Autorretrato de un macho disidente:
"Debemos renunciar a nuestros privilegios"
Octavio Salazar Benítez es profesor de Derecho Constitucional y escritor. En estas memorias-ensayo reflexiona sobre el feminismo, la homosexualidad y los roles de género.
Extracto de la portada de 'Autorretrato de un macho disidente'. (Huso Editorial)
Desde pequeño te educan para ser "un hombre de verdad", "un machote"
Cuenta Octavio Salazar Benítez que su "infancia fue una habitación cubierta con un papel pintado con flores de colores", que no tuvo veranos de "piscina, ni chalet, ni mucho menos apartamento en la playa". Que fue un niño "más bien redondito y callado", que su infancia "fueron recreos de aburrimiento en el patio" porque no le gustaba jugar al fútbol y "si jugaba con las niñas" le llamaban "mariquita". También cuenta que su "abuela paterna no sabía nadar"; "tampoco su hija", porque eran "mujeres de una época en la que se entendía que ellas no necesitaban determinados aprendizajes y mucho menos aquellos que podían servir para el disfrute de un tiempo libre que ellas no merecían".
Y que en el colegio nadie le contó "que Lorca era maricón y que también por eso lo mataron", ni que "Cernuda o Aleixandre también lo eran". Y que por eso se quedó sin entender 'Sonetos del amor oscuro' o el porqué de 'Son de negros en Cuba'. Y que nunca se sintió muy cómodo en el rol de súper macho que la sociedad esperaba de él. Y que tuvo unas maestras muy buenas. Y que se declara "un hombre feminista, padre 'queer', jurista heterodoxo, sagitario y cordobés nacido en Cabra".
'Autorretrato de un macho disidente' es su primera novela. Novela, biografía novelada, con tintes de ensayo sobre la masculinidad, el feminismo, la homosexualidad, la paternidad, el retrato del salto social en las últimas décadas de una España que, aunque ya casi no se reconoce en el espejo, todavía adolece de algunos 'tics' heredados. Este profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional y de la Red de Hombres por la Igualdad se ha abierto en canal en una obra heterodoxa y bella, que pasa de la sinceridad dolorosa al análisis cuasi antropológico a través de pequeños fragmentos de memoria, como 'tableaux vivants' de su pasado de niño preconstitucional a su presente de hombre ávido de experiencia y sensaciones y desprendido de grilletes anquilosantes. Un tratado sobre la identidad y el género escrito con la pluma literaria de unas memorias.
PREGUNTA. 'Autorretrato de un macho disidente' es una obra difícilmente encasillable en un género, con una forma y una estructura poco ortodoxa y construida a base de recuerdos fugaces entretejidos. ¿Nació antes como una autobiografía novelada o como un ensayo sobre el género y su rol social y cultural?
RESPUESTA. Yo pensé que, de alguna manera, mi propia trayectoria vital y mi propia identidad, mi propia manera de ser, es como un puzle que está hecho de piezas, alguna inconexas, otras no. Como he pasado por diferentes etapas en mi vida, me di cuenta de que había un montón de elementos en esa trayectoria marcados por un gran compromiso con el feminismo, con la igualdad y con la revisión de la masculinidad. Entonces me pareció interesante que lo que yo había contado hasta entonces desde un lenguaje meramente jurídico o desde el punto de vista de la investigación, pudiese contarlo a través de la historia de mi vida.
PREGUNTA. Actualmente es habitual que se ponga en cuestión el rol de la mujer en la cultura del patriarcado, pero no es tan frecuente que se plantee que también existe un rol masculino adquirido con el que los hombres pueden sentirse igualmente disconformes. ¿El camino hacia la igualdad está en la reconsideración de ambos papeles?
