijo nada, nadie habló.
 
Esto pasó en La Habana, en los cuarenta, mientras Fortuna bailaba sin parar en el solar, y esperaba que Pimpín le contara de su mejor amigo, Manolito Mayland, modisto de Tropicana y el primer cubano que bailó en el cabaret, como mujer, como la más mujer de toda La Habana.
 
A Prado y Neptuno iba Fortuna. En sus quince años ya era mujer del todo, y al llegar a la puerta del salón de bailes todos se paraban y le hacían un pasillo. Entraba la niña como reina, y mientras la Orquesta América tocaba, ella se movía dejando a todos con la boca abierta.
 
Enrique Jorrín la vacilaba; cómo movía las caderas, cómo sonreía, cómo dejaba a los hombres. Una tarde, viéndola excitarlos a todos, empezó a escribir en una partitura usada: “a Prado y Neptuno, iba una chiquita, que todos los hombres la tenían que mirar…”.
 
Dale con la punta ´el palo, dale con el medio palo, dale con palo entero, dale con la parte ´el medio…
cantaban las locas en el cuarto de Pimpín, en el solar de Obrapía 160. Manolito bailaba, con un ceñido vestido de encajes, y Fortuna aprendía de un hombre cómo se movía una mujer. Pimpín decía “hay mujeres que son maricones, de tan mujeres que son, lo exageran todo”. Fortuna era así, una mujer exagerada.
 
Manolito disfrutaba de su fama. Fue modisto de Tropicana y una tarde Roderico Neyra, Rodney, desesperado por la ausencia de una bailarina, lo dejó subirse en la tarima vestido de luces, casi desnuda, y esa noche los hombres le pidieron a Martin Fox el nombre de la nueva diva.
 
Primero bailó en el Bataclán, luego con Collazo, junto a Bobby de Castro y René Duval. La Habana estaba llena de hombres vestidos de mujer, pero Manolito Mayland fue la única. A todos los demás les llamaban por su apodo, Rosa, la Faraona, Fátima. A ella, cuando caminaba por San Lázaro, todo el mundo le decía Manolito.
 
Se compró una casa en Prado y San Lázaro. Estaba cerca de todo. Caminaba Prado arriba hasta el Parque Central, disfrutaba del Malecón, de los hombres gritándole piropos. Ella, Manolito, se gustaba. En esa casa puso su taller de costura, fue el modisto más famoso de La Habana; Rosa Fornés, Esther Borja, ya después Annia Linares o Mirtha Medina.
 
Vestida con un encaje raro, coqueta, casi puta Manolito cuenta, le gusta que la escuchen. No me cuenta a mí, que soy solo un adolescente curioso del barrio. Habla en una esquina, con una jaba verde olivo colgándole del brazo.
 
“Rosita Fornés dejó de venir a mi casa porque Armando Bianchi se enamoró de mí. Ustedes no saben lo que era La Habana, no tienen ni idea”.
 
Manolito nunca fue feliz. Le fue mal en los amores, los hombres la adoraban pero ninguno la quería. Ella solo quiso a un hombre en su vida; Henry, un marine americano que en un restaurant del puerto le quiso dar con la mano. Ella alejó la mejilla y la mano terminó en una de sus nalgas, y el yanqui ya no supo pensar en otra cosa que en tenerla.
 
Henry le enviaba dinero y hasta le propuso matrimonio, “no sé qué pensé, le dije que sí. A mí nadie nunca me había tratado con amor”. Poco después ella recibió una visa, embarcó en el ferry, y él la espero de uniforme, blanco, cuadrado, en el puerto de Cayo Hueso, con una flor roja en la mano.
 
Cuando Manolito bajó, treinta marines le hicieron un corrillo, y ella caminó bajo sables plateados. Henry se arrodilló, le ofreció un anillo de brillantes y le pidió que se casara con él. “Dije sí una vez más, no sé qué pensé. A mí nadie nunca me había tratado con amor”.
 
Ya en Miami, Henry le presentó a sus padres. Durmieron en habitaciones separadas. “Era amor, del bueno. Ni siquiera nos habíamos tocado. Nos besamos en el puerto de La Habana, y cuando llegué a Cayo Hueso, dos besos, sólo eso”.
 
Su primer domingo en Miami salieron por la playa. Manolito se puso un vestido blanco plisado, la falda dejaba ver sus piernas hermosas, el vuelo de sus mangas unos hombros sensuales, limpios, tocables. Henry la miraba y Manolito lo besó. Se escondieron tras una caletas y le desabrochó el pantalón, clavándole al marine sus uñas mientras hacía que se retorciese con su boca.
 
Cuando terminó, Manolito siguió, y él pudo una vez más, y así cuatro, todas en su boca.
 
“No sabes cómo me gustaba ese americano. Se dejaba hacer, no pedía nada. Parecía un vulgar militar pero era lo más dulce de este mundo”.
 
El otro domingo fueron otra vez a la caleta. Esta vez Henry empezó tocándole las nalgas, y cuando puso su mano entre las piernas de Manolo, encontró lo único masculino en aquella mujer. Se fue, la dejó desnuda y excitado, en medio de la nada.
 
