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General: “Navidad en los tiempos del pavo”. ¿navidad heréticas?
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جواب  رسائل 1 من 3 في الفقرة 
من: CUBA ETERNA  (الرسالة الأصلية) مبعوث: 22/12/2017 21:45
El pavo llegó para quedarse coincidiendo con el tiempo en que el pollo dejó de ser un producto de lujo,  el pavo se apareció para ocupar su lugar y marcar diferencias, como nuevo emblema de lo inalcanzable.


Navidad en los dominios del pavo
Hubo un tiempo en que la Navidad definía el mandato del pollo y en su defecto la gallina o el lechón, que siempre le rondaron en las mesas donde se podía festejar. Eso sucedió desde que América Latina conoció las celebraciones navideñas y multiplicó su despensa con la llegada de la gallina, el chancho, la oveja o la vaca, y duró hasta el advenimiento del pavo, que resultó ser un asunto bien reciente. Queda la salvedad de México, donde el pavo fue carne de referencia antes de que se aparecieran los españoles, y algún país centroamericano que seguía su estela, pero el pavo manda hoy, o casi, en la práctica totalidad de la región. Más allá de la norma quedan sobre todo Argentina y Uruguay, que han elevado el asado a los altares de la cocina festiva y con él algunos platos cárnicos heredados de la vieja Europa, como el vitello tonnato y la lengua en vinagreta.
 
Leo que en las fiestas pasadas los mexicanos se empujaron garganta abajo 3,2 millones de pavos y que la cifra ascendió a 2,2 millones en Perú. Renuncio a seguir buscando país a país, pero da en qué pensar. Para empezar, en las claves que definen el éxito de este intruso en nuestras mesas. No encuentro la menor virtud en unas carnes que se demuestran tan poco agradecidas cuando pasan por el horno. He comido pavos excepcionales preparados de otras maneras —en escabeche, guisados, trufado—, pero no he tenido la fortuna de dar con un pavo asado tierno, jugoso y estimulante. Alrededor suyo se ha construido una propuesta clónica y a menudo mediocre que copia paso por paso la tradición estadounidense del Día de Acción de Gracias. Rellenos con pocas variantes, las mismas ensaladas —de arroz, de papa, de apio, de betarraga…— e idéntica salsa de manzana. La panza hinchada del ave va devorando uno a uno los sabores del pasado mientras viste las mesas latinoamericanas con el mantel de la uniformidad.
 
Nada de eso sucedía a mediados del siglo XX y no hace tanto tiempo de aquello. Fue antes del advenimiento de Internet, pero muchos ya estábamos aquí. Era una historia diferente. Llegadas las fiestas navideñas unos celebraban que podían comer, otros tiraban la casa por la ventana y a menudo se endeudaban intentando demostrar lo que no eran y unos pocos exhibían su poderío por todo lo grande. En las mesas latinoamericanas se alternaban humitas y jamones asados, tamales y lechonas —no entiendo bien esa distinción del sexo en el caso del chancho lactante, pero nuestras cocinas prefieren la hembra al varón, al menos en el nombre—, pollos de doble pechuga con gallinas viejas, sopas paraguayas, lomos asados, piernas de chancho, picanas, mariscos del Pacífico sur, bolinhos de bacalao y otros bacalaos en distintas preparaciones, romeritos, hallacas, lomos adobados o moquecas. Estos y otros más siguen apareciendo en las mesas navideñas de cada país, pero este pavo es un devorador insaciable capaz de zamparse el pasado entero. Si le damos la oportunidad, acabará creando un nuevo ecosistema culinario.
 
El pavo llegó para quedarse coincidiendo con el tiempo en que el pollo dejó de ser un producto de lujo. La cría intensiva puso el pollo al alcance de cada mesa y la Navidad es tiempo de exhibición, exceso y derroche. El pavo se apareció para ocupar su lugar y marcar diferencias, como nuevo emblema de lo inalcanzable. También como un intruso llegado para arrasar con las tradiciones navideñas; o para crear una nueva. ¿Cuántos años hacen falta para construir una tradición culinaria? Prácticamente los mismos que tardamos en acabar con otra.
 
