JAN MARTÍNEZ AHRENS - WASHINGTON
Donald Trump no creyó jamás que fuese a ganar las elecciones. Y cuando lo hizo, se quedó helado como un fantasma. Un estupor del que, una vez investido presidente, pareció seguir preso: no procesaba información, no leía y ni siquiera ojeaba los informes. Era un “niño grande” que abroncaba al servicio por tocar su cepillo de dientes y se quedaba paralizado ante asuntos complejos. La incendiaria descripción corresponde a un libro de próxima publicación, cuyos detalles de caos e infantilismo en la Casa Blanca han desatado una espectacular tormenta. Trump niega furiosamente su contenido y ha intentado frenar su salida, pero ante el mundo ha vuelto a emerger la imagen de un presidente caótico y bufón que gobierna por impulsos.
La bomba se titula Fuego y Furia: dentro de la Casa Blanca de Trump y es obra de Michael Wolff. Un periodista de 64 años que ha escrito para Vanity Fair, The Guardian y Hollywood Reporter. Su trabajo ha sido más de una vez cuestionado por su presunta tendencia a la exageración. En este caso, aunque algunos de los altos cargos se han apresurado a desmentir lo publicado, nadie niega que tuvo un acercamiento excepcional a la Casa Blanca. De la mano del antiguo estratega jefe, Steve Bannon, recogió durante 18 meses 200 testimonios de personas próximas al presidente, e incluso se reunió, aunque brevemente, con Trump, un personaje al que ya había entrevistado para Hollywood Reporter y al que solicitó directamente permiso para el libro.
Con este bagaje, la obra se ha vuelto puro veneno para la Casa Blanca. Hay entrecomillados hirientes por doquier y personalidades del círculo íntimo de Trump, como el propio Bannon o la antigua subjefa de gabinete, Katie Walsh, que revelan pormenores sonrojantes de la vida en el Despacho Oval. Tal es su carga explosiva que ha bastado la distribución de algunos extractos para poner a la Casa Blanca en modo de combate. Los abogados del presidente han intentado frenar la salida del libro, prevista para el martes, y han solicitado por carta a la empresa editora, la poderosa Henry Holt & Company, que desista bajo la amenaza de denunciarlo por libelo.
En este vendaval, el propio Wolff ha escrito un largo artículo explicando su génesis y defendiendo sus contenidos. Su relato, aunque a veces no aclara la fuente de la información, supone un demoledor retrato interior de la presidencia. Un gobierno consumido por luchas intestinas, sin prioridades claras y dominado, según la obra, por una personalidad extravagante y caprichosa que halla en sus instintos su mejor consejero.
La victoria (inesperada)
Melania lloraba y Trump, según el testimonio de su hijo mayor, se quedó helado como un fantasma. Acababa de saberlo. Era el próximo presidente de Estados Unidos. No se lo creía. No se lo esperaba. Hasta el último día había dado por segura la derrota. Ese 8 de noviembre, de hecho, su equipo se había concentrado en los cuarteles generales contento porque consideraba que iban a perder por menos de 6 puntos. Y el propio Trump, en días anteriores, había expresado a su amigo, el presidente de la cadena Fox, Roger Ailes, su convicción de que haber llegado hasta ahí era ya un triunfo que le abría las puertas de la fama, aunque se le cerrasen las de la Casa Blanca. Pero todo cambió esa noche. Perplejo, su consejero de campaña Steve Bannon lo vio transformarse. Primero escéptico, luego horrorizado, y finalmente iluminado: “Donald Trump se convirtió en el hombre que consideraba que merecía ser y era perfectamente capaz de ser, el presidente de Estados Unidos”.
Enfado en la investidura
No fue el día más feliz de la vida de Donald Trump. El libro sostiene que estaba molesto por el boicot de los famosos y disgustado por haber tenido que dormir en la dependencia de huéspedes de la Casa Blanca, en vez del Hotel Trump. Su esposa Melania fue víctima de su mal humor y estuvo al borde las lágrimas.
Primeros días y fobias
A Trump no le gustó la Casa Blanca y desde el inicio refugió en su habitación, una pieza separada de Melania. Era la primera vez desde Kennedy que un matrimonio presidencial no dormía en el mismo cuarto. Inmediatamente pidió dos televisores más y una cerradura para la puerta, algo que el equipo de seguridad desaconsejó. Ya instalado, no tardó en abroncar al servicio de limpieza por retirar del suelo sus camisas. “Si mi camisa está en el suelo es porque quiero que esté en el suelo”, les dijo. Y rápidamente, les impuso nuevas reglas: él se abriría la cama y decidiría cuándo quería que le limpiaran las sábanas, y nadie podía tocar nada de su habitación, especialmente su cepillo de dientes. Esto último era un reflejo de su antiguo miedo a un envenenamiento.
