Por Alejandro Armengol
En 2013, durante una entrevista con Russia Today que ahora recuerda el diario español El País, Fidel Castro Díaz-Balart se refirió a Ortega y Gasset y su célebre frase del hombre y su circunstancia. Tras conocerse el suicidio del primogénito del exgobernante cubano, dicha cita adquiere un valor especial para tratar de comprender un poco esa vida, que podría decirse en última instancia “perdida”. Y si no intentar descifrar los motivos que lo llevaron a tal decisión, al menos comprender un poco esas circunstancias que siempre lo rodearon.
“Había un filósofo español, Ortega y Gasset, que decía: ‘Yo soy yo y mis circunstancias’. Eso puede decirlo cualquiera”, dijo Castro Díaz-Balart en aquella entrevista, y luego agregaba: “Y eso lo puedo repetir yo también”.
La vida del primer hijo de Fidel Castro fue siempre esa mezcla de vida profesional, destino público y el transcurrir bajo el enorme peso que significaba la figura paterna. Puede decirse que jamás pudo independizarse por completo de dicha carga, que en lo personal lo benefició mucho y lo perjudicó también. Por una combinación compleja de la personalidad de su progenitor —y el tamaño de la función que este se propuso—, esas circunstancias lo condenaron a un papel menor del que no pudo escapar. Hasta qué punto se acomodó o rebeló a ello no deja de ser materia de especulación. Lo cierto es que, al menos en imagen, jamás logró esa independencia —quizá mínima en ciertos aspectos, pero muy conveniente políticamente y para una mejor supervivencia dentro de la élite del régimen— que siempre han exhibido sus hermanastros reconocidos.
De tal modo que la biografía de Fidel Castro Díaz-Balart —formada por un reducido grupo de apretados datos que han repetido con conformidad los obituarios aparecidos en la prensa mundial— deja poco lugar al misterio: ausencia de cargos políticos; labor científica, reconocida en la Isla y cuestionada en el exilio; libros y escritos publicados, así como participación en eventos internacionales; tareas de asesoramiento con la sospecha de una simple justificación laboral; cierta tendencia a la frivolidad y el pavoneo (selfie junto a Paris Hilton en la Feria Internacional del Habano de 2015); más de un ridículo, como aparecer “disfrazado” de su padre en una conmemoración de la “Caravana de la Libertad”; “empresario”, en la acepción del Gobierno cubano, de una industria incierta de nanotecnología en la Isla; así como un hombre de 68 años con dos matrimonios —el primero con una soviética y el segundo con una cubana— y tres hijos. Y, sin embargo, por momentos uno se resiste a pensar que todo fuera tan simple, aunque quizá lo fue.
No vale la pena entonces volver a mencionar lo conocido, detenerse en supuestas o reales broncas del padre hacia él (al parecer siempre fue hijo sumiso, si puede hablarse en esos términos de una relación que en la mayor parte de su adultez debe haber sido distante) y traer a colación lo que resultó su publicitado mayor fracaso: el colapso de la planta nuclear de Juraguá (dicha instalación se “salvó” de ser completada por el colapso de la Unión Soviética, y de no haber ocurrido la caída de la URSS habría sido necesario inventar otro pretexto para justificar el fracaso, o lo que es peor: especular sobre el desastre potencial que hubiera significado su funcionamiento). Cabe, eso sí, añadir que, tras el despido de Castro a su hijo en el cargo, “por ineficiencia en el desempeño de sus funciones”, en 1992, corrieron rumores de negligencia y corrupción.
“Yo soy yo”
Los fantasmas de la negligencia y corrupción acompañaron siembre a Castro Díaz-Balart. Pero aquí lo personal se une a esas circunstancias que —en buena medida como justificación— él reclamaba en la entrevista en Russia Today.
Juan Reynaldo Sánchez, el ya también fallecido autor de La vida oculta de Fidel Castro, dedicó un artículo en Café Fuerte a “Fidelito”, en que lo caracterizaba al regreso de cursar estudios en la URRS bajo el nombre de José Raúl.
Según Sánchez, el primogénito mantenía una relación más estrecha con su tío Raúl que con su padre. Incluso vivía en el complejo habitacional de la Calle 26, en Nuevo Vedado, lugar de residencia de la familia Castro-Espín, sus tíos y primos.
“La realidad es que Fidel Castro no se ocupaba de nada de lo relacionado con su hijo, raramente lo veía o conversaba con él, y esos contactos se hicieron aún más esporádicos en la medida en que fueron apareciendo otros hijos de la prole con su actual esposa, Dalia Soto del Valle”, señalaba entonces Sánchez, quien agregaba:
“A decir verdad, las relaciones de Dalia y Fidelito eran inexistentes. Dalia se portaba como una loba protegiendo a su manada, celosa con la prioridad para sus cinco hijos, que no tenían contacto con Fidelito ni con Jorge Ángel Castro Laborde, otro de los descendientes concebidos por Fidel Castro fuera de matrimonio. Los celos maternales de Dalia llegaban incluso a limitar el intercambio de sus hijos con los de Raúl Castro; recuerdo que el Alejandro de Dalia y Fidel vino a conocer a su primo Alejandro, el único varón de Raúl Castro y Vilma Espín, cuando era ya un adolescente”.
