Ninon Sevilla Nat King Cole y Olga Guillot
Una Habana para Nat King Cole
La expectación por su inminente llegada a La Habana tenía orígenes diferentes: Martin Fox, dueño del cabaret Tropicana, sabía que haber logrado contratar al cantante más popular en Estados Unidos en ese momento, representaba además de un remarcable esfuerzo económico, un escalón superior en el camino ascendente del cabaret más exitoso entonces en toda Cuba. Los músicos amantes del jazz, que llevaban más de una década adorándole y siguiendo sin cesar las noticias de todo lo que hacía, sabían que tendrían la posibilidad –algunos- de verle en persona, y otros, -la mayoría- saberle compartiendo el mismo espacio en el globo terráqueo al menos por unos días. Ninguno negaba la influencia que les hacía deudores de Cole, en primer lugar la ejercida sobre los cantantes del feeling, como Leonel Bravet –a quien llamaban el Nat King Cole cubano- y José Antonio Méndez, y en pianistas como Samuel Téllez y Virgilio “Yiyo”López, entre otros. Pero no sólo Cole, sino también sus músicos impactaban con sus estilos respectivos a sus colegas cubanos. De modo que todos sabían que sería un hecho histórico. Desde que en 1949 Tropicana presentara a Woody Herman con un octeto de all-stars, y Montmarte acogiera sobre su escenario al carismático Cab Calloway, ningún otro nombre importante de la escena del jazz había llegado a La Habana para actuar ante el público cubano. Y Cole era desde hacía mucho, un peso pesado en el género.
Pianista extraordinario, con el único magisterio de su madre Perlina Adams, el King se formó en la tradición del gospel o música litúrgica de las iglesias protestantes negras en Norteamérica. Bebió también de la música que saturaba los pequeños espacios de los clubes de jazz de su Alabama natal, en especial del barrio de Bronzeville, donde pudo escuchar y ver a Louis Armstrong y Earl “Fatha” Hines, entre otros. Siempre adjudicó a Hines la inspiración por la que comenzó su ascendente carrera musical, cuyo destaque permitió que muy pronto lo consideraran un pianista brillante, al punto de haber aparecido en los primeros conciertos de Jazz at the Philarmonic (JATP). Y aunque la mayoría hoy le recordemos como una extraordinario cantante, más cercano al naciente pop en su versión crooner, la contribución de Cole al jazz es inobjetable: baste sólo recordar el minimalismo de aquella formación a base de piano, guitarra y bajo que, en pleno esplendor de las big band revolucionó conceptos formales e impuso un estilo que muchos imitarían más tarde. Su famoso trío –en la versión de finales de los 40- es un clásico del bop, donde no sólo brilló como pianista, sino también un como cantante extraordinario.
Como un distante acercamiento a lo cubano, en 1949 ya Cole había introducido el bongó en su trío. Con el bongó y la tumbadora en la sección rítmica de muchas bandas norteamericanas, sobre todo de bop, la experiencia revolucionadora del binomio Chano Pozo-Dizzy Gillespie y también el creciente interés de los renovadores arreglos en los temas de Machito y sus Afrocubans, ya muy populares entre los jazzmen en USA, Cole también experimenta con la percusión cubana en su grupo de pequeño formato. Curioso es que no se decantara por algunos de los percusionistas cubanos que ya trabajaban o al menos frecuentaban Nueva York y otras ciudades norteamericanas por ese tiempo, sino que eligiera al norteamericano de origen italiano Jack Costanzo, quien en los 40 estuvo tres veces en Cuba, se relacionó en Nueva York con varios percusionistas cubanos y siendo músico en otros instrumentos, aprendió a tocar bongó y pudo vivir de ello; trabajó en varias bandas de música latina, entre ellas, los Lecuona Cuban Boys en una de sus múltiples formaciones; Desi Arnaz y, ya avanzados los 50, con René Touzet. Con el King, Costanzo tocó en el célebre concierto del Carnegie Hall en 1949, y formó parte del afamado trío hasta 1953. Puede vérseles en varias grabaciones de programas de televisión que aún se conservan y escucharlos en múltiples piezas de la discografía de Cole.
