'APRENDER DE LA PORNOGRAFÍA'
Drew tenía 8 años y estaba cambiando los canales en su casa cuando se encontró con el programa Girls Gone Wild. Unos años más tarde se topó con el porno blando de la programación nocturna de HBO. Luego, en secundaria, encontró sitios pornográficos que podía ver desde su teléfono móvil. Los videos eran buenos para tener orgasmos, dijo, pero también le daban ideas de posiciones sexuales para poner en práctica con sus futuras novias. De la pornografía aprendió que los hombres deben ser musculosos y dominantes en la cama, y hacer cosas como darle vuelta a las chicas y ponerlas bocabajo durante el sexo. Las chicas gimen mucho y las excita prácticamente todo lo que hace un chico seguro de sí mismo.
Sin embargo, en el bachillerato, a Drew, estudiante de cuadro de honor que ama el béisbol, escribe canciones de rap y aún confía en su madre, comenzó a preocuparle que la pornografía influyera en su percepción de las chicas de la escuela. ¿Sus senos serían como los que veía en la pornografía? ¿Las chicas lo mirarían como lo hacían las mujeres de las películas al tener sexo? ¿Le harían sexo oral y todas las otras cosas que veía?
Drew, quien me pidió que usara uno de sus sobrenombres, estaba en bachillerato cuando lo conocí a finales de 2016 y me contó parte de todo esto una tarde de jueves, mientras nos encontrábamos en un pequeño salón de conferencias con muchos otros alumnos, esperando a que comenzara un curso extracurricular. Junto a Drew estaba Q, quien me pidió que lo identificara por la inicial de su apodo. Tenía 15 años, era buen estudiante, fanático del béisbol y también se sentía bastante desorientado sobre la forma en que la pornografía se traducía a la vida real. Según me contó a lo largo de varias conversaciones, no solo la pornografía lo confundía, sino también las imágenes violentas en Snapchat, Facebook y otras redes sociales. Como el gif que vio en el que un hombre empuja a una mujer contra la pared y en el que una chica comentó: “Quiero un hombre así”.
Recostado en su silla, Drew dijo que le parecía que las chicas buscan a un rufián en lugar de a un chico inteligente y sensible. Pero ¿realmente lo desean? ¿Era una pose? ¿Las chicas creían que eso era lo que debían desear? Ninguno de los dos sabía. A unos cuantos asientos de distancia, un estudiante de segundo año que había permanecido en silencio hasta ese momento agregó que quizá las chicas tampoco lo sabían. “Creo que las redes sociales hacen creer a las mujeres que desean algo”, dijo, aclarando que no había visto pornografía más que algunas veces y no le agradaba. “Pero creo que algunas chicas están asustadas”.
Q había oído hablar acerca de la importancia del sexo consensuado, pero sonaba bastante abstracto y no parecía que siempre fuera a ser algo realista al calor del momento. ¿Acaso tenía que preguntar repentinamente: “¿Puedo jalarte el cabello?”? ¿O podía intentar hacer algo y ver la respuesta de la chica? Tenía claro que había algunas cosas “muy importantes como los juguetes sexuales o el sexo anal” que no intentaría sin antes preguntar.
“Yo simplemente lo haría”, dijo otro chico que vestía pantalones de mezclilla y sudadera. Cuando le pregunté a qué se refería, respondió que al sexo anal. Suponía que a las chicas les gusta porque así es con las mujeres del porno.
Los jóvenes comenzaron a recoger sus mochilas para dirigirse a la clase conocida como Alfabetización Porno. Este curso, cuyo nombre oficial es “La verdad acerca de la pornografía: programa educativo de alfabetización porno para estudiantes de bachillerato diseñado para reducir la violencia sexual y en el noviazgo”, es un agregado reciente a Start Strong, un programa de liderazgo entre pares dirigido a alumnos residentes del extremo sur de Boston y financiado por la agencia de salud pública de la ciudad. Alrededor de dos decenas de estudiantes de bachillerato seleccionados previamente asisten cada año y la mayoría son estudiantes afroestadounidenses o latinos, junto con algunos asiáticos de las secundarias públicas de Boston y unos cuantos colegios religiosos. Durante gran parte del año, los adolescentes aprenden acerca de las relaciones sanas, los noviazgos violentos y temas relacionados con la comunidad LGBT, a menudo mediante debates grupales, juegos de rol y otros ejercicios.
