La madre de Francesco expulsó a su hijo de casa tan pronto como cumplió los 18 años porque no soportaba tener un hijo homosexual. La jueza que lleva el caso considera que a pesar de ser mayor de edad no ha alcanzado la independencia económica y ha condenado a sus padres, que deberán pagar una pensión alimenticia.
Italia condena a los padres que echaron a su hijo de casa por ser gay
Hoy os vamos a contar un caso de esos que suceden a veces en esas familias muy tradicionales (las de papá, mamá e hijitos) en las que todo marcha razonablemente bien siempre que ninguno de ellos se salga de los esquemas nacionalcatólicos cisheteros más rancios y tradicionales.
Cuando tenía 16 años, los padres de Francesco decidieron separarse y marcharse los dos de casa, literalmente. Abandonaron el hogar y en él se quedaron Francesco con sus dos hermanas, Clelia de 18 años y otra más que sólo tenía ocho. Sí, una separación es algo que pasa en muchas familias, incluso en esas tan conservadoras y que tanto quieren defender lo natural y tradicional; pero lo que ya no ocurre tan a menudo es que los adultos se larguen dejando a sus hijos solos.
Esto ocurrió hace dos años y ya os podéis imaginar cómo cambió de la noche a la mañana la vida de un chaval que tuvo que dejar los estudios, asumir muchas responsabilidades de la vida adulta y ponerse a trabajar porque él pasó a ser el sustento económico de sus hermanas. A esta nueva familia recompuesta que formaron se unió Giuseppe, el novio de Francesco, que también intentó ayudar trabajando en lo que pudo. Durante este tiempo no recibieron ningún tipo de ayuda ni por parte del ayuntamiento en el que vivían (Casoria, cerca de Nápoles) ni por parte de sus respectivas familias. En casa de Giuseppe le dijeron que tendría que escoger entre su novio o ellos y Francesco sabía que sus tíos y demás familiares le despreciaban por ser gay.
El pasado agosto, cuando ya llevaban dos años viviendo esta situación tan precaria, y poco después de que Francesco cumpliera la mayoría de edad, su madre se presentó de nuevo en el que había sido el domicilio familiar, acompañada de un funcionario judicial, exigiendo que lo desocuparan inmediatamente. Como prueba aportó documentación a nombre de su padre, que todavía estaba legalmente empadronado en esa dirección. La única que pudo quedarse en la casa era la hermana menor de edad, a la que según su madre Francesco podía arruinarle la infancia porque no ocultaba su orientación sexual. También insistió en que la homosexualidad es una enfermedad contagiosa. Para esta señora homófoba la infancia de su hija no estuvo arruinada durante los dos años en los que su hermano marica se estuvo ocupando de ella, mientras aseguraba que era una mala influencia para su educación convivir con una pareja de homosexuales. ¡Viva la familia tradicional!
De este modo los tres chicos (Francesco, su hermana Clelia y Giuseppe) tuvieron que vaciar a toda prisa el contenido de sus armarios en bolsas de basura y salir de la vivienda. La respuesta de su madre fue un frío “no es asunto mío” cuando le preguntaron que dónde iban a dormir, y solo recibieron indicaciones del funcionario para que se dirigieran a un albergue para personas sin techo en Nápoles.
Lo que es todavia más indignante es que en estos momentos esa casa está vacía: la madre de Francesco se ha ido con su hija a vivir a otro lugar y Clelia está de momento con su novio en la casa de los padres de éste, que tampoco tienen sitio para nadie más. Como ya dijimos antes, la familia de Giuseppe tampoco quiso saber nada de tener al novio de su hijo en casa, así que los dos estuvieron varios días viviendo en la calle hasta que les recomendaron que se dirigieran a la asociación LGTB Arcigay en Nápoles.
Durante el verano la historia de Francesco y Giuseppe tuvo bastante repercusión en Italia y también provocó un fuerte debate social. Desde el momento en el que contactaron con la asociación, la situación de la pareja mejoró bastante: en Arcigay les buscaron un alojamiento provisional durante unas semanas (ahora viven en una casa-refugio para víctimas de violencia de género y personas LGTB en Roma) y también les proporcionaron asistencia legal.
Gracias a la asistencia de Arcigay y del abogado Salvatore Simioli, hace poco tuvimos por primera vez buenas noticias sobre este caso. La jueza que lo lleva, Valentina Ferraro, ha dictaminado que aunque Francesco es mayor de edad aún no ha alcanzado la independencia económica y por tanto tiene derecho a recibir una pensión alimenticia de sus padres como si viviera en su casa, a lo que tendría derecho si no fuera porque la madre se niega expresamente. Puesto que sus progenitores están separados, han sido condenados individualmente y deberán pagar 150 euros la madre y 250 el padre. Pueden parecer cantidades miserables pero no lo son tanto teniendo en cuenta que una es limpiadora de casas y el otro, gorrilla aparcachoches.
La jueza no se ha pronunciado sobre la otra petición de Francesco, que era poder volver a ver a su hermana pequeña. Este tipo de situaciones no están previstas en las leyes y la madre se niega porque considera que no sería educativo para la niña. Sí, hablamos nuevamente de la señora que le está dando una magnífica lección a su hija sobre que la familia, tal como ella la entiende, expulsa sin contemplaciones a los miembros que no encajan en sus rigidísimos esquemas morales. En estos momentos es cuando nos gustaría que existiera el karma o que cualquiera de esas paulocoelhadas que se leen en el Facebook fueran ciertas, y le deseamos a esta madre una muy larga vejez sola, amargada y en la miseria.
Después de conocer la sentencia y haber ganado esta primera victoria, Francesco dice que se siente radiante, no tanto por la asignación económica, si no porque se reconoce claramente que sus padres se han equivocado con el trato que le han dado y que él y su novio no son personas que se puedan tirar a la calle como si no valieran nada, que es la sensación que tuvo durante estos meses.
Fuentes: La Stampa | La Repubblica
|