La certeza de que la dictadura militar castrista es dueña absoluta de cada paja que se mueve en Cuba no debe conducirnos al equívoco de una negación rotunda e indiscriminada en torno a las buenas razones de muchos cuentapropistas que aun asediados, explotados y extorsionados por el régimen, luchan por sacar la cabeza, aunque sea un poco, del caos y la miseria imperantes.
Generalizar diciendo que el pequeño o mínimo sector privado no responde sino a una falsa narrativa del régimen, no solo denota un completo despiste sobre la realidad de la Isla. También es algo políticamente aberrado. Creer que todas las operaciones que realizan los cuentapropistas (desde un vendedor de flores hasta quien renta una parte de su casa para comer) producen beneficios solo para los mandamases, es algo que resulta tan sospechosamente ingenuo como la conclusión de aquel que creyó que el loro era pintor porque cagaba verde.
Es plausible el apuro y la radicalidad de ciertos políticos cubanoamericanos, empeñados en que las medidas del Gobierno estadounidense contra la dictadura castrista sean aplicadas con la mayor crudeza, pasando por encima, incluso, de la sobrevivencia de un pueblo hambreado y empobrecido hasta los extremos. Tal vez consideren que ese pueblo, por cobarde y aguantón —digámoslo así— no merece la piedad de quienes, desde sus cómodas existencias y sin tirarle un hollejo a un chino, aspiran, con todo el derecho legal, a que les sean devueltas las riquezas que el castrismo robó a sus mayores. Pero lo que no acabo de hallar coherente del todo es que estos señores aleguen que sus exigencias responden a los intereses y las necesidades de los cubanos.
Habría que preguntarles más despacio en cuáles y cuántos cubanos están pensando.
Ya se sabe que todo lo que pueda exprimir a los cuentapropistas, al régimen le parece poco. Para sus caciques, la propiedad privada es un delito (siempre que no sean ellos los dueños), y según su obtusa e hipócrita manera de enfocarse políticamente hacia el exterior, la solvencia económica del pueblo no puede depender del esfuerzo individual de cada uno de sus miembros, sino del trabajo en rebaño y de la distribución de tipo esclavista, donde el Estado es por ley amo, parásito y único explotador. Pero esto no es suficiente para menospreciar algo concreto que está sucediendo en la Isla, al margen e incluso a pesar de las intenciones gubernamentales.
Me refiero al hecho de que los trabajadores por cuenta propia (unos más que otros, pero en general todos) no solo consiguen aliviar con su propio esfuerzo las angustias familiares, sino que además experimentan, por vez primera en decenios, las ventajas materiales y el enorme incentivo de no depender esencialmente de la tutela estatal.
Por favor, señores. No hay que poner la vela tan cerca del santo como para que lo queme, ni tan lejos como para que no lo alumbre. ¿Quién podría creer a estas alturas que los beneficios que genera la venta de maní tostado resultan decisivos para incrementar el ya desbordado botín de los generales y caciques castristas?
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