Pero hablábamos de distante acercamiento de Cole a lo cubano, porque en realidad, fue sólo eso: la incorporación de un sonido, de un instrumento raigal a la música cubana, sin mayor arraigo o exploración creativa, y el interés por ella. Por lo demás, no se tienen noticias de algún vínculo de Nat King Cole con la Isla, a excepción de la grabación de Papa loves mambo, que hiciera para el sello Capitol en 1954 y en la que, según los datos que acompañan las cintas matrices, participara en las congas el percusionista cubano Carlos Vidal Bolado. Hasta que en el mes de febrero de 1956 la prensa en Cuba comienza insistente a anunciar la inminente presentación del crooner en el cabaret Tropicana.
Viajó acompañado de su esposa María Ellington Cole, su hija Natalie, que entonces tenía cerca de seis años, los técnicos de luces y sonido, y los músicos de su trío: el guitarrista John Collins; Charlie Harris como bajista y en la batería Lee Young, hermano de Lester Young. Tropicana presentaba el show Fantasía Mexicana, en el cual se insertaría el crooner, con un elenco encabezado por la cantante Xiomara Alfaro, el Cuarteto D’Aida (Elena Burke, Moraima Secada, Omara y Haydeé Portuondo), los cantantes cubanos Miguel Angel Ortiz y Dandy Crawford, los bailarines Leonela González y Henry Boyer, entre otros. Contó Senén Suárez –testigo de aquellos días- al periodista Rafael Lam que la fecha de su debut habanero, Cole ensayó en horario diurno a puertas cerradas, con la orquesta de Tropicana dirigida por Armando Romeu, y reforzada con violines sinfónicos. El repertorio que interpretaría Cole ameritaba ciertos ajustes técnicos al habitual desenvolvimiento del cabaret: se instalaron luces indirectas muy tenues, alfombras en el piso para suavizar el ruido ambiental propio del lugar y reforzar el tono íntimo de lo que iba a ocurrir cuando el “King” comenzara a desgranar sus canciones.
El debut de Cole en Tropicana ocurrió el 2 de marzo de 1956. Cuentan –y las fotos lo atestiguan- que Cole entró a la pista de impecable smoking blanco con solapas negras. Le habían antecedido once modelos portando cada una un disco enorme con una inscripción: CAPITOL RECORDS –la disquera que grababa en exclusiva al crooner-; en el reverso de cada disco se leía, una a una, las letras del nombre del cantante: N-A-T-K-I-N-G-C-O-L-E. Ellas se hicieron a un lado, para dar paso al astro, mientras el presentador Miguel Angel Blanco, el inefable Wempa –según el mambo que le dedicara Bebo Valdés- anunciaba: ¡Señoras y señores: el cabaret Tropicana se honra en presentar al único, al más grande: Nat King Cole!”. Dicen que cantó dieciséis canciones y descargó al piano, haciendo gala de su excelencia en el instrumento. Según Ofelia Fox, entonces esposa de Martin Fox, el trío de Cole se integró a la orquesta dirigida por Armando Romeu para acompañar al King, quien se sentó al piano y comenzó a entregar sus canciones. Sin recordar con exactitud, Ofelia citó entre las primeras piezas Caravan, Lover Come Back to Me, It’s Only a Paper Moon, y pensando en que la mayoría del público eran cubanos, también cantó Nature Boy, Mona Lisa y por supuesto, su tema insignia: Unforgettable. Fue todo un éxito; la revista Show, especializada en el espectáculo, lo calificaba como “inolvidable y de un impacto sin precedentes”.