En esas está también el panettone, que algunos llaman panetón, otros pan forte y unos cuantos más paneton o también panetton. Su presencia en países como Brasil y Perú se remonta a los años cincuenta y su implantación se extiende a comienzos de los sesenta, pero es tan notable que se han convertido en el segundo y el tercer productor mundial, respectivamente. Las navidades peruanas acaban devorando alrededor de 25 millones de piezas. Las cifras se disparan en Brasil. Los dos mercados coinciden en un dato: no son pocos los consumidores que creen que el panetón es un dulce de origen local.


IGNACIO MEDINA - EL PAÍS


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جواب  رسائل 2 من 3 في الفقرة 
من: CUBA ETERNA مبعوث: 22/12/2017 21:51
 “¿Navidades heréticas?”        
                 Por José Ignacio González Faus
Comencemos con el texto de un dibujo que, creo, era del inefable Cortés: “Si la gente pensara seriamente en lo que significa que Dios se encarne: que se ponga radicalmente de parte de los más pobres y demuestre que la única religión verdadera es el amor verdadero, si la gente pensara de verdad a qué les compromete decir que Dios nació en Belén…, probablemente no se pondrían tan contentos cuando llega Navidad”.
 
Cuando Fidel Castro decidió suprimir las navidades, medio mundo se le echó encima por ateo y anticristiano. Concedo que medidas de ese tipo no pueden imponerse dictatorialmente. Pero queda pendiente otra pregunta: ¿verdaderamente era esa medida “anticristiana”? ¿O, como pasaba cuando acusaban a Jesús de “blasfemo”, era más profundamente creyente que la de sus acusadores? Veámoslo un momento.
 
El nacimiento de Dios, ¡del mismo Dios!, en pobreza y desamparo humanos, lo hemos convertido en un aquelarre de consumo inútil, que ya no revela nada de la solidaridad de Dios con nosotros, sino de nuestra insolidaridad con los otros. Visto desde ese divino “amor hasta el extremo” (como dice un evangelio), lo que debería ser la fiesta de lo humano, se ha pervertido en la fiesta de lo inhumano. El establo es sustituido por algún “Corte inglés”; la compañía del buey y la mula por la del cochinillo y el cava. Los socialmente despreciados (pastores) y los extranjeros (magos), únicos que, según el evangelio, perciben y anuncian el nacimiento de Dios, son hoy unas figuras bucólicas bien vestidas y unos “reyes”. Por eso no tienen ya nada que anunciarnos, como no sea que la vida carece de sentido y que sólo podemos llenar ese vacío consumiendo. La noche fuera de la ciudad “sin lugar en la posada”, se ha travestido en las arterias bien iluminadas de nuestras urbes, donde se malgasta energía para animarnos a derrochar dinero. La solidaridad de Dios que se revela dándose hasta el anonadamiento, la pervertimos en solidaridades artificiales que rifan objetos de famosos.
 
Y en lugar de celebrar el nacimiento de Dios celebramos el nacimiento del Despilfarro. Cada año, familias que se reunían por inercia, bajo ese eslogan de celebrar el cariño y la unión familiar, se despiden más distanciadas y más enemistadas, sobre todo si ha andado de por medio el dinero. Al final, una publicidad detestable nos escupe una pésima parodia de Bécquer diciéndonos: “Navidad eres tú”. Así es cómo la fiesta del amor, se traviste en fiesta del egoísmo.
 
Guinda de toda esta perversión puede ser aquel tristemente célebre belén del hospital de Castellón, dado a conocer el año pasado por estas fechas: 90.000 € anunciados por algún ángel moderno, y no precisamente a los pastores ni a los enfermos… Si esto no es blasfemia y herejía que venga la Congregación de la fe y que lo diga.
 
Concedo que no siempre fue así. Muchos villancicos todavía reflejan poética e ingenuamente ese encuentro de la mejor humanidad en lo sencillo, y de lo material como expresión (no como sustitución) de lo espiritual. Lo que hoy denuncio es fruto de esa inevitable “entropía”, que es también una ley de la historia y no sólo de la física. Y que se agudiza al descristianizarse la sociedad.
 
