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De: SOY LIBRE (Mensaje original) |
Enviado: 12/01/2018 18:28 |
Es la "gente de países de mierda" la que alimentó el sueño de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Lo único que ha cambiado en esa historia es el color de piel de sus protagonistas.
Carta abierta al ignorante Trump
Estimado presidente Trump:
Basta. Basta de intentar romper lo que siempre fue su país. Basta de empujar a los desfavorecidos unos contra otros. Basta de cargar contra estadounidenses en todo excepto en un papel. Basta de alimentar el odio de algunos de sus votantes. Basta de racistocracia. Basta de ignorar la historia de Estados Unidos.
Cuando hace unas horas ha destrozado un acuerdo sobre inmigración en el que republicanos y demócratas coincidían, lo ha hecho además recurriendo al insulto. A la vulgaridad. A la ignorancia extrema. A la caricatura: "¿para qué necesitamos a gente de países de mierda?".
Porque son la gente que hizo grande a América en su momento, la base de su campaña.
Ser presidente es, aunque no le guste, reflexionar. Pensar el problema antes de proferir soluciones. Es, por ejemplo, ser consciente de que cuando pide inmigrantes "noruegos" en vez de latinoamericanos, está insultando a todos. A los noruegos actuales -cuya inmigración a EE.UU. no llega a las 50.000 personas, porque para qué-, y a los antepasados de los casi 5 millones de estadounidenses que hoy descienden de noruegos.
Noruega también fue "un país de mierda".
Lo fue en el siglo XIX, cuando las cosechas fallaron y una primera oleada de noruegos desesperados embarcaron por encima de sus posibilidades en viajes de pesadilla. En busca de algo mejor. De comida. De una tierra en la que plantar. De una casucha y una ruta hacia el Oeste en un país hostil y extraño. No fueron sólo los noruegos: alemanes, daneses, suecos, finlandeses...
Todos los países a los que hoy desde el sur de Europa miramos como ejemplo pasaron por ahí: todos fueron países de mierda de los que huir. En busca de algo mejor.
Hoy 200.000 salvadoreños y 59.000 haitianos son los que se llevan el hacha presidencial. Con saña. Con el mismo rechazo que tuvieron un millón de irlandeses cuando llegaban en barcos-cementerio a la Isla Ellis. A ser despreciados e insultados y procesados en lote después de pasar semanas viendo morir a sus compatriotas.
Los europeos que huían no eran las "masas sedientas de libertad" de la Estatua de la Libertad. Eran muertos de hambre. Eran analfabetos, eran granjeros, eran delincuentes, eran obreros, eran los que a golpe de martillo sembraron el país de ferrocarril, eran buscadores de oro, eran improvisados pioneros muriendo de disentería camino a Oregon -muriendo de mierda, literalmente, mientras buscaban el Destino Manifiesto-.
Eran blancos y rubios y pelirrojos y tenian los ojos claros y venían de países de mierda. Y construyeron la gran superpotencia del siglo XX. Presidente, no puede pedir "noruegos", porque no son la solución a los problemas de América.
El 66% de sus inmigrantes ilegales tiene trabajo. Los soñadores a los que tanto desprecia -y sospecho que lo hace sólo porque fue Obama quien quiso regularizarles- se han criado en Estados Unidos desde que eran niños. Los jueces lo dicen. El 80% de la opinión pública -es decir, casi el mismo porcentaje de gente que no le eligió presidente- lo dice. Los líderes de 100 de las grandes corporaciones estadounidenses lo dicen: Estados Unidos necesita a los soñadores, a los inmigrantes, a los trabajadores.
