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General: Comandante Che lo siento: Fidel Castro lo mandó a la muerte en Bolivia
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 08/10/2017 21:13
Félix Ismael Rodríguez relata, medio siglo después, las últimas horas del líder comunista en octubre de 1967.  En el 50 aniversario de la muerte del Che Guevara, sostiene que EE.UU. lo quería con vida, pero Bolivia decidió ejecutarlo.  «El Che quedó marginado porque era pro-chino y el gobierno cubano dependía 100% de la Unión Soviética».
 
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Félix Ismael Rodríguez, a la izquierda, junto al Che Guevara, el 9 de octubre de 1967
 El agente de la CIA que atrapó al Che Guevara: «Fidel Castro lo mandó a la muerte en Bolivia»
           MANUEL TRILLO -  ABC
«Comandante, lo siento». El joven agente de la CIA Félix Ismael Rodríguez comunicó con estas palabras a Ernesto «Che» Guevara que iba a ser ejecutado. El guerrillero argentino «se quedó blanco como un papel», recuerda medio siglo después el propio Rodríguez. En una conversación de hora y media por videoconferencia desde Miami, este cubano que ha consagrado su vida a combatir el comunismo en numerosos países, relata para ABC, paso a paso, cómo llevó al Ejército de Bolivia hasta el Che Guevara y cómo transcurrieron sus últimas horas antes de morir en la escuela del poblado de La Higuera el 9 de octubre de 1967.

En abril de aquel año, después de que muchos en la Agencia Central de Inteligencia norteamericana le hubieran dado por muerto en África a mediados de los 60, se confirmó que el Che se encontraba en Bolivia tratando de extender la revolución por América Latina, gracias a la captura de dos miembros de su red de apoyo, el francés Régis Debray y el argentino Ciro Bustos.

«No quería regresar a Cuba, porque tenía problemas ideológicos fuertes, ya que el Che Guevara era pro-chino y el gobierno cubano dependía 100% de la Unión Soviética», por lo que «quedó marginado», asegura el ex agente de la CIA, hoy de 76 años. Es más, se muestra convencido de que «Fidel Castro mandó al Che a la muerte».

Tres factores apoyan esa afirmación sobre el dictador cubano, fallecido el pasado año: «El transmisor que le dio Cuba para que se pudiera comunicar con ellos estaba roto y no podía contestar ningún mensaje; tuvo una ruptura total con Mario Monje, líder del Partido Comunista boliviano, que había estado con Fidel dos meses antes, y retiraron sorpresivamente a Renán Montero, un oficial muy conocido en la Inteligencia cubana que le habían enviado». «Lo sacaron para dejarlo abandonado a su suerte», sostiene. Ya en 1963, añade, se había producido un incidente en El Cairo en el que Che Guevara y el embajador soviético «prácticamente llegaron a las manos» y del que la CIA supo después gracias a un diplomático cubano.

Estados Unidos, ante la falta de entrenamiento de las fuerzas bolivianas, «despachó un grupo de tropas especiales de Panamá para adiestrar a una unidad militar en la contrainsurgencia. Por otro lado, mandó un grupo, la mayoría cubanos, para apoyar a los bolivianos en labores de inteligencia. Uno de ellos, destinado a asesorar a los militares de la Octava División del Ejército en el área donde operaba Che Guevara, era Félix Rodríguez. «Después nos explicaron que escogían cubanos porque no éramos ciudadanos americanos –señala-. Desde el año 65 estaban llegando asesores americanos muertos de Vietnam, y no querían que empezaran a llegar también de Sudamérica».

Antes de partir hacia Bolivia, en Washington se les dio un briefing completo sobre el área y la guerrilla para que «nos familiarizáramos con ellos». De hecho, se les proporcionó los retratos de sus integrantes que había elaborado el capturado Ciro Bustos, que era pintor. «El Che utilizaba en Bolivia el nombre de Ramón», señala Rodríguez.

