ROSITA FORNÉS, COMO UN AVIÓN CON PISCINA
Jorge Ángel Pérez | La Habana
Fue difícil conseguir una entrada. Solo quedaban asientos en la platea más alta, y acepté. Me mortificaba estar tan lejos del escenario, de la protagonista, pero era mejor que no verla. Rosita Fornés sería Dolly en el teatro Karl Marx, ese que alguna vez se llamó Blanquita. Todavía recuerdo los exaltados aplausos de final, todos para ella. Recuerdo la emoción de sus fanáticos, las lágrimas, los gritos. Ahora, mientras escribo, he vuelto a escuchar esos epítetos con los que tan ingeniosamente la bautizaban, y en los que sus fanáticos suponían homenajes.
“Rosa, regia”, “Rosa, divina”, “Rosa, astronáutica”, “Rosa, dura, tu eres única”…, y muchos más. Fueron muchos los apelativos para celebrarla, antes de aquel silencio que pareció anunciar que se acababan ya los calificativos, el elogio; fue entonces, y en medio del silencio, cuando se escuchó el más descacharrante de todos, el más divino. “Rosa, avión con piscina”, así gritó aquel hombre de tan lánguida apariencia que consiguió silenciar a todos los fanáticos. Rosa, para él, iba más allá de lo posible, ella era casi irreal. ¡Un avión con piscina! Lo impensable.
¿Quién, en medio de la miseria cubana, podía pensar, inventar, un avión con piscina? Y la respuesta era clara. Se le podía ocurrir a un admirador de Rosa Fornés, a un muchacho amanerado y lánguido, a un fanático. La Fornés despertaba esos fervores. Rosa, en medio de la desfachatez y la miseria cubana, siguió exhibiendo su glamour, y cantó, y bailó, y actuó, y sobre todo, respetó, y quizá por ello sus lánguidos muchachos soñaron con ser como ella. Rosa Fornés era casi increíble, era un avión con piscina. Y quien así la bautizó no era más que un “paria”. Muchos, de entre todos los que la seguían, eran hombres excluidos. Quienes en esos años la amaban eran esos que la “revolución” había apartado, los más apestados.
Muchos de quienes siguieron a Rosa Fornés en esos años, y todavía, eran homosexuales. Rosa era entonces la diva de los gais. Rosa era la matrona de esos excluidos, incluso en tiempos de la peor represión. Rosa estuvo en la cabeza de quienes fueron presos a las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción), y en las noches, esos admiradores se transformaron en ella, para homenajear a la mujer que admiraban, la que nunca les dio la espalda, la que cantó para ellos, y por ellos se dejó acompañar, y los empleó como peluqueros, como modistos, y los trató como amigos, como humanos.
En esas tristes noches de represión, en esas prisiones que usaron el eufemismo de Unidades Militares de Apoyo a la Producción, se transformaron los presos, envolvieron sus cuerpos con sábanas sudadas, y adornaron con flores sus cabezas, y cantaron: “¡Pichi, ese chulo que castiga!”, o quizá alguna canción de Meme Solís que ella interpretaba. Rosa los ayudó también a soportar la prisión, el dolor, a olvidar las uñas sucias, arruinadas. La Fornés les hizo más llevadero el encierro.
Rosa les había mostrado la dignidad. Esa mujer a la que alguna vez obligaron a vestirse de miliciana y cantar luego, les confirmó a esos policías que ella era una regia dama, y que aún vestida como si fuera a la guerra, luciría como María Antonieta en el “pequeño” Trianón. Mientras escribo éstas líneas todavía ella está cumpliendo, no sé si en Miami o en La Habana, noventa y cinco años, y estoy seguro que muchos miembros de la comunidad homosexual en Cuba habrán brindado por la diva, la habrán, sencillamente, recordado.
Yo la he vuelto a ver, la miré otra vez en el “Blanquita”, ese teatro que quienes la obligaron a ponerse un traje verde olivo convirtieron luego en el Karl Marx. Rosa Fornés está cumpliendo noventa y cinco años, y supongo que sean unos cuantos los que hicieron recuento de su obra, de sus triunfos. Yo preferí recordarla de otro modo. Elegí pensarla rodeada, aupada, por sus muchachitos lánguidos, esos preteridos por la “revolución” a los que ella prefirió e incluso aupó. Rosa Fornés fue, entre otras cosas, la protectora, la hembra, la madre, la dama, de esos homosexuales desamparados. Ella les ofreció respeto y ellos le respondieron convirtiéndola, incluso, en lo imposible, “en un avión con piscina”.