De manera sencilla y nada agresiva, eso debería preocuparnos a los cristianos. ¿Sería absurdo que todos aquellos que creen en (y celebran) el nacimiento del mismo Dios en el abandono y la pobreza, convirtieran esos días sagrados en jornadas de total renuncia al consumo, de intensificación de la presencia solidaria entre las víctimas de este mundo cruel, y de plena reconciliación y perdón entre nosotros y con todos los seres humanos? ¿Días en que se nos repitieran algunas palabras bíblicas como: “Escucha pueblo creyente, nuestro Dios es solamente uno; ámale con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas”… O “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”? Dejemos pacíficamente que quienes no tienen otro dios se entreguen al consumo desenfrenado. Quizás incluso, si nosotros renunciamos seriamente a consumir en esos días, les haremos un favor por aquello de que al disminuir la demanda, baja también el precio de la oferta.
 
Puestos a soñar, podría suceder que las Iglesias cristianas, que no deben pretender imponer su fe ni cambiar eso a la fuerza como Fidel Castro, se plantearan seriamente la posibilidad de abandonar la fecha de 25 de diciembre como celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret. De hecho, Jesús no nació ese día ni sabemos en qué día fue. Se eligió esa fecha para transformar la fiesta pagana del nacimiento del sol. Pero quizás es tiempo de dejar que la sociedad no cristiana recupere aquella fiesta pagana y trasladar la navidad cristiana a otra fecha: quizás un mes después, por aquello de que estaremos en plena cuesta de enero.
 
Así, además, las fiestas laicas del solsticio de invierno pasarían a ser, para la liturgia cristiana, nuevos días de “adviento”, que preparan para el nacimiento de otro Sol que nunca se enfriará.
 
     ACERCA DEL AUTOR, JOSÉ IGNACIO GONZALEZ FAUS:
Reconocido teólogo jesuita, filósofo y escritor de origen español con gran influencia en la teología latinoamericana. Estudió teología en Innsbruck. Ha sido profesor de la Universidad de los jesuitas en El Salvador. Colaborador habitual de diferentes medios de comunicación como La Vanguardia, Vida Nueva, Atrio o El País, entre otros. Cuenta con una extensa obra literaria publicada. Actualmente dirige el Centro de Estudios Cristianismo y Justicia en Barcelona.




جواب  رسائل 3 من 3 في الفقرة 
من: CUBA ETERNA مبعوث: 22/12/2017 22:20
NAVIDAD EN CUBA
Para la mayoría de los cubanos, que apenas tienen dinero para sobrevivir el día a día, es más fácil que en la Isla nieve que cenar pavo o puerco asado en Nochebuena.

NAVIDADES A LA HABANERA, UN MODO DESIGUAL DE CELEBRAR LA NOCHE BUENA 
En Tercera y 70, el otrora Diplomercado, en Miramar, al oeste de La Habana, los carritos atestados de compras circulan raudos, conducidos por clientes de bolsillos amplios que revisan en los estantes la procedencia y fecha de caducidad de los alimentos.
 
Los artículos Made in USA son los más apreciados. Tipos como Ernesto, que desde hace tres años se dedica a trasegar pacotillas en grandes volúmenes desde Ecuador, la Zona Franca de Colón en Panamá o Puerto Callao, en Perú, se pueden dar el lujo de comprar alimentos, aliños y confituras sin mirar el precio de las etiquetas.
 
“Mira a ver si ese pavo congelado es 'yuma'. Coge un 'paq' de Sprite y otro de Fanta, que a los niños les encanta. Echa pa’ca esas salchichas, que son de Baviera”, le dice a su esposa, quien antes de echar las cosas en el carrito, mira la fecha de vencimiento, examina las calorías y si han utilizado preservante químico en la elaboración del producto.
 
Tienen la pinta de una pareja de portada de una revista de la farándula. Con estilizadas figuras, visten a la moda y parecen felices. Y portan suficiente moneda dura como para pagar 179 pesos convertibles (alrededor de 200 dólares), el salario de ocho meses de un profesional, en alimentos y dulces destinados a las fiestas navideñas.
 
Luego de dejar tres cuc de propina a la cajera, en la confitería adquieren turrones españoles y chocolates suizos. “Ya compré vinos, cervezas y ron para celebrar la Navidad y el fin de año”, dice Ernesto.
 
A la salida del mercado, alquilan un auto, que por diez pesos convertibles los lleva hasta la puerta de su casa. Su caso pudiera parecer una excepción. Pero me temo que no.
 