Además, le dieron instrucciones para que «si por casualidad el Che caía preso vivo, que no era muy predecible en ese momento, se hiciera todo lo posible por salvarle la vida». «Quizá pensaron que podía colaborar -apunta-, aunque personalmente no creo que lo hubiera hecho, porque, aunque estaba muy amargado por el abandono de Cuba, su odio a Estados Unidos era mayor».

Una vez en Bolivia, Félix Rodríguez se quedó en la ciudad de Santa Cruz como asesor del coronel Joaquín Zenteno Anaya, de la Octava División, y el mayor Arnaldo Saucedo, jefe de inteligencia. Mientras, su compañero, también cubano, se dedicó a entrenar en inteligencia a «un grupo de soldaditos jóvenes que hablaban quechua, aimara y guaraní» para que fueran «los ojos y oídos» de las tropas, yendo por delante vestidos de civiles para obtener información del campesinado.
Precisamente, la información de un campesino llamado Honorato Rojas, que ayudaba a los guerrilleros a cruzar el río Grande, permitió al final de agosto de 1967 emboscar en un lugar conocido como Vado del Yeso a «una unidad que se había separado del Che a hacer un reconocimiento», indica Rodríguez. En ese encuentro murió la guerrillera Tania, una alemana que había estado en Praga con el Che tras abandonar África.

En esa acción cayó prisionero José Castillo Chávez, alias Paco, al que llevaron a un hospital de la localidad de Vallegrande por estar herido con dos balazos. El agente cubano estaba interesado en interrogarlo, porque, de acuerdo con la información que había recibido en Washington, sabía que «era un comunista convencido, pero que había llegado engañado a la guerrilla y había pedido irse».

Así que fue hasta Vallegrande y, al entrar en la habitación del hospital donde estaba Paco, la escena era «trágica y simpática» a la vez, rememora: «Estaba con una cara de miedo extraordinaria. sentado en una sillita con alrededor de catorce soldaditos apuntando a su cabeza con fusiles». Empezó a hablar con él y se dio cuenta de que «tenía una memoria extraordinaria, te podía contar una reunión de hacía meses y dar el nombre de catorce personas». Por eso, pese a que oficiales bolivianos querían eliminarlo, intercedió por él y logró que se lo entregaran para interrogarlo.

Hizo que una enfermera le curara las heridas, que «tenía llenas de gusanos», y le inyectara antibióticos. «Le traté bien, le dejé contactar con su familia, le compré ropa limpia y algo para leer, y él cooperó mucho», prosigue. De hecho, le contó «cómo se movía el Che», que empleaba tres grupos, separados por un kilómetro: uno de vanguardia, otro de retaguardia y, en medio, el grueso con el propio Guevara, de modo que, «en caso de emboscada, podía reaccionar y evadirla», comenta.

A finales de septiembre, Rodríguez recibió el aviso de que había tres guerrilleros muertos en la ciudad de Pucará tras una escaramuza. Allí se fue y, cuando apareció el teniente que comandaba la unidad que los abatió, con los cadáveres a lomos de mulas, le explicó que había visto a la guerrilla en la distancia y que cuando quiso preparar la emboscada, se le echaron encima los guerrilleros a los que finalmente mataron sus hombres.

Con la información que le había dado Paco, Rodríguez supo que eran el grupo de vanguardia del Che. Al regresar a Santa Cruz, le pidió a Zenteno Anaya movilizar al batallón para operaciones. Este replicó que le faltaban solo dos semanas para graduarlo, pero él insistió: «Mi coronel, en este momento sabemos exactamente dónde está el Che. De aquí a dos semanas no vamos a tener ni idea de dónde está». Finalmente, el 1 de octubre comenzó la caza.