R. En 2013 publiqué una investigación que se llamaba 'Masculinidades y ciudadanía: los hombres también tenemos género', en el que yo planteaba, desde el punto de vista más jurídico y político, esa idea: los hombres también estamos marcados por unos roles, unas expectativas de género, unas determinadas maneras de construirnos como personas que la sociedad, desde que somos niños, nos va inculcando. Y, efectivamente, si queremos llegar a una sociedad más igual y sin discriminaciones, nosotros mismos como hombres tenemos que transformar esa identidad. Por lo tanto, por eso me parece tan necesario y tan urgente que los hombres nos replanteemos esa construcción de la masculinidad que conlleva tantas consecuencias negativas hacia los demás —especialmente hacia las mujeres—, pero también hacia nosotros mismos.
P. ¿En qué medida afecta esa construción de la masculinidad heredada?
R. Desde pequeño te educan para que seas "un hombre de verdad", para que seas "un machote", y eso a veces implica que renuncies a emociones, que no te expreses de manera completa, que tengas que asumir ciertos funcionamientos. Me parece que es deseable que los hombres hagamos ese ejercicio de autocrítica que las mujeres sí habéis hecho, porque, a lo largo de la historia, como habéis sido las discriminadas, habéis llevado a cabo esos procesos de analizaros a vosotras mismas y vuestra posición en la sociedad. Nosotros, como hemos estado en una posición privilegiada, no nos hemos planteado nada. Y sería una liberación absoluta.
P. Pero, en ese sentido, la sociedad española ha cambiado bastante, ¿no?
R. No sé. Creo que, en los últimos años se está produciendo una especie de parón en lo que se había avanzado en décadas previas. Creo que está habiendo un rearme patriarcal , por muchísimas circunstancias, como consecuencias del avance de las mujeres, por el momento de crisis que vivimos… Hay una especie de repliegue en actitudes y comportamientos muy tradicionales. Los chicos de hoy se educan a través de las redes sociales, internet y la televisión. Y lo que encontramos es la reproducción de unos roles muy tradicionales. Toda la idea que hay en torno a la idea del amor: la dependencia femenina, el control masculino, la idea de los celos, el acoso…
P. Sin embargo en los medios de comunicación han tomado una postura muy crítica, con la cobertura de los casos de acoso sexual, abusos, la violencia de género...
R. Estos temas se encuentran cada vez más en la agenda pública. El acoso sexual era un tema invisible y ahora es uno de los temas estrella de los medios a nivel internacional. Estos fenómenos siempre corren el riesgo de quedarse en una moda: el escándalo vende. El adulterio de un famoso vende. Y en los temas sobre el acoso los medios de comunicación han encontrado un filón mediático: hasta 'Sálvame' ha tratado el tema. Pero yo creo que lo inteligente sería aprovechar este 'tsunami' para que, desde diferentes frentes, este tema se convirtiera en algo prioritario. Desde el punto de vista educativo, pero también desde el punto de vista jurídico.
P. En el libro habla de las maestras de su vida. Tradicionalmente, la mujer ha tenido un papel más presente en la educación de los niños, ya sea dentro de casa como en la escuela. Y ¿por qué, aun así, se siguen perpetuando dichos roles?
R. Porque también las mujeres, como los hombres, están imbuidas en una cultura machista. Eso no quiere decir que las mujeres estéis totalmente emancipadas de la cultura machista; hay mujeres que en su ambiente familiar siguen reproduciendo esos esquemas machistas. Pero yo no insistiría en la culpa o la responsabilidad particular de ellas, sino creo que hay una responsabilidad compartida entre ellas y nosotros.
P. "Ninguna de mis profesoras de Literatura, todas fueron mujeres, me habló de Virginia Woolf. En los temarios de Filosofía nunca vi a María Zambrano o a simone de Beauvoir. Mi admirado profesor de arte no me explicó quién fue Artemisia Gentileschi". Apuntas a la marginación en los planes de estudios de mujeres relevantes en la historia, la política, la literatura. ¿Habría que revisar los temarios desde el punto de vista del género?