Sólo un incidente parece haber empañado la brillantez del debut del King en La Habana: la elección de su alojamiento. Por su categoría, le correspondía el mejor hotel de la ciudad, pero esta vez –otra vez- el Nacional perdió la oportunidad de tener entre sus huéspedes de ese año al mítico jazzman y cantante: era negro y allí no cabía. Era sabido, después del escandaloso incidente en el que, cuatro años antes, la dirección del Hotel Nacional le había negado a Josephine Baker la posibilidad de hospedarse en esa instalación, después de haber aceptado a su representante las reservas de cuatro habitaciones para la diva y su séquito.
“Al cambiar de propietarios en 1955, la nueva gerencia del Hotel Nacional de Cuba, la International Hotels Company tuvo que lidiar con esa mala sombra –cuentan los autores del libro “Hotel Nacional de Cuba. Revelaciones de una Leyenda-. En 1956, Nat King Cole tenía un jugoso contrato para cantar en Tropicana y pensó que el mejor alojamiento debía ser ese hotel. Rodney, el artífice del show de Tropicana, le comentó al cantante lo que había sucedido con la Baker, y aconsejó que no forzara la situación. El coreógrafo explicó el asunto a los manejadores del casino, hombres de Meyer Lansky, que se encargaron de allanar el terreno. Un escándalo a esas alturas perjudicaría la imagen de los negocios de la mafia en La Habana. Sin embargo, el contrato de Nat era por corto tiempo. El artista se hallaba en la cresta de la fama. Semanas antes de viajar a La Habana, los principales diarios norteamericanos repudiaron el ataque recibido durante la presentación en un teatro de Birmingham, Alabama, por parte de miembros del autodenominado Consejo de Ciudadanos Blancos, mientras cantaba. La International Hotels Company prometió al agente de Cole que cuando volviera a la Isla podría hospedarse en el Hotel Nacional de Cuba.”
Ante el éxito de su debut habanero, la gerencia de Tropicana no tardó en proponerle un nuevo contrato, y ya tan pronto como en septiembre del mismo 1956 se anunciaba en algunos medios el retorno triunfal de Nat King Cole al cabaret Tropicana, lo que ocurriría en febrero de 1957. En su edición de enero, la revista Show anunciaba la presencia de Cole en la pista del salón Bajo las Estrellas, a partir del 1 de febrero. Rodney conquistaba las mejores críticas con sus nuevos shows Tambó y Copacabana, en los que se insertó el crooner norteamericano, con figuras imbatibles como Celia Cruz, Paulina Alvarez, Merceditas Valdés y Adriano Rodríguez con el Conjunto de Paquito Godino, los bailarines Ana Gloria y Rolando, Leonela González, entre otros. “No se recuerdan llenos como los que se anotara el cabaret con las presentaciones de Nat King Cole –afirmaba la revista Show en su edición de marzo de ese año- lo que prueba las simpatías de que goza el maravilloso cantante”. Cole fue agasajado por la dirección del Tropicana, en una cena de gala, en la que Alberto Ardura, su director técnico, fue el anfitrión. Acerca de las presentaciones del crooner en Tropicana, Leonardo Acosta afirma que “…los jazzfans quedaron satisfechos con las interpretaciones up tempo de “Lover, Come Back to Me” y “How High the Moon”, y con sus solos de piano que recordaban sus años con Lionel Hampton.”
Esta vez, en 1957, sí se hospedó en el Hotel Nacional de Cuba y tuvo tiempo para visitar la fábrica de discos Panart, en San Miguel y Campanario, entonces concesionaria de la Capitol. También se dice que, en recorrido musical, llegó hasta la tienda de discos Fusté, en Amistad y Neptuno.
Mientras Cole cantaba en Tropicana, y como parte de la enfebrecida carrera competitiva entre los dos centros nocturnos, la gerencia del Sans Souci le opuso en competencia otra figura importante –aunque no tanto entonces, como lo era Cole ya en su país-: la excelente Sarah Vaughan, con un contrato que posibilitaría su primer y único viaje a Cuba. En realidad quienes lo vivieron en aquel momento han afirmado siempre que Sans Souci llevaba la delantera a Tropicana en la presentación de figuras de fama internacional.