Una semana después, el domingo día 8, Félix Ismael Rodríguez se encontraba instalando un equipo de radio en un avión en Vallegrande, cuando el mayor Saucedo le anunció que se había capturado a un guerrillero herido, sin saber aún si se trataba del Che. Cuando se confirmó que así era, se ordenó despejar el área de la localidad de La Higuera para interrogarlo «y que se mantuviera toda su documentación intacta para que no se repartieran cosas de su valija como souvenir». «Esa noche -añade- tuvimos una recepción en el hotelito en Vallegrande con velas, porque no había electricidad, y yo saqué dos botellas de Scotch que había comprado para un evento tan especial y brindamos».
Rodríguez pidió a Zenteno Anaya acompañarlo al día siguiente a La Higuera, a lo que accedió, de modo que a las siete de la mañana fueron hasta allí, no sin antes enviar un mensaje a la sede de la CIA en Langley (Virginia) para avisar de que se había capturado vivo al Che. «Les decía también que, si lo querían mantener vivo, se movilizaran al más alto nivel, porque esta gente no estaba manteniendo prisioneros», agrega.

Los bolivianos tenían al Che en la escuela de La Higuera, «un edificio rústico, con paredes de barro y techo de paja», recuerda. En el interior había dos habitaciones divididas por una pared que no llegaba hasta arriba. En la de la izquierda estaba Guevara y a la derecha otro guerrillero, Simeón Cuba Sarabia, «Willy». Entró en la habitación, junto con otros oficiales bolivianos. «El Che estaba junto a una ventanita a la izquierda, tirado, amarrado de pies y manos, y en la pared de atrás estaban los cadáveres de dos cubanos muertos en combate. Tenía un balazo en la pierna, entre el tobillo y la rodilla, y había sido curado. La venda blanca que le cubría la herida se veía limpiecita, aunque la sangre la estaba mojando», sigue haciendo memoria.

El coronel Zenteno Anaya le empezó a hacer preguntas, pero «el Che lo miraba y no le contestó absolutamente nada, hasta que Centeno se molestó y le dijo: “Óigame: usted es un extranjero y ha invadido mi país. Lo menos que puede hacer es tener la cortesía de contestar”», asegura. El coronel salió «molesto» y él le pidió que le dejara fotografiar para el gobierno de EE.UU. la documentación Che Guevara, a lo que también accedió. En una cartera amarillenta, tenía un diario grande, fotografías de la familia, medicamentos para su asma, unos libritos de claves (uno con números en rojo para cifrar y otro en negro para descifrar) y unas libretas con mensajes de un tal Ariel, cuenta a ABC. En un principio pensó que se trataba de Fidel Castro, pero años después, cuando conoció a un desertor cubano llamado Benigno, le explicó que en realidad era Juan Carretero, un jefe de inteligencia cubano con el que se comunicaba Che Guevara.

Luego regresó a la habitación. «Che Guevara, vengo a hablar contigo», le dijo. El guerrillero se le quedó mirando «arrogante» y respondió: «A mí no se me interroga». «Cuando vi esa actitud, le dije: “Comandante, no he venido a interrogarle. Nuestras ideas son diferentes, pero yo a usted lo admiro. Usted fue un jefe de Estado, está aquí porque cree en sus ideales, aunque yo sé que están equivocados. He venido a conversar con usted”. Entonces, tras comprobar que no se estaba burlando y que estaba serio, después de uno o dos minutos, me dice: “¿Me puedo sentar? ¿Me puede quitar las amarras?”». Mandó a un soldado desatarlo y empezaron a charlar.

Cuando le hacía preguntas de interés táctico para EE.UU, el Che sonreía y respondía, según Rodríguez: «Usted sabe que no le puedo contestar a eso». Pero sí hablaba de otros temas, como de su elección de Bolivia para combatir. «Me dijo que tenía tres criterios: uno, que era un país muy pobre y el imperialismo yanqui, al que le interesaban los países ricos como Venezuela, no iba a defenderlo; segundo, que sabían que el soldadito boliviano estaba muy mal entrenado, en lo cual tenía absolutamente razón, y tercero, para él lo más importante, que Bolivia tenía frontera con cinco países y si lograba tomarlo, sería fácil exportar la revolución a Brasil, Paraguay, Argentina, Chile o Perú», explica el exagente de inteligencia.