“José Raúl se crió sin el calor de una madre, que se radicó en Madrid desde 1959, y sin la atención que Castro debió darle como padre. De esa manera, Fulleda, el oficial [de Seguridad Personal] a cargo, llenaba en cierto modo ese vacío afectivo”, detallaba Sánchez.
“Aun estando alejado afectivamente de su padre, Fidelito trataba de imitarlo en todo lo posible. Se dejó crecer la barba, tenía autos marca Alfa Romeo como los había tenido el dictador y llegó al punto de tener trajes, vestimenta y refrigerios en los baúles de los vehículos, en el mejor estilo de Fidel Castro”, de acuerdo al testimonio de quien fuera teniente coronel de la escolta de Fidel Castro.
Según Sánchez, los gastos personales de “Fidelito” en viajes y vacaciones, durante la época que se creó el Instituto de Energía Nuclear, “resultaban extraordinarios, al punto que llegaron a competir con los gastos administrativos de la institución que dirigía”.
“Fidelito había copiado tanto y tan bien a su padre que, sin ser un alto funcionario del gobierno, malversaba y despilfarraba tantos recursos como su progenitor”, agregaba Sánchez en un texto despiadado en el tono y fundamentado en su palabra o experiencias durante su época de escolta de Castro.
“Y mis circunstancias”
Más allá de testimonios, valoraciones y anécdotas, hay una realidad cubana en que los datos resultan incluso más elocuentes: la elevada tasa de suicidios entre los participantes y familiares —en muchos casos hijos— del proceso iniciado a partir del 1ro. de enero de 1959. Y no se trata de simples miembros sino de protagonistas destacados. Los nombres son conocidos y no vale la pena repetirlos. En este aspecto, hay una no muy sutil unión en todos los estamentos de la sociedad cubana.
“El suicidio es una respuesta a un desbalance que siente la persona entre un conflicto que debe enfrentar y su solución. Si la persona siente que, en su balanza emocional, el conflicto pesa más que la solución, se le nubla la capacidad de razonar, no ve la salida al problema y actúa por impulso”, afirmaba la doctora Maida L. Donate, experta en el tema, en una entrevista realizada en CUBAENCUENTRO.
Entre 1900 y 1909, Cuba fue el undécimo país del mundo en índice de suicidio, ascendió al sexto puesto entre 1920 y 1929, manteniéndose al mismo nivel hasta los años 50, cuando desciende hasta alcanzar en 1963 su valor más bajo. En los 70 vuelven a subir para alcanzar en 1982 el récord de 23,2/100.000 habitantes, solo superado por Hungría y Austria. Y así se mantuvo dieciséis años seguidos por encima de los 20, señalaba en dicha entrevista Luis Manuel García, a lo que añadía la investigadora:
“Yo no podría haber hecho mejor inventario de los eventos que han impactado dramáticamente la vida nacional cubana durante los últimos 52 años. Todo ese despropósito nacional ha socavado la esperanza de futuro de los cubanos. El nacimiento de un ser humano, por lo general se identifica con la alegría de la esperanza de futuro, no en la Isla. Afirmación establecida cuando se observa la contracción de la tasa de natalidad y, consecuentemente, la disminución de la tasa de crecimiento de la población. En Cuba se ha producido un minucioso proceso de involución social y económica que ha sacado a flote lo peor del carácter nacional. La revolución cubana tiene el triste record Guinness de haber sido la única revolución que se haya hecho para vivir peor”.
Ese sentimiento de un futuro sin esperanza, que trasciende incluso las causas materiales, de escasez y pobreza generalizada, la experimentan cubanos de todos los órdenes sociales, incluso los que pertenecen a los grupos —o clases— más privilegiados.
En el caso de Castro Díaz-Balart, la prensa oficial cubana ha especificado que desde hace meses este recibía tratamiento por una fuerte depresión —lo que por un tiempo llevó a su hospitalización—, y que en la actualidad se encontraba en tratamiento ambulatorio.
No hay razones para dudar en la veracidad de la información, en lo que se refiere a los aspectos personales, pero tampoco se pueden pasar por alto esas circunstancias, mencionadas al incido. El suicidio del primogénito de Fidel Castro es una muestra más, igualmente lamentable, del fracaso de su proyecto revolucionario; así como del padre que nunca fue a cabalidad, y a lo que posiblemente tampoco aspiró.
Alejandro Armengol