Pero durante aproximadamente dos horas a la semana, durante cinco semanas, los estudiantes (de todos los niveles) forman parte de la Alfabetización Porno, cuyo propósito es convertirlos en consumidores de pornografía más sabios y críticos al analizar cómo la pornografía retrata el género, la sexualidad, la agresión, el consentimiento, las razas, el sexo homosexual, las relaciones y la imagen corporal (o, en el caso del consentimiento, analizar su ausencia).
Cuando los chicos ven pornografía por primera vez lo hacen en promedio a los 13 años, mientras que las chicas lo hacen a los 14, de acuerdo con Bryant Paul, profesor adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Indiana y autor de estudios acerca del contenido pornográfico y los hábitos de visualización de adolescentes y adultos.
El programa de Alfabetización Porno, que comenzó en 2016 y es el foco de un estudio piloto, fue creado en parte por Emily Rothman, profesora adjunta de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Boston, quien ha dirigido muchos estudios acerca de la violencia durante el noviazgo, así como del uso de la pornografía en adolescentes. Rothman me comentó que el plan de estudios no está diseñado para asustar a los jóvenes haciéndoles creer que la pornografía es adictiva o que arruinará sus vidas y sus relaciones, además de pervertir su libido, sino que está centrado en el hecho de que la mayoría de los adolescentes sí ven pornografía y adopta el enfoque de que enseñarles a analizar su mensaje es mucho más efectivo que solo desear que nuestros hijos vivan en un mundo sin porno.
Imagina que tienes 14 años en la actualidad. Un amigo podría enseñarte un video porno de corta duración en su teléfono durante el viaje en autobús a la escuela o luego de un partido de futbol. Un gif pornográfico aparece en Snapchat. Al igual que la mayoría de los adolescentes de 14 años, no has tenido experiencias sexuales, pero sientes curiosidad, así que comienzas a buscar y aterrizas en uno de los muchos sitios porno que funcionan como YouTube. Los sitios tradicionales no verifican tu edad y tu teléfono te permite ver pornografía lejos de la mirada escrutadora de los adultos. Si todavía tienes filtros de control parental, muy probablemente has encontrado la manera de evitarlos.
Además, hay muchas probabilidades de que tus padres no crean que mires pornografía. Los análisis preliminares de la información de una encuesta que la Universidad de Indiana realizó en 2016 a más de 600 pares de niños y sus padres, revela una brecha de ingenuidad de los padres: solo la mitad de los padres de los jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 14 y los 18 años pensaban que habían mirado pornografía, cuando todos ellos lo habían hecho.
Es difícil saber si esto influye en la conducta y cómo lo hace. Aunque algunos estudios muestran que un número reducido de estudiantes que mira más pornografía se involucra en relaciones sexuales a una edad más temprana, además de cumplir con estereotipos de género y tener relaciones sexuales menos afectuosas que sus pares, estos descubrimientos solo demuestran una correlación y no una causa y efecto. No obstante, las encuestas sí sugieren que el tipo de relaciones sexuales que tienen algunos adolescentes podría estar cambiando.
El porcentaje de mujeres cuyas edades oscilan entre los 18 y los 24 años que afirmó haber intentado el sexo anal se elevó al 40 por ciento en 2009, en comparación con el 16 por ciento que se registró en 1992, de acuerdo con la encuesta sobre conducta sexual más grande realizada en décadas en Estados Unidos, en coautoría con Debby Herbenick, profesora de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Indiana y directora del Centro para la Promoción de la Salud Sexual de la universidad.