También hablaron del desastre de la economía cubana, de lo que culpaba al «embargo» americano, «como siempre hacen los comunistas», comenta. Pero Rodríguez replicó: «Es irónico de su parte, porque usted fue presidente del Banco de la Nación y ministro de Industria, y ni siquiera es economista». Entonces le contó la curiosa manera en que llegó a esos puestos. «Estaba sentado separado y entendí que Fidel estaba pidiendo un comunista dedicado y levanté la mano. Pero lo que pedía era un economista dedicado…», dijo el Che. El episodio se lo confirmó años después en París el desertor Benigno.

En otro momento, hablaron del paso de Guevara por África: «Tenemos conocimiento por gente suya de que decía usted que tenía 10.000 guerrilleros y que el soldado africano era muy malo», le dijo. El Che contestó: «Si hubiese tenido 10.000 guerrilleros, habría sido diferente. Pero tiene razón: el soldado africano era muy malo».

Félix Rodríguez reconoce que «había momentos que no prestaba atención a lo que me decía», ya que «tenía la imagen del Che Guevara arrogante, en aquellos abrigos en Moscú y Pekín, con los líderes soviéticos y Mao Tse-Tung, y ver aquella persona ante mí, que parecía un pordiosero, que no tenía ni siquiera botas, con la ropa andrajosa, sucio, con lo que él había sido, me daba pena».

Rodríguez desmiente muchas de las cosas que se han dicho sobre aquellas conversaciones. «Si hablas con el gobierno cubano, te van a decir que el Che me dijo que no hablaba con traidores y que me escupió. Si hablas con los cubanos de Miami, que cogió miedo, pidió perdón y se arrodilló. Ninguna de las versiones son reales. Yo lo traté con respeto y él me trató a mí con respeto», recalca.
La conversación se interrumpió por una llamada para el oficial de más alto rango en el lugar, que en ese momento era él, ya que el coronel Zenteno Anaya había salido. Se acercó al único teléfono que había y escuchó las instrucciones del alto mando boliviano. «Teníamos un código muy sencillo que habíamos acordado: 500, Che Guevara; 600, muerto; 700, manténganlo vivo. Y la orden fue: 500-600». Pedí que la repitieran y confirmaron: «500-600».

Luego regresó el coronel y le comunicó las órdenes del gobierno para eliminar al prisionero. Pero también le advirtió de que las instrucciones del gobierno de EE.UU. eran tratar de mantenerlo vivo a toda costa y llevarlo a Panamá para interrogarlo. La respuesta de Zenteno Anaya fue: «Félix, te agradecemos mucho tu ayuda, pero son órdenes del señor presidente y el jefe de las fuerzas armadas, que yo no puedo romper. Si no lo hago, me expulsan deshonrosamente de las fuerzas armadas».

Miró su reloj, que marcaba alrededor de las diez de la mañana, y dijo: «Tienes hasta las dos de la tarde para interrogarlo». A esa hora un helicóptero llegaría para recoger el cadáver. «Lo puedes ajusticiar en la forma que quieras, porque sabemos el daño que ha hecho a tu patria. Quiero tu palabra de caballero de que a los dos de la tarde tú me traigas el cadáver del Che Guevara», le espetó. Y el agente de la CIA respondió: «Mi coronel, trate de hacerles cambiar de idea. Pero, si no hay una contraorden, le doy mi palabra de hombre de que le llevo el cadáver del Che».

Mientras esa hora llegaba, en el helicóptero trajeron una cámara de fotos con la que el mayor Saucedo quería que se hiciera una foto al Che. «Comandante, ¿a usted le importa?», preguntó Rodríguez, a lo que el Che respondió: «No, a mí no». Le ayudaron a salir, «porque le costaba trabajo caminar por la herida en la pierna» y el agente le dijo: «Mire al pajarito». «Y ahí se murió de la risa», recuerda. Sin embargo, explica: «Como tenía conocimiento de que posiblemente lo iban a eliminar, cerré la lente, le puse 2.000 de velocidad, y esa foto no salió». En cambio, luego se hizo una con su propia cámara en la que aparece el Che cabizbajo, que es la que ha pasado a la historia como la última foto del líder guerrillero con vida, en la que el propio Félix Rodríguez aparece a su lado.

