El régimen y el pueblo compiten para sobrevivir del turismo en Cuba
Mientras el crucero atraca en el muelle, dos ancianos andrajosos pasan la borrachera tumbados encima de un muro. Un moreno canoso, casi inmóvil, sigue intentando pescar en las fétidas aguas de la bahía. A su alrededor, varios perros callejeros se disputan la sobra de un pollo frito que algún transeúnte tiró en la acera.
Curiosos tiran fotos con sus móviles al imponente crucero. Un piquete de policías vela por la tranquilidad ciudadana, y para impedir que el populacho y la picaresca local acosen a los turistas cuando el lujoso buque desembarque en La Habana.
Después de un chequeo exprés de sus pasaportes, un mojito insípido de bienvenida y unas mulatas con el maquillaje corrido y cansadas de bailar el Chan Chan, de Compay Segundo, en el cursi recibimiento que suelen montar las agencias oficiales de turismo, los viajeros van saliendo de la Terminal.
“Chicas, chicos, tabacos, DVD de música cubana”, en voz baja y en un inglés primario le dice un joven a un británico que camina un tanto azorado por la empedrada calle de la Lonja del Comercio.
Los guías estatales, con sus camisetas verdes, amarillas o blancas, de acuerdo con el grupo hotelero al cual pertenecen, les dan la bienvenida y les anuncian una noche maravillosa bajo las estrellas en el cabaret Tropicana.
Los guías privados, que hablan alemán, ruso y un inglés fluido, también tienen una agenda turística. “Señor, un recorrido por La Habana en un auto antiguo descapotable, una visita al Museo de Bellas Artes, una cena en la paladar donde comió la familia Obama y por la noche una descarga de salsa en la Casa de la Música de Miramar, todo por 100 dólares”.
Propuestas
Afuera de la Terminal pulula toda clase de gente. Desde la que hace propuestas culturales interesantes a los recién llegados, hasta jineteras, pingueros [hombres que venden sexo a homosexuales] y pillos de ocasión que viven de la estafa.
Muchachas con shorts cortos, algunas pasadas de peso y con celulitis, en la distancia observan a los turistas que viajan solos para acercárseles y proponerles sexo. Jubilados que venden maní o el aburrido periódico Granma aprovechan la zafra del turismo y vocean: “Cucuruchos de maní tostado a 25 centavos de dólar. Granma a 30 centavos”.
La policía intenta espantar e intimidar a los buscavidas. Pero como ellos conocen su modo de actuar, esperan que la tropa de turistas se despliegue por las callejuelas viejas de la ciudad y lejos del radar policial le hacen sus proposiciones.
Unos ruidosos europeos llegan al bar Two Brothers y en unos minutos lo atiborran. En los hostales, cafeterías y restaurantes de la zona, medio litro de agua mineral cuesta 3 dólares y 5 una cerveza.
Joel, barman de un hostal contiguo a la Alameda de Paula, cuenta que "cada vez que llega un crucero, las ventas se triplican y los precios se disparan. Por eso siempre tengo un stock de botellas de ron, agua mineral y cerveza. Los días que esto se pone a full, me voy a la casa con 150 o 200 fulas".
Los restaurantes privados, con un dependiente y un menú en la mano, invitan a pasar a los extranjeros que deambulan cerca. “Por cada yuma [extranjero] que entra, el dueño me paga una comisión de 3 cuc. He tenido días de traerle una guagua completa de turistas”, expresa un señor que se presenta como 'gestor privado de turismo'.
La mayoría de los guías estatales y choferes del sector turístico, suele tener un contrato verbal por debajo de la mesa con los propietarios de bares y restaurantes particulares. Cobran coimas [comisiones] que van desde 5 cuc por cada turista, hasta 100 cuc o más por un grupo de 20 o 30. "Además, su consumo les sale gratis", señala el cantinero de una paladar muy próxima al antiguo Palacio Presidencial.
Desde luego que las ofertas de quienes trabajan por cuenta propia son más novedosas y atractivas. Armando, dueño de un Chevrolet descapotable, cuidado hasta el más mínimo detalle, cobra 70 cuc por un tour de dos horas por La Habana de las postales turísticas, o sea, por la zona colonial restaurada, El Vedado y Miramar.
“Si el turista va a estar un tiempo en la capital, le propongo viajar a Viñales, en Pinar del Río, el mejor ejemplo de un poblado que funciona a base de negocios privados de calidad. Hay extranjeros con menos dinero que otros y los hay bastante tacaños. Los japoneses, los rusos y los americanos son los más espléndidos. Dan buenas propinas y te invitan a almorzar, comer y tomar cerveza. Los españoles son calcañal de indígena [tacaños] y muy mal hablados. A los 'gallegos' les alquilo cuando no me caen turistas de otros países”, confiesa Armando.
Últimamente, en el sector privado que se mueve en torno al turismo, ha surgido una modalidad denominada ‘Una experiencia en Cuba’. Por lo general son profesionales que invitan a conocer la rica arquitectura habanera y les dan explicaciones técnicas. Otros les sugieren aprender a bailar casino o a tocar tumbadora. Exdeportistas ofrecen cursos de preparación física o les enseñan el abc del golpeo en el boxeo. Pero tal vez una de las propuestas más originales es la de Olga Lidia, exprofesora de inglés, que invita al turista a vivir una semana como un cubano.
Sonriente, Olga Lidia relata que “a los europeos, sobre todo a los suizos, nórdicos y estadounidenses, les encanta la idea. Duermen en una habitación con ventilador, sin aire acondicionado. Les doy la libreta para que compren el pan o el pollo cuando viene a la carnicería. Desde por la mañana, los monto en guaguas y los llevo a visitar San Miguel o Arroyo Naranjo, donde tengo parientes. Solamente se conectan una vez a internet, en un parque WiFi. Y de los siete días, en dos hacen una sola comida al día, igual que muchos cubanos. Algunos no resisten y se rajan”.
Mientras establecimientos estatales intentan ordeñar a los turistas con precios comparables a los de Nueva York y un servicio de pésima calidad, los emprendedores privados son más creativos e incluso les hacen rebajas a los visitantes foráneos.
IVÁN GARCÍA DESDE LA HABANA, - 2018