La prensa acogió con beneplácito el regreso de Nat King Cole y elogió su desempeño durante la temporada que cumplió en el escenario del cabaret cubano bajo las estrellas. El cantante y su esposa se despidieron de sus anfitriones, el matrimonio Fox, y los amigos recién adquiridos en Cuba con una cena en el hoy desaparecido restaurante La Rue 19, en el número 324 de la calle 19, esquina a la calle H, de El Vedado.
Al comenzar el año 1958, la situación en el país se tornaba ya complicada para el gobierno de Batista, y los combatientes revolucionarios en la clandestinidad, en particular, mantenían en vilo a las fuerzas policiales en la capital. Sin embargo, la prensa intentaba ignorar el estado de cosas y mostraba continuamente la cara amable de una Habana que aparentaba cantar y bailar alegremente, pero en realidad lo hacía sobre un polvorín a punto de estallar en un escenario donde aumenta la represión y el miedo. Con una foto del cantante, el Diario de la Marina anunciaba desde su edición del 4 de febrero de 1958 la nueva temporada de Nat King Cole en Tropicana, quien llegaría por tercera vez contratado por dos semanas, y abarrotaría cada noche desde el primer día el cabaret que brillaba bajo las estrellas. No era para menos, pues en Cuba se sabía y así se le apreciaba: estaba en la cima de su carrera. Considerado ya en ese momento como la más grande estrella discográfica en Norteamérica, se decía que había generado tantas ganancias para Capitol Records, que el cilíndrico y emblemático edificio sede en Hollywood de este emporio de las grabaciones musicales era conocido como “the house that Nat built” (la casa que Nat construyó).
Cole inicia su tercera temporada en Tropicana el viernes 7 de febrero, como estrella invitada en los shows Voodoo Ritual y This is Cuba, Mister, que se presentan a las 11.30 pm y 1.30 am. Compartiría escenario con la cantante haitiana Martha Jean Claude, el Cuarteto Los Rivero, la italiana Katyna Ranieri, la vedette Maricusa Cabrera, Miguel Chekis, el dúo vocal Nelia y René (Nelia Núñez y René Barrios), entre otros. En los bailables entre los shows y después de éstos, la orquesta de planta de Tropicana, bajo la dirección de Armando Romeu, alternaba con las populares orquestas Riverside y Fajardo y sus Estrellas. Mientras tanto, Cole también capitalizaba espacios en la radiodifusión nacional y temas como Mona Lisa, Unforgettable y otros, lograban índices importantes de popularidad.
En las semanas en que Cole cumplía su contrato, Tropicana acoge la Gran Gala de la Liga contra el Cáncer, un evento social en el que el cantante también fue figura central, al presentarse como parte del show This is Cuba, Mister, que se ofreció a los asistentes. El King cantó también en otro evento social celebrado en el entonces Teatro Blanquita: el homenaje de la Asociación Cubana de Artistas al dueño de Tropicana, Martin Fox, y donde también se presentó el mismo show de Rodney, además del cantante mexicano Miguel Aceves Mejías y sus Mariachis, la soprano cubana Marta Pérez, Pepe Biondi, Leopoldo Fernández y Federico Piñeiro, entre otros.
