Las campanas doblan como siempre en Miami cada vez que hay río revuelto entre Washington y La Habana
No hay dudas que la política cubana de Estados Unidos ha sido entregada de nuevo al exilio radical cubano, y la visión de ese exilio no se fundamenta en la soberanía nacional. El misterio de los ataques acústicos en la embajada norteamericana en La Habana han dado lugar a un retroceso en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Cubanos de Miami celebran llegada de Trump a la Casa Blanca Cuba: enigmas, renegados y políticas
Jorge Dávila | Miami | Cuba EncuentroMientras mucho se mantiene en el misterio, tres cosas parecen evidentes. Uno, que a los diplomáticos norteamericanos algo les pasó en La Habana; nadie sabe qué, pero algo les pasó; dos, que lo que les pasó está siendo utilizado políticamente por Washington para recalentar la “olla de presión” contra Cuba; y tres, que no existe manera que los servicios de inteligencia cubana no puedan saber ya, o averiguar expeditamente no solamente lo que pasó, sino más importante: quién es el responsable.
Las campanas doblan como siempre en Miami cada vez que hay río revuelto entre Washington y La Habana y para la corriente principal de ese folklore, el Gobierno cubano sigue siendo el único responsable, cosa que la Casa Blanca ya desechó hace días. En las declaraciones oficiales desde el principio de este asunto, a lo que pasó se les ha llamado a veces “incidentes de salud” y otras “ataques acústicos”, se ha mencionado la posibilidad de que la responsabilidad sea de un tercer país, de oficiales renegados dentro del gobierno cubano, o de ambos. Y esta es la espina dorsal del asunto.
Para cualquier observador racional, alejado del folklore anticastrista, sería difícil encontrar un motivo eficiente para que a La Habana le resultara conveniente dejar sordos a 21 americanos. Difícil cuando empezaron los incidentes, en plena luna de miel con Obama, pero mucho más después que asumió el presidente Donald Trump. Por eso en febrero, al ser notificado el Gobierno cubano, en un procedimiento protocolar solo reservado para graves ocasiones, el presidente Raúl Castro citó personalmente a Jeff de Laurentis, jefe de la embajada americana, para asegurarle que su Gobierno no estaba detrás de los mismos y ofrecer toda cooperación a las autoridades norteamericanas en el esclarecimiento. Por eso el FBI fue tiempo después a La Habana. Pero nada se aclaró.
Porque en realidad, el peso de dicha aclaración debe descansar sobre los servicios de orden interior e inteligencia del Gobierno cubano. Ya que, si este gobierno no lo hizo, alguien sí, y lo que hizo ese alguien constituye un ataque a la seguridad nacional de la República de Cuba, cuya integridad dichos servicios tienen la responsabilidad de defender. No es la primera vez que el Gobierno de Cuba denuncia oficiales renegados. La más reciente propició las causas número I, número II y hasta la causa número doce, que a partir de 1989 llevaron al paredón de fusilamiento a cuatro oficiales, dos de ellos altísimos y condenas que oscilaron entre los diez y treinta años a otros más. Es conocido que dentro de la estructura de poder cubano existen factores tan opuestos al deshielo diplomático USA-Cuba como opuestos están Marco Rubio y su base política, aunque desde perspectivas diferentes. Y los “ataques”, o sus consecuencias, sirven el propósito de ambos.
Este es el primer enfrentamiento de Raúl Castro como jefe de Gobierno con la hostilidad de Washington. Recibió temporalmente el poder en agosto de 2006, ya cercano el año electoral estadounidense, y asumió oficialmente en 2008, coincidiendo con la presidencia de Barack Obama que no suavizó más ni dio más porque no podía y “a cambio de nada”, como repite ahora Donald Trump, mientras que la posición cubana exigía para la normalización de las relaciones unos $116.000 millones en indemnización y la devolución de la base de Guantánamo entre otros requisitos envueltos en una especie de ebriedad transitorio-victoriosa que les llevó incluso a rechazar una inversión norteamericana para fabricar tractores porque eran “muy atrasados”.
No hay dudas que la política cubana de Estados Unidos ha sido entregada de nuevo al exilio radical cubano, y la visión de ese exilio —que puede emocionarse ante la bandera americana más que ante la cubana— no está demasiado basada en la asignatura de la soberanía nacional. El espíritu de revancha se confunde a menudo con el patriotismo y las soluciones serenas les sugieren muy a menudo traición al igual que a muchos talibanes en La Habana. No es difícil imaginar, con un poco de esfuerzo, de dónde y quiénes podrían haber animado esta “acción renegada” dentro de la estructura de poder cubana. Aunque permanecerá en el campo de la especulación hasta que se compruebe que fue cierta y que, de serlo, el Estado cubano se decida a denunciarla.
Jorge Dávila Miguel
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