SANDRO POZZI- NEW YORK
Alfred Hitchcock tenía una capacidad para inmortalizar de una manera fascinante en sus películas tendencias extrañas que tiene el ser humano, como la habilidad de observar a través de las ventanas la vida privada de una comunidad entera de vecinos. Lo hizo en de Rear Window (La ventana indiscreta en su traducción al castellano). Matteo Pericoli probó algo parecido más recientemente, en un libro de dibujos en el que conocidas figuras de la ciudad de los rascacielos describen lo que ven al asomarse por los cristales.
Los edificios están tan cerca los unos de los otros en Nueva York, que es fácil ver a los vecinos al otro lado de la calle o del patio interior tumbados en el sofá frente a la tele, cenando solos, cambiándose de ropa o haciendo incluso sexo con sus parejas en formas a veces imposibles. Esa habilidad de ver lo que pasa en el apartamento de un desconocido implica que los otros también saben lo que haces cuando estás en casa y se establece así una relación entre personas anónimas.
Tener contacto con gente extraña a través de la venta, de hecho, es una manera segura de relacionarse sin llegar a intimidar en una ciudad en la que todo transcurre a gran velocidad y en la que la vida de los apartamentos rota con una frecuencia de vértigo. Los más curiosos tiene prismáticos cerca para escapar de su aislamiento. Pero qué pasa cuando en esta fábrica de la vida que es la gran ciudad de Nueva York se rompe esa conexión con el compañero anónimo.
La sección inmobiliaria del The New York Times trataba de responder —este fin de semana— a la inquietud de un lector, que señalaba que un residente al otro lado del patio le estaba acusando de verle desnudo. “A mis 70 años no soy un exhibicionista”, asegura, “seguramente mi vecino me vio temprano por la mañana cuando voy a la cocina a calentar agua”. Precisa, de paso, que no enciende ninguna lámpara, y las ventanas tienen cortinas para cortar el paso a la luz.
Hay reglas en Nueva York de decencia que se aplican a los comportamientos que se tienen en las residencias privadas. El diario responde que se cruza esa línea cuando un vecino de manera intencionada se asoma a la ventana para mostrar sus partes al resto de la comunidad y lo hace con frecuencia. “Pero cuando uno va andando sin nada por su propia casa, no está quebrantando la ley”, explica, incluso si tu vecino se esfuerza por cazarte desnudo.
El desnudo, como señalan los abogados en el sector inmobiliario consultados por el rotativo para montar su respuesta, insisten en que “es algo bastante tolerado cuando vives en una ciudad tan densamente poblada como Nueva York”. Los edificios, sin embargo, tienen también sus propias reglas de convivencia en las que recuerdan que hay otros vecinos que no tienen por qué ver sus partes más íntimas. Un gesto de cortesía, concluye, puede ayudar a solucionar el problema.
Sandro Pozzi