Cole cumplía una agenda intensa, pero lo mejor estaba por venir. Ciertas fuentes afirman que fue durante un cocktail en Hollywood cuando Ramón Sabat, presidente y dueño del sello cubano Panart –concesionario de la Capitol- convenció al cantante para grabar en La Habana un disco completo en español, incluyendo algunos temas cubanos. Otras, que fue el propio Cole el de la iniciativa. Lo cierto es que el lunes 17 de febrero, en jornadas en que el cabaret recesaba sus funciones, Nat King Cole encaminaría sus pasos hacia el estudio Panart, de la calle San Miguel entre Lealtad y Campanario (hoy Estudios Areíto, de la EGREM), en el corazón del hoy barrio de Centro Habana, para iniciar el registro fonográfico de una serie de temas que devendrían clásicos en su discografía. Los músicos serían los mismos de la orquesta de Tropicana, guiados por la sabia batuta de Armando Romeu, -¡así le habrían impresionado estos ases en sus respectivos instrumentos!- y también lo acompañaría en los coros el excelente Cuarteto de Facundo Rivero (Los Rivero), a quienes Cole habría escuchado en sus intervenciones en el show de Tropicana. “Llegábamos a las nueve y media. Entonces [Nat sugería]: “[Tomemos…] jugo de naranja con vodka”. Empezábamos una hora y media después… Nos pagaron 40 dólares [por sesión y por ensayo]; en esa época” – contó Bebo Valdés a su biógrafo sueco Mats Lundahl.
Según los registros documentales de los archivos de Capitol, ese primer día grabaron los temas María Elena, Lisboa Antigua (en inglés) y Acércate más (Come closer to me) (también en inglés). Al día siguiente Nat se sentó al piano para grabar en versión instrumental Tú mi delirio, uno de los clásicos de César Portillo de la Luz. Luego, tocó el turno al chachachá El Bodeguero, y dos tomas de Come To The Mardi Gras. En una tercera sesión jueves 20 registró, con el mismo acompañamiento, Te quiero dijiste, Arrivederci Roma y Quizás, quizás, quizás (de Osvaldo Farrés), con arreglo de Armando Romeu. El resto de los arreglos estuvieron a cargo de Dave Cavanaugh. Siempre según la citada fuente sobre la discografía de Nat King Cole, ese mismo día grabarían también en La Habana y en los estudios Panart los temas mexicanos Las Mañanitas y Adelita, con el Mariachi de Alfredo Serna.
Y un dato curioso: el 9 de junio, ya en Los Angeles, Cole grabaría Cachito y Noche de Ronda en el Capitol Recording Studio, del número 1750 de N. Vine Street en Hollywood. La misma fuente aclara que en Noche de Ronda fueron utilizadas grabaciones y/o músicos de las sesiones habaneras, y también que dos músicos cubanos radicados en California grabarían directamente en esa sesión de Los Angeles: René Touzet en el piano y Carlos Vidal Bolado en la percusión.
Del trabajo con Nat King Cole en Tropicana y de las sesiones de grabación en La Habana, Bebo Valdés retendría en su memoria una anécdota que contó a su biógrafo, el sueco Mats Lundahl, que hoy deviene testimonio de primera mano: “Yo le decía: “Mira, Nat, tú tienes que decir Cachi-to”. Y nunca lo dijo. Dijo “Cachi-dou”. Le costaba mucho decir “Cachito” Siempre “Cachi-dou” y nunca “o”, sino “ou”. Esta observación de Bebo Valdés sugiere la posibilidad de que el tema Cachito se haya grabado por la orquesta de Romeu en La Habana y que finalmente, la voz del King haya sido grabada de nuevo semanas después en Los Angeles, como consta en los registros del sello Capitol.
El disco Cole Español salió al mercado en 1958 con los temas grabados en La Habana. Su éxito expandido y rotundo aseguró a los productores la posibilidad de reeditar la experiencia un año más tarde, con la grabación del disco A mis amigos; y unos años después, en 1962, el tercero de esta suerte de serie latina: More Cole Español.