R. Se trata de contar la historia con justicia, y se ha contado desde un punto de vista exclusivamente masculino. Se trata de reconocer las aportaciones de las mujeres al pensamiento, al arte o a la política. Es un tema de justicia histórica; no se trata de ideologías, ni un tema de izquierdas o derechas. Es que hay una parte de la historia que no nos han contado. Cuando nos cuentan la Revolución francesa, no nos cuentan el papel que tuvieron las mujeres en la Revolución francesa, y eso que se hizo una Declaración de derechos de la ciudadana [redactada por Olimpia de Gouges], que fue el primer texto vindicativo de los derechos de las mujeres. Es que estamos hablando de la mitad de la humanidad, no de una cosa anecdótica. Si no, se nos estará falseando la historia. Como si se contara la historia de Estados Unidos sin mencionar la segregación racial.
P. Usted se califica a sí mismo como "un hombre feminista". Precisamente, uno de los debates más controvertidos dentro del feminismo —o de los feminismos— es el papel de el hombre en él. ¿Debe o puede ser feminista un hombre?
R. Yo eso lo he vivido muy en primera persona, porque llevo mucho tiempo metido en estos procesos y a mi alrededor he sentido reacciones de todo tipo. Y las entiendo, también. Yo entiendo que el feminismo es básicamente un movimiento vindicativo de las mujeres, porque sois vosotras las que, históricamente, habéis sido las machacadas. Pero yo entiendo que los hombres podemos y debemos incorporarnos en esa lucha, porque es, al fin y al cabo, una cuestión de democracia. Si tú crees en la igualdad, tienes que ser necesariamente feminista. Si no, hay algo ahí que no funciona. Eso sí, los hombres no podemos trasladar nuestro lugar privilegiado en el espacio del feminismo, porque si no corremos el riesgo de apropiarnos de ese espacio y asumir un protagonismo que no nos corresponde. Nuestra posición debe ser secundaria, de apoyo, de complicidad. Partiendo del presupuesto básico de que nosotros tenemos que renunciar a nuestra posición de privilegiados.
P. "El feminismo me enseñó que todo lo personal es político". En su libro habla de Marcela Lagarde, de Virginia Woolf, de sus tías, sus profesoras, de las sufragistas. Distintos acercamientos al feminismo. ¿Usted cree que para producir un cambio en la sociedad es más útil el feminismo radical o el feminismo más didáctico?
R. En cualquier situación social en la que se parte de un contexto de desigualdad es lógico que se sitúen posiciones más radicales, que es algo aque ha pasado a lo largo de la historia en cualquier movimiento emancipador. En los movimientos raciales, e incluso en el caso de las propias sufragistas, había divisiones entre grupos que no querían utilizar métodos violentos y otros que decían que si no utilizaban métodos violentos no les hacían caso. Entonces a veces esa radicalidad es necesaria para llamar la atención sobre determinadas cosas, para generar ese choque, pero eso tiene que ir acompañado de un acercamiento más pedagógico, más didáctico. Yo creo que todo se complementa y se retroalimenta. Aunque también creo que se consigue más desde la seducción que desde la imposición; ahí está cómo logras seducir a quien no está por la labor y le convences de que esto va a ser emancipador, incluso para él o para ella.
P. ¿Y por qué no se habla tanto de la interseccionalidad?
R. La interseccionalidad es una cosa importantísima. Volviendo a la idea del puzle, todos los seres humanos somos la unión de una serie de piezas que se van sumando y entrecruzando. La interseccionalidad significa que los factores que van interactuando en esa persona generan su situación social, y eso provoca una mayor discriminación en unos casos y en otros. Cuando, por ejemplo, se acumulan factores que en nuestra sociedad provocan una mayor vulnerabilidad: si eres inmigrante o de una orientación sexual minoritaria o de una etnia o de una religión… todo eso se va sumando. Y eso en el caso de la mujer también está el factor clave que es la discriminación por cuestiones de género. Y hay que hacer una lectura desde todos esos factores. Y eso es una crítica que se le hace a ciertos sectores del feminismo más etnocéntrico, occidental y blanco. La interseccionalidad la empiezan a plantear las mujeres feministas afroamericanas, que empiezan a plantear: "Oye, que estáis haciendo un discurso sólo para la mujer blanca. Y nosotras, ¿qué?".