Y en un estudio sueco de 2016 donde participaron alrededor de 400 niñas de 16 años, el porcentaje de chicas que intentaba el sexo anal se duplicaba si miraban pornografía. Al igual que otros estudios acerca del sexo y el porno, solo demostró una correlación, pero no tienes que creer que la pornografía es el origen de las agresiones sexuales o que está creando una generación de hombres despiadados para preguntarte si el porno contribuye a moldear cómo hablan y piensan los adolescentes respecto del sexo y, por extensión, cuáles son sus ideas acerca de la masculinidad, la feminidad, la intimidad y el poder.
En el transcurso del año en el que hablé con decenas de adolescentes mayores en Start Strong y en todo el país, muchos señalaron que tanto los medios pornográficos como los tradicionales mostraban el sexo anal y el sexo rudo casi como un lugar común. Drew me dijo que tenía la impresión de que las chicas querían que las dominaran, no solo a partir de su lectura de Cincuenta sombras de Grey, sino también por haber visto la película Sr. y Sra. Smith, con Brad Pitt y Angelina Jolie. “Ella está sobre la mesa mientras él le da empellones. Es todo lo que he visto al crecer”.
Estas imágenes confunden a muchos adolescentes respecto al tipo de sexo que desean o que piensan que deberían tener. Eso se debe en parte a que no siempre están seguros de lo que es falso y lo que es real en la pornografía. En una encuesta de 2016, realizada a mil jóvenes del Reino Unido cuyas edades oscilan entre los 11 y los 16 años, de casi la mitad de los jóvenes que había visto pornografía, el 53 por ciento de los chicos y el 39 por ciento de las chicas la calificó de “realista”. En un estudio reciente hecho a nivel nacional por la Universidad de Indiana, solo uno de cada seis chicos y una de cada cuatro chicas creía que las mujeres en el porno en internet no experimentaban placer real.
Así que no sorprende el hecho de que algunos adolescentes utilicen el porno como guía práctica. “No hay otro lugar para aprender acerca del sexo”, me dijo un chico. “Y las estrellas porno saben lo que hacen”.
Una tarde de jueves, una decena de adolescentes se sentó formando un semicírculo. Era la tercera semana de Alfabetización Porno y ya todos conocían las reglas: no necesitas haber visto pornografía para asistir, no menosprecies la sexualidad o las preferencias sexuales de un estudiante y evita compartir historias sexuales personales en clase. Nicole Daley y Jess Alder, quienes redactaron el plan de estudios junto con Emily Rothman, dirigieron gran parte de los ejercicios y debates.
En la primera clase, Daley dirigió un ejercicio en el que el grupo definía términos del porno como B. D. S. M. (prácticas sexuales que incluyen bondage, disciplina, dominación, sumisión y sadomasoquismo), kink (prácticas no convencionales), softcore (porno blando), hardcore (porno duro), de manera que, como ella expresó, “todos estuvieran en la misma página” y “pudieran evitar dar clic en cosas que no quieren ver”.
Los estudiantes también votaron sobre los valores: si estaban de acuerdo o no con que la edad legal para ver pornografía fuera de 18 años, si trabajar en la industria pornográfica era una forma de ganar dinero y si la pornografía debería ser ilegal. Más tarde, Daley mostró imágenes de una chica pin-up de la década de los cuarenta, de una geisha y de Kim Kardashian para hablar de la forma en que los valores culturales relacionados con la belleza y el cuerpo cambian a lo largo del tiempo. En las siguientes clases hablaron de los tipos de intimidad que no se muestran en la pornografía y de los diálogos de conquista que no son sexistas. En la tercera semana de clases, el objetivo de Daley era debilitar la fascinación de los adolescentes por el porno al exponer los puntos débiles del negocio. “Cuando comprendes que no se trata solo de dos personas en la pantalla, sino de toda una industria”, dijo, “ya no es tan sexi”.
Para ello, Daley comenzó la clase detallando el salario de una actriz femenina de nivel medio (dato extraído del documental del 2008 The Price of Pleasure): “Sexo oral: 300 dólares”, leyó Daley de la lista. “Sexo anal: 1000 dólares. Penetración doble: 1200 dólares. Sexo grupal: 1300 dólares con tres hombres. Y 100 dólares por cada hombre adicional”.