Según Ofelia Fox, el matrimonio Cole se habían enamorado de Cuba; a Nat y a María les gustaba el clima en el mes de febrero, el del contrato anual en Tropicana, pero sobre todo, la música, y los carnavales, que en alguna ocasión, habían coincidido con su visita. Llegaron incluso a pensar en pasar períodos de mayor permanencia en Cuba. Cierto día, mientras se deleitaba con su ensalada preferida –la de aguacate con cebollas y aceite de oliva- en La Bodeguita del Medio, junto a sus anfitriones, el matrimonio Fox, el cantante preguntó cuál sería la mejor zona de La Habana para adquirir su propio apartamento, algo que quedó sólo como un sueño habanero e irrealizado del King.
La percepción que alcanzó a tener de la ciudad, en sus tres cortos viajes en 1956, 1957 y 1958 debió ser epidérmica, pues no se tienen noticias de que haya socializado mucho más allá de los límites del mismo Tropicana, sus anfitriones oficiales y su entourage, ni siquiera con los músicos. Según testimonios, hubo fiestas y encuentros con éstos a los que Cole prometió asistir, pero no lo hizo. Aun así, los de Tropicana tuvieron fugaces oportunidades de relacionarse con Cole, e incluso algunos músicos vinculados a ese entorno lograron acercársele y hasta proponerle algunos temas inéditos: tal fue el caso del compositor Giraldo Piloto –del binomino autoral Piloto y Vera-, según afirma su viuda Josefina Barreto, quien hoy, a más de 55 años de aquel encuentro, se lamenta de lo que considera fue un error del famoso compositor de Añorado Encuentro y de su allegados en el entorno musical, que no le previnieron de la pifia: entregarle a Cole un racimo de temas de su autoría….. en inglés –idioma que el cubano dominaba a la perfección- cuando la vida demostró que lo que interesaba a Cole en ese momento eran las canciones en español y de preferencia, del repertorio cubano. Esas composiciones nunca fueron montadas por Cole y algunas de ellas, años después, pasaron a formar parte de los temas que Giraldo Piloto compuso y destinó a las comedias musicales Las Yaguas, de Maité Vera y Las Vacas Gordas, de Abelardo Estorino, las únicas piezas teatrales a las que el famoso compositor, como par autoral con Alberto Vera, aportó su música, por encargo expreso de sus autores.
Quizás el legado más perdurable derivado del vínculo de Nat King Cole con Cuba, junto a las grabaciones en español, fue la inclusión en su repertorio del tema Mona Lisa, hoy uno de los más populares y difundidos en su voz, y que, todo parece indicar, es de la autoría del compositor y guitarrista holguinero Mérido Gutiérrez Rippe, quien, como era común en aquellos tiempos de ciertas privaciones y carencias, vendió la canción a una entidad editorial norteamericana, por una exigua compensación monetaria, aunque según Radamés Giro, se le reconoció legalmente haber sido su creador. Sin dudas, el King con su genialidad hizo de Mona Lisa una obra para todos los tiempos.
Bebo Valdés, otro grande, dejaría para todos nosotros sus impresiones acerca de aquel encuentro y aquellas noches en que trabajó en Tropicana junto al King: “Una de las cosas más grandes que yo he sentido en mi vida fue cuando Nat quería cantar en español. La primera vez que llegó a Tropicana hicimos los primeros ensayos. Yo no toqué porque él tocaba su piano. [Cuando él cantaba] cogí las partes del piano, pero a la hora del show yo no tocaba. Tocaba él”. No necesitaba introducción de orquesta. Entraba allí cantando y después entraba la orquesta.” “Tenía oído absoluto que fue lo más grande que yo he encontrado en mi vida. Cantaba algo, cantaba, no me acuerdo, creo que “Route 66”, pero sin introducción alguna. Era un cambio de A bemol a otro tono muy distante. Después habló y presentó a los músicos, y cantó completamente en el tono. No hacía introducciones en el espectáculo. El terminaba de cantar, aplaudían y empezaba directamente a cantar otra pieza en el tono que fuera… otro número sin… error, ni un cuarto de tono, ni arriba, ni abajo. Era clavadísimo, perfecto. El artista más grande con quien he trabajado.
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