De hecho, el presidente de Estados Unidos debería saber que ahora mismo el grueso de la inmigración en Estados Unidos llega desde el sudeste asiático, no desde los países de habla de hispana. Cargar contra esos grupos suena demasiado cercano a un nuevo racismo, uno en el que no se piensan las causas ni las consecuencias. Uno dirigido a alegrar a esos blancos desposeídos que se creían dignos de todo, y ahora sólo tienen odio. De los que el sociólogo Michael Eric Dyson contaba al hablar de la concentración racista de Charlottesville:
Si no pueden beber de la copa del beneficio económico que sí prueban las élites blancas, por lo menos pueden sorber lo que resta de una ideología del odio: al menos no son negros. El reconocido académico W. E. B. Du Bois llamó a este supuesto sentido de superioridad el “salario mental de los blancos”. Y es que en alguna ocasión, el presidente Lyndon B. Johnson dijo lo siguiente: “Si puedes convencer al hombre blanco del nivel más bajo de que es superior al mejor hombre de color, no se dará cuenta de que le estás saqueando el bolsillo. Es más, dale algo que pueda menospreciar y vaciará él mismo sus bolsillos por ti”.
Republicanos y demócratas habian encontrado una solución trabajada e imperfecta a un drama humano que afecta a decenas de millones de inmigrantes. Una forma de cumplir sus deseos como presidente de expulsar a seres humanos, separar famlias y tratar a los niños de la inmigración como criminales voluntarios. Republicanos y demócratas, que para pocas cosas se juntan, habian negociado esa solución imperfecta, algo humana, para evitar que Estados Unidos se convierta en un país de mierda.
Pero prometió en su campaña "hacer América grande otra vez". Y América se hizo grande asi: recibiendo a todos los que sus países no querían. Abriendo los brazos a millones de personas que (a veces en apariencia y a veces de hecho) eran lo peor de cada casa. Todos hicieron América suya. Como español, me resulta fascinante el sentido patriótico y de pertenencia que todo estadounidense alberga. Con apenas tres siglos de historia a sus espaldas.
Estados Unidos tiene un genocidio a sus espaldas, un historial de racismo, una guerra civil por el único motivo que merece la pena, una tensión eterna entre el bien y el mal. Cuesta acostumbrarse a que ahora haya ganado el mal. La peor versión del mal.
Pero en cada visita a Estados Unidos lo que más queria para mi país era lo que veía en las calles de sus grandes ciudades: todo el planeta caminando bajo la misma bandera. Hijos de todo el mundo haciendo suya una nación todavía joven. Romper eso por y para un puñado de racistas es, desde fuera, un crimen mayor que la ignorancia, la vulgaridad y la escasa talla que demuestra cada día en la oficina, presidente.
Porque es convertir la idea de Estados Unidos de América en la peor versión de sí misma: en la idea de un país de mierda.
JAVI SÁNCHEZ
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Republicanos y demócratas coinciden con El Salvador y Haití en rechazar su «racismo»
Trump, repudiado por llamar «países de mierda» a los que envían inmigrantes
Por Manuel Erice Oronoz
La vuelta a escena del Trump más agresivo y vulgar ha desencadenado otra tormenta política. Es la constatación de que el «outsider» que desembarcó en el Washington más políticamente correcto nunca va a adaptarse a la presidencia, sino que la presidencia tendrá que adaptarse a él. La expresión de Michael Wolff, el exitoso autor del terremoto editorial de la temporada, «Furia y Fuego: En la Casa Blanca de Trump», adquirió todo su sentido al conocerse que el ocupante del Despacho Oval había despreciado como «países de mierda» a aquellas naciones pobres que llaman a la puerta de Estados Unidos para la acogida de víctimas de catástrofes naturales.
Un acalorado comentario en una reunión con congresistas para debatir la política de inmigración. Y un «déjà vu» de la escena con la que el controvertido magnate irrumpió en 2015 en la precampaña presidencial comparando a los mexicanos con «violadores y drogadictos». Ni un año de estancia entre paredes presidenciales ha amansado a la fiera, de nuevo rechazada con unanimidad. Republicanos y demócratas coincidieron en las duras críticas con los gobiernos de los países aludidos, Haití, El Salvador y algunas naciones africanas, que exigieron a Trump aclaraciones por su «racismo».
Desmentido con la boca pequeña
El desmentido con la boca pequeña del presidente y el comunicado oficial de la Casa Blanca, que no aludía a la cita, apenas calmaron los ánimos. Tampoco, que Trump firmara este viernes la declaración oficial del Día de Martin Luther King, festividad que celebra este lunes un país atónito por el trepidante tránsito de un presidente negro a otro enemigo de las minorías. Durante el simbólico acto, la insistente pregunta sin respuesta de varios periodistas tronó con estrépito: «Presidente, ¿es usted racista?».