“Caray”, murmuró Drew. “Ahora es repugnante”.
“Eso no es nada por dejar que te penetren frente a una cámara”, dijo otro chico.
Entonces, como si se les hubiera dado luz verde para preguntarlo todo acerca del mundo que los adultos muy pocas veces reconocían, comenzaron a bombardear con preguntas a Daley, Rothman y Alder.
“¿Cuánto les pagan a los hombres?”, preguntó una chica. Esta es una de las pocas profesiones en las que los hombres reciben menos remuneración, explicó Rothman, pero por lo general tienen trayectorias más largas. ¿Cuánto tiempo mantienen su trabajo las mujeres? En promedio de seis a 18 meses. ¿Cómo logran tener una erección los hombres si no están excitados? A menudo usan Viagra, respondió Rothman, y en ocasiones un estimulador humano que no aparece a cuadro.
A continuación, Daley detalló un estudio de 2010 que codificaba incidentes de violencia en los videos porno más vendidos de 2004 y 2005. Señaló que el 88 por ciento de las escenas mostraba una agresión física o verbal, en su mayoría nalgadas, bofetadas y amordazamiento. Un análisis de contenido más reciente de más de 6000 escenas porno de sexo heterosexual en sitios tradicionales en línea, realizado por Bryant Paul y sus colegas, definió la agresión como específicamente cualquier acción intencional que pareciera ocasionar un daño físico o psicológico a otra persona y reveló que el 33 por ciento de las escenas cumplían con ese criterio. En cada estudio, en el 90 por ciento de las ocasiones las mujeres eran el objeto de la agresión.
“¿Ustedes creen que ver pornografía genera violencia hacia la mujer?”, preguntó Daley, de pie frente a los estudiantes. “Aquí no hay respuestas correctas o incorrectas; se trata de un debate”.
Kyrah, una feminista de bachillerato con un cuerpo de atleta y una tendencia a decir lo que piensa, no dudó. “En la pornografía le dan cierto glamur a llamarle a una mujer ‘zorra’ o ‘puta’ y los chicos creen que de eso se trata. O como cuando aparecen esas extrañas escenas en las que la mujer dice: ‘Deja de tocarme’, ¡y termina disfrutándolo!”.
“Sí y no”, interrumpió un chico. “Cuando un hombre asfixia a una mujer en el porno, la gente sabe que no es real y no se supone que deban hacerlo, porque es violencia”. Se trataba del mismo adolescente que me dijo que simplemente “haría” sexo anal sin preguntarle a la chica, porque las mujeres en el porno lo disfrutan.
En un estudio de 2014 en el Reino Unido acerca del sexo anal y los adolescentes, las chicas mostraron una falta de disposición sexual y experimentaron dolor físico. En la encuesta, de los 130 adolescentes heterosexuales cuyas edades oscilan entre los 16 y los 18 años, estos a menudo afirmaron creer que el porno era un factor de motivación para que los hombres desearan practicar el sexo anal. Y entre los chicos que dijeron haberlo probado, muchos señalaron que lo habían hecho porque sus amigos los alentaron o porque creían estar compitiendo con otros. Al mismo tiempo, la mayoría de las chicas que había intentado practicar el sexo anal dijo que en realidad no deseaba hacerlo; sus parejas las convencieron o coaccionaron. Algunos varones intentaron la estrategia “intentar y ver”, como lo llamaron los investigadores, que consiste en tratar de meter el dedo o el pene en el ano de una chica esperando que no los detenga. En ocasiones, afirmó un adolescente, “simplemente sigues haciéndolo hasta que se cansa y te deja hacerlo de cualquier modo”. Tanto ellos como ellas culparon a las chicas del dolor que sintieron durante el sexo anal y algunos adolescentes les comentaron a los investigadores que las chicas necesitaban “relajarse” más o “acostumbrarse”. Solo una chica y unos cuantos chicos dijeron haberlo disfrutado.
Aunque sepas que el porno no es real, establece expectativas, afirmó un estudiante de último año. En la pornografía, continuó, “no hay ropa, la chica le hace sexo oral a él, él se excita y comienza a tener sexo con ella. Todo es muy sencillo y está bien iluminado”.
