Pablo Milanés, Vicente Feliú y Silvio Rodríguez, y el excaudillo Castro. Años 70
Banda sonora para viejo gobierno de difuntos y flores
El 2 de diciembre de 1972, luego de una caminata desde la playa Las Coloradas hasta Manzanillo, fue creado el Movimiento de la Nueva Trova
El 2 de diciembre de 1972, luego de una caminata de varios kilómetros desde la playa Las Coloradas –el lugar donde en 1956 desembarcaron Fidel Castro y los expedicionarios del yate Granma- hasta Manzanillo, y de una pomposa declaración, fue creado el Movimiento de la Nueva Trova.
Con la Nueva Trova ocurrió como solía pasar antaño en el campo con muchos niños, principalmente los bastardos: fue reconocida tarde e inscrita oficialmente con varios años de retraso. Más de los que habían bastado para convertirla en un instrumento ideológico del régimen.
Los que integraron el Movimiento de la Nueva Trova, quedando así uncidos a la coyunda oficial, llevaban varios años –no menos de cinco- cantando y componiendo lo que entonces era conocido como canción protesta.
Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, habían tenido su primera presentación ante el público el 18 de febrero de 1968, en la Casa de las Américas, bajo los auspicios de Haydée Santamaría.
En esa época, aquellos cantautores estaban más influidos por los Beatles y Bob Dylan que por Sindo Garay, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, como posteriormente alegaron en su retocada versión latinoamericanista.
Las inquietantes y muchas veces crípticas canciones de Silvio Rodríguez encarnaron el sentir de una generación de jóvenes cubanos para los que la vida cambiaba vertiginosamente, y las consignas que repetían no bastaban para explicar aquellas transformaciones traumáticas, el sacrificio de su individualidad y la conversión del país en una granja-campamento.
Vapuleados por la censura y la intolerancia oficial, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés llegarían a estar tan prohibidos como el rock anglosajón. Y fueron castigados. Pablo fue enviado a las UMAP, y Silvio, del programa televisivo “Mientras tanto” fue a parar al barco pesquero Playa Girón.
Ambos cantautores emergieron del castigo como incomprendidos revolucionarios que reclamaban su turno en la construcción de la sociedad socialista, con el sentimiento de culpa y la autocompasión a cuestas.
Enviar a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola al Grupo de Experimentación Sonora, para que hicieran música para el cine, fue el modo que hallaron Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, directores de la Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica respectivamente, de usar sus poderes para protegerlos de los vientos inquisitoriales que corrían en vísperas del inicio del Decenio Gris. Aquel grupo fungiría como asilo, reformatorio, academia musical, taller experimental y escuela de instrucción política. Cuando se desintegró, en medio de los peores tiempos para la cultura nacional, ya los cantautores habían probado su incondicionalidad al régimen.
Convertidos en los cantores de la revolución, como antes fue Carlos Puebla, fueron ensalzados por la cultura oficial. Así, el espacio dedicado a Silvio Rodríguez en el Diccionario de la Música Cubana fue mayor que el concedido a Ernesto Lecuona.
El Movimiento de la Nueva Trova, que proclamaba que “la canción es un arma de la revolución”, significó la institucionalización de decenas de cantautores, todos en mayor o menor medida imitadores de Silvio, que se convirtieron en voceros de la propaganda oficial.
Durante el Período Especial, los multitudinarios conciertos de la Nueva Trova en la Plaza de la Revolución o la escalinata de la Universidad de La Habana tenían el objetivo de potabilizar para los jóvenes un discurso que ya mostraba señales irreversibles de desgaste. Aquellos conciertos constituyeron el canto de cisne del Movimiento.
Por aquellos días, cantautores como Carlos Varela empezaban a mostrarse agudamente críticos. En sus abarrotados conciertos, los jóvenes coreaban las canciones y gritaban y aplaudían a la menor alusión a la situación nacional.
La ambigüedad en los textos de la llamada Generación de los Topos, o los Novísimos, era ya lo único en común con sus antecesores. Pero eran más irónicos, nihilistas y cínicos. Se había producido una ruptura irreversible con la Nueva Trova y sus implicaciones estéticas y políticas.
Las ataduras del Movimiento de la Nueva Trova a la maquinaria estatal lo asfixiaron y provocaron su derrumbe. Solo unos pocos nostálgicos reparan ya en los escombros que dejó.
Hoy, las viejas canciones de la Nueva Trova, aburridas y panfletarias, sólo se escuchan en algunas ceremonias oficiales, como parte de la liturgia. Es la música obligada en las fechas luctuosas. Pasó a ser la melancólica banda sonora para “un viejo gobierno de difuntos y flores”.
AUTOR LUIS CINO ÁLVAREZ