Aunque asumió haber sido «duro en el lenguaje», el aludido negó que pronunciara la expresión desvelada por The Washington Post, que citaba distintas fuentes presentes en la reunión. Ante una veintena de legisladores, en medio de un largo discurso que apelaba a un acuerdo en el Congreso, Trump se habría preguntado: «¿Por qué necesitamos a tantos haitianos?». Después, siempre en cerrada defensa de un endurecimiento en la política de inmigración, concluía: «Échenlos». Para culminar su aserto con una severa pregunta: «¿Por qué querríamos nosotros a toda esa gente de países que son pozos de mierda?». El senador demócrata Dick Durbin, testigo del encuentro, se apresuró a confirmar la exactitud de sus palabras. Para probarlo, relató que el senador republicano Lindsey Graham le había afeado al presidente su expresión.
La supuesta alusión de Trump venía a justificar su reciente decisión de cancelar progresivamente todos los acuerdos temporales de acogida de inmigrantes, los llamados TPS. Primero, el de Haití, que deja a la intemperie a 45.000 acogidos tras sus terremotos. Hace unos días, el de El Salvador, que obliga a 200.000 personas a abandonar el país, también en año y medio.
Además de un debate periodístico en los medios sobre la idoneidad de repetir al público expresiones tan soeces, incluso aunque procedan del hombre más poderoso de la nación, las afirmaciones de Trump han abierto un nuevo frente de choques diplomáticos. El Gobierno de El Salvador, a través de su cancillería, exigía «aclaraciones» al Departamento de Estado, mientras las portadas de algunos periódicos protestaban por el «insulto». El Ejecutivo de Haití tildaba el comentario de «racista» y defendía su país con «orgullo». Entre los países africanos englobados en el grupo de emisores de inmigrantes, el Gobierno de Botsuana requirió al embajador estadounidense para preguntarle que aclarara si «está incluido entre los países de mierda».
Dimite un embajador
En Estados Unidos, como en una catarata de reacciones monotemáticas, el mismo «establishment» que sucumbió a su empuje electoral volvió a lanzar todas sus críticas contra el presidente más polémico en décadas. Para el líder de la mayoría republicana, Paul Ryan, los comentarios son «desafortunados y poco útiles». Es sintomático que la dirección del partido asumiera que Trump pronunció esas palabras, pese a que sus senadores dijeran no recordar si las pronunció o no. La afirmación de Ryan tenía lugar minutos después de que el embajador de Estados Unidos en Panamá, John Feeley, anunciara su renuncia a «seguir sirviendo en una Administración como ésta, por una cuestión de principios».
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'INODORO PARLANTE'
Trump huele cada día más al rancio racismo que lo encumbró y apesta al vomitivo desprecio con el que trata el mundo. Las huestes que llevaron a Trump al poder deambulan bajo el ya no velado hálito de un racismo acendrado, salival e irracional.
Inodoro parlante
JORGE F. HERNÁNDEZ
Donald J. Trump es Inodoro Parlante, aunque el apodo no corresponde con el hedor que transpira: conforme avanza su demencia, Trump huele cada día más al rancio racismo que lo encumbró y apesta al vomitivo desprecio con el que trata no sólo a todos los que lo rodean, sino también a esa distorsionada imagen que tiene del mundo. Aunque no hay grabación o vídeo, fuentes citadas por The Washington Post aseguran que el nuevo eructo de Inodoro Parlante aseguró que no desea que lleguen a Estados Unidos los migrantes que vengan de shithole countries, lo que se ha traducido como “países de mierda” cuando en realidad, el término shithole se refiere a cloaca, el hoyo mismo por donde se va la mierda precisamente a la mierda y por ende, viniendo de Inodoro, la declaración es un autogol.