Cuando llegó sin saber cómo a la casa de su prometido, la estaba esperando en el portal, sentado en una mecedora muy parecida a las de La Habana, con una pistola entre las piernas. Manolito subió dos escalones y el marine disparó dos veces al pecho de su amada. Luego se voló la cabeza.
 
“Me salvé de milagro. Estuve en el hospital tres meses largos. Narcy, el fotógrafo de las estrellas me hizo un reportaje, ahí está. Manolito La Poderosa es tiroteado en Miami”.
 
Sin dinero, estuvo deambulando por Miami hasta 1959. Aprovechó la revolución y se repatrió. “Dije que me había disparado un militar americano por defender el 26, y enseguida me dieron un boleto de avión y regresé como patriota”.
 
“Esos años fueron duros. Para poder vestirme de mujer tenía que ponerme el uniforme de miliciana. Y marchaba con todas ellas, sudaba en la plaza, gritaba viva Fidel. Me creí este cuento, me gustaban esos hombres barbudos y sucios”.
 
“Metieron a todos mis amigos en la UMAP. Yo me salvé, fui de las que saqué a Armando Hart aquella vez de una fiesta. Yo le sabía eso, lo sacaron vestido de mujer, y yo fui quien lo ayudó. Después me quitaron el atelier, en el 67, y ya no creí nunca más. Me ofrecieron trabajar en un taller de costura de la calle Zanja, dije que no, y me puse a coser para la calle. De eso viví”.
 
Manolito pasaba el tiempo cosiendo en bata de casa, esperando a sus clientas, esperando también algo de amor. Cuando abrieron las primeras salas de travestis en La Habana, ella hizo todos los vestidos, y enseñaba con orgullo los carteles que anunciaban a “La Poderosa en Tropicana”.
 
“¿Sabes por qué me decían La poderosa?”.
 
Tremenda discusión entre un ratón y una rana, pero tremenda discusión entre un ratón y una rana, porque la rana quería que el ratón la matara…
 
La rumba no paraba en el solar, Fortuna bailaba y Pimpín la miraba, más bien la cuidaba. Pimpín era un mulato lindo. Nunca estuvo con una mujer, pero era chulo del barrio de Pajaritos. Las putas y los maricones siempre le pagaron porque los protegiese, al pariente de Salitas todos le tenían miedo.
 
Pimpín controlaba desde Infanta y Belascoaín hasta Carlos III, esa era su zona. En Pajaritos mandaba él. Fortuna decía que “Pimpín heredó ese poder de un comunista que murió en México, otro chulo”. Fortuna sabía mucho, y de mucha gente.
 
“Los maricones en Pajaritos y las putas en Colón, en tu barrio, al doblar de tu casa” Fortuna sabe demasiadas cosas.  Pimpín fue un hombre bueno. Conocía a mucha gente, y ya viejo lo metieron a cortar caña.
 
La noche de las tres P, aquella redada contra putas, proxenetas y pájaros,  Pimpín durmió con Virgilio Piñera en un calabozo de la prisión del Príncipe. A Virgilio lo soltaron al otro día, pero él estuvo una semana. Y así, hasta el 65 que lo meten en la UMAP, a él que era un viejo, pariente lejano de Salas Cañizares.
 
Fortuna canturrea en su casa de la calle Hospital, en la cocina, que es desde donde se ve el Malecón: “estaba gordita, muy bien formadita, era graciosita…” Baila en el lugar, sin perderse la vista del mar, y baila de verdad, sabe que provoca, igual que cuando despechó al inventor del chachachá.
  
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MANOLITO MAYLAND EN SU CASA
“Nunca me acosté con Jorrín, ni con Lay.  Los tenía bobitos, pero era un juego.  En mi vida tuve dos hombres, los padres de mis hijos. Jodí mucho, pero siempre le fui fiel a ellos y a mis amigos maricones, que son los que me cuidan, que son los de verdad.  Los machos siempre quieren otra cosa, solo piensan en ellos.”
  
“Manolito era el modisto de todas ellas, siempre cosiéndole a los pájaros, y a sus mamás. A Rosita, a Mirtha, a Farah”
  
“Cuando se cayó la casa de Manolito Mayland en Prado, y se acabaron las Peñas de Yoya, se lo llevaron a un albergue de San Lázaro y Belascoaín.  Me lo traje para acá, porque ahí se iba a morir de tristeza. Después su sobrina lo recogió, y sé que murió porque lo siento, nadie me lo ha dicho, pero ya no está”.
  
En 1970, Pimpín murió de una ataque de hipo en un cañaveral de Camagüey. Le dejó el cuarto del solar a Fortuna y un montón de fotos en una lata de galletas. Cuando vio a tanta gente conocida, comandantes, ministros, artistas, las quemó casi todas.
  
Solo sobrevivieron estas fotos de las viejas locas de La Habana, de Manolito Mayland, La Poderosa, y nada más.
  
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 PIMPÍN
  
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CARNAVALES ... LA HABANA DE LOS 50, ESTABA LLENA DE HOMBRES VESTIDOS DE MUJER ....
  
(Todas las fotos pertenecen al archivo de Luis Quintanal)


 
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