Un miércoles por la tarde pasé dos horas en Start Strong con una chica de último año que tomó la primera clase de Alfabetización Porno en el verano de 2016. Al hacer un recuento de los últimos años de secundaria y bachillerato, A —quien me pidió que la identificara por la inicial de su segundo nombre— dijo que le habría gustado tener un lugar (en casa, escuela, o un programa comunitario de educación sexual) para aprender acerca del sexo. En lugar de eso, había aprendido al respecto a través de la pornografía. La primera vez que la vio fue por accidente, luego de que un grupo de chicos la convenciera de ver tube8.com, que ella no sabía que era un sitio porno. Estaba fascinada: jamás había visto un pene, “ni siquiera un dibujo, nada”. Los padres de A, a quienes describe como conservadores en ese tema, no le habían hablado acerca de la anatomía femenina o del sexo, y en su escuela no había educación sexual antes del primer año de bachillerato; incluso cuando llega a ese grado, las clases se centran en los peligros: las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos.
Pocas clases de educación sexual en secundaria y bachillerato abordan en detalle la anatomía (en especial la femenina), la intimidad, las relaciones sanas y la diversidad sexual. Es aún más raro que se hable del deseo femenino y el placer. La pornografía le enseñó a A los aspectos básicos de la masturbación. Y el porno le sirvió de guía de estudio cuando cumplió 16 años y fue la primera de sus amigas en tener relaciones sexuales.
Sin embargo, lo que aprendió del porno también tenía sus inconvenientes. Puesto que asumió que el placer de las mujeres en el porno era real, cuando tuvo su primer coito y no experimentó un orgasmo, creyó que era normal.
La educación porno es un territorio tan nuevo que nadie conoce las mejores prácticas, qué material debe incluirse y dónde debe enseñarse. Hace muchos años, L. Kris Gowen, educadora sexual y autora del libro Sexual Decisions: The Ultimate Teen Guide, publicado en 2017, escribió minuciosas pautas para enseñar a los adolescentes a ser críticos ante los “medios sexualmente explícitos” (evitó el término “alfabetización porno”, que es más provocativo). Aunque las pautas se han difundido en conferencias educativas y están disponibles para el público, Gowen no conoce a ningún educador que haya aplicado el método.
Las pautas más recientes de la oficina europea de la Organización Mundial de la Salud señalan que los educadores deben incluir debates acerca de la influencia de la pornografía en la sexualidad, iniciando a finales de la educación primaria y durante toda la secundaria y el bachillerato. Sin embargo, las pautas no ofrecen ideas específicas respecto de cómo sostener dichas conversaciones.
Más de trescientas escuelas, grupos comunitarios y de jóvenes, así como agencias gubernamentales en Australia y Nueva Zelanda utilizan un recurso de educación porno llamado “In the Picture” (En el panorama), que incluye estadísticas, estudios y ejercicios dirigidos principalmente a adolescentes. Fue creado por Maree Crabb, una experta en violencia sexual y educación porno, quien reside cerca de Melbourne, Australia. Tal como lo describió durante un programa de capacitación en Estados Unidos para educadores y trabajadores sociales al que asistí en 2016: “Queremos ser positivos en lo que respecta al sexo y a la masturbación, y críticos ante la pornografía”. A menudo, la alfabetización porno se olvida de un componente crucial del programa: ofrecer capacitación que ayude a los padres a comprender estos temas y hablar de ellos.
El año pasado, una productora porno feminista, Erika Lust, en reunión con educadores sexuales, creó un sitio web de educación porno para padres. The Porn Conversation contiene enlaces a investigaciones y artículos que ofrecen consejos útiles para padres, incluyendo hablar con los niños acerca de las formas en las que la pornografía tradicional no representa los cuerpos comunes o el sexo que resulta satisfactorio para ambas partes, así como evitar lanzar preguntas acusatorias como por qué miran pornografía o quién se la mostró. “Nosotros ponemos en sus manos la tecnología, así que debemos enseñarles a usarla”, dijo Lust, cuyas películas muestran el placer centrado en la mujer. Pero ella va más allá y sugiere a los padres de hijos en secundaria y bachillerato hablar con ellos acerca del “porno saludable”, que según dice, muestra el deseo y el placer femenino y que está realizado en condiciones de trabajo equitativas. “Sentimos mucha curiosidad sobre el sexo. ‘¿Está bien que me guste esto o aquello?’. Creo que la pornografía es buena como medio de escape. No me asusta el sexo explícito en sí mismo. Me asusta la escasez de valores”.