Por estas fechas, los supermercados habaneros de alto estándar, con precios al nivel de Nueva York, están repletos de usuarios despreocupados que festinadamente se van de compras.
 
En la Isla se ha ido consolidando una clase media al margen del Estado. Cubanos que destinan más de 1.000 dólares al mes en adquirir comida, darse masajes a 50 cuc la hora en hoteles cinco estrellas y a cada rato cenan en paladares como Starbien, La Fontana o Café Laurent.
 
No son los típicos amanuenses que trabajan para el régimen, pero se pueden dar ciertos lujos con las migajas y regalías ofrecidos por el Estado verde olivo. Tampoco son artistas o deportistas de éxito.
 
Son personas que hacen dinero 'pinchando' duro 14 horas diarias en pequeños negocios privados en el portal de su casa. O 'mulas' que transportan mercancías por debajo de la mesa en el mercado negro.
 
Las navidades en Cuba tienen varios rostros
También una parte de la fauna marginal y los ladrones estatales de cuello blanco festejan la Navidad por todo lo alto. Jineteras de alcurnia, expendedores de drogas y policías corruptos, en Nochebuena cenan cerdo o pavo asado y beben cerveza de marca o ron añejo.
 
En el interior del país, la realidad es diferente: se nota el ajetreo navideño, pero a menor escala. En la capital, gigantescos árboles repletos de luces se ven por la Habana Vieja, el Vedado y Miramar, tres de las zonas más turísticas.
 
Si usted se da una vuelta por el bar Sloppy Joe’s, muy cerca del hotel Sevilla, el Parque Central y el Paseo del Prado, notará que después de la cinco de la tarde no hay mesas desocupadas.
 
Y en la extensa barra de 18 metros de caoba negra no encuentra una banqueta libre. En el Sloppy, una cerveza local cuesta dos dólares y cincuenta centavos y el plato típico de la casa, un emparedado de 'ropa vieja' (hilachas de carne de res sazonada con tomate), ronda los cinco.
 
Es difícil reservar una mesa para cenar el 24 de diciembre en restaurantes como Los Nardos, frente al Capitolio, o paladares como La Guarida, San Cristóbal, Doña Eutimia y Havana Gourmet.
 
O en la paladar Villa Hernández, situada en una casona de principios del siglo XX, en la barriada de La Víbora, a un costado del Parque Córdoba, un parque en honor a Emilia de Córdoba y Rubio (1853-1920), considerada la primera mujer mambisa.
 
“Ya tenemos todas las mesas reservadas desde el 23 y hasta el 31 de diciembre”, dice con orgullo el propietario de Villa Hernández.
 
Mientras unos cuantos cubanos pueden comprar en el antiguo Diplomercado, reservar en restaurantes y paladares de primera, celebrar la Nochebuena y esperar el 2016 como Dios manda, por miles se cuentan los que ni siquiera pueden hacer planes para esos días.
 
Lidia es una de esos miles. “Cuando me paguen en el trabajo veré si me alcanza para comprar una ración de puerco en un restaurante estatal y una botella de vino barato. Lo que compre, lo compartiré con mi esposo el 24. Después veremos alguna novela o película alquilada del Paquete”.
 
Según la prensa oficial, decenas de restaurantes ofertarán pollo, pavo y cerdo asado el 24 y 31 de diciembre. Aunque para José Manuel, jubilado de 75 años, la calidad deja mucho que desear.
 
“Pero es la única opción para los que tenemos poco dinero. El año pasado compré dos raciones de cerdo que daban asco, era pellejo y grasa na'má. Los viejos y los obreros somos los más jodidos. Nosotros no percibimos las reformas y los cambios económicos”, acota.
 
Otros, como Antonio, padre de cinco hijos, están peor. Reside en una choza con piso de cemento y sin servicio sanitario en un barrio marginal de San Miguel del Padrón, municipio al sureste de La Habana.
 
“Navidades para mí es tener cuatro pesos en el bolsillo. Eso de hacer comelatas y tomar cerveza de la buena, es cosa de gente rica o con suerte”, expresa con una sonrisa triste.
 
Para cubanos como Antonio, es más fácil que en la Isla nieve que cenar pavo asado en Nochebuena.


 
        Iván García, desde Cuba - Diario Las Américas


 
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