IVÁN GARCÍA
Junto al envase de parkisonil [una droga prescrita para trastornos neurológicos y que crea adicción], el tipo con pinta de hippy que lo vende, veinte pastillas por 60 pesos (3 dólares), a los clientes de confianza les regala un mapa en escala reducida del país al cual les gustaría viajar.
Bajo el estruendo de un rock fuerte que difunde un moderno equipo de audio, si eres un comprador VIP, el comerciante te permite “bajar los 'paquitos' [así llaman en lenguaje popular a las tabletas de parkisonil] con un trago de ron blanco.
Yo siempre cojo un mapita de Jamaica, pues soy fan de Usain Bolt, el reggae y Bob Marley. Puede que sea sugestión, pero tú te concentras, y cuando se prende “el vuele” [el efecto de la droga], parece que estás caminando por un barrio de Kingston”, afirma Marlon, un moreno amante de la cultura rastafari.
En otro barrio de La Habana, en una ciudadela pobre de calles oscuras y a medio asfaltar, una señora con aspecto de abuela conservadora vende a treinta pesos el papelillo de metilfenidato [psicoestimulante recetado para el déficit de atención]. Sus clientes son generalmente jóvenes de familias pobres que los fines de semana, o un día cualquiera, inhalan el metilfenidato como sustituto de la cocaína.
“No es lo mismo. La coca es otra cosa, sobre todo si es colombiana o peruana. Pero el gramo cuesta casi 100 pesos convertibles y el metil, cuando más, dos chavitos (cuc) el paquetico. “El vuele” tiene sus diferencias. Con la cocaína te parece que eres el mejor del mundo y te sale una labia de un político de primera clase. El metil demora más en volarte, pero cuando llega el arrebato es riquísimo. Es familia de la anfetamina y te pone contento de la vida, man”, señala Rigo, desempleado, que bebe ron como si fuera un cosaco y traga metilfenidato como si fuera una aspiradora.
Mientras los músicos famosos y empleados del sector del turismo, que suelen ganar una buena cantidad de divisas por concepto de propina, pueden pagar el equivalente a 110 dólares por un gramo de cocaína, la clase más pobre, que es mayoría en Cuba, escapa del manicomio marxista y la falta de futuro, tomando cerveza y ron barato, sicotrópicos, marihuana cubana u otro medicamento que les cambie el cuerpo.
“La yerba local no es igual que la yuma (foránea), que es más poderosa. Pero mientras un taco de marihuana extranjera cuesta 5 dólares, una breva criolla vale 25 o 30 pesos (un dólar). Es como la dipirona china, que para que te haga efecto tienes que tomarte dos, el enfory de aquí, pa’ que te prenda sabroso debes fumarte una mayor cantidad”, cuenta un consumidor consuetudinario de marihuana que vive al sur de La Habana.
Las personas que habitualmente consumen metilfenidato, sicotrópicos o marihuana criolla, aseguran que bajo el efecto de los estupefacientes dejan atrás todas sus preocupaciones. Se sienten diferentes, especiales.
“Ya no te importa que tienes solo una muda de ropa para salir y un par de zapatos. Que llevas una semana comiendo huevo y arroz blanco y que toda tu vida vivirás en la misma choza de mierda. Yo me endrogo pa’ no volverme loco. Eso sí, hay que tener tacto con el vicio. Pues si te pasa te enganchas”, señala Eusebio, recolector de materia prima.
Auge
Aunque el régimen cubano reconoce el auge de las drogas en la sociedad, suele minimizar su impacto y las causas. Entre enero y octubre de 2017, las autoridades incautaron más de cuatro toneladas y media de drogas, la mayoría marihuana.
Pero una fuente dijo que no toda la droga “que se ocupa se incinera. Una parte se roba y luego se comercializa en el bajo mundo. Es un negocio redondo. La mitad de una paca de cocaína de ganancia te deja cientos de miles de dólares. Con ese dinero se resuelve un montón de problemas en Cuba. No creas el cuento de que solo los marginales y delincuentes trafican con drogas. Una parte llega de la incautada en paquetes tirados al mar o decomisada por la Aduana”.
El 28 de diciembre, el diario oficial Granma publicó un artículo donde denunciaba la adulteración de medicamentos en el laboratorio farmacéutico Reinaldo Gutiérrez, ubicado en el municipio Rancho Boyeros. Sustituían el metilfenidato por un simple placebo. El periódico señalaba como culpables a una jefa de brigada, un operario, un jefe de turno y “estibadores de la empresa provincial minorista de medicamentos del este".
Curiosamente, ningún directivo aparecía involucrado. Según el órgano del Partido Comunista, los implicados “recibieron en total sumas de efectivos superiores a 1.500 cuc”, unos 1.500 dólares al cambio. La información de Granma se basaba en un detallado informe de la Fiscalía General de la República, e incluía una lista de hechos delictivos detectados en 2017, relacionados con la sustracción y el comercio ilícito de fármacos en diferentes entidades subordinadas a BioCubaFarma.
Con antelación, la prensa independiente en la Isla había reportado robos y negocios en la red nacional de industrias farmacéuticas. Un exdirectivo de un laboratorio farmacéutico en la capital afirma que “las sustracciones de materia prima y medicamentos en esos laboratorios superan los diez millones de dólares al año, tal vez más. Son de las entidades estatales donde procede el metilfenidato y sicotrópicos, considerados drogas, que después se expenden ilegalmente. También es el embrión de un negocio de medicamentos prohibidos que se utilizan en gimnasios privados. El gobierno, igual que el marido tarrúo, siempre se entera tarde de las cosas”.
La autocracia verde olivo suele vivir de una narrativa prefabricada. Reconocer el auge de la prostitución, delincuencia, alcoholismo y drogadicción en Cuba sería aceptar que somos un país igual al resto. Y Fidel Castro erigió su régimen totalitario para marcar diferencias.