María y “La Mora”:
El amor en tiempos de homofobia
“Esta es mi lucha y la voy a seguir hasta el final de mis días”
Luego de cuatro años en Checoslovaquia trabajando en una fábrica textil, María Caridad Jorge López retornó a Cuba, al parque de Santa Clara, y se sentó por meses en un banco sin saber a ciencia cierta qué sería de su vida. María se había reconocido como lesbiana, y a las “mujeres invertidas” se les negaba cualquier derecho laboral a finales de los ochenta. Eran reconocidas como lacras sociales, entes marginales y políticamente incorrectos. “Nadie le quería dar trabajo a una mujer con aspecto masculino como yo”, confirma. “Lo que podíamos obtener era destinado prácticamente para hombres”.
Cuando María consiguió que le asignaran cierto puesto en la textilera de la ciudad, uno de los jefes quiso “estrechar lazos” con ella y, ante su negativa, tuvo que marcharse para no volver jamás. Un día, después de tanto vagar por la plaza central, encontró El Mejunje y Silverio le abrió las puertas para que fuera, precisamente, la portera de aquel lugar, donde se mantiene desde hace 27 años.
Además, María dirige el grupo Labris, nombrado así por las hachas que usaban las amazonas para protegerse, y que incluye y defiende los derechos de mujeres lesbianas y bisexuales. “Todavía hay mucha discriminación”, apunta con cierta rabia en la mirada. “Tengo amigas de mi grupo a las que le dan el trabajo si eres femenina solamente. La lesbofobia existe y la vemos a diario en las calles. Los hay que no acaban de entendernos, a pesar de todo lo que se habla en los medios. La ley carece de profundidad y aún nos están rechazando a la hora de buscar trabajo”.
“Esta es mi lucha y la voy a seguir hasta el final de mis días, hasta que logremos nuestros objetivos y que se escuchen nuestras demandas, las de todas las mujeres lesbianas de Cuba. Necesitamos, sobre todo, que el código de familia acabe de aceptar el matrimonio igualitario, que podamos adoptar hijos, que tengamos derecho a la inseminación artificial. Para nosotros no existe nada de eso. Queremos que los hombres nos respeten en las calles cuando salimos con nuestras parejas, que yo pueda tomarla a ella de la mano y que la gente no se quede murmurando. Por suerte, ya no gritan tanto como antes ni lanzan piedras”.
Hace siete años María conoció a su actual pareja, el “amor de su vida”, la mulata que “le mueve el piso”, la que le propinó un beso apasionado sin aviso previo una noche en El Mejunje. Le dicen La Mora y nos pide que no le tomemos fotos porque está de iyabó, y que no le gusta dar entrevistas porque no sabe qué decir. Se protege, entonces, en el verbo de María, que nos enumera las virtudes de la novia, a pesar de su carácter introvertido.
La Mora es mucho más joven que ella, alta, de pelo ensortijado y caderas protuberantes. Tiene dos hijos de fatídicos matrimonios anteriores. “Es buena madre, muy buena”, recalca María. “Es una mujer muy linda, pero lo que más me atraen son sus sentimientos. Siempre me llamó la atención. Hay que probar los dulces para saber si están ricos. Estamos juntas en la crianza de los niños y ellos me adoran. Su familia no quiso entenderla al principio porque venían del campo, pero ella se impuso y tuvieron que aceptarnos. Yo no voy allá, pero tampoco pueden reclamarle nada porque es su vida, no la pueden obligar a nada. Pienso que los hijos deben aceptarte como eres. Si eres una madre preocupada, qué importancia puede tener tu relación sexual, siempre que la lleves con respeto y orden, como debería ser en todas las familias”.
“La Mora fue la que me enamoró a mí. Después del primer beso empezamos a conocernos. Entre dos mujeres la relación es distinta, amén de que existan hombres sensibles y buenos esposos. A mí me gusta que me traten con amor, como lo hago yo, que no me maltraten. A veces, la mujer es más cuidadosa en sus relaciones con otra mujer porque, precisamente, ha sufrido el machismo. Las mujeres tienen que interiorizar que no es lógico aguantar maltratos ni infidelidades porque así lo establece la sociedad”.
A pesar de que María vive hoy una panacea amorosa a sus 54 años, mucho tiempo atrás, cuando supo que le gustaban las mujeres, sufrió el maltrato físico de su hermano homofóbico. La madre, sin embargo, supo defenderla de los que no pudieron comprender nunca su afiliación sexual.
Todos los días, María abre y cierra las puertas de El Mejunje. Es la mano derecha de Silverio, la que cuida por la disciplina del lugar, para que no se “armen broncas inesperadas”. La han visto arrastrar a borrachos y buscapleitos y dejarlos rendidos en la calle con la advertencia de no regresar allí hasta nuevo aviso. A María hay quien le teme, por su cuerpo robusto y su delirio de justeza. La Mora la acompaña en sus horarios de trabajo, hasta el advenimiento de la madrugada, cuando ambas parten en su tosca moto con destino al Condado, la zona periférica de Santa Clara donde viven.
María y La Mora quieren casarse legalmente. Cuando la una no esté físicamente, ¿qué será de la vida de la otra? No cuentan con ningún amparo legal para heredar las propiedades en común ni cobrar la pensión que reciben las parejas “normales” cuando fallece uno de los cónyuges.
“Esa situación es difícil porque ella tiene derecho a nada en caso de que algo me suceda. Me gustaría dejarle cosas, hasta mi retiro, para que tenga de qué vivir mañana si no estoy presente. Yo soy una mujer luchadora y, tal vez, ella no sea capaz de valerse por sí misma. Es que yo soy un poco más luchadora”.
Al cabo de los años, María y La Mora sienten que su relación funciona cada día mejor en el plano sentimental, aunque han estado mucho tiempo esperando por cambios necesarios que beneficien a la comunidad LGBTIQ de Cuba. Este 14 de febrero, solo piden amor y respeto para los gais de todo el mundo.
“A estas alturas ya no puedo ni pensar en adoptar o tener un niño. Ya no, con 54 años no. El hijo se debe tener joven. En algún momento sí fue un sueño para mí. Ahora mismo mi mayor deseo es tener libertades, que las lesbianas y los gais paseen por las calles y nadie los mire como algo diferente, como algo sucio. Quiero una sociedad justa de verdad, en la que no haya machismo, que las leyes no existan solo para los hombres”.
ACERCA DEL AUTOR:
Laura Rodríguez Fuentes, es una joven periodista cubana.
Ha escrito para Vanguardia, OnCuba, La Jiribilla y El Toque. Reside en Villa Clara, Cuba.