La guerra interna permanente
En los primeros meses, nadie dominaba la Casa Blanca y sus más cercanos colaboradores se odiaban. Tres eran los que competían y despachaban directamente con el mandatario. El jefe de gabinete, Reince Priebus; el estratega jefe, Steve Bannon, y el yerno, Jared Kushner. Los dos primeros eran especialmente despreciados por Trump. Un día llegó a comentar en voz alta los defectos de su círculo íntimo: “Bannon era desleal (sin mencionar que vestía como una mierda); Priebus, un débil (sin mencionar que era bajito, un enano); Kushner, un adulador”, indica la obra.
La elección de cargos y el nepotismo
Trump no sabía a quién elegir para los principales puestos. Y sus manías no le ayudaban. Cuando le recomendaron al diplomático John Bolton como consejero de Seguridad Nacional, lo rechazó por su bigote. “Es un problema. Para Trump no puede formar parte del equipo con ese bigote”, sentenció Bannon.
Tampoco mejoró su criterio para la selección del jefe de gabinete, un puesto de enorme poder y que hace las veces de primer ministro. El primer impulso del presidente fue escoger a su yerno, sin ninguna experiencia política y cuyo principal valor era ser el marido de su hija Ivanka.
Pero eso no le importó a Trump. Exteriorizó su deseo y nadie se atrevió a refutarlo. Tuvo que ser alguien venido de fuera quien diera la voz de alerta. La columnista conservadora Ann Coulter se llevó un día al presidente aparte: “Nadie te lo está diciendo, pero no puedes. Simplemente no puedes contratar a tus hijos”. El éxito de Coulter sólo fue parcial.
Ivanka, presidenta
El poder de Ivanka y su esposo, Jared Kushner, es inmenso en la Casa Blanca. En los primeros meses igualaba al del entonces jefe de gabinete, Reince Priebus. Tenían hilo directo con el presidente y, pese a las advertencias, habían logrado ser contratados como asesores. “Ivanka había ayudado a su padre no sólo en asuntos de negocios, sino también maritales. Era algo transaccional”, describe el libro.
Desde esa cercanía, trataba a su padre con desapego, se reía de él e incluso hacía burlas sobre su peinado. Mientras el resto del gabinete callaba, ella recordaba que esa composición capilar era una forma de tapar una superficie central absolutamente lisa mediante el artificio de peinar el cabello de los laterales hacia el centro y después atrás. Pese a las bromas, a nadie se le escapaba que era la emperatriz y que aspiraba a ser la primera presidenta de EEUU. “[Ivanka y Kushner] habían llegado a un acuerdo serio: si en algún momento en el futuro se presentaba la oportunidad, ella sería la candidata a la presidencia. La primera mujer presidenta, se emocionaba Ivanka, no sería Hillary Clinton, sino Ivanka Trump”.
La incompetencia de Trump
El presidente no destacaba por sus conocimientos ni por su sangre fría. La subjefa de gabinete Walsh le describe en el libro como “un niño cuyos deseos había que adivinar”. Incapaz de disciplinarse, en la Casa Blanca no sabía poner orden ni prioridades. “Denme tres cosas en las que el presidente quiera centrarse. ¿Cuáles son las tres prioridades?”, llegó a preguntarle Walsh a Kushner pocos días antes de abandonar el cargo en marzo pasado. Su exasperación tenía, según Wolff, un motivo. El presidente no avanzaba. El libro explica por qué: “No procesaba la información en un sentido convencional. No leía nada. Ni siquiera ojeaba. Para muchos no era más que un semianalfabeto. Confiaba en su propia experiencia, aunque fuera irrelevante, más que en nadie más. A menudo se mostraba confiado, pero igualmente se le veía paralizado, presa de sus peligrosas inseguridades. Respondía instintivamente, arremetiendo y actuando según sus tripas”.
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POR JOAN FAUS; AMENAZA LEGAL A BANNON
Uno de los abogados de Donald Trump envió la noche del miércoles a Steve Bannon una carta en la que se le acusa de "difamación y calumnias" y de violar un acuerdo de no divulgación al hablar con el autor de un libro en el que critica al círculo familiar del presidente. "La acción legal es inminente", amenazaba la misiva y se instaba al ex estratega jefe de la Casa Blanca a cesar sus reproches.
En su primera valoración de la durísima reprimenda de Trump, Bannon se mostró conciliador. En un programa radiofónico, dijo el miércoles que "el presidente es un gran hombre" y que él lo apoya contínuamente. "Nada nunca se entrometerá entre nosotros, el presidente Trump y su agenda", insistió este jueves. Trump reaccionó con ironía a esas palabras: “Ha cambiado de tono bastante rápido”.
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Fuente: Jan Martínez Ahrens - Washington - El País