Al Vernacchio, un educador sexual de renombre en Estados Unidos que enseña educación sexual progresista en un colegio privado en las afueras de Filadelfia, cree que la mejor solución es hacer de la alfabetización porno parte de una educación sexual integral que abarque más aspectos.
Con el fin de preparar a sus estudiantes para sentirse cómodos y ser respetuosos en situaciones sexuales, Vernacchio les muestra fotografías de genitales a sus alumnos, no solo dibujos. “Muchas personas tienen relaciones sexuales con personas de verdad, no con estrellas del porno, y los cuerpos reales varían mucho. Prefiero que mis alumnos tengan la oportunidad de hacer preguntas o de confundirse o incluso reírse en mi salón de clase en lugar de hacerlo al ver el cuerpo desnudo de su pareja por primera vez”. Él, junto con Debby Herbenick, de la Universidad de Indiana, respalda la idea de que los adolescentes deben comprender que la mayoría de las mujeres no tienen orgasmos con solo la penetración y que la estimulación del clítoris a menudo requiere de sexo oral, del uso de los dedos y juguetes sexuales: “Es parte de la vida del ser humano y la enseñamos de forma inteligente y sensible”, dice.
Un año después de terminar el curso de Alfabetización Porno, los estudiantes de las primeras generaciones aún recordaban algunas cosas. En entrevistas a las primeras tres generaciones, un tercio de los estudiantes afirmó estar dispuesto a hacer cosas vistas en la pornografía si su pareja se las pidiera. Muchos también querían intentar cosas que vieron en el porno. Después de todo, eran adolescentes normales, con curiosidad sexual, que estaban experimentando. Pero un número muy reducido de estudiantes estuvo de acuerdo en la encuesta posterior al curso con que “a mucha gente le gusta que la abofeteen, la nalgueen o le jalen el cabello durante el sexo”, en comparación con el 27 por ciento que lo creía al inicio del curso. Y, aunque al inicio, el 45 por ciento dijo que la pornografía era una manera adecuada de que los jóvenes aprendieran acerca del sexo, ahora solo el 18 por ciento estaba de acuerdo. Al final del curso nadie dijo que la pornografía era realista; solo una cuarta parte lo creía al inicio. La encuesta no reveló el catalizador de los cambios. ¿Había sido el plan de estudios? ¿Se debía al estilo de enseñanza de Daley y Alder? Es posible que los estudiantes generaran los cambios solos, aprendiendo unos de otros en los debates y las conversaciones.
A, la jovencita que dijo que jamás había visto la imagen de un pene hasta que vio una película porno, se resistió a aceptar que es absolutamente nocivo para los adolescentes. “Al menos están viendo pornografía y no yendo a que las dejen embarazadas”, explicó. Pero hace poco me dijo que había dejado de mirar pornografía del todo. Ahora le disgustaba ver la expresión de las mujeres, pues creía que muy probablemente no estaban experimentando placer, sino dolor. Cuando Drew vio porno, se preguntó si las mujeres estaban teniendo relaciones sexuales en contra de su voluntad. Las conversaciones acerca de la anatomía y las muestras falsas de placer le hicieron darse cuenta de que las chicas no siempre responden como lo hacían en el porno y que no siempre querían las mismas cosas. Y los hombres tampoco.
ACERCA DEL AUTOR:
Maggie Jones es una colaboradora de The New York Times Magazine y es profesora de redacción en el programa MFA de la Universidad de Pittsburgh. Jones ha sido finalista del Premio Nacional para Revistas y profesora en la Universidad de Harvard.