P. Usted es profesor de Derecho. Recientemente, dentro del juicio a 'La Manada' por violación, uno de los jueces le dijo a la víctima: "está claro que no le dolió". Un dictamen... sorprendente, al menos. Tampoco es inhabitual escuchar argumentos morales, más que legales, en este tipo de procesos. ¿La judicatura tiene algún tipo de formación especializada en este tipo de casos?
R. Es que eso sería fundamental. Uno de los aspectos claves que todavía no se ha trabajado bien es la formación y la sensibilización de los agente jurídicos, muy especialmente en este tema. En mi facultad no hay ninguna asignatura en la que se traten estas cuestiones de manera central y prioritaria. Salvo que haya un profesor o profesora que quiera tratarlo personalmente, no está en ningún plan de estudios. Y de ahí van a salir abogados, abogadas, jueces, juezas, fiscales. Es que estamos en pañales. Y quien te dice en derecho te dice en el ámbito de la sanidad, en los cuerpos y fuerzas de seguridad, en educación… incluso los medios de comunicación. No sólo de la terminología, que también es muy importante.
P. Bueno, el debate sobre la terminología es otro —uno más— tema candente. Hay opiniones —no miramos a ningún académico de la RAE— que lo consideran una tontería. ¿Por qué es, según usted, tan importante esta reflexión sobre el sexismo en el lenguaje y, en particular, en el lenguaje institucional?
R. A ver, el lenguaje es el que construye el pensamiento. Y yo eso se lo digo siempre a mis alumnos: vais a ser juristas, y vuestra herramienta de trabajo son las palabras, y trabajáis con el lenguaje, escrito y oral. Y hay que hacer una revisión del lenguaje del Derecho, que es muy androcéntrico, como un reflejo de las relaciones de poder en la sociedad. Por ejemplo, si vas a la Carrera de San Jerónimo, encontrarás el Congreso de los Diputados, porque cuando se crea la institución no había diputadas. Dejémoslo en "Congreso", si queremos. Quizá no a golpe de decreto, pero hay que trabajarlo. Es que hasta hace poco, en la RAE, la jueza era la mujer del juez. Y el lenguaje tiene que reflejar ese cambio social.
P. Por eso usted forma parte de una iniciativa para revisar y plantear cambios en la Constitución desde el punto de vista del género. ¿En qué consiste exactamente?
R. Nos hemos reunido profesoras y profesores —hay más profesoras— de distintas universidades, casi todos del ámbito del Derecho Constitucional, y la idea es, como ahora se está hablando tanto de una posible reforma constitucional, trabajar para ver de qué manera un futuro texto debería incorporar la perspectiva de género, en el lenguaje, por supuesto, y luego en el contenido. Casi nadie lo sabe, pero las mujeres prácticamente no estáis en la Constitución. Sólo estáis en dos artículos: el del matrimonio, donde se habla de la mujer como esposa, y el otro es como madres, en el artículo 39. Ya está. Y luego habría que introducir derechos específicos que tienen que ver con las mujeres, con todo lo que tiene que ver con la libertad sexual y reproductiva, los temas de corresponsabilidad en el ámbito doméstico, la cuestión de la violencia de género que en la Constitución ni se lo olían.
P. ¿Una revisión que también tendría que ampliarse a la propia institución?
R. Exacto, hay que cumplir la paridad en las instituciones: en el Tribunal Constitucional hay dos mujeres ¡de doce! Y creo que a lo largo de estos años ha habido más de 60 miembros y creo que, en total, ha habido cuatro o cinco mujeres, como mucho. El techo de cristal y el suelo pegajoso. Queremos poner eso en la mesa del debate constitucional. Que no sólo sea Cataluña y el territorio y el Senado. Que hay más cosas que habría que tocar en la Constitución, 40 años después.
AUTOR, MARTA MEDINA