Hacia las doce y media, continúa el relato, llegó una mujer con una pequeña radio, y preguntó «cuándo lo van a matar», puesto que ya se había emitido la noticia de que había muerto en combate. «Cuando me dijo eso supe que no había la más ligera posibilidad de que hubiera contraorden». «Entonces -rememora- entré en la habitación, me paré enfrente de él y le dije: “Comandante, lo siento”. Él entendió perfectamente lo que estaba diciendo, se puso blanco como un papel, pero me dijo: “Es mejor así, yo nunca debí haber caído preso vivo”».
A continuación el Che sacó del bolsillo su pipa, que quería regalar a un soldado que le hubiera tratado bien. En ese momento, según Rodríguez, irrumpió el sargento Mario Terán, diciendo que él la quería. Pero el Guevara dijo: «No, a ti no te la doy». El agente de la CIA le conminó a salir y luego preguntó: «Comandante, ¿me la da a mí?». Este se quedó pensando unos segundos y dijo: «Sí, a ti sí te la doy». Se la entregó y Rodríguez se ofreció a hacer llegar un mensaje a su familia. «Entonces -señala Félix Rodríguez-, yo diría que de forma sarcástica, dijo: “Bueno, si puedes dile a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América”, lo que yo lo interpreté como que decía: “Me abandonaste”. Después cambió la expresión y dijo: “Si puedes, dile a mi señora que se case otra vez y trate de ser feliz”».

Se dieron la mano y un abrazo, y el Che Guevara se echó hacia atrás, «pensando que era yo el que le iba a tirar», dice el ex agente de la CIA. Este salió de la habitación y le indicó a Terán: «Sargento, hay órdenes de su gobierno de eliminar al prisionero. No le tire de aquí para arriba -indicó señalando el cuello-, tire para abajo, porque se supone que son heridas de combate». La suerte estaba echada. «A la una y cuarto oí una ráfaga corta», recuerda. El Che había muerto.

¿Pudo hacer algo más Félix Rodríguez por salvarle la vida? «Estando allá, pensé que podía cortar la línea telefónica y, cuando llegara el piloto, decirle que mi gobierno había convencido al presidente de Bolivia para dejar vivo al Che y, si lo aceptaba, llevarlo a Vallegrande y así ya no lo podrían matar. Por otro lado, pensé en lo que pasó cuando Batista soltó a Fidel Castro y la tragedia que vino a mi país, la cantidad de muertos y destrucción que hubo, y cómo perdimos nuestro país y la democracia. Y pensé que el Che había invadido Bolivia y que era una decisión de los bolivianos, no mía, ya que yo solo estaba como asesor. Y decidí que la historia siguiera su paso...».

Minutos después de la ejecución, volvió a entrar en la habitación, ahora junto con los capitanes Celso Torrelio y Gary Prado, este último el que lo había capturado. «El cadáver estaba mirando hacia el techo, tenía la cara cubierta de fango -describe-. Posiblemente cayó al piso lleno de fango y fue lo que le manchó la cara. Entonces, de ahí recuerdo que Celso traía una varita y dijo: “¡Hijo de puta, me has matado tantos soldados!”. Nos pusimos alrededor del cadáver y Gary Prado me dijo: “Mi capitán, hemos acabado con la guerrilla en América Latina. Si no, por lo menos la hemos demorado por largo tiempo”».

Enseguida llegó el helicóptero. Félix Rodríguez pidió un cubo de agua, se agachó y lavó la cara al Che. Le cerró la boca y trató varias veces de hacer lo mismo con los ojos. «Se abrían una y otra vez, y no se los pude cerrar». Tras colocar el cuerpo en el helicóptero, aún esperaron a que un sacerdote le diera la bendición. Rodríguez pensó: «Este hombre, que no creía en Dios, sin embargo recibió al final la bendición de la Iglesia católica».

Pero la historia del Che Guevara no acabó con su muerte. El helicóptero llevó el cadáver a Vallegrande, que estaba llena de gente, incluidos muchos periodistas. Se trasladó el cuerpo al lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, donde quedó expuesto. Según Félix Rodríguez, al día siguiente, cuando ya no había prensa, se le cortaron las manos para que hubiera «una prueba fehaciente» de su muerte y se le enterró en un gran hoyo junto a otros dos guerrilleros al final de la pista del aeródromo de Vallegrande. Según la historia oficial cubana, sus restos fueron localizados treinta años después, en 1997, y fueron llevados a la isla para que reposaran en el monumento que se le dedicó en Santa Clara.

