Editorial: Donald Trump no entiende el verdadero estado de la unión
Cuando consideras que el presidente de Estados Unidos se alió con un poder extranjero que se inmiscuyó en la elección estadounidense; que ha atacado repetidamente a las cortes del país y sus agencias de seguridad e inteligencia; que ha defendido a neonazis; que ha clamado que hay “noticias falsas” cuando él de manera demostrable mentía, y cuando revelaciones de que le pagó a una estrella de porno por mantener secreto uno amorío son tan creíbles que incluso se vuelve noticia que su esposa y primera dama haya accedido a ir a su discurso más importante del año, en cierta medida, es difícil creer que el estado de la unión es fuerte.
Y aun así es definitivamente fuerte, como dijo Donald Trump el martes. Pero no lo es por todas las razones que él proclamó ni por las maneras en las que destacó la fortaleza.
Cada presidente ha usado su discurso del estado de la unión, su informe de gobierno anual, para ofrecer su versión publicitaria de la narrativa nacional; no se puede culpar a Trump de dar su propia interpretación particularmente osada. Dijo que hay un “progreso increíble” y un “éxito extraordinario”, también anunció que hay un “nuevo momento estadounidense” en un discurso que pareció durar una eternidad. Pero no pudo mantener el tono optimista que se prometió tendría y se sumió de nuevo en invocaciones falsas de una amenaza migrante al acecho y del riesgo de terrorismo interno para dar cabida a sus ideas nativistas.
Trump sí estuvo en lo correcto al destacar la fortaleza continua de la recuperación económica estadounidense, al señalar que la tasa de desempleo sigue diminuyendo y que algunos empresarios han aumentado los salarios. Eso está muy bien, pero realmente significa que Trump, hasta el momento, no ha hecho nada para descarrilar la lenta y constante recuperación que inició hace nueve años cuando Barack Obama era presidente. Si el crecimiento continúa o se acelera con Trump, entonces ameritará el reconocimiento respectivo, como ya lo merecen Obama y la Reserva Federal.
Trump también tuvo razón cuando observó que las valuaciones de la Bolsa ha alcanzado cumbres impresionantes. Eso también empezó ya hace varios años, aunque él sí merece algo de crédito. Su gobierno y la reforma impositiva que firmó (con recortes de impuestos que no fueron de un monto récord, como él aseguró) han sido muy buenos para los inversores, aunque esos regalos para estos son cobros para generaciones futuras a modo de deudas.
Trump, asimismo, estuvo bien en recalcar la degradación del Estado Islámico –que, de nuevo, es resultado de una continuidad sabia respecto a la política del gobierno estadounidense previo– y por aumentar las sanciones a Corea del Norte. Eso marca un progreso, por más que preferiríamos que se diera sin que quiera presumir el tamaño de su botón nuclear.
Y a Trump no se le puede culpar por todos los males en el país. Pero, después de un año en el cargo, sí se le puede exigir que rinda cuentas, al igual que a un liderazgo legislativo cínico e ineficaz, por empeorarlos.
Pese a que prometió un plan de infraestructura de un billón de dólares hace un año, un plan fantasma que el martes dijo ahora será de 1,5 billones de dólares, no ha hecho nada por mejorar puentes oxidados o líneas ferroviarias deshechas. Su programa hacendario posiblemente socave esfuerzos locales por mejoras en todo el país. No ha tomado acciones concretas para ponerle fin a la crisis de abuso de opiáceos. (“Tenemos que hacer algo al respecto” fue lo más que dijo el martes, una declaración considerablemente patética). Ha echado sal a las heridas de la nación respecto al racismo y la misoginia. Sin análisis o discernimiento, ha desmantelado regulaciones que buscan frenar el cambio climático y proteger a los consumidores. Parece ser completamente indiferente respecto a mejorar el sistema educativo que es fundacional para la competitividad global que él dice que le importa tanto. Ha profundizado el compromiso militar estadounidense en Afganistán sin tener un plan de salida y ha atizado las tensiones en Medio Oriente sin un propósito aparente. Al alejar sin necesidad a los aliados y al poner de cabeza acuerdos comerciales, ha dado cabida para que crezca una hegemonía china.
