La falta de vértigo de los indios mohawks, bautizados como las «águilas de la construcción», fue clave en el perfil de Manhattan.
La mutación genética que hizo posible la construcción de los rascacielos de Nueva York. Se calcula que fueron 9.000 los trabajadores que levantaron el Empire State Building, el que durante mucho tiempo fue el edificio más alto del mundo, en tan sólo un año y 45 días.
Once obreros almorzando sobre una viga en el piso 69 –a unos 244 metros del suelo
Pedro Gargantilla
El ser humano está genéticamente programado para sentir miedo, es nuestro ADN el que despierta la respuesta de temor ante potenciales peligros. La fobia a las alturas –acrofobia– es una de las más comunes entre la población general, a pesar de que hay personas que son inexplicablemente inmunes al vértigo. Entre ellas habría que citar a Philippe Petit, un funambulista francés soberbio y narcisista, que alcanzó gran repercusión mediática en 1974 cuando cruzó sobre un cable la distancia que separaba las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York.
A pesar de que Chicago fue pionera en el diseño de los rascacielos, fue en Nueva York donde tuvieron su mayor desarrollo. Ejércitos de forjadores, albañiles, soldadores y carpinteros trabajaron sin descanso, soportando los rigores del invierno, las elevadas temperaturas estivales y la peligrosidad de la construcción, para erigir estos mastodontes de acero.
Se calcula que fueron 9.000 los trabajadores que levantaron el Empire State Building, el que durante mucho tiempo fue el edificio más alto del mundo, en tan sólo un año y 45 días. La mayoría eran inmigrantes huidos del Viejo Continente tras el desastre de la Primera Guerra Mundial en busca del sueño americano. La plantilla también contaba con cientos de trabajadores indios mohawks, procedentes de la reserva de Kahnawak (Montreal, Canadá). Estos indios habían demostrado su pericia en las alturas durante la construcción del puente que atravesaba el río St. Lawrence, en el territorio de Mohawk.
Sus salientes pómulos, su piel cobriza, su altiva forma de caminar y su aplomo para transitar por las vigas de acero suspendidas a cientos de metros de altitud les hacían inconfundibles. La falta de vértigo de estos indios, probablemente por una mutación genética, hizo que se ganaran el sobrenombre reverencial de “águilas de la construcción”.
¿Quién no recuerda la fotografía «Lunch atop a Skyscraper» (Almuerzo en lo alto de un rascacielos)? Fue tomada el 20 de septiembre de 1932, en plena recesión económica, mientras se construía el RCA –dentro del Rockefeller Center- por el fotógrafo Charlie Clyde Ebbets. La imagen capta a once obreros almorzando sobre una viga en el piso 69 –a unos 244 metros del suelo-, tras ellos se puede contemplar el opulento Manhattan. Los trabajadores no cuentan con ningún sistema de seguridad ni arnés, reflejo de la situación laboral del momento.
Baja siniestralidad laboral Para ser fieles a la verdad, no todos los que aparecen en la foto eran indios mohawks. El trabajador que aparece más a la derecha, con una botella en la mano, se llamaba Sonny Glynn y era irlandés, la misma nacionalidad de Matty O`Shaughnessy, el que aparece encendiendo un cigarrillo en el otro extremo de la imagen.
La verdad es que los mohawks no tuvieran vértigo a las alturas, fue una verdadera suerte para los constructores de los rascacielos, por un parte les ahorró mucho dinero y, por otra, hubo una menor siniestralidad. Es verdaderamente sorprendente que en la construcción del Empire State Building tan sólo fallecieran por accidente laboral cinco personas.
Se cuenta, y esto entra dentro de la leyenda, que al finalizar la jornada y encaramados a los tablones se reunían los mohawks para jugarse a las cartas su salario, unos dos dólares por hora.
El que no habría podido subirse a los rascacielos en construcción habría sido Scottie Ferguson, un detective de policía de San Francisco aquejado de acrofobia tras sufrir un accidente en el que murió un compañero al intentar rescatarle de un tejado. Este personaje es uno de los protagonistas de “Vértigo” (1958), del genial director inglés Alfred Hitchcock.
ACERCA DEL AUTOR Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.