Las huestes que llevaron a Trump al poder deambulan bajo el ya no velado hálito de un racismo acendrado, salival e irracional, que transpira esa inmensa porción de la población analfabeta funcional, bíblica y retorcida, monosilábica y tediosamente rutinaria que empieza a burbujear en cuanto se cruza con un ligero tinte de piel morena, apellidos extranjeros o raras especias en la comida. En ese ancho mar de la ignorancia campea la glorificación de un supuesto millonario trepador de las propias torres que construyó con mano de obra migrante y no pocas declaraciones de bancarrota, el payaso de la televisión y de los ridículos cameos en películas, el mujeriego que logró crecer en campaña precisamente por denigrar a las mujeres al tiempo que escondía el pago de sus impuestos. En el glorificado estercolero de las banalidades, Trump es precisamente el Inodoro donde se arremolina perfectamente la combinación donde las mentiras se funden con la ira, el revuelto fecal de las consignas ideológicas que se vuelven capirote de penitentes a la Ku Klux Klan, apocalípticos jinetes de un mal que ha sido perdonado recientemente por el propio Trump y anónima neblina del hedor que ahora vuelve a manifestarse.
Ya en otras ocasiones, Inodoro Trump había asegurado que todo refugiado haitiano que llegaba a Estados Unidos era portador del Sida y no olvidemos que la piedra angular de la perorata con la que lanzó su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos fue precisamente arengar contra México, asegurando que los migrantes llegados del sur eran todos “violadores y asesinos”. Los hechos y la realidad están en otra parte, lejos de su olor: sabemos que la población afroamericana de su país responde notablemente y probado estadísticamente en todos los ámbitos —sobre todo universitarios o científicos— en cuanto logran desarrollarse y desenvolverse en igualdad de oportunidades y con respecto a los bandoleros mexicanos que le inundan el fleco, sólo habría que contrastar sus delirios con el horror y las cifras de sucesivos asesinos seriales y violadores blanquitos, rubios y pecosos más protestantes que guadalupanos que manchan de sangre las cafeterías de las escuelas o las mesas de las hamburguesas rápidas que tanto le gusta comer al propio Trump en la soledad imperial (ahora que el libro Fire and Fury de Michael Wolff confirma que Melania casi no vive en la Casa Blanca y, cuando visita, duermen en camas separadas).
Específicamente, la reciente declaración racista de Trump burbujea en el ambiente donde se ha amenazado con deportar a 200.000 ciudadanos salvadoreños, 5.300 nicaragüenses, más de mil sudaneses y seguirán, 86.000 hondureños y el largo etcétera que gira en su torbellino mental con el mismo rasero con el que había sugerido que “volvieran a sus cabañas en África”, 40.000 nigerianos que le incomodaban la blanca porcelana de su escusado o váter cerebral. Es bien sabido que una de las manías del Donald son los baños de grifos de oro, y en el multivendido libro de Wolff sobre su primer año en la Casa Blanca se menciona al vuelo el horror que le ha provocado tener que adaptar sus idas al baño lejos de su guarida en Manhattan. La metáfora es obvia: mientras la cagaba en casa y en su mundillo de oropel, el bufón no era más que una joya efímera del imperio de las mentiras, pero desde hace 12 meses su imbecilidad no ha hecho más que defecar sobre el mundo entero y en su pujido lleva la penitencia, pues todo migrante que busca sobrevivir o ganarse una nueva vida entre los telones de la vasta promesa americana viene huyendo no de países de mierda, sino de hogares que se han visto sumidos en condiciones de mierda precisamente por instituciones y gobiernos como los que corona Inodoro Trump.
Habla, retrete. Habla con el fétido discurso imperdonable con el que tú mismo confeccionas el pantano de la tapada tubería donde se va amasando la diarrea de diatribas, odios o iras, autoritarismo racista e improvisada desorganización de tu propia demencia. En tanto no se recete la lavativa constitucional de la Enmienda 25 que ponga a prueba el mal sistema digestivo de tus ideas tan idiotas o en tanto no se te aplique una lavativa de emergencia que permita la necesaria lobotomía, sigue sentado en el trono (ése que en el fondo te incomoda porque quizá fue usado por Abraham Lincoln) y habla, habla y sigue hablando, retrete, que aún hay huestes coprofílicas que aplauden tus flatulencias y celebran tus evacuaciones, pero recuerda que hay solventes que destapan toda cloaca y prudentes prójimos que con sólo bajar la tapa logran callarte.
AUTOR: JORGE F. HERNÁNDEZ
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