Durante su mandato, a cuatro meses de un devastador huracán, casi un millón de puertorriqueños –que son ciudadanos estadounidenses– aún no tienen electricidad; es una crisis sobre la que que, antes de mencionarla casi de pasada el martes, Trump no había dicho nada en público desde noviembre.
El sistema migratorio estadounidense ya era un desastre antes de que él llegara al cargo, pero hasta ahora solamente ha envenenado el debate y ha inyectado confusión a la labor de desenredarlo. Muchos estudios han mostrado que los inmigrantes cometen delitos a tasas mucho menores que las de quienes son estadounidenses por nacimiento y los expertos indican que no hay evidencia para respaldar su aseveración de que los migrantes indocumentados cometen una cantidad desproporcionada de crímenes. Sin embargo, el martes Trump sugirió de nuevo que hay una amenaza de conducta violenta masiva por parte de migrantes. Tiene razón en que la pandilla MS-13 es un flagelo terrible; comete un error terrible al sugerir que de algún modo es representativa de los efectos de la migración en el país.
Atrincherándose en sus demandas maximalistas de limitar la migración legal y de dividir a familiar migrantes, Trump dijo que traería al sistema migratorio al siglo XXI. En realidad está llevándolo hacia atrás, a un pasado penoso por lo intolerante que era. En su campaña Trump prometió hacer política de nuevas maneras, con una administración populista que le pondría fin a la corrupción en la capital, restringiría los excesos de Wall Street y mejoraría la suerte del estadounidense promedio. En cambio, más allá de espectáculos superficiales y que distraen como su troleo de gente en Twitter, ha llevado a cabo la política doméstica más despiadada y convencionalmente conservadora en la historia reciente. Esto queda particularmente claro que en cómo ha llenado las plazas en tribunales –incluida la Suprema Corte de Estados Unidos– con magistrados de extrema derecha aprovechándose de las vacantes creadas por las tácticas dilatorias nihilistas de los republicanos contra quienes habían sido designados por Obama. Washington está más paralizado que nunca debido al partidismo y en cuanto a la corrupción… pues resulta que los cabilderos ahora pueden hacer negocios desde el bar del Trump International Hotel.
Entonces, ¿cómo podemos decir que, aún con Donald Trump como presidente, el estado de la unión es fuerte? En esto Trump sí se merece el crédito: la reacción a sus impulsos autoritarios, sus asaltos a las verdades y sus crueldades tanto grandes como mezquinas han revelado la fortaleza subyacente de la nación. Pese a una fuerte economía, los estadounidenses desaprueban mayoritariamente su presidencia. La mayoría de los estadounidenses dicen que los migrantes hacen mejor y más fuerte al país, según el Centro de Investigaciones Pew. Está en marcha un autoanálisis, la hora de la verdad, respecto al estatus que tienen y el tratamiento que reciben las mujeres. Los votantes han acudido en masa a las urnas en elecciones que quizá no son de tanta importancia nacional, en desafío de esfuerzos por suprimir los derechos electorales en lugares como Alabama, solo para que quede registro de su repulsión a las políticas trumpianas.
Como un partido nacional, los demócratas todavía no han encontrado una voz coherente y atractiva con la que puedan hacer algo más que criticar a Trump y atender en cambio las necesidades del país. Pero conforme los integrantes republicanos del congreso, ya sea por disgusto o desesperanza, dicen que no se postularán de nuevo, los candidatos primerizos –y muchos de ellos son mujeres– han dado un paso al frente en cuanto a la política de nivel comunitario en todo Estados Unidos.
Quizá no sea exactamente un despertar colectivo, pero se puede decir sin duda que este país sí está despertando a algo con un intento de deshacerse de la apatía cívica que lo ha asediado por tanto tiempo. Así que, si algo merece Trump, son gracias ambiguas por esto.