Pero el exagente de la CIA tiene otra versión. Asegura que, en realidad, lo había descubierto y enviado a Cuba una década antes el embajador en Bolivia, pero un jerarca del régimen castrista con el que estaba enemistado, Barbarroja Piñeiro, no quería que se llevara ante Fidel el mérito de haber dado con los restos del líder guerrillero. Barbarroja, que según Rodríguez mantenía relaciones sexuales con la mujer del embajador, trajo a un médico amigo suyo desde Perú que finalmente certificó que el cadáver no era del Che, por lo que fue arrojado a una laguna a las afueras de La Habana. «Puedes estar seguro de que el cadáver que dicen que es del Che no lo es», afirma rotundo.

Cincuenta años despúes de la captura y muerte del guerrillero, el exagente de la CIA Félix Rodríguez considera «triste» que se le haya mitificado por parte de la izquierda, algo que achaca a la «falta de conocimiento de quién era realmente». En este sentido, subraya cómo contó a su padre que «gozaba matando» y cómo sostenía que «valía la pena que murieran millones de inocentes con tal de exportar el socialismo a Estados Unidos».

Asegura también que hace casi 40 años una mujer le contó un episodio que ilustra su crueldad. En 1961, explica, su hijo de quince años estaba preso en el complejo militar de La Cabaña para ejecutarlo por hacer pintadas contra del régimen. Pidió hablar con el Che y este la recibió. Con los pies encima de la mesa del despacho, preguntó: «Señora, ¿qué puedo hacer por usted?». Ella suplicó: «Comandante, mi hijo es muy joven, no sabía lo que hacía, por favor sálvele la vida, que yo le garantizo que él no lo volverá a hacer». Según la mujer, el Che le pidió que le dijera el nombre de su hijo y cuándo lo iban a fusilar. Era lunes y la orden de ejecución era para el viernes. Según la madre, llamó a un asistente y ella pensó que le había salvado la vida. Pero lo que le ordenó fue: «Busca al hijo de la señora y fusílalo para que no tenga que esperar hasta el viernes».

A sus 76 años, Rodríguez ya no trabaja para al CIA, pero se mantiene activo. Es profesor de la Joint Special Operations University y da conferencias sobre las técnicas de interrogatorio y de búsqueda de campamentos que utilizaba. Además, dirige un museo al norte de Miami sobre el intento de invasión de Bahía de Cochinos de 1961, en el que participó como parte de un grupo de infiltración en la isla. Una empresa española, Scenic Rights, está preparando ahora, en colaboración con Tony Cortés Producciones y con guión de Stephen Boykewich, una serie documental sobre distintos episodios de su vida, desde la propia Bahía de Cochinos hasta el escándalo Irán-Contra, en el que se vio envuelto, pasando por Vietnam y, por supuesto, la captura del Che Guevara.

Empezó a luchar contra el comunismo con 17 años en la Legión Anticomunista del Caribe en 1959, en la República Dominicana, pero el régimen castrista sigue en pie. La última vez que estuvo en Cuba fue en 1965, cuando fotografió una base de submarinos soviéticos en isla de Pinos. Él sabe que Raúl Castro le tiene «un odio enorme» y cuenta cómo, durante la guerra en Vietnam, el régimen trató de secuestrar un aparato en el que iba a volar. «Por suerte cambié a última hora de avión», afirma. Aunque «con esta gente nunca sabes», señala, en la actualidad «tienen problemas mucho más graves como para montar un aparato para asesinarme a mí». «Mientras esté este régimen no la puedo visitar», lamenta. Con todo, se muestra convencido de que llegará a «regresar a una Cuba libre».
  
 
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Rodríguez, en Vietnam mostrando dos impactos de balas que recibió en una misión

FUENTE ABC
 


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